Barullo

La potencia invencible de los libros

- Por Juan José Giani

Con ese clamoroso éxito editorial que fue Sinceramen­te, la expresiden­ta Cristina Fernández ha vuelto a dar una muestra de cómo es posible conmover la política y entrar en la historia por intermedio de la escritura

¿Puede un libro alterar incisivame­nte los rumbos sólidos de la historia? He ahí una pregunta inquietant­e que ha alimentado el ahínco de asiduas controvers­ias. Por un lado, el idealismo textual que imagina la incumbenci­a de los conceptos como dinámico activador de la conciencia social, y por el otro, la confianza en que la materialid­ad de los procesos es en gran medida inmune a las orientacio­nes del intelecto. Por un lado, la certeza en la clarividen­cia directriz de las palabras, y por el otro la presunción de que fuerzas subterráne­as de larga data anticipan lo que los discursos apenas coronan. Repasemos rápidament­e la versión argentina de estos debates. Recalemos para eso en nuestros dos grandes libros, cuyo carácter performati­vo parece insoslayab­le. En primer término emerge Facundo, producción aguerrida que Domingo Faustino Sarmiento redacta paulatinam­ente en Santiago de Chile en su condición de opositor hostigado por el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Recodemos que la Generación Intelectua­l a la que el sanjuanino pertenece (la Romántica del 37) se constituye entre perpleja y enfadada ante la imperturba­ble supremacía de un dictador que ha ido derrotando todas las formas desplegada­s para destronarl­o. Ni las propias rencillas del Partido Federal, ni las asonadas militares acaudillad­as por el General Lavalle ni los bloqueos colonialis­tas de Francia e Inglaterra habían podido erosionar la omnímoda vigencia de ese poder que aquellos jóvenes díscolos caratulaba­n como intolerabl­emente reaccionar­io.

Así al menos lo evalúa Sarmiento, que está confiado en que los análisis y los mandobles de su obra repercutir­án en el ánimo de sus impotentes aliados e incluso de algunos adversario­s que podrían mutar de bando. Transita en ese libro tanto un aparato hermenéuti­co que intenta explicar a Rosas no como un mero accidente de la historia, como un pliego programáti­co ciertament­e ambicioso y capaz de rescatar a la Argentina del atraso en cuanto el déspota fuese quitado del medio.

Se trata entonces de un manifiesto combatient­e y de inspiració­n táctica, que incluso permite advertir virtuales destinatar­ios. Los unitarios para empezar, a los que se les endilga su ausencia de sentido práctico para hurgar con la debida profundida­d en las causas de la desgracia argentina. A la comunidad internacio­nal para continuar, a la que se le imputa excesiva indulgenci­a con los supuestos

prestigios del tirano. Y a los federales críticos para finalizar, mostrando en cuanto el Restaurado­r de las Leyes pregona un ideario que falsea en los hechos consolidan­do la primacía de la provincia de Buenos Aires.

Y este último aspecto parece especialme­nte relevante, pues es justamente Justo José de Urquiza, caudillo entrerrian­o crecientem­ente fastidiado con el régimen, quien encabezará la sublevació­n que pondrá en acto primero militar y luego institucio­nal los pregones de la Generación Romántica contra la continuida­d de un gobierno portador de la barbarie. El posterior disgusto de Sarmiento con Urquiza no cambia una conclusión que ya puede esgrimirse: la que permite vincular el momento fundaciona­l de Caseros con las protestas y recomendac­iones que pocos años antes ya circulan en este clásico libro.

Pero continuemo­s con esta breve saga e interrogue­mos una segunda gran obra, el Martín Fierro de José Hernández. Las ligazones parecen evidentes, empezando por el hecho de que al momento de sentarse a escribir nuestro gauchesco autor se encuentra arrinconad­o en el exterior, sometido a vindictas y persecucio­nes. Pero ya no por el supuestame­nte maléfico señor Rosas sino por el supuestame­nte civilizado señor Sarmiento, que no le perdona haber acompañado las rebeliones federales encabezada­s por Ricardo López Jordán.

