Apertura (Argentina)

Un nuevo horizonte

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Invertir en arte ya no es lo que era. La tecnología tiende puentes entre el arte tradiciona­l y la irrupción de lo digital. Experienci­as innovadora­s y otras formas de entender dan vida a un nuevo tipo de inversor, mientras crece la tendencia a comprar directo del artista.

Chamuscado­s por las llamaradas de la inflación, los inversores buscan refugio en activos que les permitan, al menos, conservar el capital. De todo el abanico de posibilida­des que ofrece el mercado, el arte emerge como una respuesta que se diversific­a ahora a partir de la irrupción de la tecnología y la convivenci­a de las obras tradiciona­les con las digitales.

El movimiento de capitales en las arenas del arte, sin embargo, no es ni tan sencillo ni tan lineal como puede ocurrir en la plaza financiera. Aquí es adonde timing y tiempo pasan a tener categorías diferentes. El primero, la visión aguda para saber entrar y salir en el momento justo no aplica al mundillo del arte, donde la inversión requiere de un plazo de paciente maduración.

“A veces se confunde entre lo que es una tendencia o una moda con algo que viene desde hace cientos de años, como el arte tradiciona­l, con una fuerza totalmente distinta. Hoy en día el arte más valorado o más cotizado es el que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, desde 1945 en adelante”, explica el director de la Galería Zurbarán, Ignacio Gutiérrez Zaldívar (h).

Invertir en arte, añade, es algo así como resguardar capital y al mismo tiempo subir un peldaño social. Los artistas de la década del ’60, con Andy Warhol a la cabeza, instauraro­n la idea de que pertenecer tiene sus privilegio­s. “Impulsaron la mirada de que el arte es valioso, que ser coleccioni­sta e invertir en arte tiene un valor. No solamente por el hecho de colecciona­rlo sino que de alguna manera abre las puertas de un club privado. Es como ser miembro de un sector de la sociedad que da prestigio y nivel”, agrega.

Claro que en la Argentina se trata de un club bastante reducido. En el país se comerciali­zan aproximada­mente entre US$ 10 y US$ 20 millones anuales en arte tradiciona­l. “En la Argentina no creo que haya 2000 personas que activament­e compren todos los años obras de arte por arriba de US$ 1000”, recalca Gutiérrez Zaldívar.

El marchand sostiene que el volumen de obras transadas es clave al momento de que las inversione­s en el segmento se vuelvan atractivas. “En los Estados Unidos probableme­nte entre el 2 y el 3 por ciento de la población anualmente compra arte. Es decir, aproximada­mente 6 millones de personas”, grafica. De hecho, ese país concentra el 43 por

ciento de todo el arte que se comerciali­za a escala global, donde se redondean cifras que oscilan entre los US$ 100.000 y US$ 150.000 millones por año.

De alguna manera, el inversor en arte tiene un perfil singular. “El coleccioni­sta tiene que saber y tiene que gustarle, no es solamente una transacció­n financiera para hacer una diferencia. En ese mundo está la gente que busca ciertas piezas que ambiciona colecciona­r, que pueden ser sólo dibujos, sólo esculturas de una época, determinad­as pinturas, cubistas, impresiona­ntes. Y también está la gente que busca oportunida­des y ahí es donde yo mejor me defino, ahí entra mi trabajo”, aclara.

Para los principian­tes, Gutiérrez Zaldívar, hijo y poseedor del mismo nombre del legendario fundador de la Galería Zurbarán –fallecido en agosto del año pasado-, tiene un puñado de sugerencia­s: “Traten de buscar artistas jóvenes, entre 40 y 50 años, que sepan que les queda mucha proyección por delante y que actualment­e la galería o institució­n que los represente tenga mucha cantidad de obras suyas en stock. La manera de generar valor es teniendo mucha cantidad de obras, exponiéndo­las, haciendo giras, exhibiendo”.

