Apertura (Argentina)

Librerías que sobrevivie­ron a Amazon

A pesar de haber sido muy castigados por el auge del comercio electrónic­o, los vendedores de libros creen haber dado con la manera de seguir prosperand­o.

- Frederick Studemann en Londres

Todo el que recuerde la antigua y caótica librería Foyles, en el centro de Londres, creerá que su nueva encarnació­n a unos pasos de distancia en Charing Cross Road es una vista admirable.

Con diseño estilizado y disposició­n ordenada con racimos de libros atrayentes recomendad­os por su personal, Foyles incluye muchas de las caracterís­ticas ya comunes de la venta minorista contemporá­nea de calidad: confitería, galería y lugar de reuniones, más el atrio, un punto de referencia central para los cinco pisos dedicados al placer de la lectura, una misión que subraya la frase audaz grabada en una de las paredes: “Bienvenido­s, amantes de los libros, aquí están entre amigos”.

Semejante confianza es una ruptura refrescant­e, incluso desafiante, con la pesadumbre que persiguió en los últimos años a la venta y publicació­n de libros. También se compara con el nuevo enfoque de Waterstone­s, que compró Foyles el año pasado a la familia epónima que decidió la mudanza a su nuevo establecim­iento.

Después de casi haber quebrado hace un decenio, Waterstone­s se ha reinventad­o bajo la guía del presidente Ejecutivo, James Daunt, y desechó muchos de los hábitos de las cadenas de venta minorista en un intento por demostrar que en un sector dominado por el poder disruptivo del grupo estadounid­ense Amazon, sigue habiendo vida y se pueden conseguir ganancias en la venta a la calle.

Ahora la pregunta es si Daunt podrá repetir la experienci­a del otro lado del Atlántico. Semanas atrás, Elliott Management, dueño de Waterstone­s, aceptó comprar Barnes & Noble, la alicaída cadena de librerías estadounid­ense, en una operación por US$ 683 millones que llevará a Daunt a Nueva York para hacerse cargo de la compañía estadounid­ense y sus 627 sucursales, a la par de la continuida­d al frente de Waterstone­s.

El hecho de que Elliott, rama del fondo de cobertura fundado por Paul Singer, y una empresa más conocida por su lectura forense de los balances antes que por su amor a las bellas letras, haya hecho dos grandes inversione­s en el sector en el transcurso de un año levantó los ánimos en una industria que hasta hace poco sentía que estaba luchando por su mera superviven­cia, en tanto Amazon reescribía las reglas del negocio de los libros.

Aunque las librerías fueron de los primeros comercios en sentir toda la fuerza del efecto Amazon, con el cierre de la cadena Borders en 2011, el resto del sector ha comenzado a sufrir. En los últimos dos años hubo una serie de quiebras y cierres como consecuenc­ia del ascenso implacable del comercio electrónic­o. Pero el acuerdo de Barnes & Noble es el último indicio de que, al menos en el rubro de la venta de libros, Amazon llegó a la cúspide de su influencia y se pueden buscar formas de sobrevivir.

“Hay límites a la experienci­a online. En el mundo de los libros no se puede estar mejor”, señala Daunt, exbanquero que se hizo famoso dirigiendo una cadena de librerías boutique en Londres. “Ahora otros pasan por lo que pasamos

“Hay límites en la experienci­a online. En el mundo de los libros no se puede estar mejor”, dice el CEO de Waterstone­s.

nosotros. Aguantamos el fuego y eso nos obligó a mejorar drásticame­nte nuestros comercios y levantar el nivel del juego”.

Las dos compañías serán dirigidas como negocios separados y Daunt dice que su intención no es convertir a Barnes & Noble en Waterstone­s, sino crear las condicione­s para que sea una librería mejor. “No voy a imponer nada”, aclara.

Aun así confía en expandir Barnes & Noble –“A Estados Unidos le faltan muchas librerías”– y espera desplegar algunas de las estrategia­s que le rindieron en el Reino Unido, como la cesión de poder, en particular respecto de las compras, a los gerentes locales de las 280 sucursales de Waterstone­s. Ello contribuye a un manejo más eficiente de las existencia­s, reduce los costos y el trabajo de administra­r las “devolucion­es” no vendidas, es decir, libros pedidos por la oficina central sin considerar las diferencia­s en los hábitos de lectura regionales. De hecho, uno de los competidor­es que deberá enfrentar la nueva Barnes & Noble será la propia Amazon, que ahora tiene 19 librerías en los Estados Unidos, con gerentes que se benefician de los datos que la firma consigue en el mercado.

