López Obrador se enfrenta a las instituciones de México
Mientras el presidente ataca la corrupción y la pobreza, hay quienes temen que esté coqueteando con la demagogia
De pie junto a un agricultor de caña de azúcar que usa una prensa de madera tirada por caballos para extraer el jugo en un balde de plástico, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dio una muestra de su visión de la economía mundial. Durante la visita a La Huasteca, cerca de la región del Bajío que es el motor tecnológico de México, el presidente ubicado en la izquierda nacionalista –que se enorgullece de no tener cuenta corriente ni tarjeta de cré
dito– alabó las virtudes de las microempresas artesanales a las que consideró “tanto o más importantes” en cuanto a creación de empleos y desarrollo que las grandes compañías. “Esta es la economía que estamos promoviendo”, de- claró mientras sorbía el jugo de la caña.
Al día siguiente del viaje destituyó bruscamente al titular del organismo encargado de medir la pobreza y evaluar los programas sociales que son un pilar en su gobierno iniciado hace ocho meses. El desplazamiento de Gonzalo Hernández Licona del Coneval, cuatro días después de que escribiera una columna en la que sostenía que las reducciones presupuestarias estaban debilitando la capacidad operativa del organismo, fue la más reciente purga de tecnócratas o instituciones que el Presidente considera corruptas, dispendiosas o que obstruyen el camino para transformar a México luego de 36 años de fallidas políticas “neoliberales” de mercado.
Pero algunos inversores y analistas temen que al perseguir el espejismo de un retorno a la era dorada de crecimiento de hace medio siglo, con el Estado firme en el volante, este hijo de comerciante de pelo canoso esté coqueteando con el tipo de demagogia que podría empujar a México por una peligrosa senda populista.
“Es la idea de que la historia comienza con él, que nada del pasado funciona y que él tiene que fundar una nueva era”, resume Enrique Krauze, destacado historiador que ya se ha enfrentado con un presidente al que tachó de “mesías tropical”. “No solo está tomando decisiones –buenas o malas– de política económica, sino también sobre instituciones. Estoy preocupado”.
Los datos de crecimiento del PBI en el segundo trimestre muestran que la economía está cerca de la recesión, luego de una fuerte contracción a comienzos de año, caídas en la creación de puestos de trabajo y la menor actividad en
la construcción en 13 años. El banco Citibanamex redujo a 0,2 por ciento su pronóstico de crecimiento para 2019 en notable contraste con la promesa presidencial de llegar al 2 por ciento.
Pero como los índices de popularidad ascienden al 70 por ciento y su principal barómetro económico, el peso, se mantiene firme contra el dólar, López Obrador se siente reivindicado en su apuro por desprenderse de las políticas del pasado y reformar las instituciones en línea con sus ideas, al margen de las protestas. “Creo que si tu proyecto es cambiar el statu quo, las tensiones políticas son normales”, comenta Ignacio Marván, profesor en la Universidad CIDE y exasesor de López Obrador cuando era alcalde de Ciudad de México. “No elude los riesgos, no teme tomar decisiones difíciles, aunque luego retroceda. (Pero) puede que esté pensando que hacer concesiones hoy podría debilitar su respaldo”. El político de 65 años llegó al cargo en diciembre después de una victoria aplastante que le dio un amplio mandato popular y el dominio de las dos cámaras del Congreso. Avanzó con rapidez para centralizar en sus manos la toma de decisiones y consolidar un nivel de poder sin precedentes ahora que en el tercer intento por fin alcanzó la presidencia. Junto con su ética de la frugalidad, López Obrador ha promovido una renovación del modo en que muchos ministerios y organismos manejan su dinero, con grandes reducciones en gastos operativos para permitir que más fondos sociales vayan a la gente.
Pero las esperanzas de que fuera un conductor pragmático de la economía –como había ocurrido durante su tiempo como alcalde de Ciudad de México– se están desvaneciendo. López Obrador ya alarmó a los inversores al eliminar el proyecto, parcialmente concluido, de construir un aeropuerto por US$ 13.000 millones, y sigue adelante con el plan de una refinería por US$ 8000 millones que pocos en el sector petrolero creen sensata, o que se pueda construir a tiempo. Si bien sus metas de mejorar la distribución de la riqueza y erradicar la corrupción reciben amplios elogios, muchos temen que sus métodos signifiquen el retorno de las fracasadas políticas nacionalistas de la década de 1970.
