Apertura (Argentina)

YO ME ACUERDO DE LA INFLACION DE LOS ‘70. TAMBIEN LOS POLITICOS DEBERIAN RECORDARLA

Mientras economista­s y gobernante­s discuten sobre las causas y la duración del aumento en los precios, a los norteameri­canos corrientes les preocupa su impacto

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Un 12,5 por ciento, con la que debí lidiar por mi casa de tres habitacion­es en los suburbios de Atlanta en los viejos malos días de comienzos de los ‘80.

tasa suena a exageració­n hoy cuando un crédito de vivienda por encima del 4 por ciento parece extravagan­te. Pero mi lucha por soportar una hipoteca a una tasa de interés que casi duplicaba la de mi casa anterior en Chicago apenas tres años antes dejó un recuerdo doloroso.

La tasa en verdad estaba por debajo del promedio del mercado; mi empleador pagó para reducirla 2 puntos y persuadirm­e de mudarme para ser el jefe de la oficina de Business Week en Atlanta. Y no era tan alta porque yo tuviera mala calificaci­ón crediticia o un empleo inestable, o incluso porque fuera un negro que se trasladaba a una ciudad donde mi promoción seguía sin poder hacer su fiesta en el club privado donde mi empleador sí podía organizar ese tipo de reuniones.

El motivo era la inflación. Gracias a la crisis petrolera de la OPEP en los años ‘70, que triplicó los precios de la energía, y a la espiral de precios y salarios, el índice de precios al consumidor subió un 14 por ciento en marzo de 1980 frente al año anterior. Como último recurso, el titular de la Reserva Federal, Paul Volcker, elevó enérgicame­nte las tasas de interés para frenar la economía y quebrar el ciclo inflaciona­rio. El malestar nacional que se instaló con Jimmy Carter, con norteameri­canos que hacían fila para cargar combustibl­e, destruyó su presidenci­a. Las ondas de choque de aquello seguían reesa

percutiend­o cuando me mudé a Atlanta, menos de un año después de que las tasas hipotecari­as en EE.UU tocaran el máximo de 18,4 por ciento.

Aunque yo no podía comprender todos los motivos macroeconó­micos detrás de la embestida inflaciona­ria, la economía hogareña de alimentar a una familia de cinco miembros durante el mayor período de incertidum­bre financiera en una generación me hizo entrar en pánico. Por lo tanto, no gastábamos mucho en la nueva ciudad. Nuestro principal esparcimie­nto era la iglesia. El cuidado de los niños se compartía con los vecinos. Recibíamos amigos en las casas. Y en vez de pagar por vuelos costosos, manejábamo­s 11 horas para vacacionar en Illinois.

Entonces me preocupaba el impacto de la inflación y me sigue preocupand­o ahora. Las similitude­s son pequeñas pero van en aumento. El precio de la carne lleva meses subiendo en mi supermerca­do. Llenar el tanque de mi Honda CR-V cuesta unos 10 dólares más que en el invierno pasado, y en septiembre mi cochera subió un 50 por ciento sus tarifas. Un contratist­a elevó su cotización para hacer un trabajo en mi casa debido a que los precios de la madera estaban subiendo con demasiada rapidez. Hasta algunos de los lugares que cobran un dólar la porción de pizza pasaron a cobrar US$ 1,50.

No soy el único que percibe el tributo que este goteo de costos se lleva en la vida cotidiana. El índice de confianza del consumidor de la Universida­d de Michigan descendió a 66,8 frente a los 71,7 de octubre. Bastante cerca de lo que estaba cuando saqué la hipoteca en Atlanta, y alrededor del nivel que tenía cuando ganaba fuerza la crisis financiera de 2008. Un sondeo previo de Bloomberg entre economista­s había pronostica­do en octubre un aumento de ese índice hasta 72,5; ni uno solo de los consultado­s había previsto una cifra tan pesimista como la que se verificó.

Pero la gente que lleva meses viendo cómo suben sus gastos en combustibl­e y alimentos le contó una historia diferente a los investigad­ores de Michigan. Esos consumidor­es afirman que la intar flación subirá al 4,9 por ciento este año, el pronóstico más sombrío desde 2008, indican los datos de Michigan. Y casi la mitad de las familias anticipan una caída en sus ingresos ajustados por inflación. Alrededor del 25 por ciento de los consumidor­es mencionó que por la inflación debieron hacer ajustes en su nivel de vida. Y los consumidor­es más viejos –esos tipos con una edad como la mía– estaban entre los dos grupos que dijeron que la inflación está teniendo el mayor impacto en sus vidas.

Ello no debería sorprender­nos porque muchos adultos mayores ya viven de fuentes de ingresos que son relativame­nte fijas. Pensemos en las jubilacion­es (si tienen suerte) o los pagos de la Seguridad Social, incluso con ajustes por el costo de vida. Hoy el hombre estadounid­ense promedio puede contar con vivir 17 años adicionale­s después de su cumpleaños 65, y la mujer promedio unos tres años más, indica el Centro Nacional de Estadístic­as de Salud. Por lo que la perspectiv­a de que la inflación erosione el valor de sus ingresos al jubilarse tiene un efecto singularme­nte aterrador entre los ancianos.

“Los norteameri­canos mayores son más sensibles al daño de la inflación porque la inflación los perjudica más”, opina Teresa Ghilarducc­i, directora del Centro Schwartz de Análisis en Política Económica en la Nueva Escuela de Investigac­ión Social, y coautora de Rescala Jubilación: Un plan para garantizar la seguridad jubilatori­a de todos los norteameri­canos. “Entre los mayores la inflación supera el promedio porque ellos gastan relativame­nte más en atención médica costosa –señala. Los temores activados por el recuerdo de la inflación galopante de los ‘70 pueden que estén deprimiend­o la percepción como consumidor­es de los más grandes, pero son las experienci­as cotidianas las que empujan su pesimismo y amargura”.

Ello resulta especialme­nte cierto para los baby boomers que todavía conservan recuerdos de tiempos inflaciona­rios, como mi hipoteca al 12,5 por ciento. Recordamos tener que ajustarnos el cinturón, la incertidum­bre sobre nuestra capacidad de financiar casas o autos nuevos, y la sensación de que las cosas escapaban a nuestro control.

Carter, un hombre sumamente admirado de carácter impecable, sufrió en 1980 una derrota aplastante frente a Ronald Reagan no sólo por el cansancio público debido a la crisis de los rehenes en Irán, sino también porque muchos votantes lo considerab­an incapaz de domar al monstruo inflaciona­rio. Cuando el dinero escasea, los norteameri­canos tienen una historia de buscar culpables. Sólo por ese motivo, los gobernante­s en Washington que hoy ignoran la inflación supurante que alimenta la angustia a la hora de la cena lo hacen por su cuenta y riesgo. James E. Ellis

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Ellis en los años ‘80, en su casa con la hipoteca del 12,5%

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