El argentino que dirige la Academia de Francia
Se recibió en la FADU-UBA y volvió a cursar casi toda la carrera en París. Con 40 años de trayectoria, fue elegido presidente de la institución más importante de la arquitectura.
Eligió estudiar arquitectura porque, como pocas otras (“la política, tal vez”) es una profesión para la que hay que tener competencias muy diversas, y que pone en relación gran cantidad de temáticas, como la ciencia y el arte, lo técnico y lo humanístico.
Aunque siempre dibujó y pintó -cosas que sigue haciendo- Pablo Katz se recibió de arquitecto en la FADU-UBA. Después de un corto paso por Brasil decidió instalarse en Francia, donde desarrolló el grueso de su carrera profesional. Con 40 años de trayectoria, acaba de ser elegido presidente de la Academia de Arquitectura Francesa.
Autor de proyectos de distintas escalas, tanto en el ámbito privado como por encargos públicos, Katz revela que trató siempre de resistirse a la especialización que imponen
los programas estandarizados. “Me he obstinado en conservar una práctica pluridisciplinar, que incluye desde planes urbanísticos hasta viviendas unifamiliares. No solo en construcción -agrega- sino también en rehabilitación y reciclaje de edificios, parte de la disciplina que ganará cada vez más protagonismo debido al necesario respeto por el medioambiente”. Por año, en Francia apuntase construye el 1 % del parque inmobiliario. “Entre lo existente y lo nuevo, el consumo de carbono salta de 1 a 15, por eso los arquitectos estaremos progresivamente más abocados a la refuncionalización y la reestructuración de edificios”.
Como muchas veces ocurre en la arquitectura, en la formación de Pablo Katz hubo dificultades impuestas por el contexto o la coyuntura que terminaron jugándole a favor a largo plazo. Había entrado a la FADU con un alto promedio que le permitía elegir cátedra, pero esa posibilidad se esfumó porque tuvo que
interrumpir sus estudios para cumplir con el servicio militar. Entonces, después de primer año quedó “a la cola”. “Aterricé en una cátedra de poca demanda por entonces, donde se estudiaba a Le Corbusier, que era resistido en ese entonces”, recuerda. Así fue que aprendió de profesores de filiación moderna.
El otro quiebre fue en 1982, cuando llamaron a soldados de su clase para la Guerra de las Malvinas. Él ya pensaba en Europa. “En la FADU estudiaba arquitecturas que nunca había visto y sabía que necesitaba tiempo para hacer esa experiencia. En el clima asfixiante de la dictadura, yo seguía pintando y sentía que todo lo que me interesaba pasaba a 12 mil km de distancia”, se sincera.
En Francia solo le reconocían dos años de cursada. Y casi que tuvo que empezar de nuevo. “Cuatro años más el diploma… Me decidí por la Unidad Pedagógica 8, hoy Paris Belleville. Allí el peruano Enrique Ciriani había desarrollado una pedagogía vertical, una visión del proyecto progresiva. Junto con Cooper Union eran las más prestigiosas”, recuerda. Así completó su formación e ingresó al medio profesional “no como un paracaidista, sino desde el interior”.
De sus decenas de proyectos realizados no se arrepiente de ninguno. “No hay obras grandes o pequeñas. Asumo la paternidad de todas. Sí prefiero trabajar con comitentes que tengan ambición, que estén a la altura de sus proyectos. Una de las razones por las que me quedé en Francia es que en Argentina la comanda pública es escasa y en la comanda privada la arquitectura se percibe como un producto de consumo o de inversión”, asegura.
Katz apunta que desde 1977 -y por ley- la arquitectura es de interés público en Francia. “Es un bien de valor cultural, no una mercadería, y el arquitecto es su defensor”. Dice que la dimensión ética de la actividad ha estado siempre muy presente en su práctica, tal vez por los valores heredados de sus padres, médicos que nunca dejaron de atender en el hospital público. “Hoy el arquitecto se ha convertido en un ‘fachadista’ ya que para casi todo hay modelos estandarizados, estereotipados. Me opongo fuertemente a esa tendencia: la arquitectura es una acción social y la pandemia muestra -una vez más- cómo influye en la salud pública”.
Con esas convicciones es que Katz participa desde hace tiempo en organizaciones: fue tesorero y presidente de la Sociedad Francesa de Arquitectura, y es consejero del Estado francés para la región de Occitania. Además, es miembro de número de la Academia de Arquitectura, que acaba de elegirlo presidente. “Es un cargo que dura tres años como máximo y se renueva anualmente”, explica.
La Academia de Arquitectura es considerada como una “sociedad de sabios, de eruditos” y no necesariamente agrupa a graduados, sus miembros pueden ser periodistas, diputados, senadores, geógrafos, personalidades que contribuyen a la difusión de la arquitectura. La institución posee un archivo de libros de los siglos XVI, XVII y XVIII de enorme valor, además de una de las colecciones de dibujos de arquitectos más importantes del mundo.
Claro que Katz trabaja junto a un consejo directivo que está presente siempre que se toman decisiones, como en la restauración de Notre Dame. “Pero también se nos escucha cuando hay que demoler un conjunto o una ciudad jardín. La Academia toma posición pública, es una autoridad”, asegura.
Con todo, aunque sus días son largos, se hace tiempo para seguir vinculado a la Argentina: fue jurado de concursos como el de Dársena Norte, es miembro del Comité Internacional de la Bienal de Buenos Aires e integra el consejo pedagógico de la UADE. Y por supuesto, se mantiene en contacto con los colegas. «