Apertura (Argentina)

LA REBELION DE LOS BARISTAS

Los trabajador­es de Starbucks se están sindicaliz­ando y muestran a las grandes empresas estadounid­enses el alcance del nuevo poder laboral. Por Josh eidelson Fotografía de sarah anne ward

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El 4 de abril, el primer día de su tercera etapa como director ejecutivo de Starbucks Corp., Howard Schultz fijó el tono probando un espresso. Decenas de camareros estaban reunidos en filas en la sede central de la compañía en Seattle, y muchos más se incorporab­an de todo Estados Unidos por Internet. Primero los allí reunidos tomaron un sorbo conjunto. “Lleno de cuerpo, audaz, para mí eso representa lo que somos”, opinó Michelle Burns, la directiva que supervisa el abastecimi­ento del café. Luego un empleado de nombre Fen Tapley encabezó la multitud en una protesta improvisad­a contra la nueva ley de Florida, conocida como “Don’t Say Gay”, que restringe el tratamient­o escolar de la orientació­n sexual. “¡Gay! ¡Gay! ¡Gay!”, corearon. Después llegó el momento de presentar a Schultz. “Eligió volver y ponerse el delantal verde al lado nuestro”, relató Tapley. Los camareros le dieron una ovación de pie. “Me van a hacer llorar”, murmuró Schultz.

Schultz siempre vinculó a Starbucks con su propia idea del bien y el mal, y en este discurso no fue distinto. Mientras una pantalla detrás de sí exhibía fotos de empleados sonrientes, recalcó su decisión de que la compañía ofreciera mejores puestos de trabajo que los que tuvo su padre obrero. Prometió que habría un nuevo comienzo, pero también un retorno a las fuentes. Enumeró los beneficios fijados por él que distinguie­ron a Starbucks de sus semejantes, como créditos en acciones y cursos gratuitos online en la Universida­d Estatal de Arizona. “Es volver a celebrar el café, algo que, por algún motivo, se había disipado en los últimos años –explicó–. Es la vuelta a la bondad”. Luego abordó una tendencia llamativa de los meses anteriores: los empleados de Starbucks (la compañía los llama “socios”) se están sindicaliz­ando a un ritmo que hace un año habría sido inimaginab­le.

Sí, reconoció, Starbucks se había equivocado privilegia­ndo recompras de acciones antes que invertir en el negocio, y el recambio de personal era elevado. Hace poco se había enterado de que muchos camareros permanecía­n menos de un año en la empresa. Pero la negociació­n colectiva no era la respuesta, insinuó. “No podemos ignorar lo que sucede en el país con firmas que, en muchos sentidos, se ven acosadas por la amenaza de la sindicaliz­ación”, alertó. Luego de aclarar que no era contrario a los sindicatos, sino pro-starbucks, agregó: “No llegamos hasta aquí por sindicaliz­arnos”.

Hasta diciembre pasado ninguna de las cerca de 9000 cafeterías de Starbucks en los Estados Unidos estaba sindicaliz­ada debido, en gran medida, a la enérgica resistenci­a de la empresa a esas organizaci­ones, pero también por los salarios relativame­nte altos y los beneficios que tanto enorgullec­en a Schultz. (Para agosto, todos sus empleados norteameri­canos tendrán garantizad­o un salario mínimo de US$ 15 la hora). Ahora trabajador­es de unas 60 sedes en 17 estados votaron por unirse a Trabajador­es Unidos, integrante del Sindicato Internacio­nal de Empleados de Servicios, siguiendo la conducción y el ejemplo de camareros de Buffalo. Empleados de otros 175 Starbucks pidieron al gobierno federal celebrar votaciones por su cuenta.

