Una casa para vivir y aprender nuestra historia
Detalles de la puesta en valor de lo que fue la última morada de la familia de Ángel Estrada, fundador de la editorial que funcionó allí hasta 2010.
Sobre la calle Bolívar al 400, una casa construida en el siglo XIX se ve más luminosa, renovada. Ahora se la conoce como Casa del Historiador, pero antes fue propiedad de la familia Estrada, la que luego de un tiempo la adecuó a una doble función: vivienda y negocio editorial.
Hoy es la sede de la Dirección de Patrimonio, Museo y Casco Histórico, que tuvo a su cargo la intervención para la recuperación y puesta en valor de la propiedad original. La Dirección nuclea a tres organismos destinados al conocimiento de la cultura local.
Entre las modificaciones por las que pasó la casa hubo una en particular que resultó altamente nociva, realizada en 1969. El arquitecto Gonzalo Etchegorry, responsable del proyecto de arquitectura y coordinación de obra, recuerda: “Esta última intervención fue la más perjudicial porque fue cuando se le agregaron cielos rasos, se demolieron otros originales y se construyeron algunos anexos. Se tabicó y se hicieron oficinas, locales y depósitos”.
Por lo tanto, el equipo se puso como objetivo la recuperación de los espacios, “dentro de lo posible llevar al edificio al espíritu original porque ya en el 900 se había hecho una modifi
La intervención se propuso recuperar el espíritu original de la casa, así como adecuarla a las nuevas funciones.
La recuperación y puesta en valor permitió descubrir cuestiones técnicas que se desconocían o no estaban documentadas.
cación muy grande que fue demoler los muros internos de la casa para poder hacer la planta baja del salón de exposiciones que usaba la editorial”. Este fue un punto de referencia. Se liberó la planta y al mismo tiempo se recuperaron los cielo rasos originales, “salvo uno que quedó en la parte del frente. El resto quedó con las vigas y las estructuras originales de las sucesivas obras que tuvo el edificio, esto es, hay cielos rasos de 1800 y estructuras de 1900”.
Entre los principales desafíos, Etchegorry menciona la puesta en valor de mamparas y vitrales. En el caso de éstos últimos el arquitecto asegura que se recuperaron prácticamente la totalidad de los vidrios. “Sólo hubo que reponer muy pocas piezas que se reconstruyeron con los criterios originales, mientras que las mamparas se reemplazaron por vidrios actuales respetando los colores y la herrería. Además, se llevó a las cuadrerías a sus dimensiones originales porque estaban totalmente oxidadas”, afirma.
Por otra parte, se renovaron absolutamente todas las instalaciones y en algunos casos se ocultaron las nuevas para no afectar a la arquitectura. Las instalaciones eléctricas sobre muros se embutieron o se ubicaron bajo el piso. Se reutilizaron los equipos de aire acondicionado que funcionaban desde los 80 pero se rehicieron los conductos de aire a la vista. Etchegorry resume: “Básicamente lo que se hizo fue la renovación completa de las instalaciones tanto eléctrica, de datos, de iluminación y contra incendios, que el edificio ni poseía. Y como la sala había quedado completamente estanca porque en las sucesivas intervenciones se cubrieron los patios, nos propusimos recuperar la ventilación e iluminación natural con ventanas; y la restauración de claraboyas en la planta alta”.
Además de la recuperación del edificio para nuevas funciones, esta obra permitió descubrir cuestiones técnicas que se desconocían o que no estaban documentadas. “Quedaron abiertos tres pozos para el trabajo de arqueología urbana. Había un aljibe y dos pozos que se supone que eran para tirar la basura. Y cuando se descubrió la cisterna el espacio quedó limpio pero le faltaba la formalización, así que le hicimos una perforación con reja, la iluminamos y le dimos acceso”, cuenta Etchegorry. El arquitecto destaca, por último, otro punto esencial: “La casa recuperó su espíritu público”.«