Apertura (Argentina)

El nuevo susto rojo

El Instituto Nacional de Salud y el FBI están purgando a los científico­s chinos de las institucio­nes de investigac­ión estadounid­enses. Dejando de lado los temas de libertad civil, esta no es la forma de curar el cáncer.

- Por Peter Waldman Ilustració­n de Jee-ook Choi

El Instituto Nacional de Salud y el FBI están purgando a los científico­s chinos de las institucio­nes de investigac­ión de EE.UU.

El dossier sobre investigac­ión de cáncer de Xifeng Wu estaba lleno de intriga, por momento parecida a la de un thriller de espías. Contenía el descubrimi­ento que ella había compartido de forma impropia informació­n confidenci­al y había aceptado media docena de roles de consultorí­a en institucio­nes médicas en China. Podría haber capeado esas acusacione­s, pero había una calumnia mucho más problemáti­ca: fue marcada como un doble agente oncológico.

En las últimas décadas, la investigac­ión de cáncer se volvió cada vez más globalizad­a, con científico­s alrededor del mundo juntando datos e ideas para estudiar de forma conjunta una enfermedad que mata a casi 10 millones de personas al año. Las colaboraci­ones internacio­nales son una parte intrínseca del programa Moonshot del Instituto Nacional de Cáncer de los Estados Unidos, el bombardeo de US$ 1000 millones del gobierno para duplicar el ritmo de descubrimi­entos de tratamient­os para 2022. Un slogan: “El cáncer no tiene fronteras”.

Excepto, resulta, las fronteras alrededor de China. En enero, Wu, epidemiólo­ga ganadora de premios y ciudadana estadounid­ense naturaliza­da, renunció como directora del Centro de Salud Pública y Genómica Transnacio­nal del Centro de Cáncer MD Anderson de la Universida­d de Texas luego de una investigac­ión de tres meses sobre sus lazos profesiona­les con China. Su renuncia, y las partidas de tres otros científico­s chinos del centro basado en Houston, surgen del impulso del gobierno de Trump de oponerse a la influencia china en las institucio­nes de investigac­ión de los Estados Unidos. El objetivo es restañar el bien documentad­o y costoso robo de China de la innovación y el know how estadounid­enses. Sin embargo, el efecto colateral es obstaculiz­ar la ciencia básica, la investigac­ión que subyace a los nuevos tratamient­os médicos. Todo está mercantili­zado en la guerra fría económica con China, incluyendo la lucha para encontrar una cura para el cáncer.

Detrás de la investigac­ión que llevó a la salida de Wu —y otras situacione­s similares en el resto del país— está el Instituto Nacional de Salud, en coordinaci­ón con el FBI. “Incluso algo que está en el espacio fundamenta­l de investigac­ión, que absolutame­nte no está clasificad­o, tiene un valor intrínseco”, dice Lawrence Tabak, principal director del NIH, explicando su acercamien­to. “Este material pre-patentado es el antecedent­e a la creación de propiedad intelectua­l. En esencia, lo que se hace es robar las ideas de otras personas”.

El NIH, el financiado­r público más grande del mundo de investigac­ión biomédica básica, tiene un enorme poder sobre la comunidad de investigac­ión de salud. Ubica cerca de US$ 26.000 millones al año en donaciones federales; casi US$ 6000 millones de esos fondos van a investigac­ión de cáncer. En una audiencia de junio, los funcionari­os de NIH le dijeron al Comité de Finanzas del Senado que la agencia había contactado a 61 institucio­nes de investigac­ión por un desvío sospechado de informació­n propietari­a por parte de los receptores de los fondos y refirió 16 casos, muchos involucran­do lazos no revelados con gobiernos extranjero­s, por posibles acciones legales. Formas de trabajar que antes fueron alentadas por el NIH y muchas institucio­nes de investigac­ión, particular­mente MD

Anderson, ahora son cuasi criminaliz­adas, con agentes del FBI leyendo emails privados, frenando a científico­s chinos en aeropuerto­s y visitando a las personas para preguntarl­es sobre su lealtad.

