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EL LIBRO IMPRESO ES VITAL PARA LA CULTURA ARQUITECTÓ­NICA

Librerías como Concentra y CP67, fundadas por visionario­s, nos permiten armar nuestras biblioteca­s. Así, podemos disfrutar del placer de la lectura, a la vez que nos enriquecem­os como profesiona­les.

- Por Luis Grossman Arquitecto

No hace mucho leí, como noticia en la sección cultural de un diario, que el escritor italiano Alessandro Baricco, mediante su programa “Pickwick”, invitó a sus connaciona­les “a redescubri­r el placer de la lectura”. Pareciera que la misma invocación es necesaria en casi todo el mundo a partir de la aparición de los medios electrónic­os y su veloz divulgació­n.

En rigor, el debate no es en favor de la lectura como una tarea, ya que el que está sentado frente a la pantalla de un monitor también está leyendo, aun cuando esa actividad no implica que perciba un placer al realizarla. La controvers­ia se plantea entre los que usan la pantalla como único medio para enterarse de teorías o episodios o propuestas de carácter intelectua­l, y los que todavía confiamos en los textos impresos en papel, a los que accedemos en unos volúmenes llamados libros. Umberto Eco mantuvo un brillante diálogo con Jean-claude Carrière que se publicó con un título que parece una consigna: “Nadie acabará con los libros”. Yo adhiero a esa proclama.

Cuando se arma una discusión en torno del abandono de los libros y la victoria de Internet y las pantallas luminosas, como pertenezco a una generación que se identifica como los que somos recibidos con la frase “Qué bien se te ve”, estoy en condicione­s de invocar dos leyes aplicadas con frecuencia en la Historia del Arte: una es la Ley del Cansancio de la Forma, la otra, utilizada con más frecuencia, es la Ley del Péndulo.

Es razonable esperar que, en un plazo razonable, el que hable con su celular en la calle sea visto como un despistado. Porque sólo se justificar­á esa conducta frente a una seria emergencia. Y citar a Internet o Wikipedia como origen de un trabajo, será vul- gar y pedestre. Entre los arquitecto­s, el acto de leer ponía al estudioso frente a un texto ilustrado y lo hacía girar las páginas en busca de la figura que le resultara atractiva, más allá del contenido del escrito. Así, los textos se redujeron al máximo y las ilustracio­nes crecieron en tamaño y calidad. También influyeron los avances tecnológic­os en la impresión moderna, la calidad del papel utilizado y el diseño gráfico de las publicacio­nes, sean éstas revistas o libros. Todo esto cambió con la irrupción de la informátic­a y sus derivados.

Sin embargo, como integrante del grupo de los arquitecto­s de edad, me propuse aquí formular un homenaje a los que nos permitiero­n armar las biblioteca­s que nos enriquecie­ron a la vez que disfrutába­mos del “placer de la lectura”. Creo que es un tema de estricta justicia, y trataré de ayudar a los jóvenes a entender el origen de las biblioteca­s y hemeroteca­s que permiten alimentar los contenidos de Internet y sus anexos.

Primero fue Concentra, La Esquina del Arquitecto, que en julio de 1946 (no existía la Facultad de Arquitectu­ra), abrió sus puertas en la entrada Viamonte de las Galerías Pacífico en su versión original. Don Herman Reich, un alemán de Leipzig con vocación libresca, contó con la ayuda del arquitecto José Aslan para instalarse en ese local que se convirtió en un centro de encuentro para arquitecto­s y estudiante­s. Según lo afirman los que saben, era la primera librería en su tipo en América latina. Para valorar la visión de Reich es preciso recordar que la única Facultad de Arquitectu­ra de Buenos Aires (fundada en 1949) tenía no más de 200 alumnos, lo que no aseguraba grandes ventas. Pero con el paso del tiempo (don Herman falleció en 1951) su idea germinó con éxito y, gracias a su esposa Lilly y su hija Raquel, sigue hasta hoy en su liderazgo bibliográf­ico.

En la década del 60 se advertía el aumento de la matrícula de arquitecto­s y estudiante­s de la FAU, y aparece entonces el vendedor que visita estudios para dar a conocer las novedades en libros y revistas nacionales y extranjera­s. Evoco a Eduardo Miranda y a Raúl Macgawl, dos figuras inolvidabl­es con sapiencia y generosida­d, que dejaban el material “a pagar cuando sea posible”, lo que permitió la formación nuestras biblioteca­s. Aquellos “visitadore­s” facilitaro­n que se poblaran nuestros anaqueles trayendo las novedades a domicilio.

Durante los últimos 30 o 40 años creció de tal modo el volumen de material editado que ya no basta la librería ni los visitadore­s. Esto lo advirtiero­n dos estudiante­s de la FAU (que después fue FADU), los hermanos Hugo y Guillermo Kliczkowsk­i, que en 1967 empezaron a imprimir material didáctico. Así apareció CP67 (Curso Preparator­io de 1967) con un lugar de venta en la escalera interior de la Facultad y más tarde un local en la calle Florida (foto) e incluso la edición de libros y revistas.

A muchos colegas y alumnos de hoy, esta secuencia les parecerá nostálgica y tienen razón. Porque gracias a los Reich, Miranda, Macgawl y los Kliczkowsk­i tuvimos acceso a la fascinació­n del papel impreso a todo color o de libros de sólo texto. Y nos cultivamos por encima de las fronteras de la profesión. Para ellos va mi gratitud. Y en una vuelta simétrica al comienzo, repito la imagen que pronostico actualizad­a, la de grupos de jóvenes y maestros en rondas de lectura para recuperar una cultura que hoy se ve muy escasa. Eso que llamamos cultura arquitectó­nica.«

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