Barullo

ETERNA POESÍA

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El género al cual muchos consideran mayor en el campo literario, pero que hace décadas carece de repercusió­n comercial, fue la opción de muchos.

La editora y correctora Carolina Teillier, hija del gran poeta chileno Jorge Teillier, eligió uno de los bellos libros de su padre: cartas para reinas de otras primaveras (sin embargo, como su madre, tras separarse de Jorge, se unió a otro gran escritor, el peruano José María Arguedas, sumó dos notables títulos de este último: todas las sangres y los ríos profundos).

La periodista chilena Leyla Ramírez también se jugó por un Teillier de pura cepa: En el mudo corazón del bosque.

El historiado­r Mario Gluck se volcó por canto a mí mismo,

de Walt Whitman, también evocado por el músico Fernando Rocha (Hojas de hierba).

El también músico Marcelo Ajubita se jugó por iluminacio­nes, del fulgurante Jean-Arthur Rimbaud. La profesora en literatura Mercedes Roffé optó por museo salvaje, de la pampeana Olga Orozco. La poeta Griselda Riottini se inclinó por una obra mayor, de gran título: Libro del desasosieg­o, del inmenso portugués Fernando Pessoa.

El profesor de filosofía Ricardo Scheffer eligió Fuerte como la muerte es el amor, reciente libro de Diana Bellessi.

Celia Fontán, también poeta, se volcó por los papeles salvajes, la obra reunida de la uruguaya Marosa Di Giorgio.

La narradora Lila Gianelloni recordó el audaz en la masmédula, de Oliverio Girondo; el poeta Silvio González se jugó por el nicaragüen­se Joaquín Pasos y su canto de guerra de las cosas; el también vate Norman Petrich evocó el emperrado corazón amora, de Juan Gelman; el periodista Lalo Puccio pensó en Confieso que he vivido, las memorias de Pablo Neruda, y de Alejandra Pizarnik se acordaron el editor Javier Ferraris (El infierno musical) y el acompañant­e terapéutic­o Sebastián Alejandro Pérez Pascuas (La tierra más ajena).

La licenciada en letras Mariela Molinari eligió la golosina caníbal, primer libro de Guillermo Piro.

Finalmente, el abogado (trabaja en Derechos Humanos) Matías Gómez optó por el lenguaje es un revólver para dos,

del peruano Mario Montalbett­i.

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