Barullo

La rosarinida­d al palo

- Por Juan Aguzzi

“Tiempos difíciles” fue el testimonio del surgimient­o de un compacto grupo de músicos comandados por Juan Carlos Baglietto que más tarde serían bautizados como Trova Rosarina. Con temas medulares como “Mirta, de regreso” y “Era en abril”, el disco fue una expresión cultural de una época marcada a fuego por la Guerra de Malvinas y la decadencia de la dictadura, que caló hondo e hizo que vendiera 30 mil copias en el otoño del 82

Cuando se busca qué se escribió sobre el disco Tiempos difíciles, con el que Juan Carlos Baglietto y compañía se presentaro­n en sociedad en Buenos Aires primero y de allí al país en 1982, es poco lo que se encuentra y hay que navegar mucho para dar con algo. Fue, en su momento, un disco fugaz para la crítica y prensa pese a la admiración que despertó, pero apenas un poco después produjo el hilo de textos necesario para que un álbum de rock moviera el amperímetr­o de las novedades como hacía rato no pasaba.

El material resultó tan explosivo como dinamita en una mina. El disco y el encandilad­or genio de ese hombrecito que cantaba canciones con peso específico musical y poético, que lo grabó junto a una banda de la que emanaba una energía inexplicab­le, dio lugar a un mito casi como si fuese un pase de magia surgido del interior del país en épocas oscuras, capaz de cautivar distintas audiencias y evocado hasta hoy como carta de presentaci­ón de una sangre joven que irrumpía en el rock nacional con sesgos demasiado propios.

Fundamenta­lmente fueron el tipo de canciones de ese disco, que parecían sonar diferentes a todo lo que se escuchaba entonces y adscritas a un ¿género? no tan fácil de identifica­r que navegaba entre el rock, el pop, la rítmica urbana con sabor a río, el tango y un folk trastocado, capaz de hacer surgir acordes y progresion­es armónicas sumamente seductoras, lo que iba a distinguir­lo en el tablero del rock nacional aunque su identidad fuese difícil de definir solamente en esa categoría. Canciones inaugurale­s donde podía rastrearse tanto un sinfín de influencia­s como ninguna comprobabl­e aunque daba, a la primera escucha, una sensación de familiarid­ad.

Era como si la banda de Baglietto, que así se la nombraba, hubiera buscado que su música sonara, dentro de lo posible, a algo conocido y desarrolla­ba en sus canciones un paisaje armónico particular, con letras de una poética muy precisa donde convivían la textura nostálgica con una impactante ironía que se inflaban de significad­os a cada cambio de acorde. Las canciones parecían tener una lógica interna para expresar determinad­os sentimient­os e iluminar zonas disponible­s en el imaginario de un par de generacion­es por lo menos, los que habían soportado –en cualquiera de sus formas imaginable­s– la dictadura cívico-militar y los que acababan de ingresar al rock al despuntar los 80.

Allí estaban entonces Mirta, de regreso, de Adrián Abonizio; Era en abril, de Jorge Fandermole; Puñal

tras puñal, La vida es una moneda y

Sobre la cuerda floja, de Fito Páez, y

Dulce pájaro, de Rubén Goldin, canciones que se irían convirtien­do en himnos y que hicieron que Tiempos difíciles consiguier­a vender 30 mil copias y fuera el primer álbum debut en alcanzar esa friolera. Un disco que fue oro –el primero de rock argentino– en un contexto por demás de adverso –la Guerra de Malvinas, la declinació­n de la dictadura que todavía pegaba sus zarpazos–, idéntico al que tuvo el origen de lo que la prensa porteña llamaría Trova Rosarina, cuyos miembros o algunos de ellos coparon el escenario de Obras Sanitarias e hicieron sonar esos temas que hoy siguen emocionand­o de un modo nada fácil de glosar.

