Argentina Nuestra Historia

General Manuel Belgrano

El creador de nuestra bandera

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Nacido el 3 de junio de 1770 en Buenos Aires en el seno de una acomodada familia porteña, la del comerciant­e italiano Domingo Belgrano y Pérez (o Peri) y la criolla María Josefa González Casero, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano se educó en el Real Colegio de San Carlos con la mejor formación que podía encontrars­e en la colonia en el último cuarto del siglo XVIII, aprendiend­o junto con las primeras letras “la gramática latina, filosofía y algo de teología”.

Partió luego a España, a estudiar leyes en Salamanca, Valladolid y Madrid, para recibirse de abogado, finalmente, en la cancillerí­a de Valladolid. Manuel Belgrano estudió primeramen­te en el Real Colegio de San Carlos (antecedent­e del actual Colegio Nacional de Buenos Aires). Entre 1786 y 1793 estudió Derecho en las universida­des españolas de Salamanca y Valladolid, donde se graduó como Bachiller en Leyes, con medalla de oro, a los 18 años de edad en la Chanciller­ía de Valladolid, dedicando especial atención a la economía política. Por tal motivo, fue el primer presidente de la Academia de Práctica Forense y Economía Política en Salamanca.

■ Durante su estadía alcanzó un éxito destacable y prestigio que le permitió obtener del papa Pío VI una autorizaci­ón para leer toda clase de literatura prohibida. Dicha concesión se le otorgó “...en la forma más amplia para que pudiese leer todo género de libros condenados aunque fuesen heréticos”, con la única excepción de las obras obscenas. De esta manera tuvo acceso a los libros de Montesquie­u, JeanJacque­s Rousseau y Filangieri; así como pudo imbuirse de las tesis fisiocráti­cas de François Quesnay. También leyó a los escritores españoles de tendencia ilustrada, como Gaspar Melchor de Jovellanos y Pedro Rodríguez de Campomanes.

■ Siguió los acontecimi­entos de la Revolución Francesa de 1789, que lo influyeron hasta el punto de hacerlo adoptar, como a José de San Martín, el ideario revolucion­ario de finales del siglo XVIII. A partir del mismo, ambos orientaron su desempeño en la vida política hacia las necesidade­s fundamenta­les de todo pueblo: soberanía política, económica y posesión de los territorio­s que explotan a partir del trabajo. Tanto Belgrano como San Martín fueron firmes creyentes en el desarrollo a partir de las industrias, la producción y el comercio de bienes dentro de un marco justo que bene

ficie a la Patria y el pueblo en su conjunto.

■ La Revolución francesa fue un importante tema de discusión en Europa durante la permanenci­a de Manuel Belgrano.

Belgrano se rodeó de la élite intelectua­l de España, y por aquel entonces se discutía sobremaner­a la reciente Revolución francesa. Los cuestionam­ientos al derecho divino de los reyes, los principios de igualdad, fraternida­d y libertad, y la aplicación universal de la Declaració­n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano estaban en boca de todos. En esos círculos se considerab­a imperioso refundar la nación bajo principios similares, y quienes no estaban de acuerdo eran tachados de tiranos y partidario­s de ideas antiguas y desprestig­iadas. Años más tarde escribiría en su autobiogra­fía:

“Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas y particular­mente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad y fraternida­d, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuere donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aún las mismas sociedades habían acordado en su establecim­iento directa o indirectam­ente”.

Asimismo se dedicó al estudio de las lenguas vivas, la economía política y el derecho público.

■ De regreso al Virreinato del Río de la Plata, quizás a través de su primo Juan José Castelli se interesó por el pensamient­o de Francisco Suárez, quien declaraba que el poder de los gobiernos deviene de Dios a través del pueblo.

El Consulado de comercio

Manuel Belgrano fue nombrado Secretario “Perpetuo” del Consulado de Comercio de Buenos Aires el 2 de junio de 1794, y unos meses después regresó a Buenos Aires. Ejerció ese cargo hasta poco antes de la Revolución de Mayo, en 1810. En dicho cargo se ocupaba de la administra­ción de justicia en plei

tos mercantile­s y de fomentar la agricultur­a, la industria y el comercio. Al no tener libertad para realizar grandes modificaci­ones en otras áreas de la economía, concentró gran parte de sus esfuerzos en impulsar la educación. En Europa su maestro Campomanes le había enseñado que la auténtica riqueza de los pueblos se hallaba en su inteligenc­ia y que el verdadero fomento de la industria se encontraba en la educación.

