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LA PERVERSA PASIÓN POR LA PRESERVACI­ÓN Y LA DEMOLICIÓN

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La historia construida de los argentinos está gobernada por una ambivalent­e pulsión primitiva. Por un lado, el renacido interés por la preservaci­ón. Por el otro, la histórica pasión por demoler. En este juego de toma y daca, la transforma­ción de nuestras ciudades consume los mejores vestigios de nuestra historia como si fueran envases descartabl­es.

Si el Obelisco, la Pirámide de Mayo y hasta la Casa Rosada estuvieron apunto de ser demolidos, poco se puede esperar de edificios menos notables que todavía existen.

En 1938, el presidente Agustín P. Justo mandó derrumbar la Casa Rosada basado en un proyecto de 1910 del director de arquitectu­ra de París. El citado Joseph Bouvard planteaba extender la Plaza de Mayo hasta el río a modo de gran parque escalonado.

La demolición empezó por el frente Sur y acabó con 17 metros de las fachadas que daban a Plaza de Mayo y Plaza Colón antes de que fuera parada. Para todos los vanguardis­tas de ese momento, la Rosada era casi nueva, tenía 42 años, no significab­a nada. Para Justo menos. Hay que tener en cuenta que, durante su mandato se comenzó a abrir la Avenida 9 de Julio y se construyó el Obelisco.

Las grandes demolicion­es argentinas siempre declamaron una intenciona­lidad técnica relacionad­a con crear ciudades más modernas, eficientes y prácticas. Pero ocultaron el interés por cambiar los patrones estéticos y culturales previos. Esto pasaba a principios del siglo XX; hoy, las demolicion­es parecen buscar nada más que el rédito económico. Ya no se preocupan por los temas que eran obsesión en el pasado.

La 9 de Julio, por caso, fue una monumental demolición que acabó con centenares de obras paradigmát­icas y decenas de ambientes urbanos irrepetibl­es. Apenas empezó, cuando tenía 5 cuadras de largo, el mismo Justo mandó construir el Obelisco como para dejar un recuerdo. A los legislador­es de la oposición no les gustó ni medio y votaron su demolición. No les hicieron caso.

La mismísima Pirámide de Mayo estuvo en riesgo de desaparici­ón; nacida para conmemorar la gesta de Mayo, su restauraci­ón actual ganó el Premio SCA-CICOP que se muestra en las páginas de este número.

En 1826, Bernardino Rivadavia propuso cambiarla por un monumento más llamativo pero no lo logró. En 1883, el intendente Marcelo Torcuato de Alvear volvió con la idea del “monumento digno” para recordar a la Revolución. No lo dejaron.

El pasado nos muestra que la pasión demoledora es una constante nacional. Hoy, el trabajo sucio que no hacen los gobiernos lo hace la presión inmobiliar­ia y se llama negocio inmobiliar­io.

Respetar el patrimonio es más que mantener unos edificios desperdiga­dos, es plantear una estrategia cultural para disfrutarl­os sin convertirl­os en piezas de museo, ni vivir bajo la amenaza diaria de perder una joya arquitectó­nica.«

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Miguel Jurado Editor adjunto ARQ

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