La potencia invencible de los libros
Con ese clamoroso éxito editorial que fue Sinceramente, la expresidenta Cristina Fernández ha vuelto a dar una muestra de cómo es posible conmover la política y entrar en la historia por intermedio de la escritura
¿Puede un libro alterar incisivamente los rumbos sólidos de la historia? He ahí una pregunta inquietante que ha alimentado el ahínco de asiduas controversias. Por un lado, el idealismo textual que imagina la incumbencia de los conceptos como dinámico activador de la conciencia social, y por el otro, la confianza en que la materialidad de los procesos es en gran medida inmune a las orientaciones del intelecto. Por un lado, la certeza en la clarividencia directriz de las palabras, y por el otro la presunción de que fuerzas subterráneas de larga data anticipan lo que los discursos apenas coronan. Repasemos rápidamente la versión argentina de estos debates. Recalemos para eso en nuestros dos grandes libros, cuyo carácter performativo parece insoslayable. En primer término emerge Facundo, producción aguerrida que Domingo Faustino Sarmiento redacta paulatinamente en Santiago de Chile en su condición de opositor hostigado por el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Recodemos que la Generación Intelectual a la que el sanjuanino pertenece (la Romántica del 37) se constituye entre perpleja y enfadada ante la imperturbable supremacía de un dictador que ha ido derrotando todas las formas desplegadas para destronarlo. Ni las propias rencillas del Partido Federal, ni las asonadas militares acaudilladas por el General Lavalle ni los bloqueos colonialistas de Francia e Inglaterra habían podido erosionar la omnímoda vigencia de ese poder que aquellos jóvenes díscolos caratulaban como intolerablemente reaccionario.
Así al menos lo evalúa Sarmiento, que está confiado en que los análisis y los mandobles de su obra repercutirán en el ánimo de sus impotentes aliados e incluso de algunos adversarios que podrían mutar de bando. Transita en ese libro tanto un aparato hermenéutico que intenta explicar a Rosas no como un mero accidente de la historia, como un pliego programático ciertamente ambicioso y capaz de rescatar a la Argentina del atraso en cuanto el déspota fuese quitado del medio.
Se trata entonces de un manifiesto combatiente y de inspiración táctica, que incluso permite advertir virtuales destinatarios. Los unitarios para empezar, a los que se les endilga su ausencia de sentido práctico para hurgar con la debida profundidad en las causas de la desgracia argentina. A la comunidad internacional para continuar, a la que se le imputa excesiva indulgencia con los supuestos
prestigios del tirano. Y a los federales críticos para finalizar, mostrando en cuanto el Restaurador de las Leyes pregona un ideario que falsea en los hechos consolidando la primacía de la provincia de Buenos Aires.
Y este último aspecto parece especialmente relevante, pues es justamente Justo José de Urquiza, caudillo entrerriano crecientemente fastidiado con el régimen, quien encabezará la sublevación que pondrá en acto primero militar y luego institucional los pregones de la Generación Romántica contra la continuidad de un gobierno portador de la barbarie. El posterior disgusto de Sarmiento con Urquiza no cambia una conclusión que ya puede esgrimirse: la que permite vincular el momento fundacional de Caseros con las protestas y recomendaciones que pocos años antes ya circulan en este clásico libro.
Pero continuemos con esta breve saga e interroguemos una segunda gran obra, el Martín Fierro de José Hernández. Las ligazones parecen evidentes, empezando por el hecho de que al momento de sentarse a escribir nuestro gauchesco autor se encuentra arrinconado en el exterior, sometido a vindictas y persecuciones. Pero ya no por el supuestamente maléfico señor Rosas sino por el supuestamente civilizado señor Sarmiento, que no le perdona haber acompañado las rebeliones federales encabezadas por Ricardo López Jordán.
