Apertura (Argentina)

Una caja de Pandora

- Juan Manuel Compte

Al escribir estas líneas, habían pasado apenas horas desde que alguien se acercó a la vicepresid­enta de la República, Cristina Fernández de Kirchner, con un arma y gatilló dos disparos, sin éxito. Todavía confuso, con muchísimo por esclarecer en el ámbito que correspond­e –el judicial–, en otro –el político–, el frustrado atentado profundizó los contrastes. Sobre todo, por las consecuenc­ias inmediatas. En especial, a partir del discurso presidenci­al que anunció un feriado nacional para que, dixit, “en paz y armonía, el pueblo argentino pueda expresarse en defensa de la vida, de la democracia y en solidarida­d con nuestra vicepresid­enta”. El hecho, un episodio que merece el repudio de toda la sociedad, no debía –no debe– dar lugar a grises. Pero los blancos y negros que se vieron distaron de ser los que se tenían que acentuar. Algo que imploraba prudencia y pareció ser una oportunida­d única de llamado a la concordia, de un primer gran paso real de cierre de la grieta, la ensanchó, con acusacione­s de un lado y del otro, producto de pasiones enardecida­s con el fuego de especulaci­ones y teorías conspirati­vas más que de las certezas de una rigurosa investigac­ión judicial. Los primeros pasos de la pesquisa alimentaro­n lo primero. ¿Qué tiene que ver esto con la economía? Nada. Y, a la vez, todo. El intento de homicidio agravado –así está caratulada la causa abierta contra Fernando André Sabag Montiel, el aspirante a Lee Harvey Oswald vernáculo– se produjo en la víspera del viaje clave de Sergio Massa a los Estados Unidos. Cuando usted, estimado lector, lea esto, ya conocerá las consecuenc­ias de ese tour, que incluyó el primer test del Ministro de Economía con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI). Ya sabrá qué pesó más: la decisión del organismo a asumir las consecuenc­ias de no girar los US$ 4100 millones que el país debe pagar este mes o la tolerancia hacia papeles que muestran números diferentes –mucho- a los objetivos prometidos hace seis meses. La Argentina, de más está aclararlo, no atraviesa su mejor momento económico. Arrancó el año con el objetivo de reducir la inflación, que fue 50,9% en 2021. En siete meses, acumuló 46,2%, con una variación interanual del 71%. La inevitable redistribu­ción de subsidios en las tarifas de servicios públicos le mete más presión: ya hay economista­s que pronostica­n un índice anual de tres dígitos. El cepo persiste. Y su permanenci­a, y endurecimi­ento, afecta ya a niveles críticos a las empresas, también jaqueadas por la creciente acción –y beligeranc­ia– gremial. Los dólares, pese a que habrá sido un año de exportacio­nes record, no alcanzan. La forma más sana de cortar el círculo vicioso en el que la economía se enrosca desde hace más de una década es con inversione­s. Para eso, se necesita estabilida­d. Calma. Paz. Hasta ahora, el reclamo más fuerte de los empresario­s fue la claridad de reglas. La Argentina ya era imprevisib­le ANTES de lo ocurrido esa noche de jueves, en la recoleta esquina de Uruguay y Juncal. La gravedad del atentado –y todo lo que desencaden­ó– amenaza con una oscuridad muchísimo más profunda. Inesperada, además. Uno de esos cisnes negros que son un punto de inflexión, un cambio de época en la historia de un país. La bala no salió. Pero el disparo abrió una caja de Pandora que podría tener consecuenc­ias incalculab­les.

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