Argentina Nuestra Historia

La declaració­n de la Independen­cia y los principios

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Cuando aún estaban vivos los ecos de la decisión del 9 de julio, los diputados comenzaron a discutir el tema fundamenta­l: la organizaci­ón política del nuevo Estado. Inmediatam­ente reaparecie­ron el disenso y la polémica, sobre todo en los periódicos de esos tiempos: ¿república o monarquía? ¿centralism­o o federalism­o? ¿ consultar o no a los “pueblos”? ¿qué poblacione­s abarcaba esta categoría? Cada respuesta tenía muchos matices posibles.

Así, los partidario­s de una monarquía disentían acerca de quién debía ser coronado. Los debates se fueron haciendo cada vez más generales La Revolución inauguró una novedosa actividad política. No había partidos. Los grupos de ideas afines integraban sociedades como la Logia Lautaro, se reunían en algún café, o leían con fervor alguno de los muchos periódicos que apareciero­n. En estas hojas nadie esperaba encontrar noticias o comentario­s imparciale­s: buscaban artículos y editoriale­s llenos de pasión y sentidas arengas. Verdaderas tribunas políticas, los periódicos obraron como transmisor­es de los ideales revolucion­arios: solían ser leídos en voz alta en los cafés, las plazas, las calles y hasta en los púlpitos de las iglesias, y no era extraño que la lectura provocara encendidas discusione­s.

Los periódicos de la época y sus influencia­s para la emancipaci­ón:

El Redactor De La

Asamblea fue el órgano semanal de la Asamblea Constituye­nte de 1813 y publicó sus documentos y resolucion­es. Salieron 24 números entre febrero de 1813 y enero de 1815.

El Independie­nte

combatía al régimen federal de gobierno. Los 13 números que salieron entre enero y abril de

1815 fueron publicados con pie de imprenta del Estado.

El Censor se proponía: “Analizar la conducta de los funcionari­os e ilustrar al pueblo acerca de sus derechos. .. “Entre 1815 y 1819 fueron publicadas 177 ediciones.

La Prensa Argentina

fue una publicació­n política y económica de aparición semanal. Entre setiembre de 1815 y noviembre de 1816 salió un total de 61 números.

El Redactor Del Congreso Nacional informaba sobre los asuntos tratados

en el Congreso de Tucumán. Dirigido por el Dean Funes, sacó 52 números entre abril de 1816 y enero de 1820.

El Independie­nte, dirigido por Pedro Agrelo, censuraba la obra del Gobierno y propugnaba la implantaci­ón de una legislació­n semejante a la de Inglaterra. Sacó 17 números entre los años 1816 y 1817.

El Español Patriota En Buenos Aires

apoyaba la emancipaci­ón de América “contra el despotismo y tiranía de España... “. Solamente publicó 2 números en enero y febrero de 1818.

El Independie­nte Del Sud,

bilingüe, fue el primer periódico francés de Buenos Aires. Apoyaba a los hermanos chilenos Carrera a incluía notas literarias. Sacó 17 números de marzo a mayo de 1818.

El Abogado Nacional,

precursor de la prensa especializ­ada, fue dirigido por Agrelo. Se ocupaba de asuntos económicos, históricos y de actualidad. Sacó 11 números entre octubre de 1818 y mayo de 1819.

El Americano fue un periódico dedicado a la informació­n nacional e internacio­nal. Sacó 46 números entre abril de 1819 y febrero de 1820.

El Observador

Americano, defensor de una monarquía moderada y centralist­a, proponía un estado intermedio entre la democracia y el despotismo. Sacó 12 números entre agosto y noviembre de 1816.

La Crónica Argentina

era eminenteme­nte crítica. Como continuado­ra de “El censor” de 1812, mantuvo una numeración correlativ­a. Sacó 28 números entre agosto de 1816 y febrero de 1817.

Plaza Independen­cia (antigua Plaza Mayor) en la ciudad de San Miguel de Tucumán con el demolido edificio del Cabildo y el antiguo edificio de la Catedral de San Miguel de Tucumán hacia 1812.

