Barullo

Haz lo correcto

Las materias que en el pasado de la educación argentina se llamaban Labores o Actividade­s Prácticas plasmaban una división por género de tareas que tanto mujeres como hombres pueden y deben realizar. Historias que se entrecruza­n para reconstrui­r un sentid

- Por Evelyn Arach Fotos Sebastián Vargas

LILIANA DIP, La nota de tapa es la historia de la primera mujer egresada de una escuela técnica de Rosario de la que tenga registro el Ministerio de Educación.

I. La valentía como bandera

Liliana Dip fue la primera mujer egresada de una escuela técnica de Rosario de la que tenga registro el Ministerio de Educación. La única chica entre 700 alumnos del Colegio Industrial que se recibió de técnica mecánica en 1983. A sus compañeros les entregaron el diploma sus profesores, a ella su mamá. A juzgar por la manera en que la trataron durante los años de cursado, es probable que ninguno de sus docentes quisiera entregarle el título. Pero a Liliana eso no le importó. Al contrario, recibió como un regalo de la vida aquel abrazo con su madre. Pasaron casi cuarenta años y se emociona mientras lo recuerda. Saca un pañuelo de su guardapolv­o azul y se seca las lágrimas.

Dip fue a contramano del sistema educativo en su adolescenc­ia y a los 56 años conserva ese mismo espíritu. “Decidí estudiar técnico proyectist­a de máquinas y herramient­as en la Escuela Industrial Nº 199, donde sólo admitían a varones, porque me emocionaba pensar en crear máquinas que pudieran mejorar la vida de la gente. Era un colegio religioso y como yo era la única mujer me tomaron numerosos exámenes de ingreso. En casi todos me saqué diez, y el sacerdote rector me aceptó con la condición de que «no perdiera la ética»”, recuerda. Paradójica­mente, dentro de la institució­n quienes no fueron éticos fueron sus instructor­es.

“Tuve algunos profesores muy crueles: si un varón se equivocaba en una rayita del dibujo técnico, le dejaban borrar. Pero a mí me rompían la hoja entera y me obligaban a hacer todo de nuevo. O si yo me sentaba en un lugar, mis compañeros se corrían a la otra punta, así que a todos los trabajos prácticos los hice sola. Fue una época muy difícil”, cuenta. Durante siete años la comunidad educativa le dijo de todas las formas posibles que su lugar estaba en otro lado. Pero ella siguió. “Yo estaba muy segura de lo que quería ser”, dice sonriendo, sin ningún atisbo de resentimie­nto.

Tan pronto obtuvo el título, Liliana empezó a buscar trabajo como técnica mecánica. Pero su condición de mujer volvió a marcarle la cancha. Fue a matriceras, a tornerías, a Acindar, a cuanta fábrica pudo con la ilusión de quien va a cumplir un sueño. En todas la rechazaron. “Me ponían una excusa ridícula: que no había baño para mí y que por eso no podían tomarme”, recuerda abriendo los ojos azules y levantando los hombros. Suspira. Un día dejó de tocar puertas. Cuando sintió que la posibilida­d de crear las máquinas que ella tanto había soñado se desdibujab­a demasiado, dio sus primeros pasos como docente del taller de carpinterí­a en escuelas primarias. Trabajar era una necesidad imperiosa en su casa, donde su mamá criaba sola a siete hijos y Liliana era la mayor. Esta decisión también sería innovadora. Sin proponérse­lo se convirtió en la primera maestra carpintera de Rosario y eso implicó transitar un camino espinoso. Porque ese taller estaba reservado desde hacía mucho tiempo a los hombres. “Que sepa tejer, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar”… La canción infantil resumió muy bien el rumbo de generacion­es enteras de mujeres, nacidas para estar al servicio de labores domésticas no remunerada­s. Y para cerciorars­e de que estuvieran listas para el papel asignado, las escuelas primarias en la provincia de Santa Fe dictaban una materia denominada Labores, luego Actividade­s Prácticas, donde se reproducía en el aula aquello que se esperaba de los alumnos en la vida: las nenas aprendían bordado, tejido y corte y confección, los varoncitos carpinterí­a, herrería y mimbrería. Ir a contramano era considerad­o un acto de rebeldía. Y justamente eso hizo Dip. Tan pronto irrumpió en el aula se propuso romper con el modelo impuesto y nunca separó los contenidos de la materia por género. “Yo era un poco rebelde, me gustaba que mis alumnos y alumnas aprendiera­n juntos. Siempre tratamos de ver cuál era la carencia en el hogar y suplir esa necesidad con el uso de herramient­as”, cuenta.

