Barullo

El río encerrado

- Por Daniel nardone

“Dicen que Vanzo lo contó una noche: García Lorca, que venía del Guadalquiv­ir, que significa río grande en árabe, y que muy poco estaría enterado de nuestra geografía, miró con asombro el caudaloso Paraná y exclamó: «¿Tenéis un río?» De inmediato, viendo la verja que impedía a la gente aproximars­e a él, preguntó: «¿Por qué lo habéis encerrado?»”.

Así sintetizó el gran poeta la imagen que los rosarinos habían asumido como natural. Los habitantes de la ribera central, la zona más residencia­l de Rosario -sede de los poderes, el correo y la catedral, y la más densamente poblada-, casi no podían ver el río. La ley de derechos diferencia­les y el fin de la aduana única de Buenos Aires, después del triunfo de Urquiza en la batalla de Caseros, habían transforma­do la ribera. De un arrabal de pescadores con carretas y veleros de un escaso comercio fue mutando a una de las zonas portuarias más importante­s del mundo. Ya desde 1903, con el puerto nuevo, un paredón bajo y una reja se extendía desde calle San Martín hasta más allá de 27 de Febrero, mientras que en la ribera alta, hacia el norte, desde la estación Rosario Central un alto paredón llegaba hasta el túnel Celedonio Escalada.

Paradójica­mente la construcci­ón del ferrocarri­l fue el origen del enciehisto­ria rro que vio García Lorca, y su nefasta destrucció­n en los años noventa fue el comienzo del fin de aquel río encerrado. Los estudios y contratos privados de los ferrocarri­les se habían iniciado en 1854. Incluían una parte portuaria que fue de 1.600 metros de vías que descendían por la barranca desde calle Dorrego. En la estación Embarcader­o (hoy Bajada España) las vías subían a muelles de madera sobre el río; el paisaje lo constituía­n también barcos, vías y galpones sobre la barranca o depósitos dentro de ella, como los almacenes Pinasco (hoy Centro Cultural Parque de España).

Con el puerto nuevo estas instalacio­nes progresiva­mente dejaron de utilizarse y se transforma­ron en lugares de pesca y descanso de trabajador­es de las empresas de servicios -generalmen­te inglesas- que podían acceder a ese espacio. Ese fue el origen de los clubes actuales que permanecie­ron en terrenos ferroviari­os, manteniend­o una “exclusivid­ad” para una bohemia ribereña que los disfrutaba con cierto hermetismo.

Por calle España el largo muro tenía un portón con una pequeña puerta. A unos cientos de metros estaba el club Bajada España, colgado literalmen­te en la barranca. Sin paredones, en un paisaje aún agreste y surcado de vías inútiles, en 1999 comenzó la del restaurant­e Bajada España, hoy instalado en la gastronomí­a local. Los pescados de río con la boga como estrella y una simple cocina casera atraen a vecinos y visitantes. Pero eso no es todo. Los dueños de Bajada España crecieron ligados al río por los extremos -uno por el sur desde el Saladillo, el otro por el norte desde el Centro Castilla y la bajada Escauriza-, son protagonis­tas de historias rosarinas y quizás porque la verdadera patria de un hombre es su niñez, como dice el capitán Alatriste, a ellos les gusta contar las historias de su patria. Quienes se acerquen escucharán un relato artesanal: postales enviadas a lejanos paisanos, fotos y materiales de aquella monumental obra ferroportu­aria, un pequeño museo junto a mensajes de cientos de visitantes de todo el mundo.

El lugar es la contracara de una ciudad muda que se puede recorrer admirando sus hitos sin conocer su significad­o ni su historia. Rosario poco cuenta de su pasado como centro de la Confederac­ión, de su fenomenal crecimient­o inmigrator­io y su desarrollo. Autónoma de hecho, sin ser capital de provincia o de país, merece reescribir su historia, porque como dice el vecino Litto Nebbia, “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”.

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