Es válido mencionar aquí que hasta esos dramáticos días Hernández no se destacaba ni como literato ni como poeta, sino como un periodista con aspiraciones políticas que no se mostraba para nada conforme con las supuestas bondades de la modernización acicateada por los liberales porteños. Como hombre público ya había expresado sus malestares y propuestas, solo que parecía advertir la carencia de un sujeto social dispuesto a encolumnarse detrás de sus consignas de batalla. Ese sujeto social será el peón rural llamado gaucho, que en el Facundo era visto como un obstáculo retardatario para la civilización, y que aquí se exhibe como una legítima voz excluida que señala cuánto hay de arbitrario y mendaz en esa falsa utopía.
Apelar insólitamente a la retórica oral del mundo plebeyo y construirla como pieza literaria tiene por tanto un doble objetivo. Producir identificación entre ese pueblo con su prédica llena de denuncias, y a su vez advertir a los grupos dirigentes la carga de insatisfacciones que el rumbo adoptado desataba. El resultado fue simultáneamente notable e influyente. Notable porque su libro se convierte rápidamente en un formidable éxito editorial en el propio universo gaucho, e influyente porque no sería desatinado ver el posterior triunfo roquista como la parcial aplicación de los reclamos de esa poética inquisitoria. Puede incluso pensarse el paso del tono beligerante de la “Ida” al ánimo integrador de “La Vuelta” como el trayecto entre una enfática protesta y el estadio en el que ésta se ve luego en parte satisfecha. La potencia de esos libros, lo sabemos, no concluye allí. Pues suscitan con el tiempo un efecto llamativo, en tanto y en cuanto siendo palabras destinadas a torcer el curso de la coyuntura inmediata luego se cristalizan como brújulas ontológicas de la Argentina. La antinomia civilización-barbarie, descripta como fórmula para auscultar y reprobar el dominio de un tirano, devino filosofía de la cultura apta para operar en otros contextos. Y la sextina sentenciosa de un gaucho cantor apabullado por el mitrismo se convirtió en manantial inagotable de una sabiduría esencial de la patria. Pues bien, la trayectoria vital de la Argentina parece seguir entregando el estruendoso impacto de los libros. Nos referimos a Sinceramente, que hace algunos meses atrás surgió de la pluma de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Indaguemos entonces en analogías y singularidades. Inevitable referir por cierto a la figura del perseguido, voz incómoda que el poder de turno procura silenciar como garantía de continuidad de un cierto estado de cosas.
Cristina no ha padecido exilios pero sí el asedio impiadoso de aquella constelación de intereses reaccionarios que se sintieron ofendidos por los desempeños de su gobierno. El imperialismo estadounidense, los agentes del capitalismo financiero internacional, las patronales agropecuarias, las huestes del Señor Magnetto se sirvieron de las oficinas de Comodoro Py como fuente inagotable de causas fraguadas y acusaciones antojadizas. Por demasiadas razones Mauricio Macri no se equipara ni con Rosas ni con Sarmiento, pero fue durante su mandato que la exmandataria se convirtió en un personaje tenebroso que convenía extirpar del sistema político argentino.
Por cierto que ya se habían acumulado síntomas de que tal embestida había carecido de mayor éxito, de que la afectividad popular permanecía fiel a la mujer acechada, pero la hidalguía de un libro y el episodio editorial que comentamos le brindó
un carácter inédito. Quinientas y pico de páginas como fetiche sedicioso capaz de evocar la perdurabilidad de una jefatura. Gesto sorpresivo, sigilosamente macerado, inmune a cualquier trascendido o filtración, que apareció de la noche a la mañana conmoviendo drásticamente una época.
Es un libro, a no dudarlo, pleno de paradojas, empezando por el valor que signa su título. La sinceridad, combinación inestable entre el intimismo de una vida sometida a un sinnúmero de afrentas y la necesidad de proferir una verdad pública abundante en reprimendas y balances justicieros. Dama que relata sus amores de familia al calor de los dramas del país y dirigente que se siente impelida a dejar bien en claro quiénes son los responsables del saqueo de la Nación. Confesiones tiernas pero tensas y acusaciones bien fundamentadas aunque algo renuentes a la autocrítica sazonan un libro que, visto en perspectiva, solo puede pensarse como el jalón inicial de un camino destinado a remover del gobierno al deplorable equipo que lo ha tenido a su cargo en los últimos tres años y medio.