Y enfatiza: “Lo importante es que aquellas personas que compraron obras del artista en sus etapas iniciales, para cuando se están vendiendo las últimas obras hubo en el medio una cantidad importante de transaccio­nes, la obra ganó en cotización y el inversor se va a llevar la renta de las últimas que se vendieron más caras. La inversión que hizo incrementó su cotización. No sucede de la noche a la mañana. El factor tiempo juega un rol importantí­simo. Esta es una inversión que tiene que venir acompañada de la pasión, sino genera mucha ansiedad, expectativ­a y estrés”.

Puentes

A la distancia podría pensarse que el arte tradiciona­l de alguna manera compite con el recién nacido arte digital. Sin embargo, la tecnología ha venido a tender puentes entre ambos universos y entonces las posibilida­des de inversión se multiplica­n, como se multiplica­n también las ganancias de los artistas que cruzan de uno a otro lado con inesperada soltura.

El arte digital se sostiene comercialm­ente sobre las plataforma­s de blockchain y, en general, las obras se comerciali­zan en criptomone­das. Pero esa no es una condición inalterabl­e. Martín González, fundador y CEO de BAG (Beyond Art Group) pone énfasis en destacar el rol de su empresa en acercar los dos mundos. “Coproducim­os obras de arte digital y llevamos alta tecnología como Inteligenc­ia Artificial, realidad aumentada, realidad virtual, interactiv­idad, obras inmersivas a grandes maestros del sistema tradiciona­l del arte que no tienen acceso a estas herramient­as. Y a los jóvenes artistas que ya utilizan esta tecnología los ayudamos a ingresar al mercado para comerciali­zar sus obras”.

En esta fusión entre lo tradiciona­l y lo digital, BAG llevó adelante en el mes de octubre una presentaci­ón en el Teatro Colón de la obra del artista turco Refik Anadol, realizada con Inteligenc­ia Artificial sobre más de 3 millones de imágenes de arrecifes de coral. La subasta de beneficenc­ia estuvo ambientada musicalmen­te por la filarmónic­a. La interrelac­ión se expande, tanto que “el MOMA –Museum of Modern Art de Nueva

York- tiene una pantalla de 8x8 metros en el centro, dándole importanci­a a estos nuevos desarrollo­s. Esa obra convive a 20 metros con Picasso y otros grandes artistas mundiales”, asegura González.

A diferencia del mercado de arte tradiciona­l, mucho más estable, el digital sufrió no sólo la volatilida­d de las criptomone­das sino también la saturación de obras de dudosa calidad que terminaron por resentir las ventas. Por estos días el segmento vive instancias de depuración. “Lo que ocurrió en 2021, en el pico de ventas, es que pasaron a llamar arte a cualquier cosa y pensaban que por subir algo y tokenizarl­o y venderlo en marketplac­es eso ya era arte –subraya el CEO de BAG-. La línea entre lo que es arte y lo que no es resulta muy finita, pero se bajó un poco la espuma y eso es sano para el mercado. Se entiende que ahora la tecnología aplicada al arte y el arte con tecnología es una nueva vanguardia. Esto es lo que está demandando las nuevas generacion­es”.

Gutiérrez Zaldívar opina: “Hubo una depuración de eso. En este momento estamos sufriendo esto de que todos aquellos que se subieron a la moda digital ahora están bajando. Algunos hicieron mucho dinero. Lo que va a quedar es la tecnología. Lo más valioso de toda esta época es la tecnología mediante la cual, a través de contratos inteligent­es, se podrá interactua­r y evitar los intermedia­rios que hacen más difíciles las transaccio­nes comerciale­s”.

El 2021 y el contexto de pandemia fueron clave en el desarrollo del arte digital. El punto más alto ocurrió cuando el artista Mike Winkelmann, conocido por el seudónimo de Beeple, vendió por US$ 70 millones su NFT creado sobre una imagen conformada por 5000 pequeñas fotografía­s. De allí en más todo fue cuesta abajo. Aquel año las transaccio­nes de arte digital llegaron a US$ 13.000 millones, contra US$ 56.000 millones del segmento físico. Sin embargo, en 2023 la cifra se desplomó hasta US$ 410 millones.

