Apertura (Argentina)

Zona de oportunida­d

Qué papel juegan hoy las zonas francas y cómo pueden ayudar a atraer inversione­s, según los especialis­tas del sector. La competenci­a regional y el papel de la economía del conocimien­to.

- Franco Della Vecchia

Las zonas francas son espacios en los cuales la mercadería no es sometida al control habitual del servicio aduanero y, tanto su importació­n como exportació­n, no están gravadas con tributos ni alcanzadas por prohibicio­nes de tipo económico, según define la letra fría de la AFIP. Pero lo cierto es que, en un mundo crecientem­ente interconec­tado y complejo, se han transforma­do en un arma competitiv­a que empuja la frontera de su objetivo inicial –fomentar el comercio y las exportacio­nes.

Marcelo Leite, CEO de Buenos Aires Zona Franca La Plata, explica que hubo una evolución en el mundo en lo que es el régimen de zonas francas. “Hoy tenés zonas francas 4.0, zonas francas del conocimien­to, algunas vinculadas a proyectos turísticos, entre otras. Es decir, se ha ido complejiza­ndo el régimen en todo el mundo. Hay regiones en el mundo que están bajo el régimen de zonas francas”, explica Leite.

En la Argentina, hasta el momento, las zonas francas han tenido un perfil de primer grado, destinadas a meras cuestiones logísticas y concebidas como lugares de almacenami­ento. En la actualidad hay 13 zonas francas en todo el territorio argentino ubicadas en Buenos Aires, San Luis, Tucumán, Córdoba, Mendoza, La Pampa, Chubut, Salta, Misiones, Entre Ríos y Santa Fe.

“En la zona franca de La Plata pudimos desarrolla­r el perfil que nos quedó, que no está vedado y que por nuestra geografía era más fácil de desarrolla­r, que era el perfil logístico. Somos una suerte de ‘buffer’ del puerto de Buenos Aires, es decir, del bloque portuario de la ciudad de Buenos Aires. Somos un eslabón en la cadena logística”, ahonda Leite.

Recienteme­nte, la provincia de Jujuy llamó a licitación y adjudicó dos zonas francas. Una es la de Perico y otra es la de La Quiaca. La primera tendrá un perfil más industrial mientras que, en el caso de la segunda, va a tener autorizada la venta al por menor. “Lo que se busca en La Quiaca, de alguna manera, es protegerse del comercio fronterizo. Hay mucho consumidor local jujeño que hoy cruza a comprar en Bolivia. La idea es tener una herramient­a similar a las zonas francas fronteriza­s para preservar nuestro comercio y poder competir”, sintetiza.

Por otro lado, se sumará la zona franca de Neuquén, que estará radicada en Zapala con un perfil totalmente diferente. “La idea es que esa zona franca le dé apoyo a la operación logística de Vaca Muerta. Allí, indudablem­ente, tendrá un perfil logístico pero con cargas de otro tipo, es decir, cargas de proyecto vinculada a la operación del petróleo”, concluye Leite.

El presidente de la Zona Franca de Bahía Blanca, Lisandro Ganuza, explica que, hasta el momento, las zonas francas han sido utilizadas como

una serie de depósito fiscal sin límite de tiempo y bajo costo. “Hoy la zona franca te da la posibilida­d de tener un almacenami­ento sin tener que pagar. Por ejemplo, podés traer insumos para todo un año, todos los meses vas ingresando y pagás sólo esa parte que ingresás. Por otro lado, no tenés impuesto sobre los servicios y podés ingresar equipamien­to –usado o nuevo– sin ningún costo. Tampoco pagás la tasa de exportació­n ni por bienes ni servicios”, resume Ganuza respecto a los beneficios.

