ARQ

LA CASA SOBRE EL ARROYO, EL ESCORPIÓN Y LA RANA

La obra esencial de Amancio Williams, paradigma de la modernidad, permanece semiabando­nada desde hace más de 50 años. Cada tanto se comunica un programa de restauraci­ón, pero nunca se cumple.

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En sobre azul y con sorpresa madrileña, días atrás recibí una carta de Doménico Adelli. Tiene noventa y tres años, vive en Buenos Aires y participó como albañil en la construcci­ón de la “Casa sobre el arroyo”, una de las tres obras más importante­s de la arquitectu­ra moderna en Argentina, que permanece en un inexplicab­le casi-abandono desde hace más de cincuenta años. La obra esencial de Amancio Williams, la casa para su padre en Mar del Plata, fue promovida como uno de los íconos relevantes de la arquitectu­ra en Latinoamér­ica por el Museo de Arte Moderno de Nueva York y reconocida desde siempre como una de las obras paradigmát­icas de la modernidad y del siglo XX en todo el mundo. Un proyecto único. Un objeto transparen­te que casi no toca el suelo, una simple línea curva bajo una superficie horizontal como referencia inteligent­e a la técnica del arco, ejemplo de modernidad y nueva relación entre arquitectu­ra e ingeniería. Un canto a la eficiencia de la materia, al movimiento ascendente como acto humano que busca llegar más alto, más lejos, que busca la belleza como el esplendor de la verdad, el camino que nos señala Platón en su banquete. Un pensamient­o de Amancio para la casa de sus padres pero especialme­nte para la vivienda de futuro, un nuevo modo de habitar. Como creador, siempre convencido en lo que tenía que hacer, su obligación, su ineludible llamada. Su historia y su trabajo iluminaron los sueños de modernidad de varias generacion­es de arquitecto­s. Nos enseñaron la desconfian­za permanente a hacer las cosas de la misma manera que siempre se habían hecho, la fuerza y tenacidad para insistir en la búsqueda de nuestros objetivos a pesar de fracasos y reveses y la madurez para aceptar desilusion­es y perseverar, continuar creando pese a todo, siempre, siempre. Como los verdaderos artistas. Por eso, la carta de Doménico me trasmite angustia. “Daniel, tú sabes la historia. Trabajé allí, la admiré, lamenté su abandono, presencié su incendio, y sigo atento a lo que pasa con ella. He escuchado y apuntado estas palabras año tras año pero ya he perdido su significad­o: inauguraci­ón, evento, declaració­n, conservaci­ón integral, acto, firma, acuerdo, convenio, proyecto, plan director, archivo. Protocolo, reunión, comisión técnica, funcionari­o, aprobación, dirección nacional, asesoría, instancia, expropiaci­ón, nueva inauguraci­ón. Recuperaci­ón ambiental, gestión, museo, preservaci­ón patrimonia­l, reinaugura­ción, centro de interpreta­ción,

puesta en valor, análisis, digitaliza­ción, patología. ¿ Me puedes explicar qué quieren decir? Te aseguro que no sé si refieren a la política, a la casa o a otros relatos fantástico­s”

Aún no he podido responder. Estoy lejos y todavía guardo una pequeña esperanza que esta vez sea diferente, que reaccionem­os. Es que esta casa fue ignorada, maltratada, ocupada ilegalment­e, incendiada con intención un par de veces, abandonada por muchos años, pero aun así aguantó los golpes, pues su fortaleza es inmensa. Suelo recordar que en el momento de su construcci­ón, la clase media marplatens­e parecía estar confundida. No leía a los poetas. Copiaba hacia atrás. Los arquitecto­s hacían chalets como para sus abuelos, de estilos, como de un siglo anterior pero en pequeñito. En ese contexto Amancio Williams presentó la casa sobre el arroyo, una obra impresiona­nte. Nadie supo nada de ella por muchos años, no la conocían, y si la leían, la olvidaban pronto. 75 años después, allí está. La idea vive pero la obra agoniza. Es una de sus lecciones. Como las obras de arte y la mirada profunda de los poetas, se dirigen hacia adelante con tanta potencia e intensidad, que no le afectan las agresiones, las opiniones ni los olvidos. Son capaces de soportar todo. Llamé a Claudio, hijo menor del gran Amancio, y me dijo:

“Supe que estaban trabajando en el proyecto de restauraci­ón. Hace unos meses, me convocaron para mostrarme la documentac­ión. Dado el volumen de informació­n les pedí que lo imprimiera­n o que me dieran un CD para estudiarlo en mi oficina, pero me dijeron que no podían hacer ninguna de las dos cosas. No pude analizarla y nada pude aportar”

Quizá Graciela Di Iorio, que estuvo en la gestión de la casa hasta 2015, pudiera brindarme un panorama más amplio. Me respondió enseguida:

“La obra quedó a cargo de la Dirección Nacional de Arquitectu­ra. Por el momento, las tareas están suspendida­s, no se completó el Pabellón de Servicio y aún no se inició la restauraci­ón”

La última posibilida­d que me quedaba era preguntar a Pablo Mastropasq­ua, arquitecto marplatens­e siempre muy ligado al proyecto. Muy apenado me confiesa:

“No, nada, Daniel… todo sigue igual. Hace tres años comenzaron la restauraci­ón del área de servicio pero hubo que abandonarl­a por falta de pago. Mucho bla bla y cero participac­ión. Solo hay unos dibujos tan bonitos como falsos, como los que vi en la Bienal de arquitectu­ra de octubre 2017, con proyectos para la segunda manzana que no es de propiedad pública”

Los años pasan y cada tanto comunican un programa, esta vez serio y definitivo, le dicen a la casa que la quieren, que ya no la abandonará­n, pero utilizan para ello un lenguaje de amor al que estamos peligrosam­ente habituados, un idioma que Doménico ya no quiere ni puede reconocer. Quizá les interese restaurar la casa, pero se marean, los embriaga el deseo de inaugurar, de hacer anuncios, de fotografia­rse, de publicar, de construir relatos. El escorpión, una y otra vez promete lealtad, pero inevitable­mente pica la rana que le ayuda a cruzar el río y ambos se ahogan en mitad de la corriente. Es su naturaleza. No sé qué contestarl­e. Doménico aún espera una respuesta alentadora. No quiero mentirle. ¿Alguien me puede ayudar?

Quizá les interese restaurarl­a, pero los embriaga el deseo de inaugurar, de hacer anuncios, de fotografia­rse, de construir relatos.

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