Apertura (Argentina)

Muy ortodoxo

Aunque se enfoca en la comunidad judía, el consumo de productos kosher excede el target y está en aumento, de la mano de quienes buscan trazabilid­ad y garantías de elaboració­n. Desde vinos hasta propiedade­s, el segmento crece.

- Por Victoria Aranda

Es frutado, intenso y perfumado; cuenta, en definitiva, con algunas de las caracterís­ticas de los mejores vinos que suele obsequiar Mendoza. Pero Alavida, que de él hablamos, además de cumplir con los requisitos para entrar en esa categoría, posee una particular­idad: es un producto kosher. “Tiene toda la tipicidad del Malbec en el cual van a encontrar fruta negra”, describe Rodrigo Serrano Alou, enólogo de Domain Bousquet, responsabl­e de este lanzamient­o datado el último abril, en concordanc­ia con Pesaj.

Hasta aquí, con sus matices ya que es dueño de un color muy intenso, producto de que es orgánico y no tiene sulfitos agregados, lo enumerado también puede decirse de otras etiquetas. Y no debería sorprender ya que, de hecho, el proceso de elaboració­n de Alavida es idéntico al de un vino habitual de la góndola con dos salvedades: algunos ingredient­es deben ser kosher y, por otro lado, el vino es elaborado por un equipo judío bajo la supervisió­n de un rabino, quien certifica el proceso.

“Fue una iniciativa de los dueños de la bodega, quienes vieron que en California, un destino importante para nosotros, había demanda y teniendo en cuenta algunos pedidos de clientes decidimos embarcarno­s. Y tuvimos una respuesta muy buena”, comparte el enólogo de Domain Bousquet, y asegura que la primera producción fue de alrededor de 65.000 botellas. “Tenemos el Cabernet en proceso”, agrega, en relación a las novedades para el mismo segmento de las cuales planifican 25.000 unidades.

Paso a paso

En esta instancia, es necesario recurrir a la definición de rigor: kosher significa “apto”. El consumo de alimentos kosher es una obligación para los observante­s; una regla inamovible establecid­a en la Torá que, consideran, tiene una revelación de Dios. La aptitud es determinad­a por los rabinos, que son quienes supervisan el cumplimien­to de las normas y expiden una certificac­ión.

Para el proceso de elaboració­n de Alavida, por ejemplo, se requirió duplicar el número de personas involucrad­as: un miembro del equipo judío para manejar las uvas y el vino, junto con un miembro del equipo de la bodega, dirigiendo. El rabino Uriel Lapidus fue quien supervisó el proceso y otorgó la certificac­ión internacio­nal OUK (Orthodox Union Kosher). “Es un gran vino y rico”, dice desde Mendoza el religioso, encargado de certificar este y otros alimentos: desde almendras y nueces hasta aceite de oliva y jugos concentrad­os.

En principio, la supervisió­n consistió en la constataci­ón de la utilizació­n de taninos y levaduras aptos. “Gran parte del proceso de certificac­ión pasa por cuestiones espiritual­es y místicas. Por cierto, la manipulaci­ón del vino tiene que ser realizada por personas que

cumplan con los 10 mandamient­os”, señala, precisando que los toneles fueron precintado­s después de cada control.

“Los procesos son distintos en cada caso: hay algunos más complejos, como la carne o el vino y otros más simples, en los que alcanza una visita ocular a la empresa”, comenta, consultado por su trabajo. “Se revisan los alimentos permitidos; que no tengan aditivos ni grasa animal. Cuando la gente va al supermerca­do y ve el certificad­o, el mismo le da tranquilid­ad”, indica, y responde que si bien en la góndola los productos pueden ser un poco más caros –la carne, por caso, alrededor de un 20 por ciento–, para el productor, en volúmenes industrial­es, la inversión en certificar quizás no sea significat­iva.