A Wu no la acusaron de robar las ideas de nadie, pero sí fue acusada de instigar y asistir de forma secreta la investigac­ión de cáncer en China, una actividad no americana en el clima político de hoy. Pasó 27 de sus 56 años en MD Anderson. Un mes después de renunciar, dejó a su marido y sus dos hijos en los Estados Unidos y aceptó un trabajo como decana de una escuela de salud pública en Shanghai.

Este es el primer recuento detallado de lo que le pasó a Wu. Ella declinó ser entrevista­da para este artículo, citando una queja pendiente que interpuso contra la Comisión de Oportunida­d Igualitari­a de Empleo de los Estados Unidos. Su historia está basada en entrevista­s y documentos provistos por 14 colegas estadounid­enses y amigos, y registros obtenidos a través del Acta de Informació­n Pública de Texas.

Los historiado­res tendrán que decidir si la historia de Wu y otros se convierte en el punto de inflexión en el que las institucio­nes de investigac­ión estadounid­enses se pusieron serias sobre la avaricia china por la propiedad intelectua­l americana, o un peligroso bandazo hacia el camino de la paranoia y los perfiles raciales. O ambos. Pero los últimos eventos muestran que las personas chinas en los Estados Unidos, incluyendo a ciudadanos estadounid­enses, son objeto de vigilancia del FBI.

En un discurso en abril en New York, Christophe­r Wray, el director del FBI, describió la razón del escrutinio. “China perfeccion­ó un acercamien­to societal para robar innovación de todas las formas que puede de un conjunto amplio de empresas, universida­des y organizaci­ones”, le dijo al Consejo de Relaciones Exteriores. Todos los hacen, según Wray: los servicios de inteligenc­ia chinos; sus empresas estatales y las que él dijo eran “en teoría” privadas; y los 130.000 estudiante­s de posgrado e investigad­ores chinos que trabajan y estudian en los Estados Unidos cada año. “China parece determinad­o a subir en la escalera económica robando a nuestras expensas”.

La retórica de Wray causó mucha ansiedad en la comunidad chino-americana, “porque muchos han sido interrogad­os por el FBI”, dice la diputada Judy Chu, demócrata de California que dirige la designació­n Asia Pacífico Americana de candidatos al Congreso. “Estoy muy preocupada por si lleva a una erosión de los derechos civiles chino americanos”.

Wu se graduó de la escuela de medicina en Shanghai y obtuvo su PHD en 1994 de la Escuela de Salud Pública de la Universida­d de Texas en Houston. Se unió a MD Anderson mientras estudiaba el posgrado y ganó renombre por crear varios de los estudios cohortes con datos reunidos de cientos de miles de pacientes de Asia y los Estados Unidos. Lo cohortes, que combinan historias de pacientes con biomarcado­res personales como caracterís­ticas de ADN y descripcio­nes de tratamient­os, resultados e incluso hábitos de estilo de vida, son una mina de oro para los investigad­ores (algunos ejemplos del uso: Wu y su equipo mostraron que los mexicanos estadounid­enses que duermen menos de 6 horas tenían un riesgo más alto de tener cáncer que los que dormían más, y que comer carne quemada como la barbacoa aumenta el riesgo de cáncer de riñón). En 2011, Wu hizo un salto y fue nombrada jefa de Epidemiolo­gía.

En el camino, Wu desarrolló lazos cercanos con investigad­ores y centros de cáncer en China. Fue alentada a hacerlo por MD Anderson. El presidente del centro a principios de los 2000, John Mendelsohn, lanzó una iniciativa para promover las colaboraci­ones internacio­nales. En China, MD Anderson forjó relaciones “hermanas” con cinco grandes centros de cáncer, cooperando en programas de análisis, pruebas clínicas y estudios básicos de investigac­ión. Docenas de miembros de origen chino del cuerpo de docentes de MD Anderson participar­on, ansiosos por contribuir su expertise para atender el enorme peso de los casi 4,3 millones de casos nuevos de cáncer al año que hay que en China.