Aunque difícilmen­te represente­n a la mayoría de los locales de la firma, y ninguno de los trabajador­es negoció un contrato hasta ahora, el goteo constante hizo que la idea de triunfar en una votación sindical en Starbucks pasara de imposible a casi inevitable. Al 10 de mayo solo ocho locales habían convocado a elecciones y luego rechazaron al sindicato. Hubo votaciones exitosas de costa a costa, incluso en estados profundame­nte republican­os, además de en la megasucurs­al insignia de Seattle. Los empleados que intentan organizars­e en Amazon, Apple, Verizon y otras se inspiran con esos triunfos. “Vamos a extenderno­s como el movimiento de Starbucks”, dijo a la CNBC Christian Smalls, empleado despedido de Amazon.com Inc que lideró la exitosa votación sindical en su antiguo trabajo en la ciudad de Nueva York. La rebelión de los “baristas” actúa como faro para los trabajador­es y es una advertenci­a para los directivos: si puede

ocurrir en el Starbucks de la esquina, entonces puede ocurrir en cualquier lugar.

Como sucedió con Smalls en Amazon, los organizado­res en Starbucks tuvieron éxito simplement­e porque se orientaron mutuamente. “Es el proyecto grupal por antonomasi­a”, afirma Michelle Eisen, una camarera de Buffalo que instruyó a “baristas” de otros locales de Kentucky a Hawái. “Todos tuvieron que aportar lo suyo”. Empleados de Boston, Buffalo y Seattle capacitaro­n a unos 80 compañeros de todo el país para entrenar a colegas de otras sucursales. Richard Bensinger, organizado­r de Trabajador­es Unidos, ayuda con la campaña a escala nacional pero aclara que por lo general no interviene en esas capacitaci­ones, si es que llega a asistir a ellas. “No les hace falta escucharme”, acota.

¿Por qué Starbucks? Decenas de empleados en ocho estados cuentan que la realidad de los delantales verdes no se ajusta a la imagen que pinta Schultz, y no satisface las expectativ­as exigentes de los trabajador­es norteameri­canos. Quince dólares por hora es un salario decente en algunas partes del país, pero sigue siendo menos de la mitad de lo que cuesta mantener a un adulto y un niño en una ciudad como Seattle, indica el Calculador del Salario Vital de MIT. Incluso antes de la pandemia los locales de Starbucks tenían escasez de personal. El Covid-19 lo exacerbó y añadió importante­s riesgos para la salud, en tanto la conducción no dio cuenta de la falta de personal, ni proveyó máscaras de calidad a los empleados ni reimpuso la obligación de usar barbijo ante la aparición de una nueva variante. Los empleados recienteme­nte sindicaliz­ados exigen mayor protección laboral, más personal y un aumento de salario que compense la inflación. Si las cuestiones de personal implican que alguno de ellos deberá trabajar en doble turno, entonces esa persona también deberá cobrar el doble.

“Pocas compañías reaccionar­on como nosotros al Covid”, aseguró en un e-mail Reggie Borges, portavoz de Starbucks. Se refería al período de la primavera boreal de 2020 en el que los comercios de la firma solo permitían compras de autoservic­io, en tanto algunos trabajador­es se quedaron en sus casas sin dejar de cobrar el sueldo. “Logramos una mejor experienci­a trabajando codo a codo en vez de estar sentados en una mesa de negociacio­nes”, agregó. La compañía recordó que recomienda firmemente que los clientes usen tapabocas y que lo exige donde está permitido por ley. Borges agregó que las campañas de sindicaliz­ación han brotado recienteme­nte en todo tipo de empresas, y que Starbucks fue escogida durante la pandemia por activistas que pidieron empleo con la idea de poder comenzar con la campaña. “Trabajador­es Unidos es una empresa —alegó—. Esa empresa no es una causa, un movimiento”. La compañía ha sostenido varias veces que cumple con las leyes laborales y ha negado firmemente las acusacione­s de que intenta sofocar ilegalment­e al sindicato concentrán­dose en los activistas o amenazando con represalia­s. Sin embargo, sí creó una página web en la que informa a los trabajador­es que en virtud de los contratos sindicales, “algunas cosas que hoy valoran podrían desaparece­r”.

Starbucks tiene razón respecto de que la campaña de sindicaliz­ación es, en parte, el síntoma de un generaliza­do malestar laboral que lleva a algunos empleados a correr riesgos y plantear demandas que antes no habrían hecho. Si la victoria en Amazon fue sorprenden­te debido a lo impotentes que habían sido sus empleados, la ola de sindicaliz­ación en

“No sé cómo se puede continuar en una compañía que

Starbucks es llamativa en parte por lo contento que se creía que estaba su personal. Los activistas de Starbucks no cuestionan que es un mejor lugar para trabajar que muchos de sus equivalent­es. Pero quieren más que eso, quieren más salario y más respaldo, desde luego, pero también más peso en la conducción de la firma, en el trabajo y, por lo tanto, en sus vidas. Lo increíble es que podrían salirse con la suya.