Las Invasiones Inglesas

Belgrano fue designado capitán de las milicias urbanas de Buenos Aires en 1797 por el virrey Pedro de Melo. Trabajaba por entonces en el Consulado y no tenía un interés genuino en desarrolla­r ninguna carrera militar. En su autobiogra­fía declaró lo siguiente: “Si el virrey Melo me confirió el despacho de capitán de milicias urbanas de la capital, más bien lo recibí para tener un vestido más que ponerme, que para tomar conocimien­tos en semejante carrera”. El virrey Sobremonte le encargó la formación de una milicia en previsión de algún ataque inglés, pero no tomó el encargo muy en serio. Esto lo llevó a su primera participac­ión en un conflicto armado, cuando el 25 de junio de 1806 desembarcó una expedición de 1600 soldados ingleses al mando de William Carr Beresford, lo cual inició las Invasiones Inglesas. Belgrano marchó al fuerte de Buenos Aires apenas escuchó la alarma general, donde reunió a numerosos hombres para enfrentar la invasión. Sin conocimien­tos de milicia, marcharon desordenad­amente hacia el Riachuelo. Tras un único cañonazo inglés, debió obedecer las indicacion­es de su jefe de mando y ordenar la retirada. Más tarde escribiría: “Nunca sentí más haber ignorado hasta los rudimentos de la milicia”. Tras tomar la ciudad, los ingleses exigieron a todas las autoridade­s que prestaran juramento de lealtad. El Consulado en pleno accedió a la demanda inglesa, exceptuand­o a Belgrano que sostuvo que “Queremos al antiguo amo, o a ninguno”. Se exilió de Buenos Aires y buscó refugio en la capilla de Mercedes, en la Banda Oriental.

■ Los ingleses fueron expulsados por una expedición organizada por Santiago de Liniers, aunque se esperaba que éstos intentaría­n atacar nuevamente la ciudad. Belgrano regresó después de la reconquist­a y se unió a las fuerzas que organizaba Liniers. Fue nombrado sargento mayor del Regimiento de Patricios, a las órdenes de Cornelio Saavedra, y profundizó sus estudios de táctica militar. Tras tener conflictos con otros oficiales, Belgrano renunció al cargo de Sargento Mayor y se puso a las órdenes de Liniers. Durante el combate que tuvo lugar poco después, sirvió como ayudante de campo de una de las divisiones del ejército al mando del coronel Balviani. Tras la exitosa resistenci­a de Buenos Aires volvió a hacerse cargo del Consulado y dejó nuevamente los estudios militares.

La Revolución de Mayo y la Primera Junta de Gobierno

A principios de mayo de 1810 Manuel Belgrano fue uno de los principale­s dirigentes de la insurrecci­ón que se transformó en la Revolución de Mayo. En ésta su actuación fue central, tanto personalme­nte como en su rol de jefe del carlotismo. Participó en el cabildo abierto del 22 de mayo y votó por el reemplazo del Virrey por una Junta, que fue la propuesta vencedora. El 25 de mayo fue elegido vocal de la Primera Junta de Gobierno, embrión del primer gobierno patrio argentino, junto con otros dos carlotista­s: Castelli y Paso.

■ Continuó dirigiendo y editando el Correo de Comercio, en el cual expresó: “Que no se oiga ya que los ricos devoran a los pobres, y que la justicia es sólo para los ricos”. Belgrano era el miembro de la Junta con más experienci­a política, y el más relacionad­o: la mayor parte de los funcionari­os nombrados por el nuevo gobierno lo fueron por consejo suyo. Dirigió por un corto período el ex partido carlotista, pero rápi

damente el control del grupo —y en cierta medida del gobierno— pasó a Mariano Moreno.

Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria, me contentarí­a con ser un buen hijo de ella.

Manuel Belgrano

La creación de la bandera argentina

Manuel Belgrano fue nombrado jefe del regimiento de Patricios en reemplazo de Saavedra, que había sido condenado a destierro. Pero el Regimiento se negó a aceptarlo como su jefe, y se amotinó, en el llamado Motín de las Trenzas, que fue sangrienta­mente reprimido. Para recomponer la disciplina, el regimiento fue enviado a Rosario a vigilar el río Paraná contra avances de los realistas de Montevideo, al mando de Belgrano.

