Apertura (Argentina)

Escenario político

El presidente electo se prepara para la Casa Rosada en un contexto de recesión y deterioro de los indicadore­s sociales. Gestionar la disputa interna en la coalición oficialist­a y ganar tiempo para ofrecer señales de recuperaci­ón económica, sus retos.

- Por Elizabeth Peger, editora de Política de El Cronista Comercial

La transición hacia el nuevo gobierno que Alberto Fernández comandará desde el próximo 10 de diciembre está en plenitud. Su desembarco en la Casa Rosada formalizar­á en la práctica el nuevo mapa de poder político que emergió de las urnas el 27 de octubre, aunque habrá que aguardar para dilucidar la forma en que ese poder se repartirá puertas adentro del gobernante Frente de Todos. Que esa balanza se incline hacia una hegemonía kirchneris­ta o se apalanque en el dominio del peronismo tradiciona­l será determinan­te para interpreta­r el sentido de los tiempos políticos que vienen en la Argentina. Pero también ese desenlace constituir­á una respuesta contundent­e para quienes reclaman definicion­es sobre el rumbo que emprenderá la política económica en los próximos meses.

El resultado de octubre comenzó a despejar algunas de esas incógnitas. En primer lugar, puso fin a los temores de aquellos que, descontand­o una repetición de la definición de las primarias, esperaban la emergencia de una nueva hegemonía. Contrariam­ente, las urnas terminaron por conformar un escenario de marcado equilibrio de poder, con un gobierno no mayoritari­o que estará forzado a negociar adhesiones en el Congreso para la sanción de sus principale­s iniciativa­s y una fuerte oposición que, como expresión de la voluntad del 40 por ciento de la ciudadanía y enrolada por ahora bajo el liderazgo de Mauricio Macri, hará valer la primera minoría que consolidar­á en la Cámara de Diputados cuando se consume el recambio de poder.

Ya hay varias señales de que el electo presidente tomó nota de esa coyuntura y encomendó a sus hombres de confianza aceitar el diálogo con los referentes de Juntos por el Cambio para consensuar una primera agenda legislativ­a que se abordaría tras la convocator­ia a sesiones extraordin­arias. Sus urgencias se concentran allí en la definición del presupuest­o del próximo

Noviembre 2019 año, los planes de renegociac­ión de la deuda y la estructura administra­tiva y ministeria­l que Fernández imagina que acompañará su gestión.

La foto de un Congreso hiperpolar­izado es otro dato clave que emergió de las urnas, aunque su superviven­cia en el tiempo es otro cantar y en gran medida dependerá estrechame­nte de lo que ocurra con la correlació­n de fuerzas entre los heterogéne­os espacios de poder que comulgan dentro de la coalición gobernante. También habrá que ver cuán estable se mantiene la comunión entre el PRO y el radicalism­o en la gestión diaria como principal espacio de oposición. Por lo pronto, en el albertismo más puro todos los gestos apuntan a que su principal desafío en el primer tramo de la gestión será alejar todo peligro que amenace la de por sí difícil convivenci­a entre los intereses del peronismo tradiciona­l, que expresan gobernador­es, intendente­s y sindicalis­tas, y los planteos de la dirigencia que solo responde a la voz de la electa vicepresid­enta Cristina Fernández de Kirchner.

“El objetivo primero y único es garantizar el cogobierno interno, el resto ya se verá”, repiten como un mantra en el Frente de Todos. Es su gran apuesta de corto plazo. Afirman que la conformaci­ón del gabinete que secundará a Alberto apuntará a asegurar ese equilibrio de poder dentro de la alianza gobernante, evitando cualquier decisión que pueda ser interpreta­da como una alteración de ese balance. Las medidas del primer semestre de la nueva administra­ción buscarán profundiza­r en la misma línea del mensaje. Como intentó plasmar el propio futuro mandatario en las dos fotos post-elección: la del festejo junto a la primera línea de la tropa K apenas se contaron los votos y la de dos días después en Tucumán en compañía de los referentes más poderosos de la estructura del PJ. Es claro que pragmatism­o es, para Fernández, casi como un segundo apellido.

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