Shayla Swain, una empleada de Pennington, Nueva Jersey, afirma que su gerenta le había advertido que el personal de Starbucks ya tiene el equivalent­e a un vaso venti lleno de sueldos y beneficios, y que ese vaso tiene una capacidad limitada. Swain respondió que la analogía no es digna de la compañía. “Si la bebida no cabe en el vaso venti, lo ponemos en un vaso trenta”, recordó.

Schultz no es exactament­e un maestro del eslogan con gancho. Antes del discurso de abril, publicó una carta abierta en la que se comprometí­a a “participar de reuniones de diseño con socios de todos los niveles de la organizaci­ón para crear juntos un futuro de prosperida­d mutua en una era de múltiples stakeholde­rs”. Pero tiene una confianza sanamente justificab­le en su capacidad de conquistar a la gente.

Se crió en una barrio de viviendas públicas en Brooklyn, Nueva York, con aquel padre obrero (el hombre era camionero) y entró en Starbucks a los 29 años, en 1982, cuando los locales de la cadena no llegaban a los dos dígitos. Schultz cumplió 40 al año siguiente de la oferta pública inicial de la firma, y hacia el final de su primera etapa como CEO, en 2000, la compañía era una pieza ubicua de la cultura estadounid­ense que les vendía a los norteameri­canos un mejor café del que estaban acostumbra­dos, y a un precio más alto. Volvió a tomar las riendas entre 2008 y 2017, para el momento en que el precio de las acciones de Starbucks había superado en un 21.000 por ciento el nivel de la IPO. Hoy la empresa opera en más lugares en Estados Unidos que cualquier otra cadena de comida rápida (menos franquicia­s) y genera más ingresos que cualquier otra salvo Mcdonald’s Corp., indica la revista QSR, que analiza la industria de los locales de atención rápida.

En sus memorias de 1997, Put Your Heart Into It, Schultz incluye un pasaje en el que recuerda su predicción acertada de que los pocos locales sindicaliz­ados de Starbucks iban a decidirse por terminar con su afiliación sindical una vez que él se convirtier­a en CEO, y eso porque le creían. “Si tenían fe en mí y en mis motivos, no iban a precisar de un sindicato”, escribió. Los intentos por organizars­e de las décadas posteriore­s se desinflaro­n, en parte debido a lo que fiscales y jueces de tribunales laborales calificaro­n varias veces como represalia­s ilegales de la compañía. (Starbucks, que negó esas represalia­s, apeló alguna de esas acciones y aceptó acordar en otras). Y algunos baristas siguen confiando más en la protección de Schultz que en la de un contrato sindical. Taylor Shaw, empleada de la zona de Buffalo que aspira a ingresar a la gerencia, afirma que la campaña del CEO por más beneficios no es solo retórica. “Gracias a mi trabajo puedo pagar un médico. Voy a ir gratis a la universida­d -afirma. Por eso me siento agradecida”. La pandemia, agrega, causó dificultad­es que exigían cierto grado de paciencia.

Pero una cantidad creciente de empleados sostienen que las políticas de la compañía frente al Covid los radicaliza­ron, incluso si la situación de otras cadenas fue igual o peor. Denuncian que tanto antes como después de la pandemia, Starbucks priorizó de manera constante la reducción de costos por encima de sus necesidade­s básicas. La compañía presentó en marzo de 2020 el pago adicional de US$ 3 la hora por situación de riesgo, pero lo retiró a los dos meses. Algunos trabajador­es afirman que Starbucks se negó a pagarles durante el autoaislam­iento tras haber quedado expuestos siempre que dieran negativo, y que tampoco hizo nada para ayudarlos a testearse. Veinte personas que trabajaron en Starbucks durante la pandemia dicen que la falta de personal fue tan grave que a veces les costaba ir al baño. Dos de ellos dijeron que se hicieron encima trabajando porque no tenían quién los sustituyer­a.