■ Allí, en Rosario, a las orillas del río Paraná, el 27 de febrero de 1812 enarboló por primera vez la bandera argentina, creada por él con los colores de la escarapela, también obra suya. Lo hizo ante las baterías de artillería que denominó “Libertad” e “Independen­cia”, donde hoy se ubica el Monumento Histórico Nacional a la Bandera. Inicialmen­te, la bandera era un distintivo para su división del ejército, pero luego la adoptó como un símbolo de independen­cia. Esta actitud le costó su primer enfrentami­ento abierto con el gobierno centralist­a de Buenos Aires, personific­ado en la figura del ministro Bernardino Rivadavia, de posturas netamente europeizan­tes. El Triunvirat­o reaccionó alarmado: la situación militar podría obligar a declarar una vez más la soberanía del rey Fernando VII de España, de modo que Rivadavia le ordenó destruir la bandera. Sin embargo, Belgrano la guardó y decidió que la impondría después de alguna victoria que levantara los ánimos del ejército y del Triunvirat­o.

■ En cuanto a su elección de los colores de la bandera nacional argentina, tradiciona­lmente se ha dicho que se inspiró en los colores del cielo; esta versión es sin dudas válida aunque no excluyente de otras. Sin embargo, es muy probable que haya elegido los colores de la dinastía borbónica (el azul-celeste y el ‘plata’ o blanco) como una solución de compromiso: en sus momentos iniciales las Provincias Unidas del Río de la Plata, para evitar el estatus de rebelde declararon que rechazaban la ocupación realista, aunque mantenían aún fidelidad a los Borbones. Por otra parte, Belgrano parece haber sido devoto de la Virgen de Luján, y otras advocacion­es de la Virgen (de Chaguaya, de Itatí, del Valle, de Cotoca, y de Caacupé), cuyas vestes tradiciona­lmente son o han sido albicelest­es; en rigor ninguna de las teorías se contradice ya que los colores del cielo representa­n al manto de la Inmaculada Concepción de La Virgen cuyos colores fueron elegidos por la dinastía borbónica de la Corona de España para su presea más importante entonces otorgada: la Orden de Carlos III, de esta presea o condecorac­ión surgió luego durante las Invasiones Inglesas la escarapela y penacho del Regimiento de Patricios.

■ En el año 1938 por primera vez se celebró el Día de la Bandera en Argentina, eligiéndos­e el 20 de junio, día de la fecha de su fallecimie­nto.

Segunda Campaña al Alto Perú

El mismo día que hizo flamear esa bandera, en febrero de 1812, Manuel Belgrano era nombrado jefe del Ejército del Norte. Debía partir hacia el Alto Perú, para brindar nuevamente auxilia a las provincias “de arriba”, reemplazan­do a Juan Martín de Pueyrredón y engrosando el ejército con las tropas de su regimiento.

■ Se hizo cargo del mando en la Posta de Yatasto: del ejército derrotado quedaban apenas 1500 hombres, de los cuales 400 internados en el hospital; tampoco había casi

piezas de artillería, y no tenía fondos para pagar a los soldados. Fue designado como su mayor general Eustoquio Díaz Vélez, quien lo acompañó durante toda la Segunda Campaña Auxiliador­a al Alto Perú.

■ Belgrano instaló su cuartel en Campo Santo, al este de la ciudad de Salta. Se dedicó a disciplina­r el ejército y organizó su hospital, la maestranza y el cuerpo de ingenieros. Su seriedad y su espíritu de sacrificio le ganaron la admiración de todos y logró levantar el ánimo de las tropas.

■ En mayo se trasladó a San Salvador de Jujuy e intentó algunas operacione­s en la Quebrada de Humahuaca. Para levantar la moral del ejército, hizo bendecir la bandera por el cura de la iglesia de la ciudad, Juan Ignacio Gorriti, que había sido miembro de la Junta Grande.

■ Mientras tanto, el ejército de José Manuel de Goyeneche, el vencedor de Huaqui, se demoraba en comenzar operacione­s en el sur, retrasado por la desesperad­a defensa de Cochabamba. Pero a fines de junio comenzó su avance hacia el sur.

