Elefante Blanco.
En Villa Lugano, un nuevo edificio del GCBA y un parque público reemplazan al esqueleto demolido del hospital que nunca se terminó. Buscan transformar Ciudad Oculta, un barrio postergado.
Detalles del edificio del GCBA y el parque público en el lote del mítico hospital de Ciudad Oculta.
Cuando el Elefante Blanco fue demolido, en octubre del año pasado, junto con su mampostería también cayeron algunos mitos. Que los vecinos sentían un apego por el edificio, por ejemplo, o que la realización de una película sobre su esqueleto era suficiente motivo de orgullo como para preservarlo.
Nada de esto era cierto, pero recién se pudo comprobar con el avance de un proyecto impulsado por el Ministerio de Desarrollo y Hábitat, liderado por Guadalupe Tagliaferri, hoy senadora electa. Su idea era instalar sus oficinas allí aprovechando la estructura de lo que fue concebido en 1923 como un hospital para tuberculosos. La obra nunca se completó y en 1955, con el golpe de Estado al Presidente Perón, quedó definitivamente inconclusa. Por detrás, sobre su sombra, creció un asentamiento que tomó el nombre de Ciudad Oculta.
En un principio se pensó en aprovechar sus más de 20.000 m2 en un complejo para el ministerio y sumar viviendas y oficinas. Sin embargo, esto fue descartado luego de que los cateos fundacionales dieran como resultado que la estructura no podía soportar más de cinco pisos, lo que implicaba demoler parte del armazón existente.
El arquitecto Martín Torrado, titular de la Dirección General de Proyectos de Arquitectura, cuenta que fue entonces cuando se acercaron a su despacho para evaluar otras opciones. “El edificio era una estructura con columnas cada 3 metros, en crujía, con las fachadas totalmente llenas de agua. Era irrecuperable. De todos modos, mandamos a hacer más estudios que concluyeron que había que recalzar la fundación por debajo y agregar una columna paralela y vigas para que soporte todo el peso”.
Además de los 70 años de desprotección, la morfología del hospital, con habitaciones muy próximas, balcones orientados al norte para que
los enfermos pudieran tomar aire y núcleos muy alejados, dificultaba la posibilidad de su recuperación. “Nosotros dijimos que, en principio, necesitaba una piel nueva. Estudiamos mucho el trabajo de arquitectos europeos que hacen restauraciones y hasta podríamos haber inventado una estructura por fuera que soporte la interior, pero todo era muy caro y poco eficiente”, recuerda Torrado. Por lo tanto, la sugerencia de su departamento fue demoler el Elefante Blanco y aprovechar el terreno libre para hacer un edifico que tomara el frente, de unos 120 m2. En el nuevo edificio habría lugar para oficinas y auditorios, sería bien flexible y contemporáneo. “Nos parecía que tenía que ser bajo, de terrazas y espacios semicubiertos y en donde creció Ciudad Oculta generar un gran espacio verde y abierto para las familias”.
Antes de avanzar con las obras se realizó un trabajo de campo con los vecinos para conocer su percepción del Elefante Blanco. “Ninguno dijo sentirse arraigado al edificio y a su historia, al contrario”, afirma el funcionario.
A partir de entonces, se definió un proyecto en un único volumen de tres niveles que se alinea con la Avenida Luis Piedra Buena para crear una fachada institucional continua que recompone la silueta fragmentada de la avenida. Además, se diseñó un programa vial para habilitar el ingreso de más transporte público y ordenar la circulación de todo el barrio.
El edificio de planta libre se organiza en tres niveles destinados a oficinas y una planta baja con diferentes programas, como un comedor, un salón de usos múltiples, un auditorio, y hasta una sucursal del Banco Ciudad. Este nivel es de uso público, junto con la terraza verde que funciona como expansión del comedor, ubicado en la azotea.
La estructura es de hormigón armado a la vista. Las plantas se resuelven con entrepisos sin vigas, exceptuando aquella sobre planta baja, donde se duplica la luz para permitir el correcto funcionamiento público del acceso. En este caso se aplica un sistema estructural basado en vigas invertidas con losa expuesta sobre planta baja.
Las fachadas se definen con balcones continuos de hormigón con dispositivos de protección de estructura metálica y metal desplegado. Hacia
el norte y el oeste, los balcones son más profundos y se intercalan cuatro patios suspendidos por planta. Todas las carpinterías son de aluminio de piso a techo.
Los interiores se proyectaron diáfanos y flexibles, resueltos en tonos grises y madera. La franja central de la planta se destina a sanitarios, ascensores, escaleras y salas de reuniones, cuyos límites están definidos por superficies vidriadas y opacas.
Torrado afirma que no existe un “manual” para el diseño de edificios del GCBA, pero sí algunas premisas que deben cumplirse, como ser de bajo mantenimiento, austero, eficiente y adaptado al entorno.
Para la confección del parque fue esencial la participación de los vecinos, que “fue muy activa”, asegura Torrado. Su diseño se basó en la huella del viejo edificio, “como una marca geométrica en el piso que recupera la memoria histórica del tejido”. En lugar de canchas de fútbol, que en muchos casos son regenteadas por punteros, se crearon espacios para el encuentro de familias y amigos, y juegos para chicos.
Torrado cree que la dinámica entre el edificio y el parque expone una de las mejores cosas que tiene la arquitectura: su capacidad de mejorar la vida de las personas.«