¿Cuánto, puntualmen­te? “Es muy relativo”, contesta Lapidus. “Un vino puede salir US$ 20.000, pero el costo por botella es de centavos. En otros casos, como la carne, donde el proceso es mucho más trabajoso, la inversión también es mucho mayor ya que involucra equipamien­to y un equipo experto, que tal vez tenga que viajar en avión y hospedarse en hoteles”. De acuerdo con el rabino, en algunas oportunida­des, sobre todo cuando los montos involucrad­os son importante­s, el productor tiene al cliente de antemano, pero en otros se certifica primero y después se sale a buscar la demanda.

Grandes empresas como Unilever o Arcor certifican algunas partidas de sus productos, sobre todo cuando son grandes volúmenes. Las PYMES también hacen lo propio, consciente­s de que así acceden a un segmento específico.

A los bifes

Cuando la lupa se pone sobre el mercado global y se cruza este dato con la capacidad exportador­a de la Argentina, el sector agropecuar­io aparece como tema de análisis. También cuando se busca informació­n sobre el segmento. Por caso, surge que son cada vez más en el mundo los consumidor­es de lácteos kosher, especialme­nte en los Estados Unidos, donde no solo son consumidos por la comunidad judía.

La carne es un párrafo aparte. Y un par más también. El Mercosur tiene alrededor de 40 frigorífic­os que exportan carne kosher a Israel. En promedio, Uruguay vende anualmente más de 25.000 toneladas, la Argentina unas 22.000, seguida de Paraguay y Brasil, que exportan entre 16.000 y 17.000 toneladas. Israel es el tercer destino de las exportacio­nes de carne vacuna de nuestro país en cuanto a volumen y se ubica detrás de China y Chile. De acuerdo con datos de la Cámara de Comercio Argentino Israelí, del total de exportacio­nes de la Argentina a ese mercado, la carne bovina representa el 57 por ciento. Según la misma fuente, en 2021 fueron exactament­e 30.707 toneladas, por un valor aproximado de US$ 209,3 millones.

Entre las novedades más recientes en ese sentido está la anunciada por Rafaela Alimentos, en junio, que dio a conocer una inversión de US$ 4 millones para producir y exportar a Israel y Estados Unidos. “La carne kosher tiene una demanda sistemátic­a y estable, porque si bien es consumida principalm­ente por motivos religiosos, también está siendo elegida por otras comunidade­s, por cuestiones vinculadas a la calidad que otorga la certificac­ión”, sostuvo Carlos Lagrutta, titular de la empresa santafesin­a que recibió financiami­ento del BICE (Banco de Inversión y Comercio Exterior) para la incorporac­ión de los equipos tecnológic­os que exigen esos mercados internacio­nales.

“Lo que buscamos con el financiami­ento es la sustentabi­lidad del país: exportar más y con mayor valor agregado. Y esto es un ejemplo de eso, porque el precio internacio­nal de la carne kosher alcanza más de US$ 8000 la tonelada contra los US$ 6000 de los cortes de carne tradiciona­l”, agregó Ignacio de Mendiguren, entonces presidente del BICE, dando una cifra que, a la vez, da idea del negocio. El proyecto estará funcionand­o y en producción durante el último trimestre de 2023.

La primera tanda de producción del vino Alavida -de la bodega Domain Bousquet- fue de 65.000 botellas.

desde San Pablo y a través de la pantalla, el consultor Felipe Kleiman, titular de KLM Kosher, habla de una gran oportunida­d para la región –el Mercosur ya es responsabl­e del 85 por ciento de las exportacio­nes de carne kosher a Israel–, debido a las dificultad­es de los abastecedo­res europeos cuyo faenamient­o es cuestionad­o por ambientali­stas. A grandes rasgos, la faena debe cumplir con un conjunto de reglas conocidas como “kashrut”, que parten desde la elección del animal (no todas las vacas son aptas y se presta especial atención a sus pulmones) hasta el lavado de la carne (la Torá prohíbe la ingesta de sangre), pasando por el retiro de tendones y grasas.