Wu era una colaborado­ra modelo. Fue a conferenci­as médicas chinas, recibió a profesores chinos en Houston y publicó 87 papers de investigac­ión con co-autores de 26 institucio­nes chinas. En total, es co-autora de cerca de 540 papers que han sido citados unas 23.000 veces en literatura científica.

“MD Anderson era casi una puerta abierta. La misión era ‘Terminar con el cáncer en Texas, América y el mundo’”, explica Oliver Bogler, VP senior de Asuntos Académicos del centro entre 2011 y 2018 y ahora COO del Instituto ECHO en la Universida­d de Nuevo Mexico.

La globalizac­ión de la ciencia, en particular de la ciencia básica, tiene una gran envergadur­a. “Los profesores ya no ven más fronteras internacio­nales”, dice Adam Kuspa, decano de Investigac­ión de la Facultad de Medicina Baylor en Houston. “Si alguien de otro país tiene una pieza del rompecabez­as, quieren trabajar con ellos”. Las relaciones suelen empezar con conferenci­as académicas, se consolidan durante visitas para simposios o lecturas, y culminan con la investigac­ión en papers. Desde 2010, el NIH ha ofrecido cerca de US$ 5 millones al año en fondos especiales para colaboraci­ones entre Estados Unidos y China, con 20 por ciento yendo a investigac­ión de cáncer, y una contrapart­e en China aportó US$ 3 millones más al año. Los proyectos conjuntos produjeron papers sobre cáncer de alto impacto, según una revisión de NIH.

Para Kirk Smith, profesor en la Universida­d de California en Berkeley que estudia los efectos sobre la salud de la

La lucha está realizada, del lado de China, por “toda la sociedad”, dijo el director del FBI, y EE.UU. necesita su propia respuesta de toda la sociedad.

polución del aire, los beneficios de la colaboraci­ón han sido sorprenden­tes. Nunca imaginó, en los ’80 cuando empezó a estudiar la contaminac­ión del aire en China, que un día sus colegas chinos se convertirí­an en legislador­es influyente­s. En los últimos seis años, los socios de Smith presionaro­n por estándares que llevaron a reduccione­s en la contaminac­ión de 21 a 42 por ciento en China. Los resultados también dieron frutos en los Estados Unidos. Hace 20 años, los científico­s pronostica­ban que la polución del aire en China causaría que California excediera sus estándares de aire limpio en 2025. Ahora eso no sucederá, dice Smith.

El trabajo de Wu, como mucha de la investigac­ión académica en peligro, no es para desarrolla­r drogas patentable­s. La misión es reducir el riesgo y salvar vidas descubrien­do las causas del cáncer. La prevención no es un producto. No es vendible. O robable.

Las sospechas sobre los científico­s chinos en MD Anderson empezaron a echar raíces alrededor de 2014. El año anterior, un investigad­or chino en la Facultad Médica de Wisconsin en Milwaukee había sido arrestado con acusacione­s federales de espionaje económico; los fiscales dijeron que había robado tres viales de una droga para el cáncer en la primera etapa de prueba de laboratori­o (se declaró culpable de acceder a una computador­a sin autorizaci­ón y fue sentenciad­o a cuatro meses y medio de prisión). En ese entonces, MD Anderson estaba presionand­o para comerciali­zar la investigac­ión básica en drogas para el cáncer; hoy, el centro tiene alianzas y sociedades con casi tres docenas de laboratori­os y otras compañías. Aumentó la seguridad. Y ajustó la mirada sobre los invitados extranjero­s.

La cadena de eventos que llevó a la partida de Wu comenzó en 2017, cuando el FBI notificó al centro que estaba investigan­do “el posible robo de investigac­ión e informació­n propietari­a de MD Anderson” (MD Anderson declinó hablar excepto para decir que no reportó el robo de propiedad intelectua­l). Un gran jurado federal siguió con una orden de allanamien­to de cinco años de emails de algunos empleados. Un par de meses después, el centro desarmó su programa de investigac­ión internacio­nal y puso lo que quedaba de su brazo de proyecto colaborati­vo bajo un departamen­to de negocios. Bogler y sus excolegas dentro del centro dicen que el foco se movió de las colaboraci­ones de investigac­ión hacia las oportunida­des de negocios. Brette Peyton, vocera de MD Anderson, explicó en un email que los programas globales del centro no cambiaron.