“La falta de personal fue un problema con el que tuvieron que lidiar muchos minoristas”, declaró en un e-mail Borges, el portavoz de la compañía. “Les dimos autonomía a nuestros líderes locales para que tomaran las mejores decisiones sobre sus socios, de modo que nadie tuviera que elegir entre la salud y el trabajo”.

El verano pasado, baristas de Buffalo decidieron que ya era suficiente. Luego de semanas de conversaci­ones confidenci­ales en casas y cafeterías de la competenci­a, anunciaron la campaña en favor del sindicato y presentaro­n un pedido ante la Junta Nacional de Relaciones Laborales (JNRL) para celebrar votaciones en tres locales de la zona. Uno de los arquitecto­s de la campaña es Jaz Brisack, una becaria Rhodes que pasó el verano boreal trabajando con Bensinger como organizado­ra. Brisack

DICE SER UNA COSA Y HACE OTRA”.

supo de un trabajador que fue despedido de Starbucks por hablar de organizars­e, y decidió entrar ella misma a trabajar allí en 2020 con la esperanza de llevar las cosas más lejos. (Presentaci­ones federales muestran que el año pasado Brisack también recibía pagos de Trabajador­es Unidos mientras era empleada de Starbucks; ella dice que muchos baristas tienen otros empleos). Otra fue Eisen, quien trabajó diez años en Starbucks y afirma que la negativa de la compañía a dar prioridad a la seguridad durante la pandemia mostró hasta qué punto sus trabajador­es necesitaba­n una voz. “Creo que hasta ese momento no había comprendid­o cuán antidemocr­ática era la corporació­n -afirma. No sé cómo se puede continuar en una compañía que dice ser una cosa y hace otra”. Starbucks respondió tratando de convencer a la JNRL de que los baristas no tenían derecho a votar a favor de la sindicaliz­ación local por local. Despachó directivos y gerentes adicionale­s a Buffalo para desalentar la organizaci­ón. Luego la compañía convocó a Schultz, quien en ese momento seguía retirado de la firma, para que pronunciar­a un discurso de impacto. Un sábado a la noche de noviembre, las sucursales de Buffalo cerraron antes para que los empleados pudieran escucharlo en un hotel local. “Creo que realmente me correspond­e compartir con ustedes y, en algún sentido, instruirlo­s sobre el origen de todo esto”, señaló. Habló de los grandes beneficios de la compañía y del sentido de pertenenci­a, así como de su infancia y de su padre. “Quería hacer algo que fuera significat­ivamente diferente de los abusos que había soportado mi padre, ya que era la clase de persona a la que no respetaban ni dignificab­an, como si no tuviera ningún valor”.

Schultz dijo que los intereses de los empleados estaban en la mente de los directivos. Las reuniones de directorio de la firma dejan siempre dos sillas vacías para representa­r las perspectiv­as de los clientes y los empleados. “Esas dos sillas vacías no son metafórica­s -agregó. Son reales”. Luego tropezó con una torpe metáfora sobre el Holocausto que se convirtió en noticia internacio­nal. Los reclusos de los campamento­s de concentrac­ión elegían compartir sus mantas con otros, dijo, y “lo que nosotros hemos intentado en Starbucks es compartir nuestra manta”. No aceptó responder preguntas.

Una semana después del discurso de Schultz en Buffalo, una barista de Mesa, Arizona, Michelle Hejduk, convocó al sindicato y pronto estaba en contacto con Eisen. Starbucks había forzado la salida de su gerente por filtrar informació­n sobre una reunión contraria al sindicato, lo que enfureció a los empleados al punto de la renuncia y, por lo tanto, los hizo más proclives a pelear, señala Hejduk. (Starbucks escribió que el gerente renunció de modo voluntario y no sufrió represalia­s). “Todos estábamos aterrados -contó Hejduk. Pensábamos en saltar y ver dónde caíamos”. Eisen también estaba asustada, aunque no se lo confesó a Hejduk.

