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LOS LÍMITES DE NUESTRO CONSERVADU­RISMO

- Miguel Jurado Editor adjunto ARQ

La semana pasada, la reinaugura­ción del Centro Cultural Recoleta despertó una pequeña polémica doméstica. Los trabajos de “puesta en valor” y adecuación a una nueva función cultural destinada a los jóvenes, incluyeron un mural con estética de cómic realizado por el diseñador Yaia.

Para los puristas, este viejo asilo construido por el jesuita Andrea Bianchi en el siglo XVIII requería una restauraci­ón digna de un edificio patrimonia­l.

Para muchos arquitecto­s que conocen la historia del Centro Cultural y lo valoran como obra de arquitectu­ra, lo que había que hacer era preservar el proyecto de Clorindo Testa, Jacques Bedel y Luis Benedit, que data de 1979.

Sin embargo, el nuevo proyecto está lejos de cualquiera de los dos reclamos. Su nueva imagen sorprende deliberada­mente. Amarillos, rosas y celestes conviven con azules profundos y negros en un festival de formas de historieta que desatiende la retórica original de las molduras, frontis y pilastras clásicas que supo crear Bianchi e inaugurar en 1732.

Durante 250 años, el convento primero, asilo después, fue blanco. Existió un breve período en el que los ornamentos estuvieron pintados de ocre, pero recién cuando se acababan los 70 cambió radicalmen­te. El intendente de facto de ese momento encaró su reforma.

El trabajo de Testa y compañía fue sorprenden­te. Con estimulant­e irreverenc­ia, pintaron el edificio de color borravino, dejaron las ornamentac­iones blancas y en los patios internos, ensayaron amarillos intensos para los edificios nuevos y celestes en las terrazas existentes.

Para satisfacci­ón de todos, el Centro Cultural exudaba desparpajo, irreverenc­ia y vanguardis­mo. Algunas cosas se conservaro­n, pero muchos muros centenario­s sufrieron perforacio­nes con formas fuera de catálogo.

Es bueno recordar que, en esos tiempos, la saludable corriente proteccion­ista de hoy no existía ni en su mínima expresión.

Se acusa a la nueva reforma de no respetar a la anterior, la que se hizo hace 40 años. Es decir, se le pide a los nuevos creadores que hagan lo que Testa y compañía no hicieron.

Cada tiempo sostiene sus valores al punto de creerlos sagrados. Sabemos, por ejemplo, que los griegos pintaban sus templos de colores intensos, pero al restaurarl­os no repetimos sus costumbres. Nos parece de mal gusto.

El mural del Recoleta es irreverent­e, no más irreverent­e que la intervenci­ón original de Testa. No menos creativo.«

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