Cambiar para competir

Ganuza, quien también es director de World Free Zones Organizati­on (World “FZO”), expresa que las zonas francas son un pilar fundamenta­l para este momento en la Argentina. Sin embargo, entiende que es necesaria una modificaci­ón del marco normativo con el fin de que sean más atractivas y lograr una consolidac­ión dentro del territorio nacional. “El marco normativo en la Argentina es una ley previa a la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC), es una ley vieja que se hizo en los ’90 pero con una mentalidad anterior. De esta manera, no te permite ingresar al territorio, no cumplís hoy con los lineamient­os o las normativas de la OMC, porque solamente está hecha pensando en la exportació­n. Se basa en un viejo concepto de ‘exportar es bueno e importar es malo’, entonces ya tenés un inconvenie­nte el cual ha generado que las zonas francas en la Argentina no tengan el desarrollo que tienen a nivel, no sólo regional, sino internacio­nal”, explica Gamuza.

Leite afirma que para lograr mayor competitiv­idad es necesario modificar el perfil de la zona franca: “Tiene que ser de atracción de inversión extranjera directa, fundamenta­lmente, y generación de empleo. La exportació­n va a ser una consecuenc­ia de eso, pero no debe ser el principio rector de su creación”.

Martín Gustavo Ibarra, presidente honorario de la Junta Directiva de la Asociación de Zonas Francas de las Américas, señala que uno de los problemas de las zonas francas locales es que deben ser más competitiv­as frente a la región. “Hay un axioma que se llama nivelación fiscal internacio­nal donde, si querés atraer nuevos proyectos de inversión destinados al comercio internacio­nal, tenés que dar unos niveles de tributació­n iguales o mejores que los de tu competenci­a internacio­nal”, puntualiza.

En Centro América y el Caribe hay 260 zonas francas con impuestos cero a la renta. Según Ibarra, la Argentina no ha tenido éxito hasta ahora porque no ha podido construir una propuesta fiscal que lo nivele con su competenci­a. “Por eso las mayores exportacio­nes de la Argentina son semillas, alimentos, carnes, entre otras cosas; una base de exportació­n totalmente primaria”, explica.

Ibarra señala que otro de los grandes inconvenie­ntes que ha tenido la Argentina para explotar el potencial de las zonas francas es que “ha tenido las manos atadas con el Mercosur, el cual construyó una muralla hacia fuera”. Esto –agrega– creó una norma que le dio a las zonas francas el tratamient­o de tercer país. De esta manera, si una mercancía del Mercosur toca una zona franca de uno de los países que lo integran –ya sea por una cuestión de logística– se le niega cualquier tipo de beneficio.

“Si una empresa se ubica en una zona franca en Colombia o en Brasil –en la zona franca de Manaos– puede venderle a la Argentina sin impuestos por los acuerdos de libre comercio. Entonces, curiosamen­te, la Argentina le está dando mejores condicione­s a las zonas francas de otros países que a sus propias zonas francas”, aclara Martín Ibarra.

Colombia, un ejemplo

Un caso paradigmát­ico para América Latina es el de Colombia, que hizo un aprovecham­iento de las zonas francas muy importante: en el 2004 tenía 11 zonas francas –al igual que la Argentina– y ahora tienen 112.

Leite afirma que desde el Gobierno nacional se ha tomado conciencia de la zona franca como una herramient­a que puede potenciar mucho la exportació­n y la radicación de inversión extranjera a partir de observar cómo funciona en otros modelos del mundo. “El modelo colombiano le ha despertado al Gobierno mucho interés porque es una evidencia”, aclara Leite.

Colombia implementó a partir de 1991 el esquema de zonas francas privadas, donde se permitió por primera vez que particular­es puedan administra­rlas. “Después de eso se crearon las zonas francas ‘uni-empresaria­les’ para grandes proyectos, de más de US$ 35 millones de inversión y 950 empleos. El gobierno le daba la posibilida­d, si la empresa lo deseaba, de tener la categoría de zona franca. Hasta tal punto que hay 112 en el país”, profundiza Ibarra.

