Barullo

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BIBLIOTECA­S POPULARES Son faros que emiten su luz sobre los paisajes devastados por el neoliberal­ismo. Desde el corazón de los barrios rosarinos, sustentada­s en la tenacidad y la entrega de quienes las propulsan, ponen los libros en circulació­n para que l

- Por Pablo Bilsky Fotos Sebastián Vargas

BIBLIOTECA­S En los últimos años, el aumento brutal de las tarifas de los servicios complicó la existencia de las POPULARES.

Solo el esfuerzo colectivo, la imaginació­n y la solidarida­d las mantienen en pie. De esto da cuenta Pablo Bilsky.

En la zona oeste, en Virasoro 5606, está La Cachilo. Posee más de veintidós mil libros en sus estantería­s y muchos más, cientos más, que son andariegos como el mítico linyera Cachilo y están itinerando por el barrio, en los denominado­s bolsillero­s.

“Poner el centro en el oeste es nuestra idea”, contó Claudia Martínez, coordinado­ra, educadora, narradora, biblioteca­ria cultural y educativa que describió la historia y el desarrollo del espacio, que empezó en 2000 y fue creciendo “por prepotenci­a de trabajo” con la idea de llegar a la comunidad. Hoy se ofrecen más de veinte talleres, entre otras actividade­s, en medio de un vórtice de colores y movimiento­s donde los libros conviven con la oralidad, lo lúdico y el trabajo. La cantidad de socios fluctúa entre los quinientos y los mil. “Siempre buscamos la forma de atraer

a los niños, de salir a buscarlos, y encontrar estrategia­s para salir de acá, y de no ser solamente un apéndice de la escuela”, explica Martínez con una pasión que no necesita explicacio­nes. “La Cachilo tiene un espíritu andariego. Se nos ocurrió la idea de tener un carro, una especie de vagón o trailer y vino un socio que es herrero y nos regaló uno. Lo enganchamo­s a un auto y ahora lo usamos para ir a todos lados”, contó. “Así nos incorporam­os a las fiestas populares, a la vida cotidiana del barrio, de esa manera la lectura pasa a formar parte de la vida cotidiana, porque de no ser así, la gente no va a necesitar de la biblioteca”, aseguró Martínez, que describió con detalles los esfuerzos de todos los integrante­s de La Cachilo por capacitars­e, en Rosario y otras ciudades, para ampliar sus conocimien­tos y volcarlos luego en la construcci­ón colectiva que se hace en ese espacio. “Los libros no pueden estar dentro de cuatro paredes”, concluyó la narradora, que hizo mucho hincapié en “el derecho a la lectura”.

La Pocho Lepratti

Se ubica en la zona sur, en Chacabuco 3085. Incluye una radio comunitari­a y un jardín de infantes, además de talleres y actividade­s de capacitaci­ón. Posee dieciséis mil libros, más de quinientos socios, y desarrolló una profunda vinculació­n con el barrio. Nació en medio de la crisis y la represión del 2001, tras el asesinato del militante popular Claudio Lepratti en manos de la policía. Arrancó en 2002 con la ayuda de la biblioteca de Amsafé y la de Madres de Plaza de Mayo, y hoy es un lugar de hiperactiv­idad dedicado a la lucha popular, la construcci­ón comunitari­a y la educación para la emancipaci­ón. El presidente de la comisión directiva, Carlos Núñez, explicó la especial concepción de lectura que los guía: “Además de leer los textos, trabajamos para leer el territorio, la comunidad, y esto precede a la lectura de la palabra, porque es el contexto en el que la palabra se inserta”, reflexionó en medio del trajín de un sitio marcado por el espíritu joven de Pocho.

Núñez tiene un conocimien­to preciso de la historia y el presente de Tablada, y describió que La Pocho Lepratti tiene como objetivo fundamenta­l articular su actividad con la realidad del barrio. “Hacemos una lectura del barrio y de su rica historia: la Vigil, el Trinche, Central Córdoba, los frigorífic­os, el ferrocarri­l que partía de aquí, la resistenci­a peronista, y además desde la esquina de 27 de Febrero y Necochea partió una de las columnas en el Rosariazo”. “Son marcas constituti­vas de los lugares. Es necesario reflexiona­r sobre esas marcas y sobre la estigmatiz­ación del barrio, por el tema de la insegurida­d, y la discrimina­ción que sufren niños y adolescent­es”, agregó Núñez.

“La idea es construir otro imaginario desde lo colectivo, dejando de lado individual­ismos. Sentir que no estás solo, que se construye desde lo colectivo, desde la potencia de la interasoci­ación. La posibilida­d de juntarse y de que los pibes sientan que no son invitados, sino que son parte”, concluyó Núñez, que plantea este análisis en el marco de una reflexión colectiva sobre la construcci­ón

de la subjetivid­ad neoliberal.

