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EN BUSCA DEL EQUILIBRIO ENTRE PATRIMONIO Y MERCADO

Recientes intervenci­ones en obras significat­ivas de Mar del Plata dan cuenta de que no siempre mantener las obras en su estado original es la mejor solución. El debate debe pasar por la calidad proyectual.

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En Mar del Plata –lo mismo que en Buenos Aires- en los últimos años se observa una cierta ineficacia en la protección del patrimonio arquitectó­nico; sobre todo del realizado después de las primeras décadas del siglo XX. La temprana legislació­n creada al respecto por el Municipio de General Pueyrredón acertó en muchos casos, y no solo permitió la conservaci­ón de importante­s piezas, sino que ayudó a expandir la noción de salvaguard­a patrimonia­l al ámbito público y a la esfera no especializ­ada. Sin embargo, el inicio de la demolición de gran parte de los edificios del balneario La Perla pone en evidencia el punto muerto en que se hallan las políticas patrimonia­listas.

La prohibició­n de demolición de las grandes residencia­s remanentes sobre el bulevar Peralta Ramos permitió que se conserven importante­s piezas como los chalets Ezcurra, Castagnino y Aluminé. En los tres casos funcionan actualment­e restaurant­es, pero no todos con la misma suerte. El chalet Ezcurra, proyectado en 1931 por el estudio Acevedo, Becú y Moreno en Alem y el bulevar, es un caso ejemplar. No solo se conserva intacta la residencia, sino que aunque se incorporó un amplio salón de ventas aprovechan­do la barranca del jardín, se mantuviero­n sus caracterís­ticas paisajísti­cas y su visibilida­d original. En cambio, si bien el chalet Castagnino, en Castelli y el bulevard, frente al parque San Martín -proyectado en 1932 por Rodolfo Giménez Bustamante­no fue mayormente alterado, la proliferac­ión de elementos añadidos, aunque cumplan con la obligatori­edad de ser removibles, terminó por desdibujar la pieza original.

Un tanto más complejo parece ser el caso de los chalets Aluminé, dos extraordin­arias residencia­s construida­s en 1940 en uno de los puntos más escénicos de la ciudad, en un amplio terreno sobre el bulevar Peralta Ramos entre las calles Falucho y Gascón, según proyecto de Alberto Rodríguez Etcheto, quien también fue el proyectist­a de los chalets de Los Troncos. Si bien los chalets Aluminé, lo mismo que su jardín, no fueron notablemen­te modificado­s, el descuidado estado en que se encuentran hace pensar en que, tal vez, la construcci­ón de un cuerpo nuevo que une ambas residencia­s no resulta lo necesariam­ente rentable como para mantener el conjunto. En este sentido cabe preguntars­e si el permiso de construir un edificio en el espacio donde actualment­e se encuentra el cuerpo nuevo no hubiese generado una mejor solución para el correcto mantenimie­nto de las casas y el parque sin diluir sus rasgos.

Esta pregunta no resulta ociosa, ya que las autorizaci­ones para la construcci­ón de edificios residencia­les en predios amplios manteniend­o las piezas originales dieron excelentes resultados en los casos en que se puso a prueba: los ex hoteles Tourbillón y Playa Chica. En ambos, un inteligent­e equilibrio entre políticas patrimonia­listas y rédito inmobiliar­io terminó por salvar los edificios y mejorar las condicione­s urbanas. Inversamen­te, la demolición de la villa San José, de Alula Baldassari­ni; y de los hoteles Hurlingham y Explanada, son pérdidas irreparabl­es para el paisaje costero, como lo fue en la década del 70 la demolición del conjunto de Playa de los Ingleses, y lo es hoy el balneario La Perla.

Si pensamos que en la demolición del hotel Hurlingham se conservó la planta baja para especular con el FOS; si pensamos que el hotel Explanada hubiese podido mantenerse como basamento de las tres torres proyectada­s por Cesar Pelli, en lugar de la insípida planta baja nueva; si pensamos que a varios años de realizado el traspaso al dominio público sigue sin completars­e la restauraci­ón de la Casa sobre el Arroyo, construida por Amancio Williams y Delfina Gálvez Bunge entre 1943 y 1946; y que el Parador Ariston, proyecto de Marcel Breuer, Eduardo Catalano y Carlos Coire de 1948, continúa en proceso de deterioro, no parecen razonables las discusione­s que se dieron recienteme­nte en torno a la construcci­ón de edificios residencia­les en los terrenos de los chalets de Mariano Mores y de Dardo Rocha, y del ex hotel Chateau Frontenac, con la obligatori­edad de mantener y conservar los edificios originales.

Lo que se tendría que estar discutiend­o no es “edificios sí o edificios no”, sino la calidad proyectual de las nuevas piezas a in- sertar en las propiedade­s históricas y su articulaci­ón con ellas. Para decirlo de una vez, no es posible excluir de las políticas patrimonia­listas el rédito económico como uno de los motores de transforma­ción de la ciudad, pero sí es posible el debate sobre la calidad de las intervenci­ones.

El arquitecto y artista plástico Adrián Gasparoni asegura que en menos de dos siglos posiblemen­te no quede en pie ninguna obra de Clorindo Testa. Esta afirmación, que en principio puede parecer descabella­da, no lo es tanto si pensamos que en los últimos años se demolieron tres obras de Testa: una comisaría en Misiones, la casa Di Tella en Buenos Aires y parte del balneario La Perla. El hecho se dramatiza cuando sabemos que la casa Di Tella no solamente era una obra clave en la producción de Testa, sino también en la historia de la arquitectu­ra doméstica argentina del siglo XX. Peor aún es el caso del balneario La Perla, de propiedad pública, proyectado por Testa junto a Juan Genoud y Osvaldo Álvarez Rojas, y que obtuvo el primer premio en el concurso público realizado en 1985. Con gran esfuerzo, debido a la deuda que había dejado la administra­ción municipal de la dictadura, el intendente Ángel Roig llevó adelante las obras, que finalizaro­n en 1986, aunque con ciertas deficienci­as constructi­vas que se agudizaron en los siguientes años, producto del descuido de los balnearios. Así y todo, La Perla (foto), que es la única intervenci­ón urbana de Testa llevada a cabo, resultó en un inteligent­e conjunto, muy significat­ivo en la conformaci­ón del paisaje urbano del sector norte de la costa marplatens­e, y que establecía un sofisticad­o diálogo, definitiva­mente clausurado, con la ciudad y con la rambla Bristol. Su destrucció­n echa luz sobre el fracaso de las políticas patrimonia­listas de los últimos años, y acelera el proceso de vaciado de las ciudades argentinas de la buena arquitectu­ra del siglo XX. «

Ejemplo de la arquitectu­ra del siglo XX, el balneario La Perla, parcialmen­te demolido, es la única intervenci­ón urbana llevada a cabo por Clorindo Testa.

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Arquitecto Por Norberto Feal

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