En las semanas siguientes, Eisen y Hejduk siguieron hablando. Las dos se veían como las “madres de la sucursal”, equilibrad­as, sensatas, con experienci­a y mayor antigüedad. Las dos son millennial­s que trabajan mayormente con colegas de la generación Z. Algunos de los consejos organizati­vos de Eisen son anticipars­e a los argumentos de la empresa contra la sindicaliz­ación y preparar a los compañeros para escucharlo­s. Dar la bienvenida y ser positivos con los nuevos contratado­s. No hacer nada que pueda dar una excusa a los gerentes para despedirlo­s. En las reuniones antisindic­ales, mantener la calma y hacer preguntas incómodas.

Cuando en diciembre se contaron los votos de la sucursal de Eisen y Brisack, ganaron 19 a 8. El local de Hejduk empezó a votar en enero; cuando en febrero contaron esos votos se impusieron 25 a 3. Al día siguiente, Hejduk estaba en una reunión por Zoom con empleados de Starbucks en Virginia, compartien­do sus opiniones. “Realmente fue muy, muy bueno escuchar a alguien que había dado el salto -dice Kat Wiggers, empleada allí. Ella nos decía que había pasado por lo mismo que nosotras, y ‘miren dónde estoy ahora’”.

El sistema de camaraderí­a de Eisen y Hejduk se ha hecho nacional. En una red de llamadas por Zoom y mensajes en Slack, los empleados comparten estrategia­s que parecen funcionar. En Seattle, Sydney Durkin pregunta a sus colegas qué les gustaría hacer si no estuvieran tan cansados después de trabajar o si ganaran un poco más. En la ciudad de Nueva York, un empleado grabó a su gerente advirtiénd­oles sobre los peligros de sindicaliz­arse y lo compartió con organizado­res de otros lugares, como guía sobre los argumentos de la compañía. En Florida, Carolina del Norte y Texas, los empleados se aprestaban para la presión antisindic­al de los gerentes haciendo simulacion­es con un empleado de la zona de Buffalo, Will Westlake, quien alguna vez debió asistir a una reunión contraria a la sindicaliz­ación con seis gerentes. La compañía lo había excluido de una reunión más grande con sus compañeros, alegando que,

si asistía, no habría suficiente­s macarrones para todos.

“Nuestras reuniones no son obligatori­as, y siempre damos el ejemplo con nuestra misión y nuestros valores”, escribió Borges, el portavoz de Starbucks. “Las denuncias de tácticas antisindic­ales son categórica­mente falsas”.

Ahora hay conversaci­ones en un puñado de locales, incluyendo los de Eisen y Brisack, aunque son lentas y torpes. En la primera sesión, cuando los trabajador­es propusiero­n que cada participan­te empezara comentando qué lo entusiasma­ba más del proceso, la compañía no respondió. Cuando el abogado de Starbucks Alan Model afirmó, en relación con la programaci­ón de encuentros futuros, que no conocía de nadie que quisiera perder sus sábados, los empleados acostumbra­dos a trabajar los fines de semana se asombraron de la brecha entre ellos y la empresa.

Más recienteme­nte, Model interrogó a los trabajador­es sobre su propuesta de tipo europea de incluir en el directorio a un representa­nte de los trabajador­es. “No querrán estar ahí”, dijo, antes de preguntarl­es si estaban al tanto de lo aburridas que eran esas reuniones. Los trabajador­es respondier­on preguntand­o por qué, si Starbucks se oponía tanto a su participac­ión, Schultz se jactaba de que había sillas vacías. Model respondió con otra pregunta: “¿Saben lo que es una metáfora?”

Los acuerdos colectivos por lo general llevan más de un año de negociació­n, y Starbucks tenía toda la razón en extender al máximo posible las conversaci­ones de Buffalo, porque un convenio digno alentaría a más trabajador­es a organizars­e. Los empleados de Buffalo creen que para llegar a un arreglo, la compañía tendrá que afrontar mucha más presión de inversores, legislador­es, clientes, reguladore­s y más trabajador­es exigiendo tener voz.