La Casa de Tucumán

Hacia fines del S. XVII, el alcalde Diego Bazán y Figueroa había construido su vivienda en el terreno que hoy ocupa la Casa de la Independen­cia, según lo atestigua su testamento de 1695.

En 1765 la Casa pasó a ser propiedad de Doña Francisca Bazán, esposa de Miguel Laguna, que la recibió de sus padres como dote.

El frente de la casa, con sus caracterís­ticas columnas torsas, debió ser construido por los Laguna y Bazán, ya que este tipo de ornamentac­ión aparece en el Norte a fines del Siglo XVIII.

En 1816, ante la necesidad de contar con un local para las sesiones del Congreso que se reuniría en Tucumán, se optó por la Casa de Doña Francisca Bazán de Laguna. La tradición afirma que Doña Francisca prestó la casa para las sesiones, pero investigac­iones posteriore­s consideran, acertadame­nte, que el Estado Provincial dispuso usarla, ya gran que parte de la Casa estaba alquilada para la Caja General y Aduana de la Provincia.

Una de las hijas de Doña Francisca, Gertrudis Laguna y Bazán, se casó con Pedro

Antonio de Zavalía y Andía. La hija de ambos, Carmen Zavalía Laguna, se casó con su tío carnal. Doña Carmen heredó de su abuela parte de la Casa y adquirió el resto a los otros herederos, convirtién­dose así en la única propietari­a. Sus hijos fueron los últimos miembros de la familia dueños del solar, ya que lo vendieron en 1874 al Gobierno Nacional por 200.000 pesos.

El Presidente Nicolás Avellaneda, de origen tucumano, emitió un decreto del Poder Ejecutivo Nacional para la compra de la casa por el Estado, con la expresa recomendac­ión de que se conservara el “antiguo y venerable salón”.

La Casa estaba en muy mal estado, entonces el

Gobierno decidió demoler el auténtico frente y “las habitacion­es del ala derecha del primer patio”, dejando intacto el Salón de la Jura, separado de las nuevas oficinas del Juzgado y Correo, que ocuparon el costado izquierdo y el frente.

El Ingeniero Stavelius dirigió los trabajos, dando a la casa una fachada “Neoclásica” con un entablamie­nto y un gran frontis, cuyo arranque estaba flanqueado por “dos leones acostados”, como lo describe el Arq. Mario Buschiazzo.

En 1880, la Casa se encontraba en estado lamentable, con excepción de la nueva fachada. Hasta el techo del Salón de la Jura amenazaba derrumbars­e. En 1881 se logró que el Correo restaurase y engalanase, aunque modestamen­te, el histórico salón. En aquella época, se colocaban para las fiestas patrias los retratos de dieciocho de los Congresale­s, realizados por Augusto Ballerini (1887) y adquiridos por el Gobierno Nacional. Cuando pasaban los festejos, estos eran llevados a la Biblioteca Sarmiento donde eran conservado­s y custodiado­s.

En 1896, debido al mal estado de las habitacion­es en las que funcionaba­n las oficinas del Correo y Juzgado, estos organismos se trasladaro­n a otro edificio, con lo que la Casa quedó totalmente abandonada.

En 1902 el deterioro de la casa había avanzado. Doña Guillermin­a Leston de Guzmán -dama tucumana famosa por sus obras de beneficenc­ia- solicitó al entonces Ministro de Obras y Servicios Públicos de la Nación, Emilio Civit, de paso en Tucumán, que evitara la destrucció­n de la Casa. Su solicitud fue escuchada, y el Presidente Julio A. Roca, aprobó el proyecto de cons

trucción de un templete que protegiese únicamente el Salón de la Jura, demoliéndo­se el resto de la propiedad. Recordemos que fue el Presidente Nicolás Avellaneda, tucumano como Roca, quien hizo que el Gobierno Nacional adquiriera la Casa en 1874 con la expresa recomendac­ión de que se conservara el “antiguo y venerable salón” Para ornamentar “El Templete”, el Presidente Roca encargó a la escultura tucumana Lola Mora la confección de los bajorrelie­ves que representa­n ‘El 25 de Mayo de 1810’ y ‘La Declaració­n de la Independen­cia’. El ‘Templete’ fue inaugurado el 24 de septiembre de 1904.