En tanto avanza “con todo mi corazón y mi alma” en un empeño que, espera, los próximos gobiernos no puedan deshacer, el estilo conflictivo de López Obrador lo ha encaminado en una ruta de colisión con reguladores energéticos, a los que tachó de “auténticos buscapleitos”; con la policía federal, de la que dijo que “no está a la altura”, y con la “vergonzosa” dirección nacional de derechos humanos.
Carlos Urzúa, un aliado de largo tiempo, renunció en julio como ministro de Finanzas después de una brusca discusión con AMLO, en la que denunció que las decisiones políticas no se “fundaban en evidencias”. Se incorporó a una larga lista de caídos: Germán Martínez dimitió como director del Instituto Estatal de Seguridad Social (IMSS), Guillermo García Alcocer abandonó la Comisión de Regulación Energética (CRE) y Tonatiuh Guillén dejó la conducción del Instituto Nacional de Migración debido a reducciones presupuestarias, interferencias interdepartamentales y diferencias políticas.
El mensaje que muchos sacan en México es que los críticos incómodos –a los que no se considera dignos de acompañar la cruzada extremista del presidente por arrasar con la corrupción y todos los vestigios del “período neoliberal”– son enemigos o descartables. Pero también que las instituciones pueden sacrificarse en tanto el Presidente impone su plataforma intransigente en la segunda economía de América latina. “El problema es que su idea no es edificar instituciones más técnicas”, opina Jacqueline Peschard, exdirectora del organismo a cargo del acceso a la información. “Subordina todo a su relato, que es más moralizante que técnico”.
Se niega el Presidente a aceptar las insinuaciones de que podría haberse excedido en su purga del personal técnico o en las rebajas presupuestarias y de salarios que impuso en un intento por liberar fondos para el gasto social. Por caso, fustigó en Twitter al Coneval, alegando que el año pasado gastó US$ 1 millón en alquiler de oficinas antes que en estudios. Cuando Denise Dresser, una analista de izquierda que es crítica de López Obrador, dijo que debería revelar la fuente de sus datos y “mejorar las instituciones y no solo demonizarlas”, fue atacada por simpatizantes del mandatario.
López Obrador sostiene que las reducciones presupuestarias son vitales para depurar la corrupción arraigada
y construir un “nuevo paradigma” de política económica que produzca bienestar y no solo la suba del PBI.
Su cruzada contra instituciones independientes en un país en el que la oposición está moribunda y hay pocos contrapesos alarmó hasta a prominentes aliados gubernamentales. Gerardo Esquivel, designado por López Obrador en el directorio del Banco de México, ha defendido la existencia del Coneval.
Algunos observadores temen que la siguiente en la línea sea la Inegi, la agencia de estadísticas estatal, que ya debió eliminar estudios a causa de los recortes presupuestarios. Hace poco López Obrador declaró al diario izquierdista La Jornada que su presidencia “no solo fue un cambio de gobierno sino un cambio de régimen, así que medimos la cosas de manera diferente”.
México es una democracia de relativa juventud con instituciones históricamente débiles entre las que hay un poder judicial plagado de corrupción y potentes sindicatos politizados. Durante tres cuartas partes del siglo XX estuvo bajo el gobierno efectivo de un solo partido hasta que el Partido Revolucionario Institucional perdió el poder en 2000. Su retorno entre 2012 y 2018, en medio de una corrupción galopante y el agravamiento de la delincuencia, motivó el disgusto de los votantes.
