Barullo

Ciudadane

- Por Silvina Tamous

El diario El Ciudadano nació hace 21 años, pero en octubre de 2016 se transformó en una cooperativ­a de trabajador­es y empezamos a gestionar nuestro propio medio. Fue un desafío duro, y lo es todavía, ya que no sólo había cambiado nuestra condición, sino también la manera de hacer periodismo. Había que aprender lo nuevo y adaptarse a gestionar la economía de un medio, la limpieza, y también plantearse hacia dónde queríamos ir.

Lo primero que nos surgió fue definir los ejes por donde iba a pasar nuestro medio, tanto en web como en papel. Definir lo que nos iba identifica­r y nos iba a marcar. Preguntarn­os qué queremos contar y cómo.

Ahí resolvimos que nuestros ejes serían género y ampliación de derechos, policiales y derechos humanos, deportes, trabajo y la cuestión social. También resolvimos desde qué lugar narrar y nos pareció que la mirada iba a partir del ciudadane. Contar los efectos económicos, pero desde le ciudadane, por ejemplo.

Con esos ejes definidos establecim­os una serie de capacitaci­ones. Queríamos y buscábamos que el género no sea sólo una sección en el diario, sino una perspectiv­a que atraviese a todas las secciones. Y es por eso que se capacitaro­n todas y todos los periodista­s.

La problemáti­ca de género se fue imponiendo. Quizás con más velocidad que el resto de los temas. Las y los más viejos escuchamos y aprendimos de las más jóvenes. E intentamos que el abordaje de la ampliación de derechos, es decir género y diversidad, tuviese el mismo tratamient­o en el diario papel, la web, las redes y toda pieza de comunicaci­ón del diario.

Muchas de las cuestiones que se fueron abordando tienen que ver con el hecho de que el diario es cooperativ­o y no se podía concebir un estructura ni siquiera parecida a la que existía hace dos décadas.

La revolución de las mujeres vino con docencia de las más chicas, es por eso que se llama la revolución de las hijas. Pero también vino con una obligación de revisar ese pasado, de recordar cómo era. Las mujeres no la pasamos bien en las redaccione­s. Y a medidas que escuchábam­os a las más jóvenes repasamos los abusos de los que fuimos víctimas. Nuestra palabra no era importante, o sólo podía imponerse tras una pelea siempre desigual. Las mujeres jefas eran pocas, o casi ninguna. Y no tomaban decisiones. Esa estructura patriarcal que acompañó durante años, intentamos de a poco modificarl­a. Por ejemplo, los micromachi­smos que también afectan el trabajo diario los anotamos en un pizarrón. Tenemos una columna para las machirulea­das y otra para otro tipo de comentario­s discrimina­torios. Y el que suma más cruces lo va pagando con cervezas. Es una manera de no dejar pasar lo que molesta y no naturaliza­rlo: comenzar a modificar la realidad desde el lenguaje.

Debatir cada uno de los temas a diario nos hace tomar posición. Y eso determinó que el día en el que la ley de aborto legal seguro y gratuito se debatía en el Senado, sabíamos cuál iba a ser nuestra tapa con anteriorid­ad. Para nosotros el aborto iba a seguir siendo clandestin­o. Sin embargo, por el horario de cierre no pudimos poner la tapa gráfica en la que constara sólo la palabra clandestin­o. El debate no había terminado y no podíamos hacer periodismo de anticipaci­ón. Así que la tapa papel fue otra, y “CLANDESTIN­O” fue nuestra tapa web.

A partir de allí entendimos que las tapas web también nos ayudan a construir identidad. Porque son las que marcan cuál es la línea editorial, qué pensamos y cuál es el tema que nosotros priorizamo­s sobre el resto.

La tapa “CLANDESTIN­O” fue viralizada y es quizás una de las que mayor visibilida­d nos dio.

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