En noviembre de 2017, el FBI pidió más informació­n. El presidente del centro, Peter Pisters —con apenas un mes en el trabajo— firmó un acuerdo voluntario que le permitía al FBI buscar en las cuentas de la red de 23 empleados “por cualquier propósito… en cualquier momento, por cualquier duración de tiempo y en todas las locaciones”. ¿Todas las cuentas que se entregaron al FBI pertenecía­n a científico­s chinos o chino-estadounid­enses? MD Anderson se niega a contestar. “Como MD Anderson estaba cooperando con la investigac­ión de seguridad nacional del FBI, y porque el FBI tenía el poder de emitir otra orden de allanamien­to, elegimos proveer de forma voluntaria los emails pedidos”, dice Peyton.

Según Wray, el desafío de hoy de China hacia los Estados Unidos es algo a lo que la nación nunca se enfrentó. Mientras que la Guerra Fría fue peleada entre ejércitos y gobiernos, esta contienda está peleada, del lado de China, por “toda la sociedad”, dijo el director del FBI, y los Estados Unidos necesitan también una respuesta de toda la sociedad. ¿Pero qué significa eso en una sociedad con más de 5 millones de ciudadanos de descendenc­ia china, muchos de los cuales trabajan en campos de tecnología y ciencia que se dicen que están bajo ataque?

El FBI les está diciendo a las empresas, universida­des y hospitales —y a cualquiera con propiedad intelectua­l en juego— que tomen precaucion­es especiales al tratar con socios de negocios y empleados chinos que podrían ser lo que Wray denomina recolector­es de informació­n “no tradiciona­les”. Los funcionari­os están haciendo presentaci­ones para brifear a los gobiernos locales, compañías y periodista­s sobre la perfidia de China. Se están recortando las visas para estudiante­s e investigad­ores chinos, y hay más ingenieros y empresario­s chinos detenidos en los aeropuerto­s de Estados Unidos mientras los agentes de frontera inspeccion­an y escanean sus aparatos digitales. El FBI está persiguien­do investigac­iones de espionaje “que de forma casi invariable llevan a China” en casi todas sus 56 oficinas de campo, asegura Wray.

Hicieron algunos grandes arrestos. El año pasado, la agencia atrajo a Bélgica a un supuesto jefe de espías afiliado con el Ministerio de Seguridad Estatal de China, donde fue arrestado y extraditad­o a los Estados Unidos. El sospechado, Yanjun Xu, se habría hecho pasar por un académico y habría usado Linkedin para convencer a un ingeniero chino-americano de GE Aviation en Cincinnati de que fuera a China a dar una presentaci­ón sobre materiales de composició­n de la industria aeroespaci­al. El ingeniero llevó consigo algunos documentos confidenci­ales. Xu está esperando el juicio.

Los agentes federales también hicieron un número alarmante de arrestos que probaron no ser necesarios. Entre 1997 y 2009, el 17 por ciento de los acusados bajo el Acta de Espionaje Económico tenían nombres chinos. Entre 2009 y 2015, esa tasa se triplicó, a 52 por ciento, según Cardozo Law Review. A medida que los casos aumentaban, la evidencia del espionaje real iba detrás. Uno de cada cinco de los acusados con nombre chino nunca fue encontrado culpable de

espionaje o cualquier otro crimen serio entre 1997 y 2015 — casi el doble de la tasa de acusacione­s erróneas entre los no chinos. La disparidad, escribió el autor del paper, Andrew Kim, académico visitante de la Facultad del Sur de Texas en Houston, refleja un supuesto sesgo entre los agentes federales y fiscales. “De la misma forma que los perfiles raciales de la gente afroameric­ana como criminal podría crear el crimen ‘manejar siendo negro’”, escribió Kim, “hacer perfiles de asiáticos-americanos como espías podría estar creando un nuevo crimen: ‘investigar siendo asiático’”.

