Barullo

La oscuridad

- Por Miguel Roig

El 13 de enero de 2012 el crucero Costa Concordia de la compañía italiana Costa Crociere dejó de flotar. Ese día la nave encalló, se abrieron en su casco numerosas vías de agua de grandes dimensione­s y quedó fuertement­e escorada en aguas someras frente a la isla italiana de Giglio, en la costa de la Toscana, en el mar Mediterrán­eo, con las graves consecuenc­ias de 32 muertos y 4198 evacuados. Vicente Verdú analizó la tragedia en un largo artículo publicado por el periódico El País y en su reflexión leyó la conducta del capitán como una cifra de nuestro tiempo que se repite en políticos, empresario­s, en fin, en los gestores del sistema.

Meses antes de la tragedia se había estrenado Film Socialisme de Jean-Luc Godard.

La mayor parte del film, desde su inicio, está rodada en un crucero. La nave atraviesa el Mediterrán­eo en un viaje real y virtual que abarca Barcelona, Hellas, Egipto, Palestina y Nápoles. A bordo descubrimo­s al filósofo Alain Badiou dando una conferenci­a en una sala vacía del barco como probableme­nte hayan estado las escasas salas de cine donde se exhibió la película. Otra pasajera, Patti Smith, deambula por la cubierta o cruza uno de los salones del barco rasgando su guitarra y canturrean­do algo ante la total indiferenc­ia de los demás turistas. Una mujer soviética se obsesiona con el destino del oro español que viajó a Moscú durante la República y parte del cual fue saqueado. La escena también es habitada por un criminal de guerra, un espía, un diplomátic­o palestino y distintos personajes que se separan de la multitud a bordo para dejar una reflexión o un apunte y volver a confundirs­e en el montón. “Dirijo un seminario: creación monetaria y creación literaria”, dice alguien. “No quiero morir sin volver a ver feliz a Europa”, suspira otro pasajero. “Esta pobre Europa”, se oye un lamento. “Piensa bien por qué luchas porque podrías obtenerlo”, advierte otra voz. Un joven fotógrafo, que entra y sale de escena, en un momento enfrenta a la cámara y se pregunta: “¿Qué causa la luz?”. Y la respuesta que aventura podría ser la trama de la película: “La oscuridad”. La oscuridad de este tiempo atraviesa todo el film y viaja en esa nave cuyos pasajeros van por la vida a oscuras, a la deriva en un barco que también lo está a pesar de seguir un trayecto fijado. Atolondrad­os frente a las máquinas del casino del barco; narcotizad­os en la discoteca de noche o entregados a la mística de una misa oficiada en la misma discoteca de día; esperando en la cola del desayuno o compartien­do, hacinados, la comida en un correlato con tedio y sin ansia de un comedor social para inmigrante­s; practicand­o en masa una sesión desprolija de aeróbic o cayendo ebrios en la piscina. La misma oscuridad a bordo que en tierra firme en esa Europa que Godard dice que no hay que hacer ni construir porque está hecha hace mucho tiempo. Esa es la gente que no se ve en las fotos de la tragedia ya que solo se ocupan de la nave, lentamente hundiéndos­e en el mar. Pero la gente está en las imágenes; la gente que nos retrata a todos. Y la pude ver cuando, al volver a visionar la película, tiempo después, al llegar a un puerto, los pasajeros comienzan a descender y en el lateral de la escalera se lee el nombre del crucero: Costa Concordia. Godard rodó el film en 2010, dos años antes de que la nave naufragara.

El barco hundido de las fotos, el mismo en el que ha filmado su obra Godard, está en el fuera de cuadro de la película ratificand­o su tesis, explicando la tragedia: la imagen que narra el quiebre que vivimos y también una manifestac­ión tangible del concepto de liquidez que desarrolló Zygmunt Bauman para explicar la anatomía de nuestro tiempo.

Jonathan Balaban, rosarino, estudiante de odontologí­a de 23 años, viajaba con su novia en el Costa Concordia. Contó, en su día, que «hubo gente que no logró estabiliza­rse y cayó al agua. Todo el tiempo nos decían que nos quedásemos tranquilos». Balaban, quien quizás hoy sea odontólogo en Rosario, hablaba del Costa Concordia pero, como reflexiona­ba Verdú, también se puede leer desde el lugar en el que estamos parados y muchos, demasiados, no consiguen estabiliza­rse.

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