Una escritura oralizada, buscando fluidez y franqueza, que sin embargo no pueda analizarse escindida de sus ya numerosas presentaciones posteriores. Festivas misas laicas que recorren el país donde la fidelidad de sus seguidores busca el ejemplar firmado y se observan rostros consumidos por el llanto y la emoción. En esos eventos militantes prevalece el tono moderado, el anecdotario cálido, la búsqueda de superar viejos enconos. Como si los momentos en parte iracundos que recorren el texto hiciesen sistema con el gesto conciliador de cara a la multitud, pero siempre provisto de la energía que requiere el sufrimiento moral e ideológico que aqueja a nuestra patria.
Cómo no imaginar que en ese doblez había en estado de latencia la fórmula que posteriormente se pergeñaría para acelerar la derrota de Cambiemos. La potencia agonista y mítica del kirchnerismo pero la conciencia simultánea de explorar imprescindibles reconciliaciones. Fernández-Fernández, pero con ella secundando. Los conmovedores bríos de la memoria dejando paso a las exigencias de un nuevo tiempo demasiado sembrado de tempestades. El libro incluye también a este respecto sustantivas menciones de teoría política, siendo sintomática la mención que contiene al Perón del Modelo argentino para el proyecto nacional, testamento político del Conductor donde procura suturar las dos caras que genéticamente conviven en tensión al interior de su Doctrina. El conflictivismo que le viene de la filosofía de la guerra de Carl von Clausewitz y el comunitarismo tendencial pensado como alternativa al egoísmo individualista propio del liberalismo y la estadolatría del comunismo soviético.
No sería arbitrario describir la historia entera del peronismo como la oscilación problemática y a su vez fructífera entre un impulso antagonista (que habilita afectar privilegios pero convulsiona más de lo conveniente el tejido social) y una vocación comunitarista (que facilita construir consensos transformadores pero roza el unanimismo inviable). Puja y concordia, batalla por el sentido de la Nación y pretensión de armonía. Pacto social del 73 en el que Cristina se inspira para superar los callejones sin salida que ofrece el futuro.
Si el Facundo anticipó la desventura final de Juan Manuel de Rosas y Martín Fierro las inconsistencias del unitarismo más descarado, Sinceramente ha dejado en terapia intensiva el pésimo gobierno de Mauricio Macri. Portando una dispar envergadura teórica, cada uno de esos textos ha ocasionado similares estrépitos.
Pero hay algo más que apuntar, que nos interesa en especial en estos momentos de insistentemente mentados cambios civilizatorios. Una dimensión cabalmente filosófica de estos últimos acontecimientos, más saliente en este siglo XXI que en las jornadas de la Organización Nacional. Se trata de la ahora irrefutable flojedad de los determinismos, de la endeblez de aparentes dominios discursivos aptos para controlar cualquier irreverencia de la conciencia popular. Grandes monopolios periodísticos acaparando la rectitud de la palabra pública y sofisticadas técnicas aplicadas al territorio de las redes sociales aferradas a la contundencia de la posverdad, quedaron lapidariamente en descrédito. Semiótica del seguimiento infalible puestas al desnudo por la materialidad de cuerpos populares sometidos al destrato. Biopolítica de la mente domesticada que se astilla cuando un piso de dignidad resulta ultrajado.
El 11 de agosto demuestra, para quienes todavía cavilaban, que lo sabiamente anacrónico (la cultura letrada, las estructuras míticas, el amorío callejero con los líderes) a veces pueden más que las jerarquías del dinero y los mensajes planificadamente mentirosos.