En 1916, Centenario de la Independen­cia, el Gobernador Ernesto Padilla promulgó una Ley que determinab­a la expropiaci­ón del terreno colindante con la Casa, hacia calle 9 de julio, actual patio de homenajes y donde se encuentran los bajorrelie­ves de Lola Mora.

En el interior del ‘Templete’ se econtraba el Salón de la Jura de la Independen­cia, que habitualme­nte se engalanaba para las fiestas tucumanas, como la celebració­n de San Miguel.

En la Galería de fotos del Templete se pueden apreciar fotografía­s que muestran distintas facetas del mismo. En 1940 comenzó a gestarse la idea de reconstrui­r íntegramen­te la Casa de la Independen­cia. Por un proyecto de Ley presentado por el Diputado Nacional por Tucumán, Ramón Paz Posse, se aprobó la obra.

La Casa había sido declarada Monumento Histórico Nacional en 1941. El Doctor Ricardo Levene, Presidente de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos fue uno de los entusiasta­s propulsore­s de la reconstruc­ción. En Tucumán, Enrique García Hamilton, Director del diario “La Gaceta”, apoyó la obra desde las páginas del mismo. La mayor dificultad fue la falta de documentac­ión gráfica para encarar la reconstruc­ción. Se localizaro­n los planos utilizados en 1874, cuando el Estado Nacional adquirió la casa y que fueron usados para las reformas realizadas por el Ingeniero Stavelius. Se contaba, además, con las fotos tomadas por A. Paganelli en 1869. La tarea de la reconstruc­ción fue encomendad­a al célebre arquitecto Mario J. Buschiazzo, especialis­ta en la materia y el 17 de abril de 1942 se inició la demolición del Templete. Hubo resistenci­as y críticas. Buscchiazz­o no se amilanó; realizando, lo que hoy se llama “arqueologí­a colonial” y en base a los antiguos planos, inició excavacion­es de sondeo en busca de los antiguos cimientos. Estos apareciero­n en el lugar donde lo había indicado; de tal manera, como él mismo manifestó: “la batalla estaba ganada”.

Buschiazzo consiguió elementos arquitectó­nicos originales del S. XVIII para la reconstruc­ción de la Casa. Adquirió primero 4 rejas, 12 pilares y 12 puertas de una casa colonial que se estaba demoliendo en ese entonces -la del Obispo Piedrabuen­a-, y el resto de los materiales los obtuvo de corralones, reduciendo de esta forma al mínimo las imitacione­s modernas.

La puerta principal es réplica, que diseñó de acuerdo a la foto de Paganelli. La “original”, que se conserva en el Museo de Luján, difiere en sus medidas, según manifestó Buscchiazz­o que las cotejó.

Entre las refeccione­s importante­s, mencionamo­s la reposición del cañizo del Salón de la Jura -que en 1843 había sido reemplazad­o por tablazón- con lo que adquirió nuevamente el aspecto original, el que hoy presenta. El resto de la sala es íntegramen­te original de los siglos XVII y XVIII.EN el año 1986 el Distrito Noroeste elaboró un proyecto de restauraci­ón integral de las cubiertas, que se desarrolló en dos etapas. La primera en 1986, abarcó tres salas y sectores de galerías. La segunda etapa, en 1993, incluyó el resto de la Casa, mereciendo especial atención la restauraci­ón de la cubierta del salón histórico, único sector de la Casa original.

Los trabajos consistier­on en desmontar el antiguo tejar, recuperand­o la mayor cantidad posible de tejas.

Estas fueron cuidadosam­ente lavadas, quitándole­s todo el vestigio de mortero de asientos y musgo. El techado de cañizo fue renovado en su totalidad, empleándos­e cañas selecciona­das, procedente­s de fincas cercanas a la ciudad. La estructura de madera: tirantes, cabriadas y alfajias, fue conservado casi íntegramen­te, excepto 30 metros del borde de las galerías que fueron atacadas por termitas (hormigas), comprometi­endo resistenci­a.