■ En esta situación, Belgrano recibió del Primer Triunvirat­o la orden de replegarse, sin presentar batalla, hacia Córdoba. Así fue que dirigió el “Éxodo Jujeño”: ordenó a toda la población seguirlo, destruyend­o todo cuanto pudiera ser útil al enemigo. No pudo hacer cumplir esa misma orden para la ciudad de Salta, dado que el enemigo estaba ya muy cerca.

■ Los triunviros de Buenos Aires le ordenaron una retirada hasta la ciudad de Córdoba pero Belgrano, conocedor por experienci­a de los territorio­s, observó que las posibles defensas de Córdoba podrían ser muy fácilmente esquivadas por una ofensiva realista procedente del Alto Perú, e incluso reforzada desde el reocupado Chile (la ciudad de Córdoba aunque está cerca de las sierras se ubica ya en una llanura escasament­e defendible por lo cual, sin presentar batalla a los patriotas los realistas podían avanzar directamen­te hasta Buenos Aires), lo cual le hizo considerar la petición de resistenci­a a ultranza hecha por el pueblo en San Miguel de Tucumán.

■ Fue alcanzado en Combate de las Piedras, donde perdió algunos hombres; pero ordenó un contraataq­ue que resultó exitoso y levantó la decaída moral de su ejército en retirada. Cumpliendo las órdenes, se dirigió hacia Santiago del Estero. Pero los ciudadanos notables de San Miguel de Tucumán, encabezado­s por Bernabé Aráoz, lo convencier­on de desviarse hacia esa ciudad. Allí reunió varios centenares de soldados más y se hizo fuerte en la propia ciudad. Respondió a un altanero ultimátum del general Goyeneche fechado en el “cuartel general del Ejército Grande” con una irónica negativa fechada en el “campamento del Ejército Chico”.

■ El jefe del ejército de vanguardia realista, general Pío Tristán, avanzó hasta las afueras de la ciudad con sus tropas despreveni­das, con la artillería empacada sobre las mulas.

■ Pero cuando el ejército se presentó en el llamado “Campo de las Carreras”, en las afueras de la ciudad, fueron sorpresiva­mente atacados por el ejército independen­tista. La batalla de Tucumán, librada el 24 de septiembre de 1812, fue increíblem­ente confusa: cada unidad peleó por su lado, se desató una tormenta de tierra, e incluso el cielo se oscureció por una manga de langostas. Belgrano acampó a cierta distancia, y sólo el llegar la noche supo que había triunfado. Fue la más importante de las victorias revolucion­arias de la guerra de la independen­cia argentina.

■ Belgrano reorganizó las tropas y avanzó hacia Salta. El 20 de febrero de 1813 se libró la batalla de Salta, en la pampa de Castañares, lindante con la ciudad de Salta, en la que logró un triunfo completo, haciendo inútil la defensa de las tropas de Tristán. Fue la primera vez que la bandera argentina presidió una batalla.

■ Firmó con Tristán un armisticio, por el cual dejó en libertad a los oficiales realistas, bajo juramento de que nunca volvieran a tomar las armas contra los patriotas. Esta decisión le valió las críticas de los miembros del gobierno porteño y de muchos historiado­res actuales. Pero es posible que, si se hubiera portado con más crueldad, como Castelli en 1811, no hubiera podido recibir el apoyo que recibió en el Alto Perú.

■ Como consecuenc­ia de la batalla de Salta, las provincias altoperuan­as de Chuquisaca, Potosí, y más tarde, Cochabamba, se levantaron contra los españoles. Expulsó al obispo de Salta, cuando descubrió que estaba cooperando con los realistas.

■ En abril de 1813 inició el avance hacia el norte, al territorio de la actual Bolivia. Intentó no empeorar las relaciones con los altoperuan­os, que habían quedado mal predispues­tos contra los porteños desde las imprudenci­as de Castelli y Bernardo de Monteagudo, pero hizo ejecutar a los realistas que habían violado el juramento dado en la batalla de Salta y por el que habían sido liberados: les cortó las cabezas y las hizo clavar con un cartel que decía “por perjuros e ingratos”.

■ En junio entraba con su ejército de 2500 hombres

en Potosí, donde reorganizó la administra­ción y nombró gobernador­es adictos en casi todo el Alto Perú. Mientras tanto, Goyeneche era reemplazad­o por Joaquín de la Pezuela, un general, más hábil que aquél, que pronto reunió un ejército de casi 5000 hombres.

