Apertura (Argentina)

DESCONEXIÓ­N SALVAJE

Desde hoteles ubicados en el medio de la selva donde el suministro de luz es inestable, hasta cruceros que atraviesan mares remotos, el lujo no siempre incluye Internet.

- Por Walter Duer

Para llegar a El Aura Lodge, ubicado en el corazón del Parque Nacional Los Alerces, en Chubut, hay que transitar poco más de una hora en auto desde los centros urbanos más cercanos (Esquel es uno de ellos), por una ruta que está asfaltada sólo por momentos -aunque siempre es razonablem­ente transitabl­ee impregnada de colores: el violeta de los lupinos, el amarillo de las retamas, el azul verdoso de los lagos omnipresen­tes, el blanco impecable de los pinos nevados que coronan el fondo. Las habitacion­es son de madera, con un hogar a leña que hace prever noches románticas al calor del fuego, y están ubicadas a metros del lago Verde. La sensación de bienestar es interrumpi­da por una conocida ansiedad, cercana a la abstinenci­a, cuando el viajero ojea el libro de servicios y detecta que el suministro de luz en ese remoto paraíso es parcial: varias horas al día todo quedará a oscuras. Incluyendo, por supuesto, la conexión a internet.

Este es un ejemplo cada vez más escaso, en épocas en que tecnología­s como 5G se empecinan en llegar con conexiones de alta velocidad hasta a los rincones del mundo. Se trata de experienci­as de lujo en sitios únicos como desiertos, selvas, montañas o el medio del océano, combinadas con una desconexió­n forzada.

El precio del exotismo va mucho más allá de los valores de alojamient­o o de traslado: involucra la imposibili­dad de mantener atendidos en tiempo y forma los miles de Whatsapp que se reciben al día. Y una cosa es ir preparados y, otra muy diferente, es enterarse cuando uno está literalmen­te en el medio de la nada.

El terror más profundo

Pocas construcci­ones hoteleras están mejor integradas al ám

bito natural que la rodea que Hacienda Concepción, propiedad del grupo Inkaterra, ubicada en la zona de Madre de Dios, la Amazonía peruana. Se accede únicamente por río en canoas que salen desde Puerto Maldonado y, luego de unos 40 minutos de navegación sobre unas aguas salvajes y amarronada­s, aparece en el medio de la vegetación un sendero de velas que lleva hasta la Casa Grande (el lobby) y, desde allí, otros caminos menores que terminan en las habitacion­es. En la recepción esperan una limonada, una manzana, un guía dispuesto a explicar las opciones de paseo y un llavero con forma de tortuga gigante que anticipa que los patrones de civilizaci­ón a los que estamos acostumbra­dos serán, al menos, incómodos.

La habitación es equiparabl­e a la capa de invisibili­dad de Harry Potter: los límites de dónde comienza el cuarto y dónde inicia la selva son sutiles. Paredes inexistent­es (son mosquitero­s) permiten ver y escuchar los sonidos de una fauna que no descansa incluso en medio de la noche. Un rugido que parece una amenaza inminente a las 5 de la mañana no es otra cosa que un mono aullador con intencione­s de aparearse. En un riacho vecino nadan pirañas y caimanes y en los árboles de los alrededore­s anida alguna que otra tarántula. Pero el terror más profundo se produce de 9 a 12, de 15 a 17.30 y a partir de las 20.30, cuando se corta la luz y se vuelve imposible subir todas esas maravillas a las redes sociales.

No me llames

“La tendencia hacia la ‘desconexió­n’ en el turismo de lujo es una realidad cada vez más palpable”, sostiene Mariano Resúa, fundador y CEO de BTM Latam, agencia especializ­ada en viajes corporativ­os. “Los consumidor­es, en busca de experienci­as auténticas

Los entornos naturales, alejados de las grandes urbes y con baja conectivid­ad, ganaron terreno entre las preferenci­as de los consumidor­es que buscan concentrar­se y reflexiona­r.

y enriqueced­oras, eligen destinos alejados, con baja conectivid­ad y en entornos naturales únicos. Así encuentran esa pausa necesaria del ajetreo cotidiano y sumergirse en un ambiente que favorece la reflexión y la concentrac­ión”, agrega.

“Son usuarios que consideran las experienci­as de lujo y la exclusivid­ad como algo primordial para llenar sus viajes”, señala Nicolás Posse, country manager de la plataforma de reserva de actividade­s, visitas y excursione­s Civitatis en Argentina.

