CHINA SE APURA A RECUPERAR TERRENO EN LOS CHIPS
Los intentos por dar relevancia a la industria nacional de semiconductores están languideciendo
La aspiración de China de convertirse en un auténtico rival tecnológico de Estados Unidos afronta un obstáculo de base: el país no controla los semiconductores que son las piezas elementales en todo tipo de productos, desde smartphones a autos autónomos. En 2020 la economía china gastó US$ 350.000 millones en la compra de microcircuitos que se basan en la tecnología occidental, una cifra superior a lo que gastó en petróleo.
Por décadas el gobierno en Beijing intentó sin éxito crear una organización nacional para el diseño y la producción de microcircuitos propios de avanzada. El país no tiene una industria local de chips, y los productos más avanzados siguen bajo el dominio de Intel, Samsung y TSMC.
Las preocupaciones de China se agravaron durante el gobierno de Trump, cuando Estados Unidos destruyó en los hechos el negocio mundial de teléfonos de Huawei Technologies Co al obligar a los proveedores a romper lazos con ella, lo que socavó la capacidad de la compañía de producir artefactos. Las firmas alineadas con Estados Unidos dominan la industria que produce la maquinaria para fabricar microcircuitos, lo que complica más las ambiciones chinas de conseguir la autosuficiencia. Mientras tanto, la escasez de semiconductores que derivó del repunte en la demanda a causa del covid, junto con las tendencias de largo plazo, ha demostrado hasta qué punto las perturbaciones en la oferta pueden hacer estragos en la economía mundial. Funcionarios chinos saben que el país es vulnerable. “Para nosotros, la innovación tecnológica no solo tiene que ver con el crecimiento –declaró en mayo el viceprimer ministro Liu He ante científicos destacados–. Es cuestión de supervivencia”.
El presidente Xi Jinping encargó a Liu, un confidente desde la infancia y estrecho aliado político, que se ocupe de transformar las cosas. Liu ya presentó planes para poner en marcha lo que llamó “sistema nacional integral”. Una idea que se remonta al desarrollo de la bomba atómica
china durante el régimen de Mao Zedong, cuando el gobierno movilizó a científicos, industrias y a los militares para producir armas destinadas a compensar la supremacía nuclear estadounidense. Aunque China se ha transformado en una economía de mercado, la campaña de los microcircuitos ilustra el grado en que el país conserva aspectos de la planificación centralizada.
La estrategia de Liu confía mayormente en microcircuitos conocidos como semiconductores compuestos, o chips de tercera generación, que se fabrican con nuevos materiales como carburo de silicio o nitruro de galio, a través de los cuales los electrones se mueven a mayor velocidad y en teoría aumentan la potencia de procesamiento. Los semiconductores compuestos presentan un nuevo método que acerca a China la posibilidad de tomar la delantera en un campo en el que no está tan rezagada como en los microcircuitos convencionales.
Es una apuesta que dista de ser segura ya que Estados Unidos y otros también ven el potencial de esos microcircuitos y se están apurando a desarrollarlos. Aun así, el economista del Citigroup Inc, Li-gang Liu ve una oportunidad para que China active un rápido progreso tecnológico siguiendo su propio camino en vez de imitar a las empresas extranjeras. “El desacople podría ser el momento Sputnik de China, el gatillo externo de una era de rápido progreso tecnológico”, escribió en junio en una nota de investigación.
Una ventaja con la que cuenta China es su enorme mercado interno. El país prevé gastar US$ 1,4 billones en tecnologías de avanzada de aquí a 2025. Esas tecnologías podrían impulsar la demanda de circuitos de tercera generación, y los fabricantes chinos ya han gastado unos US$ 10.800 millones para expandir su capacidad de producir esos semiconductores, indica la Alianza china por la Innovación en la Industria de Semiconductores Avanzados. Desde 2014 el gobierno también ha invertido unos US$ 53.000 millones en dos fondos nacionales separados para ayudar a sus empresas nacionales.
Pero la historia de China con la fabricación de microcircuitos señala que el dinero no resuelve todos los problemas. Su iniciativa, que empezó hace unos 20 años, ha estado signada por promesas no cumplidas, proyectos abortados y derroche estatal. Y aunque las ideas gubernamentales contribuyeron a crear algunas compañías grandes, como el grupo Huahong en Shanghái, y la Corporación Internacional de Fabricantes de Semiconductores (SMIC, en inglés), China no ha producido un solo fabricante del nivel de sus principales rivales fuera de sus fronteras. En un sector en el que todas las ganancias económicas van a las dos principales compañías, solo las más grandes pueden conservar la relevancia.
Por eso China no ha podido mantener el ritmo. Los microcircuitos por lo general son evaluados en nanómetros, que es por tradición la medida del ancho de los puertos en los transistores de los circuitos; puertos más pequeños facilitan operaciones más rápidas que usan menos energía. La SMIC sostiene que puede producir chips de 14nm, aunque hoy su negocio principal consiste en la producción de chips de 28nm y otras tecnologías maduras. En comparación, Taiwan Semiconductor Manufacturing Co apunta a aumentar la producción masiva de chips de 3 nm hacia 2022, lo que pondría a la SMIC cinco o seis años atrás, suponiendo que dominara el proceso que debería conducirla hasta allí.
Mirar hacia adentro podría no alcanzar, incluso con la enorme población china. El mercado no chino es más grande que el interno, y los nuevos fabricantes que dominan en el mundo están llamados a ganar más dinero que las compañías chinas que operan principalmente en casa, señala Christopher Thomas, un investigador no residente en la Brookings Institution. Mientras tanto, las barreras que afrontan las compañías chinas fuera de su país bien podrían aumentar si las tensiones geopolíticas siguen incrementándose. Todo esto les concede recursos a los que ya están en pie para desarrollar tecnologías avanzadas con más rapidez, lo que aumenta sus ventajas. “La economía de una cadena de suministros exclusivamente para China ya no funciona”, escribió Thomas en enero en la página web de la Brookings.
Aun más, la cantidad de dinero que el gobierno chino vuelca en la fabricación de microcircuitos ha distorsionado el mercado en formas que lo tornan menos competitivo. Potentes intereses locales salieron en busca del dinero estatal promoviendo proyectos irreales con la esperanza de asegurarse subsidios y, a veces, prestigio político. Entre enero y mayo se registraron alrededor de 15.700 nuevas compañías de semiconductores, tres veces la cantidad verificada el año anterior, según un análisis del South China Morning Post.
Algunos de los fracasos posteriores fueron espectaculares. Por ejemplo, la Hongxin Semiconductor Manufacturing Co., un proyecto de US$ 20.000 millones en la ciudad de Wuhan, que contó con apoyo estatal. Prometía producir 30.000 obleas mensuales para 7 millones de microcircuitos, pero quebró a fines de 2020 antes de que hubiera producido una sola. Los medios estatales
responsabilizaron a un inversor privado que no aportó el capital que había prometido, y el gobierno debió hacerse cargo.
Más control estatal no necesariamente mejorará la dinámica contraproducente del modelo de planificación centralizada. Hasta ahora este enfoque no ha funcionado, y Roger Sheng, analista en Shanghái en la compañía Gartner Inc., advierte que hay motivos para ser escépticos respecto de un cambio. “La industria de semiconductores está muy orientada al mercado –afirma–. Es como el lanzamiento de una estación espacial, algo que se puede hacer reuniendo las mejores tecnologías. En el sector de los microcircuitos hay mucho más para tener en cuenta, de los costos a la eficiencia. Esos factores son difíciles de incorporar a las políticas estatales”.