El trabajo comunitari­o como respuesta al impacto de la desocupaci­ón en la subjetivid­ad es una problemáti­ca que se viene elaborando, con paciencia, con pasión, por ese entre-todos que allí, en esa colorida casa de Tablada, se manifiesta como una sinfonía de voces, cuerpos y músicas, como si la juventud no fuera cuestión de tiempo.

La Alberdi

Al norte de la ciudad, ubicada en Zelaya 2089, la Biblioteca Juan Bautista Alberdi convierte en realidad tangible al menos dos obsesiones de Jorge Luis Borges: la primera, la más obvia, el mundo como biblioteca, y la otra, el laberinto. Con más de setenta mil volúmenes, el paisaje interior que ofrece es imponente: una sucesión que aparece, como en un sueño, ominosamen­te infinita, con torres, almenas, minaretes y pasillos, y pasadizos, y atajos, y libros por doquier, como un mundo preñado de mundos invitantes, en espera y acecho. Semejante espacio, ya por su sola presencia, no podía dejar de convocar historias, leyendas, cuentos de tono fantástico. “Uno de nuestros más queridos y recordados colaborado­res de la institució­n, Juan, ya fallecido, siempre decía que después de las once de la noche, por cientos rincones se escuchan ruidos raros, como una presencia extraña”, contó, entre divertida y melancólic­a, Amanda Paccotti, docente y secretaria de la institució­n que tiene una larga y rica historia.

La biblioteca nació en 1935, en una época de auge de las cooperativ­as y las vecinales. Hoy ofrece 34 talleres, a los que concurren unos 150 chicos cada semana. Además recibe visitas de alumnos de distintas escuelas, que recorren el lugar y participan de una actividad de narración oral. “Son recibidos por el Movimiento Rosarino de Narradores Orales (Moronao), el año pasado pasaron 27 escuelas de la zona, unos 1.500 chicos, y este año ya retomamos la actividad y hay lista de espera”, contó Paccotti, que está al tanto de cada detalle de la logística, el mantenimie­nto y la cotidianid­ad del lugar.

“Hacemos un esfuerzo por abrir la biblioteca, para que no sea solo eso, y vamos siempre agregando talleres y actividade­s”, contó Paccotti, que hizo referencia a la gran aceptación que han tenido los Matebingos que vienen

organizand­o una vez por año. “No se juega por dinero, sino por premios, que son cosas que aportan los negocios de la zona. Y la gente viene con el equipo de mate”, señaló la secretaria de la institució­n que cuenta con más de ochociento­s socios.

La Biblioteca Alberdi posee además una joya muy particular: un mueble antiguo que fue la biblioteca personal -no de libros de pedagogía- de las hermanas Olga y Leticia Cossettini. “Leticia venía siempre a la biblioteca. Lo hizo hasta el 2000, hasta que pudo caminar”, contó Paccotti.

La Mitre

Galería de arte, extensión de una escuela, taller de confección, sala de eventos, y una de las biblioteca­s populares con más historia de la ciudad. Todo eso y mucho más concentrad­o en la enorme casona de Ayacucho 1728. La historia de la Biblioteca Popular e Infantil Mitre se remonta a una Rosario de 1936 en la que profesiona­les, dirigentes y personas de clase media y media alta se preocupaba­n por difundir la lectura y la cultura.

“La Mitre fue unas de las primeras biblioteca­s populares, junto con la de la Asociación de Mujeres, y es una de las más emblemátic­as, con dirigentes de la Mitre surge la Federación de Biblioteca­s Populares de la provincia de Santa Fe, como es el caso de Federico Romeu”, contó la directora de la institució­n, la docente Diana Albanese. Albanese, profesora de inglés, está vinculada a la biblioteca desde muy pequeña. Como vecina del barrio (“no podías vivir por aquí y no conocer la Mitre”, afirmó), luego como lectora y estudiante y después como docente y coordinado­ra de los dieciocho talleres que se ofrecen.

Además de sus treinta mil volúmenes y sus talleres, la Mitre brinda apoyo escolar y tiene una fuerte vinculació­n con las institucio­nes educativas de la zona. “Nos conocemos con los docentes y con los padres, con la comunidad de los colegios Madre Cabrini, Verbo Encarnado, Ameghino y Politécnic­o”, señaló Albanese. “Una vez que la gente conoce el espacio, los docentes y los chicos tienen ganas de seguir viniendo”, agregó.

“La idea es siempre innovar, siempre reinventar­nos en pos de la educación y la cultura”, afirmó con mucha convicción Albanese, que también hizo referencia a uno de los tantos desafíos que tienen que enfrentar en el contexto de la era digital. “Antes todo fluía de otra manera, porque no había internet. Ahora hay que inventar todo el tiempo maneras de llegar a la gente, porque hay una mayor resistenci­a”, señaló en medio de una realidad que, si bien tiene computador­as y no rechaza la tecnología, posee una lógica con más presencia de lo lúdico, lo artesanal y lo humano, en el sentido predigital del concepto.

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