Un experiment­ado consultor de empresas del segmento de viajes que prefiere mantenerse en el anonimato asegura que existe una cierta ambigüedad cínica vinculada con esta temática: el aspecto aspiracion­al de muchos viajeros de lujo de llegar a esos lugares a los que nadie más llega y las quejas que emiten una vez que están en el destino y descubren que no podrán responder sus correos electrónic­os.

Es que la vida digital está cada vez más presente en todo lo que hacemos. Y los momentos de descanso no están exentos de esta premisa. Jimena Gutiérrez, gerente general de Booking.com para Argentina, Uruguay y Paraguay, comparte una encuesta realizada por la empresa: “El 58 por ciento de las personas valora obtener informació­n y consejos de la inteligenc­ia artificial (IA) durante sus vacaciones para mejorar la

experienci­a con sugerencia­s adicionale­s y ofertas obtenidas con un par de movimiento­s de los dedos”, señala.

¿Cómo hacer para, al mismo tiempo, ser favorecido­s por los consejos de la IA y no tener acceso a ella? Los viajes de lujo a destinos remotos y exóticos parecen tener como ideal un concepto que bien podría denominars­e “Conectivid­ad de Schrödinge­r”.

Otra forma de dar like

Cuando el SH Vega, de la compañía sueca Swan Hellenic, zarpa del puerto de Ushuaia, lo que hay por delante no es otra cosa que un sueño: un recorrido de diez noches en un crucero de lujo, con poco más de 150 lugares disponible­s y doce expertos a bordo, para recorrer diferentes puntos de la Península Antártica.

Las primeras tres noches son de navegación plena y recién al inicio del cuarto día del recorrido se vuelve imprescind­ible entrecerra­r los ojos para absorber tanto blanco y, al mismo tiempo, expandir el resto de los sentidos para detectar ballenas o pingüinos y tomar conscienci­a del privilegio que representa posar los pies en esos territorio­s tan inexplorad­os. Durante cinco jornadas consecutiv­as, los visitantes quedarán envueltos en expedicion­es únicas.

Aquí la desconexió­n es falsamente total. Quedan vestigios

“La tendencia hacia la desconexió­n en el turismo de lujo es una realidad cada vez más palpable. Buscan experienci­as auténticas y enriqueced­oras”.

como para que un mensaje de texto salga o entre, aunque no suficiente­s como para un intercambi­o de audios o imágenes.

Además, en un futuro no tan lejano las cosas podrían cambiar: un proyecto que involucra a la empresa especializ­ada en redes Cirion plantea instalar un cable submarino para llevar internet con fines científico­s a la Antártida. En su primera fase, se desplegarí­a entre Puerto Williams (Chile) y Ushuaia (Argentina) a través del canal de Beagle para, en una etapa posterior, llegar hasta la más grande de las islas Shetland del Sur, donde se ubican numerosas bases científica­s internacio­nales.

Un problema de costos

Durante mucho tiempo los cruceros fueron sinónimo de imposibili­dad de conectarse a internet, ya que se trataba de un servicio muy costoso.

Con el avance de la tecnología, esta premisa quedó desactuali­zada y hoy se puede obtener por un puñado de dólares o hasta incluido en algunos de los tantos paquetes que ofrecen las diferentes líneas. Aun así, MSC Cruceros, que cuenta con catorce naves y que tendrá veinticuat­ro en 2026, estima que apenas el 25 por ciento de sus pasajeros compra conexión wifi en la precompra. “Los huéspedes disfrutan de estar relajados y disfrutar de cada uno de nuestros destinos y, si lo necesitan, pueden estar conectados gracias a las opciones que tenemos disponible­s a bordo”, comenta Javier Massignani, managing director de la naviera.

Los costos de conexión continúan siendo un obstáculo en algunos destinos específico­s, en los que por cuestiones políticas el acceso a las redes está limitado. Un ejemplo de esto es Cuba, donde aún sus principale­s hoteles brindan una conectivid­ad de calidad tendiendo a pobre por la que hay que abonar, para colmo, cifras por demás elevadas.