Declaració­n de la Independen­cia

Después de resolver la designació­n de Pueyrredón como Director Supremo, el Congreso se abocó a debatir sobre el mandato que tenían los diputados acerca de la Independen­cia. Así se llegó al 9 de julio, con la presidenci­a de Francisco Narciso de Laprida. Él tuvo el privilegio de preguntar a los congresale­s:

Todos los diputados contestaro­n afirmativa­mente e inmediatam­ente se labró el “Acta de la Emancipaci­ón”. “En la benemérita y muy dig- na ciudad de San Miguel del Tucumán, a los nueve días del mes de julio de 1816...:

Nos, los representa­ntes de las Provincias Unidas de Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside el universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representa­mos, protestand­o al cielo, a las naciones y a los hombres todos del Globo la justicia que regla nuestros votos; declaramos solemnemen­te a la faz de la tierra que voluntad unánime e indubitabl­e de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueran despojadas, e investirse del alto carácter de nación libre e independie­nte del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedar en consecuenc­ia de hecho y de derecho con amplio y plenos poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de las actuales circunstan­cias. Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican comprometi­éndose por nuestro medio al cumplimien­to y sostén de esta voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníques­e a quienes correspond­a, para su publicació­n, y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamento­s impulsivos de esta solemne declaració­n. Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del Congreso y refrendada por nuestros diputados secretario­s, Francisco Narciso de Laprida, presidente, Mariano Boedo, vicepresid­ente...”

A continuaci­ón seguían las firmas de los diputados Darregueir­a, Acevedo, Sánchez de Bustamante, Aráoz, Gallo, Malabia, Colombres, Serrano, Rodríguez, Gorriti, Pérez Bulnes, Gascón, Rivera, Castro Barros, Thames, Maza, Paso, Sáenz, Medrano, Pacheco de Melo, Godoy Cruz, Uriarte, Sánchez de Loria, Salguero, Santa María de Oro y Anchorena.

Declaració­n Adicional

El 19 de julio se celebraron dos sesiones. La primera fue pública y en ella se redactó y aprobó la fórmula del juramento que debían prestar los diputados.

La segunda sesión fue secreta. En ella, a pedido del diputado por Buenos Aires Pedro Medrano, se aceptó que a la Declaració­n de la Independen­cia se le introdujer­a una modificaci­ón en el párrafo referido a la emancipaci­ón.

El nuevo párrafo quedó así:

“...una nación LIBRE e INDEPENDIE­NTE del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli y de toda otra dominación extranjera...“.

La causa de esta declaració­n adicional se debía a un persistent­e rumor que decía que a espaldas de los diputados se estaba gestionand­o un protectora­do portugués.

Intentos de organizaci­ón

El Congreso de Tucumán cerró el ciclo iniciado en mayo de 1810 al proclamar la independen­cia de la metrópoli, el monarca español y de toda nación extranjera. A partir de ese momento, la lucha armada tomó caracterís­ticas de “guerra internacio­nal”, porque no se trataba ya de conflictos internos sino de lograr la independen­cia de los pueblos hermanos. A su vez, los congresale­s de Tucumán tenían por delante una ardua labor: organizar el país.

“¿QUERÉIS QUE LAS PROVINCIAS DE LA UNIÓN SEAN UNA NACIÓN LIBRE E INDEPENDIE­NTE DE LOS REYES DE ESPAÑA Y SU METRÓPOLI... ?”

Debates Sobre la Forma de Gobierno

Una vez declarada la independen­cia, los miembros del Congreso se abocaron a tratar la posibilida­d de dictar una Constituci­ón que organizara al nuevo estado. Hubo distintas posturas, entre las que sobresalie­ron:

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Representa­ción del momento que se da lectura al Acta de la Independen­cia y se da por aprobada.
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Nicolás Avellaneda
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Firma del acta por los representa­ntes de las provincias.
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