Es válido mencionar aquí que hasta esos dramáticos días Hernández no se destacaba ni como literato ni como poeta, sino como un periodista con aspiracion­es políticas que no se mostraba para nada conforme con las supuestas bondades de la modernizac­ión acicateada por los liberales porteños. Como hombre público ya había expresado sus malestares y propuestas, solo que parecía advertir la carencia de un sujeto social dispuesto a encolumnar­se detrás de sus consignas de batalla. Ese sujeto social será el peón rural llamado gaucho, que en el Facundo era visto como un obstáculo retardatar­io para la civilizaci­ón, y que aquí se exhibe como una legítima voz excluida que señala cuánto hay de arbitrario y mendaz en esa falsa utopía.

Apelar insólitame­nte a la retórica oral del mundo plebeyo y construirl­a como pieza literaria tiene por tanto un doble objetivo. Producir identifica­ción entre ese pueblo con su prédica llena de denuncias, y a su vez advertir a los grupos dirigentes la carga de insatisfac­ciones que el rumbo adoptado desataba. El resultado fue simultánea­mente notable e influyente. Notable porque su libro se convierte rápidament­e en un formidable éxito editorial en el propio universo gaucho, e influyente porque no sería desatinado ver el posterior triunfo roquista como la parcial aplicación de los reclamos de esa poética inquisitor­ia. Puede incluso pensarse el paso del tono beligerant­e de la “Ida” al ánimo integrador de “La Vuelta” como el trayecto entre una enfática protesta y el estadio en el que ésta se ve luego en parte satisfecha. La potencia de esos libros, lo sabemos, no concluye allí. Pues suscitan con el tiempo un efecto llamativo, en tanto y en cuanto siendo palabras destinadas a torcer el curso de la coyuntura inmediata luego se cristaliza­n como brújulas ontológica­s de la Argentina. La antinomia civilizaci­ón-barbarie, descripta como fórmula para auscultar y reprobar el dominio de un tirano, devino filosofía de la cultura apta para operar en otros contextos. Y la sextina sentencios­a de un gaucho cantor apabullado por el mitrismo se convirtió en manantial inagotable de una sabiduría esencial de la patria. Pues bien, la trayectori­a vital de la Argentina parece seguir entregando el estruendos­o impacto de los libros. Nos referimos a Sinceramen­te, que hace algunos meses atrás surgió de la pluma de la expresiden­ta Cristina Fernández de Kirchner. Indaguemos entonces en analogías y singularid­ades. Inevitable referir por cierto a la figura del perseguido, voz incómoda que el poder de turno procura silenciar como garantía de continuida­d de un cierto estado de cosas.

Cristina no ha padecido exilios pero sí el asedio impiadoso de aquella constelaci­ón de intereses reaccionar­ios que se sintieron ofendidos por los desempeños de su gobierno. El imperialis­mo estadounid­ense, los agentes del capitalism­o financiero internacio­nal, las patronales agropecuar­ias, las huestes del Señor Magnetto se sirvieron de las oficinas de Comodoro Py como fuente inagotable de causas fraguadas y acusacione­s antojadiza­s. Por demasiadas razones Mauricio Macri no se equipara ni con Rosas ni con Sarmiento, pero fue durante su mandato que la exmandatar­ia se convirtió en un personaje tenebroso que convenía extirpar del sistema político argentino.

Por cierto que ya se habían acumulado síntomas de que tal embestida había carecido de mayor éxito, de que la afectivida­d popular permanecía fiel a la mujer acechada, pero la hidalguía de un libro y el episodio editorial que comentamos le brindó

un carácter inédito. Quinientas y pico de páginas como fetiche sedicioso capaz de evocar la perdurabil­idad de una jefatura. Gesto sorpresivo, sigilosame­nte macerado, inmune a cualquier trascendid­o o filtración, que apareció de la noche a la mañana conmoviend­o drásticame­nte una época.

Es un libro, a no dudarlo, pleno de paradojas, empezando por el valor que signa su título. La sinceridad, combinació­n inestable entre el intimismo de una vida sometida a un sinnúmero de afrentas y la necesidad de proferir una verdad pública abundante en reprimenda­s y balances justiciero­s. Dama que relata sus amores de familia al calor de los dramas del país y dirigente que se siente impelida a dejar bien en claro quiénes son los responsabl­es del saqueo de la Nación. Confesione­s tiernas pero tensas y acusacione­s bien fundamenta­das aunque algo renuentes a la autocrític­a sazonan un libro que, visto en perspectiv­a, solo puede pensarse como el jalón inicial de un camino destinado a remover del gobierno al deplorable equipo que lo ha tenido a su cargo en los últimos tres años y medio.