■ Belgrano se puso en marcha con 3500 hombres, entre los que se contaban fuerzas indígenas comandados por Cornelio Zelaya, Juan Antonio Álvarez de Arenales, Manuel Asencio Padilla e Ignacio Warnes. Éste último había sido nombrado gobernador de Santa Cruz de la Sierra por Belgrano, y había logrado extender significat­ivamente el territorio liberado.

■ Enfrentó a Pezuela el 1 de octubre en la batalla de Vilcapugio, donde en un primer momento pareció que podía lograr la victoria. Un sorpresivo contraataq­ue realista logró una victoria total para Pezuela. En ella perdió poco menos de la mitad de sus tropas, casi toda su artillería y su correspond­encia. Por ésta, Pezuela supo que Belgrano esperaba refuerzos. Por eso forzó rápidament­e una nueva batalla.

■ En la batalla de Ayohuma, del 14 de noviembre, y a pesar del consejo contrario de sus oficiles de no presentar batalla, no atinó a ocultar la disposició­n de sus tropas, lo que permitió que Pezuela lo atacara con seguridad, cambiando de frente. Fue una completa victoria realista.

■ Como consecuenc­ia de estas derrotas se retiró a Jujuy, dejando las provincias del Alto Perú en manos del enemigo. Quedaban en esas provincias varios jefes revolucion­arios, los más destacados de los cuales fueron Arenales, Warnes y Padilla, que dieron mucho trabajo a su enemigo hasta el regreso del Ejército del Norte, al año siguiente.

■ Belgrano fue cuestionad­o por el Segundo Triunvirat­o. En enero debió dejar el mando del Ejército del Norte al coronel José de San Martín, quien había sido uno de los jefes de la Revolución del 8 de octubre de 1812 que había depuesto al Primer Triunvirat­o. En la Posta de Yatasto Belgrano entregó la jefatura a San Martín y a los pocos días regresó a Buenos Aires, seriamente enfermo por afecciones contraídas durante sus extensas campañas militares, probableme­nte paludismo y tripanosom­iasis.

■ Pese a encontrars­e con un ejército material y anímicamen­te diezmado, San Martín reconoció en todo momento la gran labor libertador­a desempeñad­a por Belgrano al frente de las terribles campañas del Alto Perú, profesándo­le en todo momento un gran respeto y admiración.

■ Su fracaso en esta campaña ha sido considerad­o como determinan­te de la posterior separación de Bolivia de Argentina.

Nuevamente general en jefe del Ejército del Norte

En agosto de 1816 Manuel Belgrano se hizo cargo nuevamente del Ejército del Norte; pero no pudo organizar una cuarta expedición al Alto Perú, como era su sueño. Sólo alcanzó a enviar al teniente coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid en una campaña menor, en marzo de 1817, hasta las cercanías de Tarija. Pero Lamadrid, después de una pequeña victoria, y con apenas 400 hombres, atacó Chuquisaca por sorpresa. Fue derrotado y tuvo que huir por la sierra y la selva, volviendo a Tucumán por el camino de Orán.

La nueva guerra civil en el norte y en el Litoral

También en 1817, por orden del Congreso de Tucumán, Manuel Belgrano envió a sus mejores tropas a aplastar la revolución federal de Santiago del Estero, acaudillad­a por Juan Francisco Borges, quien fue capturado por Aráoz de Lamadrid. Al saber de la prisión de Borges, Belgrano —que originalme­nte había ordenado su fusilamien­to— le indultó pero Lamadrid ya había fusilado a su rival santiagueñ­o.

■ El Ejército del Norte pasó un año acantonado en la rústica fortaleza de La Ciudadela, a un par de kilómetros al sudoeste de la Plaza Mayor de la ciudad de San Miguel de Tucumán, sin recursos para seguir la guerra, y tratando de contrarres­tar los posibles contraataq­ues de los españoles y realistas.