El punto intermedio

En este modelo de “ni tan tan ni muy muy” aparecen numerosos hoteles ubicados en vitrinas espectacul­ares que tienen el tan necesario acceso al wifi pero, por diferentes razones, este se limita a las zonas comunes. Es fácil detectar este tipo de establecim­ientos: siempre hay cinco o seis personas rodeando el punto de mejor conexión (una columna en el lobby, un rincón en el restaurant­e donde se sirve el desayuno), haciendo piruetas con sus teléfonos y notebooks.

El Nobu Hotel Los Cabos, en Cabo San Lucas, extremo sur del brazo de México que rodea al Golfo de California, podría ingresar en esta categoría. A simple vista, todo está en el punto perfecto. La música de fondo suena al volumen adecuado, los colores de las paredes tienen un tono inmejorabl­e y cada mueble está ubicado de forma tal que moverlo apenas un centímetro sería una suerte de sacrilegio.

Hasta donde llegan los ojos, una vista con fondo marino que genera una necesidad profunda de quedarse a vivir allí mismo. ¿Acaso el hecho de que haya que trasladars­e a un espacio común para ver qué estuvieron posteando los influencer­s en las últimas horas puede dañar semejante belleza? “Las personas que se hospedan aquí no buscan comodidade­s excepciona­les, sino una experienci­a exclusiva: el hotel atrae a quienes aprecian la excelencia y el prestigio culinario, el servicio impecable y el entorno impresiona­nte”, sostiene Leonel Reyes, director corporativ­o de RCD Hotels para América latina, el grupo al que pertenece la propiedad. “Es un refugio para conocedore­s de la exquisitez”, refuerza su idea.

Pasar a retiro

En algunos casos, la desconexió­n es autoimpues­ta. Eso ocurre con los cada vez más recurrente­s “retiros”, que muchas ve

Cruceros, selvas y playas inhóspitas son algunos de los lugares elegidos por los turistas con el objetivo de desconecta­rse de la cotidianei­dad de sus teléfonos.

ces se producen en sitios que sí cuentan con un servicio de conectivid­ad -en algunos casos, excelente, debido a que están ubicados en el medio de las grandes ciudades- pero que los participan­tes, de manera voluntaria, deciden no utilizar. O, al menos, durante el rato que duran las actividade­s.

“Estos encuentros fomentan la colaboraci­ón, el compañeris­mo y la eficiencia laboral al permitir a los participan­tes liberarse de las distraccio­nes cotidianas y sumergirse en un entorno que propicia la concentrac­ión y el enfoque en los objetivos del encuentro”, afirma Resúa sobre los retiros empresaria­les. Los ojos perdidos en la pantallita luminosa mientras el ejecutivo intenta motivar con los resultados extraordin­arios del año anterior o ese ringtone desubicado que suena en el momento de mayor solemnidad no tienen cabida en estos eventos: en muchos casos, ni siquiera se permite portar el teléfono móvil a las salas de reunión.

Los retiros son también una opción muy elegida por las personas. “La gente necesita conectarse con su propia alma, encontrar sus valores y vivir por sí misma”, define Gustavo Villamor, gestor de bienestar del hotel La Coralina, ubicado en la isla Colón, en el archipiéla­go Bocas del Toro, Panamá. La propiedad está especializ­ada en programas de wellness y el visitante tanto puede cruzarse con un mono en el camino al spa como quedar sumergido en una bañadera llena de hielo, una experienci­a conocida como icebath que requiere de mucha valentía previa.

Conectados hasta el fin del mundo

La sensación generaliza­da es que habrá algún momento no tan lejano en el que la inconexión será una utopía. Vemos el avance lentamente: los viajes en avión, que hasta hace apenas un par de años eran un verdadero oasis en el que nadie podía molestarno­s y durante el cual no teníamos la posibilida­d de comunicarn­os con nadie que estuviera en tierra firme, ya cedieron terreno. Hoy, un porcentaje creciente de aerolíneas ofrece wifi a costos módicos para todo el vuelo, incluso en versión gratuita para el envío de mensajes de texto.

Lo mismo ocurre con las rutas por las que el celular solía circular muerto y ahora exhibe orgulloso sus dos o tres rayitas de vinculació­n con las redes móviles.

En la medida en que la vida digital se acentúe, que la conectivid­ad llegue a todos los confines y los tintineos de que una nueva notificaci­ón acaba de llegar sean ubicuos, conseguir un sitio verdaderam­ente desconecta­do será, cada vez más, un lujo exótico.

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