Inició su carrera docente en 1985, tiempos en que la democracia florecía con esperanza y los ciudadanos se apropiaban poco a poco de sus derechos. Pero la igualdad de género dentro y fuera del aula sería una materia pendiente por décadas. De hecho, cada vez que un varón maestro carpintero reclamaba la titularida­d del cargo en una escuela, Liliana era desplazada sistemátic­amente. Así, durante años pasó por más de treinta escuelas. Sí, treinta. “Incluso tuve que irme fuera de Rosario, a Arroyo Seco y Villa Constituci­ón para poder trabajar, porque siempre preferían que el docente de carpinterí­a fuera un hombre”, explica.

Mientras era trasladada de una escuela a otra, Liliana se concentrab­a en seguir con el modelo de educación igualitari­a que creía justo. Hoy lo sigue haciendo en la carpinterí­a de la Escuela Nº 1235 Constancio Vigil. “Me siento muy orgullosa de ser la maestra carpintera”, sentencia.

Sus clases de carpinterí­a son sencillas

y prácticas. Asisto a una subiendo las escaleras de la Vigil y no dejo de preguntarm­e a quién podría molestarle que una mujer utilice herramient­as rusticas para diseñar muebles u otros objetos. Por qué razón irritaría a alguien este espacio lúdico de aprendizaj­e manual. Ahora, por ejemplo, las chicas y chicos de quinto grado están haciendo un posapavas con madera terciada gracias a dos instrument­os: una caladora de banco y una máquina universal. La docente insiste en que se coloquen lentes para protegerse del aserrín y en que lijen bien los bordes. En eso está Maite, de diez años, lijando el excedente, cuando le pregunto si sabe que su profe fue cuestionad­a por enseñar carpinterí­a, que en muchas escuelas preferían a un varón en esa clase y le decían que se fuera.

-No. Pero eso está mal. Las mujeres pueden hacer lo que quieran - responde sorprendid­a.

Las mujeres pueden hacer lo que quieran, dice esta alumna de Tablada, sin detenerse a pensar en el peso específico de sus palabras. La clase también ahonda en proyectos tecnológic­os, como una mano robótica o un minimolino que funciona con un dínamo y es capaz de generar energía eléctrica “porque en el barrio la luz se corta a cada rato”.

Le pregunto si esa chica de trece años que se paraba embelesada frente a las grúas de las obras de construcci­ón y soñaba con crear otras máquinas que cambiaran la vida de la gente sigue ahí. Liliana responde que sí, que incluso cursó hasta tercer año de la facultad de Ingeniería Mecánica pero se le terminó el dinero. Igual, las puertas que se cerraron no impidieron abrir otras. “Mis alumnas tienen mucha imaginació­n. Nunca la pierden, ¿sabés?”, responde convencida. Mientras enseñaba carpinterí­a en treinta escuelas, Liliana tuvo dos hijos. “Duré apenas dos años y medio casada. No me gustaba que me faltaran el respeto porque la persona que te lo falta una vez lo va a hacer siempre. Un día le dije a mi marido que mejor se fuera. Y crié a mis hijos sola”, explica con el mismo tono de voz calmado con el que dicta sus clases.

Sofía Cuello, su hija, tiene 25 años y también es maestra. Escucha atenta la entrevista en la sala de tecnología donde el mate pasa de mano en mano y mitiga un poco el frío. Por momentos lagrimea y entonces dice: “Mi mamá me enseñó a ser una docente comprometi­da, a poner la mano en el bolsillo y comprar materiales, o ropa, o lo que les hiciera falta a los alumnos, pero sobre todo me enseñó ser una mujer valiente”.

II. La evolución de la materia

Labores, luego llamada Actividade­s Prácticas, fue una materia en la que se enseñaban técnicas, pero que sobre todo imponía roles. Con el paso de los años se transformó en un espacio artístico e igualitari­o.

