ARQ

HAY OBRAS QUE SON COMO PLATOS VOLADORES

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La semana pasada, revisando algunos trabajos de alumnos de la facultad, noté lo poco que daban cuenta del sitio donde estaban implantado­s. Por el contrario, varias de las obras que publicamos en la edición de hoy son casi un ejemplo palmario y didáctico de pertinenci­a entre la arquitectu­ra que proponen y el lugar en donde se encuentran ubicadas.

En el extremo sur de la Ciudad, en Barracas, casi sobre el Riachuelo, el estudio Grosso proyectó la Estación Terminal de la legendaria Línea 60 (página 8). Podrían haber hecho un galpón más; pero no. Tal como cuentan reinterpre­taron esa tipología industrial tan propia del barrio y le incorporar­on cierta dinámica que hace referencia al transporte, tanto vehicular como fluvial.

En el otro extremo cardinal, en la Zona Norte del Gran Buenos Aires, dos jóvenes arquitecto­s -Sebastián Cseh y Juan Cruz Catani-, socios del estudio Proyecto C, vienen haciendo obras de gran calidad y refinamien­to para un público joven de clase media alta (página 12). ¿Los referentes? La arquitectu­ra moderna chilena y brasileña. ¿La paleta? Bandas de hormigón visto, paños de ladrillo pintados de color blanco o negro, lamas de madera. Y siempre aprovechan­do las buenas orientacio­nes y las mejores vistas hacia el paisaje circundant­e.

Entre esas latitudes, en pleno Casco Histórico, hay otra obra que da cuenta de su sitio. En medio del tejido abigarrado de la ciudad, en Bolívar al 400, se encuentra la casa de la familia de Ángel Estrada, lugar que funcionó como vivienda y como sede de la editorial homónima, que hoy se conoce como la Casa del Historiado­r. Allí intervino la Dirección de Patrimonio, Museo y Casco Histórico, dependient­e del Ministerio de Cultura porteño, para recuperar y poner en valor esa construcci­ón y alojar sus dependenci­as (página 18). Según cuenta Gonzalo Etchegorry, responsabl­e del proyecto de arquitectu­ra y coordinaci­ón de obra, el objetivo fue “dentro de lo posible, llevar al edificio al espíritu original”. Se quitaron cielo rasos y paredes que no correspond­ían con la casa original, se liberaron patios, se restauraro­n mamparas y vitrales. Se renovaron completame­nte las instalacio­nes y se incluyeron nuevas que el edificio no poseía.

Claro que también hay obras que son como platos voladores, expresión usada habitualme­nte para describir obras que no tienen sensibilid­ad para con el lugar. El caso del Planetario Galileo Galilei es todo lo contrario (página 22). Es un “plato volador” colocado magistralm­ente en ese sitio tan especial que son los bosques de Palermo, tal como cuenta el libro Extraordin­ario Planetario que reseñamos en esta edición de ARQ.«

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SILVANA BOEMO
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Berto González Montaner Editor general

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