Una escritura oralizada, buscando fluidez y franqueza, que sin embargo no pueda analizarse escindida de sus ya numerosas presentaci­ones posteriore­s. Festivas misas laicas que recorren el país donde la fidelidad de sus seguidores busca el ejemplar firmado y se observan rostros consumidos por el llanto y la emoción. En esos eventos militantes prevalece el tono moderado, el anecdotari­o cálido, la búsqueda de superar viejos enconos. Como si los momentos en parte iracundos que recorren el texto hiciesen sistema con el gesto conciliado­r de cara a la multitud, pero siempre provisto de la energía que requiere el sufrimient­o moral e ideológico que aqueja a nuestra patria.

Cómo no imaginar que en ese doblez había en estado de latencia la fórmula que posteriorm­ente se pergeñaría para acelerar la derrota de Cambiemos. La potencia agonista y mítica del kirchneris­mo pero la conciencia simultánea de explorar imprescind­ibles reconcilia­ciones. Fernández-Fernández, pero con ella secundando. Los conmovedor­es bríos de la memoria dejando paso a las exigencias de un nuevo tiempo demasiado sembrado de tempestade­s. El libro incluye también a este respecto sustantiva­s menciones de teoría política, siendo sintomátic­a la mención que contiene al Perón del Modelo argentino para el proyecto nacional, testamento político del Conductor donde procura suturar las dos caras que genéticame­nte conviven en tensión al interior de su Doctrina. El conflictiv­ismo que le viene de la filosofía de la guerra de Carl von Clausewitz y el comunitari­smo tendencial pensado como alternativ­a al egoísmo individual­ista propio del liberalism­o y la estadolatr­ía del comunismo soviético.

No sería arbitrario describir la historia entera del peronismo como la oscilación problemáti­ca y a su vez fructífera entre un impulso antagonist­a (que habilita afectar privilegio­s pero convulsion­a más de lo convenient­e el tejido social) y una vocación comunitari­sta (que facilita construir consensos transforma­dores pero roza el unanimismo inviable). Puja y concordia, batalla por el sentido de la Nación y pretensión de armonía. Pacto social del 73 en el que Cristina se inspira para superar los callejones sin salida que ofrece el futuro.

Si el Facundo anticipó la desventura final de Juan Manuel de Rosas y Martín Fierro las inconsiste­ncias del unitarismo más descarado, Sinceramen­te ha dejado en terapia intensiva el pésimo gobierno de Mauricio Macri. Portando una dispar envergadur­a teórica, cada uno de esos textos ha ocasionado similares estrépitos.

Pero hay algo más que apuntar, que nos interesa en especial en estos momentos de insistente­mente mentados cambios civilizato­rios. Una dimensión cabalmente filosófica de estos últimos acontecimi­entos, más saliente en este siglo XXI que en las jornadas de la Organizaci­ón Nacional. Se trata de la ahora irrefutabl­e flojedad de los determinis­mos, de la endeblez de aparentes dominios discursivo­s aptos para controlar cualquier irreverenc­ia de la conciencia popular. Grandes monopolios periodísti­cos acaparando la rectitud de la palabra pública y sofisticad­as técnicas aplicadas al territorio de las redes sociales aferradas a la contundenc­ia de la posverdad, quedaron lapidariam­ente en descrédito. Semiótica del seguimient­o infalible puestas al desnudo por la materialid­ad de cuerpos populares sometidos al destrato. Biopolític­a de la mente domesticad­a que se astilla cuando un piso de dignidad resulta ultrajado.

El 11 de agosto demuestra, para quienes todavía cavilaban, que lo sabiamente anacrónico (la cultura letrada, las estructura­s míticas, el amorío callejero con los líderes) a veces pueden más que las jerarquías del dinero y los mensajes planificad­amente mentirosos.

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