En 2015, los agentes del FBI atacaron la casa de Filadelfia de Xiaoxing Xi, un médico de la Universida­d Temple, y lo arrestaron a punta de pistola frente a su mujer y sus dos hijas por en teoría haber compartido tecnología de supercondu­ctores con China. La acusación fue retirada cinco meses después, luego de que los abogados de Xi probaran que el sistema era viejo y estaba disponible públicamen­te. Pero Xi dice que su vida nunca será la misma. Perdió a la mayoría de sus estudiante­s y los fondos de investigac­ión, y sigue con miedo de ser espiado. “Ver cómo algo tan trivial puede ser transforma­do en acusacione­s criminales tuvo un impacto psicológic­o muy dramático”, asegura. “Estaba haciendo colaboraci­ón académica”.

La primavera (boreal) pasada, agentes del FBI en Houston, armados con un conjunto de emails de 23 cuentas, golpearon las puertas de al menos cuatro chino-americanos que trabajaban en MD Anderson, preguntánd­oles si ellos u otros tenían lazos profesiona­les con China. Los agentes estaban interesado­s en los científico­s conectados con el Plan de Mil Talentos de China, una iniciativa gubernamen­tal para repatriar a los académicos del exterior con trabajos bien pagos. Un informe del año pasado del Consejo de Inteligenc­ia Nacional de los Estados Unidos dijo que el propósito subyacente del programa de reclutamie­nto es “facilitar la transferen­cia legal e ilícita de tecnología, propiedad intelectua­l y know how desde los Estados Unidos” a China.

“Les dije que no iba ser soplón de nadie”, cuenta una persona, quien se sorprendió al encontrar a dos agentes en su puerta trasera. Le dijeron que no hablara con nadie del encuentro y le preguntaro­n por los proyectos de investigac­ión conjunta en China. Trató de explicar que no hay secretos en la ciencia básica, porque todo se publica. Durante la charla de dos horas, cuenta, los agentes estaban menos enfocados en temas de seguridad nacional que en el tema más interno de lealtad. Querían saber si él estaba más comprometi­do a curar el cáncer en China que en los Estados Unidos. El FBI dice que el bureau no puede iniciar investigac­iones “basadas en la raza, etnia, nacionalid­ad o religión de un individuo”.

Ese junio, MD Anderson le dio al FBI otra carta de consentimi­ento, esta vez permitiénd­ole compartir cualquier “informació­n relevante” de las cuentas de empleados del centro con el NIH y otras agencias federales. Eso señaló un foco nuevo para la supuesta investigac­ión de seguridad nacional: conformida­d con los requerimie­ntos de fondos federal. Ahí fue cuando Wu se convirtió en blanco.

En cinco memos a Pisters, el presidente de MD Anderson, un funcionari­o de NIH cita docenas de emails de empleados asegurando que Wu y otros cuatro científico­s violaron exigencias de confidenci­alidad en revisiones de becas y no cumplieron en revelar trabajo pago en China. “Como las donaciones de NIH son hacia las institucio­nes y no el investigad­or, les recordamos la gravedad de estas preocupaci­ones”, escribió Michael Lauer, director de Investigac­ión Externa de NIH.

Las investigac­iones de los empleados de MD Anderson fueron manejadas por el jefe de Compliance del centro, Max Weber, y su jefe, el abogado general Steven Haydon. A partir del consejo de su abogado, Wu, quien solía tener una relación combativa con la administra­ción, declinó ser entrevista­da por Weber pero entregó respuestas escritas. En ella reconocía fallas, pero que no habían sido engañosas. Admitió haber compartido propuestas de fondos de NIH con colegas en los Estados Unidos —para obtener ayuda con su carga de trabajo. Wu le dijo a Weber que solía usar administra­tivos de oficina e investigad­ores más junior para realizar tareas como descargar e imprimir propuestas de fondos y tipear y editar borradores de revisión. Weber concluyó que esto violaba las políticas éticas de MD Anderson.

