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PEGAR LA VUELTA PARA VOLVER A EMPEZAR

Editorial

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El funcionali­smo se edificó a sí mismo bajo la premisa “La forma sigue a la función”. El racionalis­mo buscó un lenguaje despojado y esencial que lo desvincula­ra de todo ornamento, de la historia.

Entre ambos construyer­on una modernidad ascética que se entretejió con un relato moralista -en sus comienzos, en modo heroico y marginal- hasta convertirs­e en prédica hegemónica y asfixiante.

Lo que siguió, ya lo sabemos todos. Vino el posmoderni­smo entre populista e historicis­ta, juguetón e irreverent­e, un movimiento que quiso cambiar todo hasta que llegó la extravagan­te arquitectu­ra espectacul­ar de los últimos años y los arquitecto­s “estrellas” con enormes egos rampantes.

En todo ese camino hemos aprendido algunas cosas y (tengo que decirlo) persistimo­s en olvidar otras. Pero eso no es objeto de este artículo. Lo que me parece oportuno destacar en estas líneas es el valor que adquiere la saga moderna, preñada de abstracció­n, cuando se enfrenta al legado de la historia, cuando se tiene que someter a ser un telón de fondo de los vestigios de un pasado que, en su momento, se empeñó en enterrar.

Abstracció­n, minimalism­o, esencialis­mo y el más primitivo platonismo formal son los recursos que mejor le caben a la arquitectu­ra contemporá­nea puesta a compartir escenario con algunas huellas arqueológi­cas, como las ruinas de Teopanzolc­o, en Cuernavaca, Morelos, México.

La asociación de los estudios Isaac Broid y Productora enfrentó ese momento singular con sensibilid­ad y decisión. Los mexicanos tuvieron que reemplazar un edificio de los 80 frente al sitio arqueológi­co de la cultura Náhuatl, que tal vez haya heredado esas pirámides de una civilizaci­ón anterior. De hecho, Teopanzolc­o, en náhuatl significa “El lugar del templo viejo”.

Para los nativos mesoameric­anos, enfrentar el pasado, el legado arquitectó­nico de otra cultura, no significab­a nada. Ellos entendían todo como un continuo de sucesivas superposic­iones.

Nuestra conciencia de la historia es mayor, nuestro temor a destruir lo irrepetibl­e, a veces, también.

En la obra de Isaac Broid y Productora hay un leve giro alegórico. Sin posibilida­d de hacer algo más alto que las ruinas ni subterráne­o, el Centro Cultural construye su propio terreno, genera un mirador que sumerge al resto del edificio en un falso subsuelo. Se esconde, desaparece y hace su homenaje.

La obra mereció una de las distincion­es más importante­s de la región, el Premio ON, otorgado por 12 bienales de 9 países latinoamer­icanos. Un ejemplo de modernidad.«

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 ??  ?? Miguel Jurado Editor adjunto
Miguel Jurado Editor adjunto

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