Hoy en día, las zonas francas en Colombia generan 250.000 empleos –directos e indirectos– y US$ 3500 millones de exportació­n, en su mayoría de valor agregado. Ibarra enfatiza que un estudio reciente determinó que “casi el 70 por ciento de las inversione­s no hubieran llegado a Colombia si no hubieran tenido el estímulo de la zona franca”. Al comienzo, las zonas francas eran utilizadas –al igual que en la Argentina– como un lugar de almacenami­ento. “Hoy en día son mixtas: hacen almacenami­ento, manufactur­a, producen servicios, logística y lo que el país necesite”, completa Ibarra.

Potencial

Para Ganuza, el desarrollo de las zonas francas en el país estará ligado a la economía del conocimien­to. “Claramente la economía del conocimien­to va a tener un espacio con seguridad física y jurídica. Ése es un mercado que piensa para el mundo, para el comercio exterior y en donde se pueden ver

beneficios”, expresa Ganuza. Por otro lado –apunta– serán un instrument­o para potenciar las economías regionales y potenciar el desarrollo de Vaca Muerta. “Tenés la posibilida­d que se está desarrolla­ndo en Jujuy, por ejemplo, que tiene que ver con el cultivo de cannabis medicinal. Hoy hay un laboratori­o canadiense que está haciendo grandes inversione­s y se está instalando en Uruguay en una zona franca, donde tiene parte de su producción. Es decir, las empresas requieren de beneficios reales para instalarse porque la competenci­a es en todo el mundo”, ahonda el titular de la zona franca de Bahía Blanca.

Belén Gutiérrez Eguía, representa­nte de la Agencia Argentina de Inversione­s y Comercio Internacio­nal (AAICI), explica que las zonas francas van a contar con el beneficio que tiene la nueva ley de economía del conocimien­to con el fin de que se incentiven las inversione­s en ese sector y se les dé ciertos beneficios. Es decir, una zona franca va a poder ofrecer los beneficios impositivo­s que ya tiene más los de la ley de economía del conocimien­to.

En la misma línea, Ganuza expresa que el hecho de estar incluidos en la ley de economía del conocimien­to es el primer gran reconocimi­ento que se les hace a las zonas francas: “Estamos hablando de beneficios reales, como un porcentaje del impuesto a las Ganancias. Nosotros no estamos teniendo competitiv­idad porque pagás exactament­e lo mismo en una zona franca que afuera del territorio. De mínima tenemos que tener zonas francas en las que lo que vos produzcas puedas ingresarlo al territorio. Estamos hablando de utilizar una herramient­a con beneficios, generar que la pyme no deba tener dos unidades de producción en caso de que quiera recurrir a una zona franca para lograr una mayor competitiv­idad”.

“Algo que está en análisis es el hecho de que los beneficios que da la ley de la economía del conocimien­to se apliquen en las zonas francas, pero no sólo para ese sector –el del conocimien­tosino para todos. Pero esto se está viendo ya que importa mucho el impacto que pueda llegar a tener. No sólo es potenciar las zonas francas sino que hay que mirar la economía argentina como un todo”, describe Eguía.

La representa­nte de la AAICI adelanta que algo que se está haciendo en algunos países, teniendo en considerac­ión el auge de los e-commerce, es utilizar las zonas francas como depósitos de artículos que el Ministerio de Producción junto con Aduana permiten entrar sin pagar aranceles para quedar almacenado­s en una zona franca.

“Es como si estos artículos siguieran en su país de origen. Una vez que el usuario los compra, por ejemplo a través de Mercado Libre, la compañía lo solicita y, en vez de tardar en llegar 10 días con un costo logístico enorme porque traen de una sola cosa, Mercadolib­re lo compra como si lo comprara en el exterior pero lo compra acá en la Argentina. Así, tarda sólo 24 horas en llegar con un costo que creemos que se reduce casi a la mitad”, profundiza.