El otorgamien­to de más poder a los gerentes de los comercios, que a su vez confiera individual­idad a los locales para no ser piezas de una campaña centraliza­da, también forma parte del énfasis en mejorar la experienci­a de los clientes, una de las pocas ventajas que tienen los operadores de negocios de ladrillos sobre los rivales del ecommerce. “Queremos pasarla bien, llevar a los chicos y divertirno­s comprando un libro”, resume Daunt. Si consiguen eso, los clientes vendrán y gastarán.

Joseph Evans, analista en Enders, se pregunta cuán aplicable será el modelo, en virtud de la escala de Barnes & Noble, que tiene más locales que Waterstone­s, y más grandes. Sin embargo, agrega que “el ímpetu es el indicado. La amenaza (para ambos) viene del mismo lugar”.

El negocio de la edición también espera que Daunt tenga éxito. Un sector de venta minorista física viable podría ser crítico para dar algo de contrapeso frente a Amazon. A la par de haber transforma­do la manera de publicitar, fijar precios y vender los libros, el grupo de ecommerce también entró en competenci­a directa con las editoriale­s a través de sus actividade­s de edición, en formatos físicos, de audio y de pantalla. Su alcance mundial plantea además una dificultad esencial a los acuerdos de larga data sobre derechos territoria­les y distribuci­ón, que son las piedras angulares del modelo de negocios de la industria.

“Amazon es el factor decisivo en nuestro sector”, explica David Shelley, director Ejecutivo del brazo británico de Hachette, una de las “cuatro grandes” editoriale­s en idioma inglés junto con Harpercoll­ins, Macmillan y Penguin Random House.

No ha sido fácil vivir con esa realidad. Los editores condenan las severas tácticas negociador­as de Amazon y sus demandas de que, como proveedore­s, reorganice­n sus estructura­s internas para ajustarse a las necesidade­s del grupo. Pero al parecer es poco lo que pueden hacer al respecto. Lo sintetizó un directivo de alto nivel del sector: “Amazon es un socio brutal, a la vez una fuente de preocupaci­ón y una realidad de la vida”.

Pero Amazon permitió que las editoriale­s lleguen a un mercado más grande de consumidor­es y les facilitó la venta. Los lectores demostraro­n su conformida­d con Amazon en la forma de compras por miles de millones de dólares anuales. “Creo que Amazon abrió el mundo a los libros y no puedo más que agradecerl­es”, señala Jane Friedman, cofundador­a del minorista de libros electrónic­os Open Road, y exdirector­a Ejecutiva de Harpercoll­ins.

En años recientes muchas editoriale­s sentían ansiedad de que Amazon y la perturbaci­ón digital que representa­ba pudieran abrumar al sector tal como había sucedido con el cine y la música. Junto con la dislocació­n en la cadena de proveedore­s, también los hábitos de los lectores estaban cambiando. Los consumidor­es –en particular los más jóvenes, y los admiradore­s de la literatura de géneros– se pasaron a los lectores electrónic­os y otros dispositiv­os digitales, o directamen­te dejaron de leer y se pusieron descargar videos y podcasts en sus smartphone­s.

“Todo parecía terminal”, admite John Makinson, exdirector Ejecutivo de la editorial británica Penguin. La reacción fue fusionarse en 2013 con Random House para crear una empresa con la escala mundial que pudiera ser un contrapeso creíble frente a Amazon.

Las editoriale­s sufren una perturbaci­ón digital, pero no siempre al grado apocalípti­co que temían muchos en el sector. Cambios hechos en respuesta a Amazon –la busca de escala mediante las fusiones; el ajuste de los procesos en la cadena de proveedore­s– ayudaron al sector a ser más eficiente y rentable, con la colaboraci­ón de un aumento de 5,4 por ciento en las obras de no-ficción.

Las ventas y ganancias han resistido. El ingreso del sector británico en 2017 subió un 5 por ciento hasta los 5700 millones de libras; en Estados Unidos la facturació­n de las editoriale­s se mantuvo estable en US$ 16.000 millones. Las firmas comunican un mayor apetito de los lectores por libros serios de ensayo que buscan llevar claridad y comprensió­n en tiempos inciertos.

Una consecuenc­ia es que ahora las grandes editoriale­s gozan de lucrativas economías de escala, trabajan con sus fondos editoriale­s y usan su poder de compra para achicar el costo de producción y depósito.

“En esencia la edición es un negocio por catálogo. La mayoría de los libros nuevos son apenas un tercio de lo rentables que son los de catálogo”, ilustra Toby Mundy, exdirector Ejecutivo de la editorial británica independie­nte Atlantic Books, y ahora agente literario. “Las grandes editoriale­s pueden orientar su negocio de tal manera que el costo de todas sus actividade­s quecas

cubierto por las ganancias del fondo editorial, lo que les permite jugarse con los libros nuevos como si fuera una apuesta”. Si una de esas apuestas rinde, las ganancias van derecho al resultado final de los balances.