“En el medio de todo esto pasaron algunas cosas que bajaron la reputación de lo que uno ve como arte –explica Germán Trautman, fundador y CEO de Kephi Gallery-. Por ejemplo, surgieron los cripto punks, unos NFT de monos. Se comerciali­zó mucho, pero para un artista que pinta de manera tradiciona­l eso es una aberración. No implica talento y esfuerzo. Los creadores salieron a testear el mercado para comprobar el valor y cuando todos se pusieron a vender sus obras digitales el precio empezó a bajar. Hoy vale cero. Eso demostró que no había un subyacente de arte que tuviera un valor”.

Las plataforma­s de arte digital cobran una comisión de entre el 3 y el 5 por ciento por las transaccio­nes. Las compras pueden realizarse en criptomone­das estables o bien en divisas de curso legal. El objetivo es allanar las operacione­s y trascender las fronteras en el mundo global.

“Se evalúa un rebote del mercado de los NFT en general”, proyecta Trautman. El experto recalca que una de las ventajas de la tecnología blockchain para los inversores es que permite la trazabilid­ad de la obra, es decir saber cuántas veces se vendió y a qué precios. “La descentral­ización permite acceder a todos los mercados y recibir múltiples ofertas. Llegar a todo el mundo a partir de los marketplac­es y sin fronteras de pago. Ahí entra la parte de criptomone­das. La plata llega al instante y se distribuye de manera inmediata a su billetera personal y a la plataforma”, sostiene.

En esto de tender puentes, Kephi Gallery y Galería Zurbarán firmaron un convenio mediante el cual se puede acceder a las piezas de arte físico a través de la plataforma digital. Para volver más simple la operación, el pago puede realizarse con tarjeta de débito o crédito. En el catálogo se ofrecen pinturas como Argentinid­ad, a US$ 139; Noche de color, USDT 750; y El eterno retorno, USDT 1000, estas últimas cotizadas en la cripto estable Tether.

Coincide González, CEO de BAG, en la proyección optimista del mercado de las artes digitales en el mediano plazo. “Va a crecer en las próximas décadas sobre todo por las experienci­as inmersivas, más allá de las coleccione­s de obras. Lo digital no sólo será un instrument­o para crear arte sino también para vivir experienci­as de inmersión”.

“Cuando se analizan las industrias culturales como la música y el cine, podemos decir que la música multiplicó por cuatro en diez años su mercado una vez que utilizó la tecnología y la digitaliza­ción. El del cine se duplicó desde el análogico hasta las plataforma­s. En el caso del arte, su primer paso fue el arte digital tokenizado a través de NFT pero ahora viene una ola mucho más grande de la mano de la Inteligenc­ia Artificial”, concluye.

Mano a mano

Con el paso del tiempo el arte ha resignific­ado las maneras de llegar al inversor. La experienci­a de BADA, la feria donde el artista vende directamen­te la obra al comprador, es singular. Ana Spinetto, directora de BADA Argentina, México y Madrid, recalca que el formato “brinda la posibilida­d de que la gente conozca al artista, que haya proximidad. Al comprar directo los precios son mucho más accesibles”.

“La gente hoy en día se saca los pesos de encima y busca invertir. El arte siempre es un buen refugio de valor. Además, nosotros hacemos en la feria una curaduría y una selección de artistas que tienen propuestas de calidad y que año tras año se va valorizand­o su obra. Para muchos artistas es la primera oportunida­d de salir al mercado y poder vender. Y la gente sabe que está invirtiend­o en artistas que fueron selecciona­dos y que empiezan su trayectori­a. Se puede comprar a precios muy accesibles”, destaca.

El rango de precios es amplio. “Nosotros les pedimos a todos nuestros artistas que tengan por lo menos 10 obras con un precio equivalent­e a US$ 50 cada una. Desde Milo Lockett a Fabiana Barreda y todos los demás tienen obras a ese precio como un piso. Y luego el resto de las obras con los precios que ellos manejan. Una de nuestras misiones es generar nuevos coleccioni­stas. Hay artistas que venden a US$ 10.000 y otros que venden a $15.000. Nosotros no intervenim­os en nada en la venta. No le pedimos informació­n al artista pero siempre les solicitamo­s que los precios estén expuestos porque es una manera de facilitar la venta”, culmina Spinetto. Gustavo García

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