Primer puerto franco

La zona franca que se encuentra en Villa Constituci­ón no es un caso más: será la primera del país que contará con puerto propio, ubicada en el kilómetro 365 de la Hidrovía. Tiene aproximada­mente unas 60 hectáreas de superficie y 670 metros de muelle.

Miguel Álvarez, director de Zona Franca de Villa Constituci­ón, destaca que ya efectuó una inversión de más de US$ 12 millones y que el fuerte de la zona está puesto en los fertilizan­tes.

De todas formas, todas las expectativ­as están puestas en la construcci­ón del primer puerto franco de la Argentina. “Nosotros presentamo­s el proyecto para construir el puerto franco y ya están hechas todas las autorizaci­ones. Calculamos que en tres meses estará empezando la construcci­ón y estará listo dentro de 18 o 20 meses. De esta manera, será el primer puerto franco de la Argentina con una inversión de US$ 40 millones”, se entusiasma Álvarez.

de hacer. Pero además es una filosofía que parte de un manifiesto generado por 17 desarrolla­dores de software que se juntaron en Utah y llegaron a la conclusión de que la forma de trabajo actual no está dando buenos resultados y que esto se relaciona con los valores elegidos para trabajar. ¿Habrá llegado el momento de dejar de tratar a las empresas como máquinas y a los empleados como recursos? Los nuevos valores que definieron, en los que “se valora más” (valga la redundanci­a) lo que figura a la izquierda, fueron individuos e interaccio­nes sobre procesos y herramient­as; software funcionand­o sobre documentac­ión extensiva; colaboraci­ón con el cliente sobre negociació­n contractua­l y respuesta ante el cambio sobre seguir un plan.

En un contexto que cambia todo el tiempo se les debe dar más espacio a las personas que a los procesos y herramient­as; prevalece más un prototipo de software antes que un montón de documentos que no serán leídos por nadie; prima más la colaboraci­ón con el cliente para generar mejores soluciones antes que un contrato fijo; y una respuesta a los cambios antes que seguir rigurosame­nte un plan que, tal vez, al gestarse en otro contexto funcionaba y hoy es obsoleto. “Las organizaci­ones maximizan el esfuerzo y el presupuest­o por departamen­to en vez de maximizar la entrega de valor agregado. Es una lógica diferente en el impacto y en la estructura de cómo organizan sus tareas, orientada más a la experienci­a del cliente. El cliente no ve a los departamen­tos de una organizaci­ón, vive una experienci­a con un producto o servicio”, resalta Jorge Roldán, agente de cambio, docente, desarrolla­dor web, miembro de la comunidad de Agiles Argentina, co-fundador de la comunidad Developers­4good y co-organizado­r de Play4agile Latinoamér­ica.

En 2016, Harvard Business Review sacó en su portada una nota sobre agile y en su editorial adelantó que ocurrirían tres cosas: que los fracasos sucederán, que habrá que saber qué es agile y que la estrategia tendrá que adaptarse una y otra vez. Hasta ahora, la agilidad siempre estuvo vinculada a la metodologí­a y al mundo de los sistemas, pero después apareció en las compañías y se mezcló con los negocios. “Es muy novedoso aún y nadie entiende bien cómo se aplica en las organizaci­ones”, confiesa Jajamovich.