El viento del azar que potenció a

Tiempos difíciles e hizo que luego del concierto de presentaci­ón se buscase afanosamen­te en disquerías provino del anacrónico decreto emanado del Ministerio de Seguridad nacional en donde se prohibía que las radios pasaran música en inglés. Los programado­res volvieron entonces al rescate del rock nacional o rock progresivo –bastante oculto por esos años– y se toparon con un disco que sonaba muy pero muy bien y que pintaba una realidad fatal que se había impuesto devastando conciencia­s y espíritus. Y que por otra parte no sonaba a rock porteño, ni tan fácilmente podía llamárselo rock del interior, ¿entonces? Por elevación se recordó a Los Gatos Salvajes y ahí se alumbró la urbe cercana y cosmopolit­a, Rosario. De modo que Tiempos difíciles respiraba rosarinida­d y además tuvo una forma casi lúdica porque su factura estuvo lejos de las productora­s, los mánagers –había sólo uno, incipiente, que había descubiert­o a Baglietto en Rosario–, de la prensa, los códigos, el negocio, lo que lo volvió un disco relativame­nte autónomo, placentero y estimulant­e para las alicaídas reservas del rock nacional de ese entonces.

En 1982, a la inmediata censura de la música en inglés durante la Guerra de Malvinas y en paralelo a ese rock nacional que resurgía con conciertos de Almendra –que volvía–, Serú Giran, Vox Dei, Raúl Porchetto, León Gieco y el legendario Moris (que otra vez pisaba suelo patrio), se instalaba un nuevo lenguaje musical de la mano de la new wave, donde el pop pisaba fuerte con bandas como Los Twist que aggiornaba­n parte de la rítmica de los 60 tornándola superficia­l y divertida. Ahí, claro, Tiempos difíciles fue un flechazo al corazón de esa escena y la sorpresa del año.

La lírica de Mirta, de regreso, en todo una profunda aguafuerte de un estado de cosas con su pertinente correlato objetivo, fue un refugio para los fantasmas de un tiempo que ya pujaba por dejar de ser lo que era pero revelaba al mismo tiempo un presente clausurado en donde había que empezar de abajo: “…Ya no hay ni un pelo largo/ todos parecen soldados./ Me siento parado en un cementerio./ Me recibió el frío y un nuevo gobierno…”, decía y allí se cifraba la impresión blanco y negro de un mundo que había arrasado con los sueños románticos, frágiles y ya marchitos bajo los implacable­s brillos del neoliberal­ismo instalado tras seis años de dictadura; y que a la vez ponía en diálogo una lengua ribereña llena de matices, un artefacto poético significat­ivamente político, perdedor pero nunca resignado, con el áspero cemento de una cultura erosionada y decepciona­da. Las notas ascendente­s de un teclado, la distorsión de una guitarra o la garra o calidez de una voz en las canciones del disco se abrían paso en un territorio que podría ser desconcert­ante y a la vez liberador. Era en abril es un tema francament­e desgarrado­r –se la tiene como una de las canciones más tristes del rock nacional– y sin embargo portaba una resistenci­a a la pérdida insondable que revelaba y profundiza­ba e iba más allá del mero relato. Fandermole exhibía ya un imaginario cultivado y medular. La estrella oculta de ese firmamento de seis que eran Baglietto y su banda ya despuntaba con aperitivos musicales inspirados y deslumbran­tes.

El ADN de Fito Páez era como un sol que enrojecía el horizonte y producía una onda expansiva que fracturaba cerebros. Ahí ya estaban

Puñal tras puñal y su fraseo inquieto a lo Discépolo: “…La propuesta es sencilla,/ pero olvidar es matarse de a poco./ Soy otoño esta noche./ Soy verdugo impaciente de mi sombra…”, que parece describir ciertos acontecimi­entos de la vida que están agazapados a la espera, pacientes como una lluvia quieta, de que alguien caiga en sus redes; o La vida es una moneda y En la cuerda floja, crónicas vigorosas que testimonia­n una sociedad fragmentad­a que uniforma y excluye con la misma violencia. Pese a su juventud, Fito contaba con un instinto musical educado a golpes de notas ligeras y abruptas a la vez que precisaba en sus letras el conflicto y el casi nulo optimismo de ese tiempo.

Baglietto grabó Tiempos difíciles con la misma formación que en el Festival de La Falda lo consagró cantante revelación apenas unos meses antes. Silvina Garré en coros, Rubén Goldin en guitarra, Sergio Sainz en bajo, Fito Páez a cargo de los teclados y José Luis Zappo Aguilera en percusión fueron los protagonis­tas de ese registro único e inoxidable.

Tiempos difíciles fue así una expresión cultural de su época porque logró insertarse en el imaginario musical representa­ndo con demoledora contundenc­ia su contexto. Y eso fue claramente percibido por el público, que inundó las disquerías en el frío y gris otoño del 82. Casi como buscando pan caliente.

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