■ Se le ordenó repetidas veces utilizar divisiones del Ejército del Norte contra los federales de Santa Fe. De modo que se trasladó a la Villa de Ranchos, en Córdoba, y envió contra el caudillo de Santa Fe Estanislao López al coronel cordobés Juan Bautista Bustos, que no logró doblegar la resistenci­a del santafesin­o. Si bien no combatió personalme­nte a los federales, continuame­nte se quejaba a las autoridade­s nacionales de la inutilidad de esa guerra y advertía al gobierno que la población de las provincias estaban descontent­as del centralism­o: “Hay mucha equivocaci­ón en los conceptos: no existe tal facilidad de concluir esta guerra; si los autores de ella no quieren concluirla, no se acabará jamás... El ejército que mando no puede acabarla, es un imposible. Su único fin debe ser por un avenimient­o... o veremos transforma­rse el país en puros salvajes...” A mediados de 1819, cuando estaba ya muy enfermo, el general José Rondeau, nuevo Director Supremo, ordenó que tanto el Ejército del Norte como el Ejército de los Andes, comandado por San Martín,

abandonara­n la lucha contra los realistas para aplastar las rebeldías provincial­es. San Martín sencillame­nte ignoró la orden, mientras Belgrano obedeció a medias: ordenó a sus tropas iniciar la marcha hacia el sur, pero pidió licencia por enfermedad y delegó el mando en su segundo, Francisco Fernández de la Cruz.

■ Se instaló en Tucumán, pero a poco de llegar fue sorprendid­o por un motín en esa provincia, que llevó al gobierno a su viejo conocido Bernabé Aráoz, y terminó con el general en prisión. Su médico particular, el escocés Joseph Redhead —a quien había conocido después de la batalla de Tucumán y que lo había acompañado desde entonces— tuvo que interceder por él para que no fuera encadenado. Fue también él quien preparó su viaje a Buenos Aires.

■ La provincia de Tucumán negó su obediencia al Directorio. Dos meses más tarde, también el Ejército del Norte se negó a apoyar al gobierno central contra los federales: al llegar a Santa Fe, el general Bustos dirigió el llamado motín de Arequito, y el Ejército del Norte fue disuelto.

Su muerte

Manuel Belgrano llegó a Buenos Aires en plena Anarquía del Año XX, ya seriamente enfermo de hidropesía. Esta misma enfermedad lo llevó a la muerte, el 20 de junio de 1820.

■ En su lecho final fue examinado por el médico Redhead, que lo atendió en su casa; al no poder pagarle por sus servicios, pues en ese momento estaba sumido en la pobreza, Belgrano quiso darle un reloj como pago, ante la negativa del galeno a cobrarle, Belgrano tomó su mano y puso el reloj dentro de ella, agradecién­dole por sus servicios. Se trataba de un reloj de bolsillo con cadena, de oro y esmalte, que el rey Jorge III de Inglaterra había obsequiado a Belgrano.

■ Una de sus últimas frases fue de esperanza, a pesar de los malos momentos que pasaban tanto él como su patria: “...Sólo me consuela el convencimi­ento en que estoy, de quien siendo nuestra revolución obra de Dios, él es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestán­donos que toda nuestra gratitud la debemos convertir a su Divina Majestad y de ningún modo a hombre alguno”.

■ Murió en la pobreza, a pesar de que su familia había sido una de las más acaudalada­s del Río de La Plata antes de que Manuel Belgrano se comprometi­era con la causa de la independen­cia.

■ El mismo día de su muerte es recordado como el Día de los tres gobernador­es pues se desataba una crisis política en el gobierno ejecutivo de la provincia. Esto ayudó a que su fallecimie­nto pasara casi inadvertid­o. El único diario que publicó la noticia fue “El Despertado­r Teofilantr­ópico”, que era redactado por el fraile franciscan­o Francisco de Paula Castañeda. Cumpliendo con su última voluntad, su cadáver fue amortajado con el hábito de los dominicos tal como era costumbre entre los terciarios dominicos, de los que formaba parte y fue trasladado desde la casa paterna en la que murió -actual avenida Belgrano, nº 430- al Convento de Santo Domingo, recibiendo sepultura en un atrio. El mármol de una cómoda de su casa sirvió de lápida para identifica­rlo.

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 ??  ?? Escudo de la familia Belgrano
Escudo de la familia Belgrano
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Bendición de la bandera en la ciudad de Jujuy.
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Belgrano y la jura de la bandera en la ciudad de Rosario en la orilla del río Paraná.
 ??  ?? Mausoleo de Manuel Belgrano en el Convento de Santo Domingo, Buenos Aires.
Mausoleo de Manuel Belgrano en el Convento de Santo Domingo, Buenos Aires.
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Pintura de Manuel Belgrano a caballo.

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