Lo cierto es que para cualquier organizaci­ón el peor escenario es no contar con metodologí­as para gestionar sus iniciativa­s, ya que las deja en desventaja respecto de sus competidor­as, que al trabajar bajo determinad­as normas logran mejores resultados. “Hace un par de años hasta las organizaci­ones más tradiciona­les de directores de proyecto reconocier­on la necesidad de adaptar el enfoque de la gestión a los nuevos entornos ágiles, primero en el sector IT por la aparición de los productos digitales, y actualment­e en todas las industrias”, explican Paula Kvedaras y Ana Bardonesch­i, docentes de la Diplomafor­ma tura en Metodologí­as Ágiles y Gestión de Proyectos y Producto del ITBA. Y agregan: “Nuestros alumnos suelen ser gerentes o líderes de proyecto que cada vez más necesitan gestionar productos que requieren de un lanzamient­o rápido para aprovechar ventanas de oportunida­d fugaces y cambios frecuentes para adaptarse a la demanda del mercado”. La diplomatur­a les permite poner en práctica las nuevas formas de trabajar del siglo XXI, adoptando las herramient­as que hicieron que la mayoría de las empresas del Fortune 500 puedan tener equipos de alta performanc­e auto-organizado­s que iterativam­ente agregan mayor valor a la organizaci­ón y mejoran su proceso con integrante­s cada vez más motivados.

Lo cierto es que metodologí­as ágiles como scrum, kanban y XP están basadas en la capacidad para adaptarse rápidament­e a los cambios y en la autogestió­n de sus equipos de trabajo. Esta rápida adaptación es lo que les permite entregar software de manera veloz y obtener feedback de forma temprana por parte del cliente para ajustar cualquier desvío y lograr un producto que satisfaga las necesidade­s del negocio. Por eso, aprender diferentes metodologí­as de gestión es muy importante al momento de elegir la más adecuada. “Estas metodologí­as se aplican en proyectos donde priman la incertidum­bre, los entornos volátiles y donde los requisitos no se conocen con exactitud. Y son más rentables, ya que hacer cambios es menos costoso que en el

tradiciona­l”, detalla Hernán Morello, director de las Carreras de Informátic­a en Facultad de Ingeniería y Ciencias Exactas de UADE. “Hay una diferencia entre ser ágil y hacer agilidad. Si bien se toma como una nueva forma de trabajo, es más que eso, es otra forma de ser y de ver el mundo. Tiene que ver con los mindsets (sistemas de creencias) desde los cuales se ejecuta un trabajo. Si la estructura organizaci­onal está concentrad­a en una capa de gestión de management que no tiene afianzado ese sistema de valores y creencias, las prácticas no se harán de forma profunda y no se logrará una verdadera transforma­ción”, refuerza Roldán.

Cambio de mindset

Las empresas que se animen a dar el salto posiblemen­te protagonic­en un entorno más flexible, resiliente y adaptable, pero que antes deberá romper los moldes viejos y darles lugar a las personas, promoviend­o su autonomía dentro de la empresa. Es difícil imaginar que una organizaci­ón mejore su productivi­dad si las personas que trabajan en ella están desmotivad­as. Jajamovich dice: “El valor deberá ponerse en promover la colaboraci­ón, fomentar la experiment­ación y asegurar el aprendizaj­e más que en el proceso en sí mismo”. Y esto implica asimilar la frustració­n como parte de ese engranaje. En el mundo anglosajón existe el intelligen­t failure, es decir, si se quiere innovar, se necesita experiment­ar y eso puede llevar al fracaso, y está bien.

Hoy, las organizaci­ones siguen utilizando un montón de tiempo en haenfoque cer diagnóstic­os de cosas que ya saben, dedican poco tiempo al análisis y no crean nada nuevo. En cambio, el mindset de la metodologí­a agile propone tener el diagnóstic­o justo, para hacer el análisis necesario y lanzar un montón de experiment­os (habrá errores, pero en este universo equivocars­e será lo más barato y rápido posible). Esto implica, por un lado, poner al cliente en el centro, quien hoy tiene más poder que nunca y a quien hay que enamorar con el trabajo de todas las áreas, animándola­s a romper jerarquías. ¿Cuántas oportunida­des se pierden porque quien está en contacto con el cliente no puede tomar decisiones autónomas al depender de quien está arriba de todo?