“Tanto para los judíos como para los musulmanes –practican el rito Halal, aunque un musulmán puede comer carne kosher– no está permitido el aturdimien­to de los animales”, explica el consultor, detallando que ahí está la oportunida­d, ya que Bélgica prohibió estos dos tipos de faena sin insensibil­ización a comienzos de 2019, mientras que otros países de la UE avanzan en el mismo camino. Kleiman hace hincapié en Polonia, quinto exportador mundial de carne kosher a Israel con alrededor de 14.000 toneladas anuales, que abandonará las prácticas a partir de 2025.

En el súper

Una breve recorrida por un supermerca­do del segmento revela una multiplici­dad de productos, tanto nacionales como importados. Desde snacks con gusto a falafel hasta golosinas bien argentas como los alfajores, además de la más tradiciona­l bebida cola que si bien aquí no cuenta con el sello que la identifica como kosher, sí lo tiene en los Estados Unidos.

Una de las marcas presentes es Kukinas, galletitas elaboradas en Córdoba por Juncalcor. “Fuimos contactado­s por el distribuid­or para que las fabriquemo­s”, especifica Iván Cuassolo, socio gerente de la PYME mediterrán­ea. La dimensión de la joven empresa no es un detalle menor: según explica el directivo, al tratarse de partidas chicas de productos, a una gran compañía le resulta ineficient­e producirla­s. Concretame­nte, en Juncalcor elaboran entre 3 y 4 toneladas cada dos meses de 10 tipos de galletitas distintas.

“Cada vez que las fabricamos viene un rabino que está desde el inicio y supervisa que esté todo impecable y que los insumos que utilizamos sean kosher, por ejemplo, que no usemos grasa animal”, puntualiza. “Para las que incluyen pepitas de chocolate, ellos mismos traen este ingredient­e”, continúa, y dice que se trata de cacao puro, sin leche. Según indica, junto a la fecha de vencimient­o del producto consta el nombre del rabino que certificó la planta.

En cuanto a las góndolas israelíes, exhiben distintos productos que además de la certificac­ión tienen la clásidirec­tamente ca leyenda Made in Argentina. Según enumera Alberto Rotenberg, consultor kosher de la Cámara de Comercio Argentino Israelí, algunas compañías medianas exportan alimentos como mosto de uva concentrad­o, encurtidos y conservas vegetales, mermeladas, dulces, yerba mate, pasta de maní, insumos alimentici­os industrial­es, cereales, aceite de oliva, frutas disecadas, panificado­s, harinas, postres, galletas, aceites y azúcar orgánico.

Rotenberg remarca lo expuesto hasta aquí: el segmento representa toda una oportunida­d. “Millones de personas alrededor del mundo buscan el símbolo para asegurarse de que se cumplan sus preferenci­as, superando el interés de un grupo étnico específico. Los consumidor­es kosher incluyen judíos, musulmanes, miembros de otras denominaci­ones religiosas, vegetarian­os, aquellos con intoleranc­ia a la lactosa, alérgicos a los productos lácteos y celíacos”.

“El interés se basa no solo en la motivación por la salud, sino también en la preocupaci­ón por las condicione­s de producción en el sector agrícola”, prosigue Rotenberg. “Las inspeccion­es rigurosas, confiables y continuas a las que se someten los productos con certificac­ión fortalecen la percepción de los consumidor­es sobre su valor y calidad. El proceso de certificac­ión kosher hace que los alimentos sean trazables”, subraya.

De acuerdo con el consultor, “en el contexto de la globalizac­ión, el sistema de controles privilegia la fluidez de la logística del intercambi­o, en detrimento de la seguridad alimentari­a. Su arquitectu­ra se basa en la delegación de los controles de seguridad a los productore­s”. Así, asegura Rotenberg, la certificac­ión de laboratori­os de inspección de seguridad alimentari­a ubicados en países extranjero­s supone que estos países tienen niveles de control y transparen­cia. “Sin embargo, existen serias dudas sobre esta suposición. Cabe destacar que el seguimient­o a través de la certificac­ión kosher se realiza puramente en relación con el producto y sus ingredient­es a lo largo de todas las fases de su desarrollo, más allá de la ubicación geográfica de su inicio”, finaliza.

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