FUGITIVA DE LA FEMINIDAD
“Hay lesbianas que no nos identificamos como mujeres, y es por una identidad política”.
En 1981, Amalia Salum le contó a su abuela que era lesbiana, una palabra que todavía no había aparecido en su vida como categoría política. “Mi abuela me crió. Era la autoridad de la familia y con ella yo tenía absolutísima confianza, entonces un día se lo dije. No dijo nada, se fue a dormir, no me hizo un solo comentario. Yo temblé toda la noche y a la mañana, cuando estábamos desayunando, me dijo: «Si yo no entendí mal, vos no vas a tener hijos. Bueno, lo que yo te digo es que si querés tener hijos, yo te ayudo, yo te acompaño». Realmente a veces pienso… Con los años que ella tenía, y estamos hablando de tantos años atrás. Cada día valoro más la cabeza que tuvo esa vieja del amor”, cuenta Amalia, 58 años, activista lesbiana, fundadora junto a Stella Labruna del bar Chavela, un espacio cultural que entre 2010 y 2015, desde Zeballos y Ayacucho, hizo historia en la ciudad.
Amalia supo que le gustaban las mujeres en su adolescencia. Cuando sus compañeras de la técnica suspiraban por profesores, ella se plantaba a las dos menos diez en el patio de la escuela para ver llegar a la regente, y sentir su perfume. “Era una cosa que yo la vivía feliz, refeliz, recontenta, no me generaba ningún conflicto, sólo que era un mundo mío, no lo compartía con nadie, ni con amigas, ni con familia, absolutamente con nadie. Pero a mí no me generaba conflicto, lo disfrutaba muchísimo”, asegura Amalia, quien desde que empezó a trabajar, se las ingenió para que le permitiera viajar a Buenos Aires, donde sí conocía mujeres y desplegaba su deseo libremente. “Era una vida totalmente paralela, en Buenos Aires era yo y después venía acá y cumplía con todo”, registra ahora.
Muchos años después supo que lo suyo era “lesbofobia internalizada”. ¿De qué se trata? “Yo tenía una lesbofobia internalizada tremenda. Después supe que era eso, en ese momento no lo sabía. Era esto de que no se debe ver. Le ponías la excusa que querías. Decías no tengo por qué contarlo, esta es mi vida. Por ejemplo, decir «yo vivo esto porque se me da la gana, pero esto no está bien, entonces, para qué lo voy a andar mostrando». Pero son todas frases muy hechas, como yo no tengo necesidad de andar contando con quién me acuesto… O lo otro, yo no soy lesbiana, yo me enamoré de vos. Eso hasta hoy se sigue repitiendo, más de una lo dice”, enumera alguna de las formas que toma esa discriminación internalizada. “Después, por suerte, mis hermanas compañeras me dieron las herramientas para decir, no pará, que esto se llama así. Te lo sacás y es maravilloso”.
A partir del activismo, de leer lo que habían escrito otras lesbianas, mucho antes, encontró herramientas para ser más feliz. Amalia descubrió que el amor no tenía por qué ser esa idea alimentada desde la heteronorma. Hoy abraza el poliamor, aunque fue un proceso largo. “Con Stella convivimos entre ocho y nueve años, más o menos. Y cometimos todos los errores habidos y por haber de dos lesbianas que viven un vínculo heteronormado, nos estrellamos contra todas las paredes, terminamos muy mal. Tuvimos necesidad de estar un tiempo sin vernos y generar el espacio de lo que fue Chavela juntas. Ese fue el motivo para volver a encontrarnos, y como a mí Chavela me abrió absolutamente la cabeza, y me dio herramientas para un montonazo de cambios y crecimientos, ahí también hice otras elecciones. Stella es una de mis compañeras de vida, y es una de las personas fundamentales de mi vida, no quiero que Stella no esté en mi vida, no quiero no estar en la vida de Stella, y no es precisamente que seamos pareja. Somos un gran amor en realidad, y así lo cuidamos y lo alimentamos”.
Hoy Amalia, además de vivir los amores sin contratos de exclusividad, y ser una de las seis lesbianas que cuidan de manera colectiva un bebé hijo de una pareja de amigas, enfoca su activismo en Potencia Tortillera, un archivo donde se registra toda la historia de estas tortas –como se dicen, reapropiándose de un término nacido para descalificarlas– desde los años ochenta. Para el año próximo, también quiere enfocarse en el activismo para las adultas mayores.
¿Por qué las lesbianas no son mujeres? “Una de las cosas que estoy aprendiendo últimamente es que tampoco podría decir que las lesbianas no somos mujeres, porque no son todas. Hay lesbianas que no nos identificamos como mujeres, y es por una identidad política. Mujer es una identidad económica-política”, dice, recuperando a la francesa Monique Wittig. “Cuando cuestiona esta heteronorma, Wittig vino a decirnos de dónde sale el término mujer, esa división política-económica-social que dice que el hombre trabaja, provee y la mujer tiene a los niños y los cuida. Si este es el orden económico, las lesbianas nos escapamos de ahí”, explica Amalia. “A mí la identidad lésbica me trajo que además quiero ser autosuficiente, quiero arreglar los cables de mi casa de la misma manera que se me ocurre tejer en un telar, o aprender a hacer una pared. En nada estoy limitada. Es común en nosotras que hagamos esto, porque nos habilitamos a hacerlo”.