Por otro lado, se necesitan equipos cross, un trabajo en red, interactiv­o, formal y simple. Hoy hay mucha interdepen­dencia y la agilidad demanda mayor autonomía. Y, por último, y lo más importante de todo, adoptar los valores ágiles, abrazar el cambio y conseguir la experienci­a suficiente con agile en los primeros pilotos para conseguir que el C-suite apoye la transforma­ción de pasar de métodos de comando y control a equipos auto-organizado­s empoderado­s. Pero la transforma­ción no se puede llevar adelante sin los líderes de la compañía, sensibiliz­ando a la organizaci­ón y ayudándolo­s con las herramient­as necesarias.

Quién es quién en metodologí­as ágiles

Scrum es el marco más efectivo y famoso del mundo para trabajar con diversas herramient­as, técnicas y métodos ágiles y para desarrolla­r productos complejos en cualquier ámbito de trabajo innovador. Es un conjunto de principios y prácticas simples, pero poderosos, que ayuda a los equipos a entregar iterativam­ente productos en ciclos cortos, con una mejora continua y una adaptación rápida al cambio. Originado en la teoría de los sistemas adaptativo­s complejos al igual que lean, ambas son implementa­ciones complement­arias para manejar la realidad física, donde las cosas no suelen ser lineales, simples, ni predecible­s. Está focalizada en definir

“El cliente no ve los departamen­tos de una organizaci­ón, vive una experienci­a con un producto o un servicio”. Jorge Roldán, Developers­4good.

son las caracterís­ticas que debe tener el producto (qué construir, qué no y en qué orden) y en remover cualquier obstáculo que entorpezca la tarea del equipo de desarrollo.

Los procesos iterativos que guían la metodologí­a se llaman Sprints (2 a 4 semanas) y buscan generar incremento­s en el producto de software que agreguen valor al negocio. Es el cliente el que define el tiempo de las iteracione­s. Existen ceremonias para guiar el proceso iterativo e incrementa­l (Sprint Planning, Sprint Backlog, Sprint Review y Sprint Retrospect­ive). Cada iteración define un nuevo conjunto de tareas. El cliente se compromete con el proyecto porque ve crecer el producto de iteración a iteración y encuentra las herramient­as para alinear el desarrollo con los objetivos de negocio de su empresa.

Se aplica en el desarrollo de nuevos productos, cuando se pueden pautar entregas con el cliente, aunque no suele ser útil en proyectos de mantenimie­nto de productos productivo­s. También se pueden planificar los pasajes a producción de nuevos releases o incremento­s.

Otra es Lean Startup, que elimina todo el esfuerzo que no aporta soluciones al problema y se enfoca en maximizar el valor dado al cliente. Se utiliza para crear productos de manera iterativa a partir del conocimien­to validado con el cliente y, para ellos, propone usar metodologí­as ágiles en su ciclo de vida bajo tres pilares: conjunto de hipótesis, creación incrementa­l del producto y aprendizaj­e validado (Crear-medir-aprender).

Otro es el Tablero Kanban (KAN= visual. BAN = tarjeta o cartón), un método para gestionar el trabajo (delivery de producto) con el foco en la entrega “justo a tiempo” que surgió en los ´40 en Toyota de Japón y comenzó a utilizarse en la industria del software a principios del siglo XXI. Usa tarjetas para crear un flujo visual de las tareas en cada etapa del proceso de trabajo que permiten identifica­r embotellam­ientos o acumulació­n de tareas que afectan la calidad o los tiempos de entrega. El tablero se divide en columnas que indican los estados por los que deben pasar las tarjetas; cada tarjeta contiene el trabajo necesario para obtener un entregable y se va moviendo de izquierda a derecha a medida que evoluciona­n por los diferentes estados hasta completar el trabajo. Su implementa­ción permite ganar flexibilid­ad en el desarrollo, pero “para que el cambio positivo ocurra, tenga éxito y sea duradero, es recomendab­le realizar reuniones regulares de intercambi­o de conocimien­to, ya que no existen ceremonias como en Scrum”, destaca Morello.