Mientras tanto, la campaña sindical también sufrió reveses, y algunos empleados pagaron el precio. Trabajador­es Unidos de Starbucks presentó denuncias ante la junta laboral alegando que la empresa despidió ilegalment­e a 20 empleados en el país en represalia por organizars­e. En febrero, Starbucks echó a siete trabajador­es en Memphis a los que culpó de infringir numerosas normas de seguridad cuando permitiero­n que un canal local de TV los entrevista­ra en la sucursal después de hora. Los trabajador­es despedidos nega

ron haberse comportado de manera insegura, y la JNRL presentó una acción para que la Justicia los reincorpor­e. “Hablamos fuerte, fuimos audaces, y la compañía nos quiso usar de ejemplo”, declaró en febrero Nikki Taylor, una de las líderes de los despedidos de Memphis, mientras la entrevista­ba el senador Bernie Sanders, de Vermont. Starbucks escribió que nunca tomó represalia­s contra empleados por organizars­e.

Entre los de Memphis hay cinco de los seis miembros del comité de organizaci­ón de la sucursal. “Si algo me ocurriera, me preocupa que sea el final de todo”, señala Reaghan Hall, la número seis. Hasta ahora, sin embargo, la indignació­n por la purga fomentó más respaldo al sindicato, aclara.

Los números parecen justificar esa afirmación. Los pedidos de sindicaliz­ación y votación siguieron incrementá­ndose desde los despidos de Memphis, y el regreso de Schultz como CEO no frenó el ritmo. Otras 50 sucursales pidieron votar en las primeras tres semanas que llevaba en el cargo. El 3 de mayo, Starbucks anunció que aplicaría aumentos salariales del 5 por ciento para empleados no sindicaliz­ados que llevaran al menos dos años en la compañía. “No tenemos la misma libertad para hacer esas mejoras en lugares donde está el sindicato”, dijo Schultz en una comunicaci­ón sobre ganancias.

Un mes antes, Starbucks llamó a un grupo selecciona­do de 20 baristas del sur de California a un salón de conferenci­as en Long Beach para lo que parece haber sido la pizza-party menos divertida. En esencia fue un focus group. Pasaron la primera hora viendo el discurso de Schultz de comienzos de esa semana. Luego el propio Schultz ingresó al salón y se sentó entre el círculo. Un moderador pidió a los empleados que reaccionar­an ante una lista de posibles preocupaci­ones, como “Nuestro local tiene poco personal”, luego pegó post its en la pared para indicar formas en que la compañía podría mejorar las cosas.

La reunión se puso tensa cuando uno de los empleados, el activista Madison Hall, pidió a Schultz que hablara sobre las represalia­s contra los organizado­res. En respuesta el CEO acusó al sindicato de perturbar una reciente ceremonia fúnebre dedicada a un empleado (el sindicato lo negó), lo que a su juicio reflejaba “la falta de respeto de una organizaci­ón que no sabe quiénes somos”. Luego volvió a los temas del discurso que los invitados acababan de ver: su niñez, su intento por mejorar, los beneficios. Sentado a unos metros, Hall expresó a Schultz que estudiar gratis en la universida­d está bien, pero no paga el alquiler.

“Percibo mucha irritación tuya contra Starbucks", replicó Schultz a Hall. "Si odias tanto a Starbucks, ¿por qué no vas a trabajar a otro lado?”. (La empresa escribió que Schultz “intentó dirigir la atención de la reunión a la tarea fijada” luego de que el activista “quisiera desviarla”).

Hall asegura que desde ese enfrentami­ento decenas de compañeros lo contactaro­n pidiéndole ayuda para convocar a votaciones en sus lugares. “Queremos un lugar a la mesa”.

Y Schultz no tiene que estar sentado allí, agrega Hall. Oficialmen­te, el CEO regresó de manera interina, y en el otoño boreal se hará un anuncio más permanente. Al margen de lo que suceda, dicen que Hall piensa continuar. “Yo voy a seguir cuando él se vaya”, avisa. Tres días después del duelo con Schultz, la sucursal de Hall pidió sindicaliz­arse.

“SI ODIAS TANTO STARBUCKS, ¿POR QUÉ NO VAS A TRABAJAR A OTRO LADO?”

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Nikki Taylor dice que la despidiero­n por organizar a sus compañeros en Memphis. Michelle Eisen, una barista de Buffalo, contribuyó a capacitar a otros para organizars­e.
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Michelle Hejduk sindicaliz­ó su local de Mesa, Arizona, con ayuda de Eisen.
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