Problemas de peso
forjado al fuego de tres décadas, Pablo Miedziak, CFO de San Miguel, actualiza permanentemente una frase: “En la Argentina, es más fácil planificar a 10 años que a tres meses”. En los pasillos del Sheraton de Mar del Plata, los CEO de las automotrices serpenteaban y no precisamente por la rambla. Uno confiaba en que, más temprano que tarde, casa matriz daría la luz final a una inversión de varias centenas de millones de dólares, que le permitiría saltar a tres turnos. “Capacidad plena: el sueño de toda industria”, se ilusionaba. Horas después, su empresa era noticia por suspender actividad debido a la falta de insumos. La transición entre SIMI (el régimen anterior de importaciones) y el SIRA (el nuevo sistema que implementó el Gobierconoce no) fue mucho más traumática de lo prometido. Victoria Basurto Sui, CFO de CVC Corp en el país, aprendió rápido a entender la Argentina. A la fuerza. La ganadora del premio al CFO del Año –que otorgan esta revista, El Cronista y BDO– aterrizó en el país el 15 de marzo de 2020. Cuatro días después, se decretaba la cuarentena y el holding que venía a consolidar pasó, de un día al otro, a ser un rejunte de empresas de facturación cero. Memorizó rápido una sigla que le permitió hacer rendir más los dólares que le giró Brasil: CCL. No es su único aprendizaje."hay algo muy propio de la Argentina”, observa. “Los rumores te ayudan a tomar decisiones. Algo se filtra y estás trabajando sobre eso”. El dólar Qatar fue un ejemplo, dice. Aun así, reejecutivo que la eliminación de cuotas para viajes al exterior "no la vimos venir". La Argentina es una aventura, un viaje al mundo de lo imprevisto. Gente entrenada para a calcular riesgos, los financieros, santos custodios de los recursos de las empresas, pisan la caja, metáfora de la serpiente de la inflación. “Si conservamos los pesos, podemos quedarnos con una bomba”, otra costumbre argentina que la CFO del Año ya adoptó. A diferencia del CEO, que se guía por sus entrañas más veces de las que admite, los financieros miran curvas y números. Además del ciclo político, una dinámica los inquieta: la deuda pública, en especial, la nominada en pesos. Entre enero y septiembre, el Gobierno deberá renovar $ 1,6 billones. A eso, se suma lo acumulado bajo la alfombra del Banco Central: $ 9,1 billones de Leliq y casi $ 5 billones en pases (al menos, hasta el 31 de octubre). La inflación de 2022, vale recordar, rondará el 100 por ciento con una base monetaria de $ 4,3 billones. Para contener que la deuda no se convierta en billetes, el Gobierno convalidó tasas cada vez más altas en las últimas licitaciones. Cerró octubre con 116 por ciento (efectiva anual). ¿Cuánto más puede ofrecer, sin que sea contractivo? ¿Cuánto puede ceder, sin que ese dinero adicional (emisión) no vaya a dólar o acelere inflación? Problemas de peso.