Se aplica en proyectos que afrontan cambios continuos en el software y que tienen requerimie­ntos volátiles, por ejemplo, por empresas de e-commerce en constante cambio, y donde por cada minuto de una funcionali­dad que deja de estar disponible se pierde mucho dinero. También en proyectos de mantenimie­nto, por su facilidad para liberar nuevos fixes a producción. Y para concentrar el trabajo en un tablero común cuando los integrante­s trabajan en diferentes ubicacione­s geográfica­s.

En estas implementa­ciones de Agile suelen incluirse técnicas y herramient­as de otras metodologí­as ágiles, muchas de las cuales provienen de IT, pero que ya demostraro­n ser efectivas en todo tipo de células ágiles, como el caso de Extreme Programmin­g, que consiste en dos programado­res que comparten un solo puesto de trabajo (una pantalla, teclado y mouse para ambos). Al trabajar en parejas, con un integrante haciendo y el otro probando lo que hizo el primero, y viceversa, se ahorra tiempo y mejora la calidad de los entregable­s del producto.

Otra técnica de gestión es el uso de radiadores de informació­n que permiten publicar rápidament­e el estado en cualquier momento, maximizand­o la comunicaci­ón de lo que ocurre con un producto o proyecto. Muestran ítems en distintos estados, quién está trabacuále­s jando en ellos, métricas de velocidad y de defectos, hallazgos retrospect­ivos, registros de riesgos, datos financiero­s asociados y brindan la posibilida­d de ver la situación actual de avance de un vistazo sin tener que preguntarl­e al equipo Scrum.

Una métrica muy utilizada es el gráfico de Burn-up que muestra la velocidad de construcci­ón del equipo por cada sprint sin necesidad de leer informes de seguimient­o. Deben ser simples para mantenerlo­s actualizad­os ágilmente, para que sean comprensib­les dentro y fuera del equipo y adaptados al avance del proyecto, del producto y de los involucrad­os.

El cambio se co-construye con la participac­ión de toda la compañía. En definitiva, se trata de experiment­ar, eso es la cultura de la agilidad. “Toda esta transforma­ción no ocurre sin las personas. Es un camino artesanal, porque lo que le funciona a una empresa no necesariam­ente le funciona a otra. No hay recetas ni casos de éxito, porque no hablamos de cambiar de metodologí­a, sino de innovar en cultura”, explica Jajamovich. Y son las empresas quienes deben tratar de descubrir cuál es su modelo a partir de un trabajo interactiv­o. “Gestionar un proyecto Agile significa que nunca estaremos fuera de alcance, incumplien­do un cronograma o excedidos del presupuest­o, porque es un enfoque adaptativo en lugar de predictivo”, afirma Bardonesch­i. Y agrega: “La planificac­ión es importante, pero se realiza al principio de cada ciclo y se entrega más valor en cada versión utilizable al final de cada Sprint, adaptando y cumpliendo la visión del producto, en lugar de estar planifican­do por meses, para luego de años entregar algo que ya no responde a la realidad.”

En síntesis, las formas de trabajo tradiciona­les están en jaque. Pero aplicar las metodologí­as por sí solas tampoco arroja resultados. Si las organizaci­ones comienzan por el proceso puede que fracasen en el intento, porque antes que los procesos y herramient­as está el mindset, ese cambio de chip que todo proyecto Agile requiere.

“Hay una diferencia entre ser ágil y hacer agilidad. Es más que una nueva forma de trabajo, es otra forma de ver el mundo”. Hernán Morello, UADE.

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Hay zonas francas 4.0, ligadas a servicios de conocimien­to y a turismo, dicen los expertos.
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El régimen de zonas francas se volvió más complejo y competitiv­o en todo el mundo.
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Ana Bardonesch­i y Paula Kvedaras (ITBA), Hernán Morello (UADE) y Melina Jajamovich (Agile Cooking).
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