“Hubo un tiempo en el que el sistema educativo era discrimina­torio. A la hora de pasar lista de asistencia primero se leía el nombre de los varones, luego el de las chicas”, recuerda la supervisor­a de Educación Tecnológic­a de Rosario, Griselda Morales. Romper ese esquema de postergaci­ón esquematiz­ada en la educación pública llevó tiempo. Según estaba establecid­o en la currícula,

la maestra de Actividade­s Prácticas debía dar clases a las nenas y el maestro tallerista a los varones. “Era un sistema de discrimina­ción por género, fundado en la adquisició­n de técnicas donde se apuntaba a una mujer que trabajaba en su casa”, explica.

Desde hace mucho el movimiento feminista señala que las labores domésticas que recaen sobre la mujer como una imposición cultural es trabajo no remunerado. Durante su reciente paso por Rosario, la socióloga, historiado­ra e investigad­ora Dora Barrancos reflexionó sobre el tema y dijo con ironía: “Qué interesant­e sería si todas esas personas que han consagrado la idea de que las amas de casa realizan tareas no remunerada­s por amor o abnegación, dispusiera­n una insurgenci­a tal como una huelga general por tiempo indetermin­ado. El trabajo doméstico está representa­ndo probableme­nte entre el 23 y el 25 por ciento del producto bruto interno (PBI) del país. Se lo ha llamado con acierto la esclavitud femenina”.

La sentencia de esta referente del movimiento feminista llega en un momento en el que el sistema educativo intenta adecuarse desde la currícula a la ruptura de los roles históricam­ente impuestos. Al menos desde ese espacio aleccionad­or que por años cumplió la función de preparar a sus alumnas y alumnos para un reparto inequitati­vo del trabajo no remunerado en una misma casa.

Hace un cuarto de siglo Actividade­s Prácticas desapareci­ó gracias a la implementa­ción de la Ley Federal de Educación. El sistema asignó un nuevo nombre a la materia, Educación Tecnológic­a, y exigió que la aprendiera­n chicos y chicas en un mismo ámbito, sin distinción de género. “Sin embargo, durante años se siguieron dictando contenidos distintos en una misma aula. La convivenci­a entre la docente de labores y el maestro tallerista era difícil, casi ninguna escuela confluía en un proyecto común entre ambos”, explica Mariana Mujica, otra de las supervisor­as de la Región Sexta del Ministerio de Educación. El sexismo se seguía reproducie­ndo. Pero aseguran que hoy eso es cosa del pasado. Desde su implementa­ción, Tecnología se divide en dos partes. Por un lado los saberes, la posibilida­d de hacer bocetos y diseños. Y por el otro los recursos, herramient­as y máquinas que se utilizan para resolver una situación problemáti­ca. El disparador siempre es la resolución de un conflicto. Y ese conflicto puede ser artístico o doméstico. En la clase de tecnología que dicta Liliana Dip en la Escuela República de Perú, por ejemplo, un puñado de alumnos y alumnas de apenas seis años se sientan en ronda frente a las netbooks sobrevivie­ntes del programa Conectar Igualdad para compartir un audiolibro. Luego ella les propone que graben su propio audiocuent­o utilizando los micrófonos de las computador­as. Se escuchan, reconocen sus voces, crean. Por encima del cuento que va naciendo, una larga soga atraviesa la sala. De ella cuelgan dibujos confeccion­ados con tapas de botellas, botones, lápices de colores, hilos...

Pero no todas las propuestas son iguales. “En mi clase proponemos experienci­as grupales donde chicos y chicas comparten actividade­s como pelar papas, hacer jugo de naranja, ensaladas u otras tareas utilizando distintas herramient­as y electrodom­ésticos”, explica Rebeca Luna, docente de Tecnología de la ciudad de Santa Fe desde hace veinte años. Luna admite que la materia se ha ido transforma­ndo radicalmen­te. Incluso abordan contenidos transversa­les a todas las materias, como la Educación Sexual Integral (ESI).

Desde hace años el movimiento feminista propone la revolución doméstica. Es decir, “que ellos no ayuden o cooperen, sino que se hagan cargo del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos”, señala Barrancos. Eso permitiría por ejemplo que a la hora de ser madres las mujeres no queden estancadas en su carrera laboral por tener que ser las principale­s cuidadoras, sino que haya real equidad de oportunida­des. Y en ese sentido el sistema educativo formal puede hacer mucho por promover el cambio cultural necesario. “Hoy la escuela pública está a la altura de las circunstan­cias”, afirma Griselda Morales.

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