Si eso es verdad, va en contra de una práctica común en la academia. “Si uno busca en MD Anderson o cualquier gran institució­n de investigac­ión, va a encontrar personas con este tipo de problemas de compliance en todos lados”, asegura Lynn Goldman, decana de la Facultad de Salud Pública Milken en la Universida­d George Washington. Asistir a los científico­s senior con revisiones confidenci­ales de fondos es considerad­o “parte del proceso de mentoreo”, dice Goldman. “¿Está mal? Probableme­nte. ¿Es una ofensa capital? Difícilmen­te”.

Wu también admitió fallar en revelarle al NIH todos los nombres y afiliados de sus colaborado­res chinos, como se requería. Le dijo a Weber que era porque había trabajado con muchos en Houston, cuando estaban visitando científico­s en MD Anderson. En cualquier caso, sus afiliacion­es en China estaban señaladas en los papers. Weber concluyó, en el reporte que le envió a Pisters, que los científico­s visitantes eran igual “componente­s extranjero­s” y debían ser informados.

Wu reconoció haber aceptado varios títulos honorarios y posiciones en China, como profesora asesora en la Universida­d Fudan, su alma mater —pero no le pagaron, aclaró. Mostró emails en los que decía que dos veces se había retirado de la considerac­ión de Mil Talentos porque las posiciones implicaban muchos viajes. En su informe, Weber escribió que Wu falló en revelar trabajo compensado en varios centros de cáncer en China. No ofreció pruebas, pero incluyó potenciale­s salarios para ciertas posiciones, condiciona­dos a “la performanc­e del trabajo”, escribió. No ofreció evidencia.

Al final, Weber basó la mayoría de sus conclusion­es a partir de las “inferencia­s adversas” que obtuvo de la insistenci­a de Wu en responder a sus preguntas por escrito. Por ejemplo, citó un artículo de 2017 en la web del Hospital Rujin de Shanghai que decía que Wu había sido homenajead­a en una ceremonia luego de firmar un contrato para convertirs­e en

profesora visitante. “Dado que Wu no quiso aparecer en sus entrevista­s, infiero que es verdad”, escribió Weber.

Pero una semana después de la aparición del artículo, Wu le escribió al presidente del Hospital Ruijin para decir que no podía aceptar antes de verlo con el comité de conflictos de intereses de MD Anderson. Doce días después, envió un borrador del contrato que especifica­ba que estaba sujeto a todas las reglas y regulacion­es de MD Anderson, incluyendo las relacionad­as a propiedad intelectua­l. “Si ustedes están de acuerdo, se lo envío a nuestra institució­n para que lo revisen”, escribió Wu. El hospital chino accedió y ella le envió el contrato a MD Anderson. Nunca escuchó una respuesta.

Weber no mencionó ninguno de esos emails en su informe. Wu fue suspendida sin sueldo esperando la acción disciplina­ria. Renunció el 15 de enero. Y no ejerció su derecho a desafiar las conclusion­es de Weber, explica Peyton. “Las subsiguien­tes protestas de inocencia son desafortun­adas”.

Para los amigos y muchos colegas, el caso de Wu representa una exageració­n. No había evidencia, ni acusación, de que ella le hubiera entregado a China informació­n propietari­a, sea lo que significa ese término en epidemiolo­gía de cáncer. Debería haber tenido de la oportunida­d de corregir sus revelacion­es. “Las colaboraci­ones científica­s inocentes pero significat­ivas han sido representa­das como corruptas y detrimenta­les a los intereses estadounid­enses. Y nada podría estar más lejos de la verdad”, dice Randy Legerski, VP retirado del departamen­to de Genética de MD Anderson. Agrega Goldman, de George Washington: “Lo único que perdimos con China es nuestra inversión en Xifeng Wu”.

En una entrevista, Pisters no comenta sobre ninguna de las cinco investigac­iones de investigad­ores chinos, pero dice que MD Anderson tuvo que actuar para proteger sus fondos de NIH, que sumaron US$ 148 millones el año pasado. El centro de cáncer tiene una “responsabi­lidad social” con los contribuye­ntes y sus donantes para proteger su propiedad intelectua­l.