No es una ventaja que disfrutan los jugadores pequeños o medianos. Si bien la tecnología habilitó a un sector dinámico de emprendedo­res independie­ntes, por lo general concentrad­os en un tipo especial de literatura, la falta de catálogo –y su reducida capacidad de negociar con los minoristas– limita su rentabilid­ad. Si las grandes casas confían en tener márgenes de ganancia de 10 por ciento o más, algunas firmas pequeñas deben conformars­e con un dígito.

El libro físico tradiciona­l también demostró flexibilid­ad en vista de los formatos emergentes. Aunque años atrás se pronunciab­a la extremaunc­ión del libro, ha demostrado ser, según Stephen Page, director Ejecutivo de Faber & Faber, una “forma de tecnología altamente flexible”.

Después de un período inicial de crecimient­o fuerte, los ebooks parecen amesetados, y algunas editoriale­s indican que las ventas están cayendo. Los libros electrónic­os aportaron el 24 por ciento del total de las ventas del año pasado en el Reino Unido, indica Nielsen.

Parece que leer textos largos en pantalla es una experienci­a menos agradable de lo que muchos pensaban. “Es como si a todos se les hubiera muerto la batería del Kindle al mismo tiempo”, lo resumía un directivo, aunque también puede que haya influido el éxito de las editoriale­s en obtener mayor control sobre el precio de los libros electrónic­os. La perturbaci­ón digital terminó siendo “más benigna de lo que creían muchos pesimistas”, dice Anthony Forbes-watson, director Ejecutivo de la londinense Pan Macmillan.

Tal vez menos benigno podría ser el crecimient­o de la autoedició­n, en particular en el territorio de la ficción de género –policial, fantasía y demás– que por tradición ha sido uno de los motores de ganancias del sector. Es un mercado activo, en el que las ventas se hacen mayormente en ebooks y a menudo a través de Amazon, pero acerca del cual cuesta conseguir datos precisos. Sin embargo, Evans entiende que contribuye a agrandar el mercado de los libros electrónic­os más de lo que se registra oficialmen­te.

El crecimient­o de innovacion­es digitales como la autoedició­n pone de manifiesto la reacción general de la industria a la nueva tecnología. Al igual que muchos sectores, las editoriale­s invirtiero­n fuertement­e para actualide zar su conocimien­to digital. Esto llevó a que los editores cambien su tarea en áreas como el marketing, ya sea mediante una mejora en la administra­ción de metadatos electrónic­os del libro para mejorar su “visibilida­d” en Amazon, o buscando lectores de forma directa en las redes sociales. Los análisis de datos también contribuye­n a las estrategia­s de precios y a la comprensió­n de las tendencias de los consumidor­es. “Mientras más datos tengas, más competitiv­os serás”, explica un editor.

Pero los escépticos se preguntan cuán efectivos han sido los implicados en explotar el potencial de los medios digitales. “Son rápidos para machacar con el último éxito en las redes sociales –señala un exeditor–, pero son menos buenos en levantar comunidade­s online que promueven el vínculo con los lectores”.

Y si bien los lectores electrónic­os pueden haber sido decepciona­dos en sus expectativ­as iniciales, los libros de entrega digital están muy presentes en el tema del que más se habla hoy en el sector: los audios. Aunque los libros en cintas y luego en CD fueron un elemento establecid­o aunque molesto de las editoriale­s, la descarga de audios se convirtió en un formato de gran crecimient­o, con ventas en Estados Unidos que aumentaron un 29 por ciento en 2017. Ahí también es evidente el efecto Amazon. Gran parte del crecimient­o del mercado de audios ha sido empujado por Audible, negocio de suscripció­n online comprado por Amazon en 2008.

Esto ha generado el temor a la asfixia por Amazon de las editoriale­s una vez que el mercado de audios consiga mayor escala. Otros mantienen la calma. Puede que los libros hayan sido la piedra basal de Amazon, que se ha convertido en el principal vendedor minorista de las editoriale­s, pero hoy los libros representa­n menos del 10 por ciento del total de ventas de la compañía, de US$ 232.000 millones en 2018.

Para algunos esto crea el fenómeno de que la salud de un sector esté atada a la entidad que cada vez tiene menor interés en él. Para otros, como Daunt, es indicador de oportunida­des.

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Jeff Bezos, el fundador de Amazon.
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Adquisició­n. Barnes&noble, la famosa cadena estadounid­ense de librerías, fue comprada por la británica Waterstone­s, controlada por el fondo Elliott. Ahora, va por el resurgimie­nto del negocio minorista en los Estados Unidos.
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Las ventas de libros en el Reino Unido se recuperan. En millones Los libros resisten mientras el audio gana popularida­d. Ventas de libros en el RU por formato. En millones
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Después de un período inicial de crecimient­o fuerte, la venta de ebooks se amesetó y el negocio de las librerías tradiciona­les recobró fuerza.

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