Organismos creados en los años ’80 cuando México empezó a abrir su economía y a adaptarse a una era de política plural “son el producto de un período que el Presidente rechaza y critica. Toda institución creada después de 1990 corre el riesgo de ser tomada o eliminada”, alerta Antonio Ocaranza, vocero presidencial en los años ’90. Las que continúen podrían ser reformuladas para quedarse “con el hardware pero con un software por completo diferente”, agrega. En efecto, a los pocos días de desplazar a Hernández Licona, el Presidente advirtió que podría eliminar al Coneval, y trasladar a la agencia de estadísticas la tarea de medir la pobreza. El dinero que se ahorrará podría volcarse a iniciativas de reducción de la pobreza, como aumentos en las jubilaciones o subsidios estatales a jóvenes estudiantes o desempleados. “No cree en las instituciones, cree en sí mismo”, resume Krauze.
En nombre de la reorganización del gasto público, AMLO ya eliminó las comisiones de promoción de las exportaciones y del turismo, y estableció nuevas agencias de inteligencia. También socavó al regulador del sector energético mediante la designación de simpatizantes sin calificación, como un experto en refinerías de 90 años, y se trenzó en una batalla con la Corte Suprema.
Por si fuera poco, entabló ataques casi cotidianos seguidos de exigencias de disculpas a agencias calificadoras “no profesionales”, al FMI y a partes del periodismo, incluido el Financial Times, a los que llamó apologistas de políticas pasadas que protegieron a los ricos y fomentaron la corrupción.
Fuerzas Armadas son una de las pocas instituciones que se salvaron de críticas: les ha concedido mayores funciones, incluso la tarea de construir el nuevo aeropuerto proyectado.
El Presidente también ha prometido varias veces que no interferirá con el Banco Central, que ha sido autónomo en el último cuarto de siglo. Sin embargo, dijo que le gustaría que se cambiara su mandato para que pase de la preservación del valor del peso mediante la lucha contra la inflación a incluir el fomento del crecimiento. Aunque no parece inminente, “la tentación de interferir ya existe”, acota Peschard. En eso seguiría las huellas de la expresidenta Cristina Fernández, cuyas políticas heterodoxas causaron alta inflación.
Con la designación de Arturo Herrera en lugar de Urzúa como ministro de Finanzas, el Presidente dejó en claro que, además de vigilar las cuentas del país, el ministerio también tiene la misión social de combatir la desigualdad y promover la redistribución. “Asignó al Ministro de Finanzas un nuevo tipo de responsabilidad, como si fuera la de ser ministro de la felicidad social o la justicia social”, ironiza Alfonso Záralas te, analista político. Ello podría señalar un mayor énfasis en los indicadores alternativos. Y las vacantes que se producirán en los próximos años darán a López Obrador la posibilidad de dejar su marca tanto en el Banco Central como en la Corte Suprema.
Toda nueva concentración del poder no hará más que agravar la inquietud en el país. Durante buena parte del año pasado, dirigentes empresarios y líderes políticos fueron culpables de una forma de alarmismo con advertencias histéricas de que México seguirá la misma senda destructiva que Venezuela.
Aun así, en las primeras medidas de López Obrador hay algunos ecos del finado Hugo Chávez. Al igual que el venezolano, el mexicano tiene una confianza ilimitada en sí mismo como salvador, y se dirige a las elites en nombre de una mayoría pobre. Ambos promovieron grandiosos proyectos de renovación nacional: en el caso de AMLO se trata de la “Cuarta Transformación” que promete que será tan definitoria como la independencia y las reformas liberales del siglo XIX y la Revolución mexicana de hace 100 años. Mientras que Chávez reescribió la Constitución en el “librito azul”, López Obrador condensa su visión económica en un volumen titulado La economía moral, que debe publicarse el 1° de diciembre.
Muchos empresarios y economistas ven con nerviosismo que López Obrador, famoso por su terquedad –su frase cuando le preguntan por el empeoramiento de los pronósticos económicos es “Tengo otros datos”–, empiece a tornarse errático. “Es muy claro que se está repitiendo la historia de lo que pasó a comienzos de los años ’70… La economía no crece. Cuando eso sea evidente hasta para AMLO, se dará cuenta de que tendrá que abandonar las restricciones fiscales”, comenta un economista mexicano que asesora a inversores y que pidió no ser identificado. “Cuando eso ocurra, las agencias calificadoras no tendrán más alternativa que bajar la nota –añade. Habrá una estampida de capitales extranjeros (de México) y el peso explotará… No veo cómo esto no terminará en crisis”.