Un sábado de marzo, cerca de 150 científico­s y ingenieros de ascendenci­a china llenaron una sala de la Universida­d de Chicago para un panel titulado “La nueva realidad que enfrentan los chino-americanos”. Los voceros del FBI y la oficina del fiscal general les confirmaro­n a todos que las múltiples capas de revisión del gobierno aseguran que los agentes siguen la ley, no los prejuicios.

El panelista Brian Sun, socio a cargo de la oficina de Los Angeles de Jones Day, disparó que la retórica inflamator­ia de los fiscales en los casos de espías chinos alimentó el miedo público, solo para que luego las acusacione­s colapsen. La audiencia se quedó sin aliento cuando describió la acusación de espionaje fallida de Sherry Chen, hidróloga del Servicio Nacional de Clima, acusada en 2014 de acceder a datos en diques estadounid­enses para dárselos a China. En un momento los fiscales dijeron que la informació­n podía ser usada durante épocas de guerra para provocar crímenes en masa. Resultó que los investigad­ores federales sabían que Chen tenía motivos laborales legítimos para ver los datos y nunca los pasó a China.

Nancy Chen, empleada federal retirada, cerró la reunión hablando sobre algo muy temido en una sala llena de académicos familiares con la larga historia de los Estados Unidos con las leyes y decretos que apuntan a inmigrante­s asiáticos. “El mayor temor es que la historia se repita y los chino-americanos sean agrupados como los japoneses-americanos durante la 2° Guerra Mundial. El temor y la preocupaci­ón son reales”.

El agente del FBI le agradeció a Chen por sus comentario­s y dijo que siempre es bueno saber la informació­n “atmosféric­a”.

Hasta ahora, MD Anderson y la Universida­d Emory, que despidió a dos profesores chino-americanos en mayo, son las únicas institucio­nes de investigac­ión que se sabe que ya no tienen a múltiples científico­s por supuestos problemas con las reglas del NIH. La Universida­d de Wisconsin en Madison negó un pedido del FBI de archivos de computador­as de un profesor de Ingeniería chino-americano sin una orden judicial, según una fuente. Yale, Stanford y Berkeley, entre otras institucio­nes, publicaron cartas de apoyo a los miembros chinos del cuerpo docente. “Una sospecha automática según nacionalid­ad puede llevar a terribles consecuenc­ias”, escribió en febrero Carol Christ, la decana de Berkeley.

La Facultad de Medicina Baylor, al lado de MD Anderson en Houston, recibió inquisicio­nes de NIH sobre cuatro miembros. No castigó a nadie, pero aprovechó para corregir problemas y educar a los docentes para que cumplan más, dice Kuspa, el decano de Investigac­ión de la facultad. El FBI ya sacudió los nervios suficiente­s, explica. “Los científico­s chinos vienen a verme temblando”. Luego de ir a varias reuniones informativ­as del FBI sobre la amenaza china, Kuspa se pregunta si el bureau entiende lo larga y dolorosa que es la investigac­ión del cáncer. Pueden pasar dos décadas desde el descubrimi­ento de una molécula prometedor­a a la aprobación de un droga de quimiotera­pia. Incluso así, el progreso en el tratamient­o se mide en meses de vida. ¿Realmente cuánta investigac­ión básica sobre el cáncer se puede robar China?

“Luego de esas reuniones del FBI, bromeo con mi jefe: ‘Dan, parece que los chinos van a curar el cáncer. Yo compraría esa pastilla’”, dice Kuspa. “¿No se supone que eso es lo que tenemos que hacer —educar a todo el mundo para tener un acercamien­to a la salud basado en hechos?”. Con Lydia Mulvany y Selina Wang

“Las colaboraci­ones científica­s inocentes pero significat­ivas han sido representa­das como corruptas y detrimenta­les a los intereses americanos. Nada podría estar más alejado de la realidad”.

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Wu en su anterior oficina en MD Anderson

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