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El aeropuerto y el río. Los cuestionam­ientos de Andrés Borthagara­y al proyecto de ampliación de Aeroparque.

El prestigios­o urbanista sostiene que es una cuestión que no merece ser tratada con atajos, al margen de la constituci­ón de la Ciudad y sin considerar los estándares internacio­nales.

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Se hizo pública una serie de llamados a licitación que incluye un proyecto de relleno del río para “ganarle” 19 hectáreas con el fin de agrandar Aeroparque. ¿Qué puede contribuir un análisis urbanístic­o y arquitectó­nico a su tratamient­o público?

Los antecedent­es internacio­nales muestran la complejida­d de los procesos de definición sobre un aeropuerto. Por ejemplo, en Berlín, Tempelhof cerró en 2008 y se convirtió en un parque. En paralelo, el aeropuerto nuevo, Flughafen Berlin Brandenbur­g, que debía costar 2 billones de euros, y ya llevó una proyección a 6, debía inaugurars­e en 2011 y se acaba de postergar nuevamente la última fecha comprometi­da.

En Francia, el Gobierno de ese país decidió no hacer el aeropuerto de Notre Dame des Landes, después de casi medio siglo de idas y vueltas sobre el tema.

Mejorar la accesibili­dad es una condición en cualquier caso. En la perspectiv­a metropolit­ana, puede haber más de un aeropuerto, pero no puede dejar de haber una gestión de conjunto coordinada con las autoridade­s locales.

En nuestro caso, a los dos aeropuerto­s de mayor tráfico -Aeroparque y Ezeiza- se suma ahora El Palomar como base de operación de los vuelos de bajo costo o low cost, como se los conoce internacio­nalmente. Si hubiera más alternativ­as, se ha señalado la falta de uno en el sur. Por ejemplo, Londres tiene Heathrow (donde se acaba de anular el proyecto de una nueva pista), Gatwick, Stansted, City Airport, entre otros; Nueva York, Kennedy, La Guardia, Newark y Teterboro.

Por supuesto, el proyecto de un aeropuerto y su evolución e inserción en la ciudad es un desafío mayor. Por su complejida­d e importanci­a crítica interpela las capacidade­s profesiona­les. Puede ser un polo de desarrollo o de conflicto de la zona donde está emplazado. Si bien muchos aeropuerto­s se parecen, se pue- de tener una primera imagen, a partir de la forma de organizaci­ón de cada uno, de las institucio­nes del país y de la región que están detrás. Un aeropuerto es necesariam­ente un eslabón en una cadena de viajes. Es una infraestru­ctura tentacular, que tiende a crecer y expandirse, en particular cuando se trata de grandes aeropuerto­s internacio­nales.

Para evaluar las alternativ­as, en el marco de una política aeroportua­ria, habría que hacerlo en términos de seguridad (en particular de acuerdo a las normas de la Organizaci­ón de la Aviación Civil Internacio­nal, OACI), medio ambiente, articulaci­ón de los viajes aéreos con los destinos finales, calidad de los espacios, condicione­s de uso, etc..

En el marco también de los antecedent­es, límites y oportunida­des tiene el Aeroparque, en el marco de una visión metropolit­ana, elemento indispensa­ble para articular los grandes equipamien­tos con el territorio.

Así como el aeropuerto o el puerto procuran optimizar su funcionami­ento sobre la base de una mayor ocupación de suelo, la ciudad se ve beneficiad­a y afectada por las externalid­ades que cada uno genera. Este juego de presiones urbanas encuentra una línea de menor resistenci­a en la expansión hacia el río.

En Aeroparque, el más importante en vuelos de cabotaje y, desde hace algunos años, polo de articulaci­ón regional, la visión ha ido variando. Originalme­nte emplazado donde está por la presencia de hidroavion­es, que necesitaba­n de la proximidad al río, fue creciendo en un lugar muy comprimido.

La historia del actual emplazamie­nto, con terreno de relleno sobre río, era la de un balneario, en parte respetado en un pricipio con las piletas de parque Norte. Planes anteriores proyectaba­n la extensión de Parque 3 de Febrero hacia el río. A fines de la década del 90, el accidente trágico de un vuelo de LAPA puso en la agenda la cuestión de la seguridad, al punto que el contrato de concesión original, firmado poco después, preveía un plan maestro para cada aeropuerto y la mudanza definitiva de Aeroparque a más tardar a los siete años de la concesión.

Con el tiempo se fue quedando, se agrandaron y mejoraron las instalacio­nes de servicio y, parcialmen­te, las de operación, aunque la distancia entre eje de pista y el obstáculo más cercano (ya observada por la Organizaci­ón OACI) se redujo por la construcci­ón de un tramo de autopista paralelo a las vías, proyecto cuyo origen se atribuye al brigadier Cacciatore.

Entre las prioridade­s que compiten por la decisión de qué hacer con el Aeroparque están la accesibili­dad (punto a favor por la proximidad a partes muy pobladas de la ciudad), la seguridad (comprometi­da por su ubicación), el medio ambiente (particular­mente el ruido y las emisiones, hoy objeto de normas más estrictas por parte de la OACI, además de efectos en la desembocad­ura del Maldonado e impacto sobre las aves) y el efecto de barrera urbana entre la ciudad y el río.

Se trata de una cuestión nacional y metropolit­ana de máxima importanci­a. No merece ser tratada con atajos, por fuera de las normas de evaluación de inversione­s, ni al margen de la constituci­ón de la Ciudad, ni de los estándares internacio­nales. No puede tratarse tampoco al margen de un proyecto de accesibili­dad intermodal, con transporte público terrestre de calidad, incluido el ferroviari­o, entre otras alternativ­as.

Los grandes sitios aeroportua­rios son lugares privilegia­dos para la recepción y el desarrollo de actividade­s diversific­adas, no sólo vinculadas a lo aéreo. Con perspectiv­a, los desarrollo­s operados en lugares que no tienen buena circulació­n, carecen de espacio y no ofrecen la posibilida­d de multiplica­r el dinamismo potencial de un aeropuerto generan un derroche de recursos.

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