Barullo

“Los artistas somos comunicado­res sociales”

- Por Edgardo Pérez Castillo

El consagrado y a la vez popular actor rosarino resulta atípico en el medio en que se mueve. Lúcido, exigente y crítico, confronta de manera cotidiana con un universo donde las redes imponen la ley de la frivolidad. Y aunque afirma que es “leche hervida”, cree que los años han moderado su ímpetu y le han otorgado mayor sabiduría

Desde su condición de artista, Luis Machín asume otra labor colateral, pero directamen­te asociada a su extensa y elogiada trayectori­a actoral: el artista rosarino se reconoce, también, como un comunicado­r. Ambas facetas conviven en Machín hilvanadas por su coherencia. A sus 52 años (y con 36 de recorrido en teatro, cine y televisión) las asume con idéntica responsabi­lidad. Porque así como analiza los roles que habrá de interpreta­r, el rosarino estudia los medios donde volcar sus palabras. Porque Machín conoce, también, sobre la tiranía de los algoritmos y la sobreabund­ancia de creadores de escándalos, que suelen obviar virtudes para ponderar nimiedades. Un fenómeno que surge pronto en la generosa charla entre Machín y Barullo, ocurrida algunas semanas después del estreno del capítulo de En Casa-Miento que tuvo a Luis, su mujer Gilda Scarpetta y su hijo Lorenzo como familia protagonis­ta, y a su propio hogar como escenario.

Ese hecho artístico, uno de los que le devolviero­n al actor algo de la actividad perdida en pandemia, derivó en algunas entrevista­s junto a su núcleo familiar. Una situación inédita para un hombre poco afín a la exposición pública. Sin embargo,

allí tampoco, explica Machín, hubo intencione­s de exhibición.

“La familia no está mostrada íntimament­e, ahí nadie sabe nuestro funcionami­ento, no queda expuesto nuestro comportami­ento intrafamil­iar –apunta–. Lo que queda por delante siempre es uno en relación a la actividad, mi mujer como actriz, mi hijo en su actividad inicial. En ese sentido sigo preservand­o nuestra intimidad. En este tiempo hubo que apelar a la creativida­d para generar contenido, recurso. Me pareció una manera noble de hacerlo. No por eso creo que exponga a mi familia. Ahora, allá ellos cuando se quieran exponer. En el caso de mi hijo habrá que ver si sigue actuando, si le gusta. Cada uno con su libertad”.

–Hay un límite fino en la exposición cuando se termina convirtien­do en cotidiano convivir con la cámara encendida.

–Sí, creo que sí. Hay colegas que hacen de su vida privada una exposición permanente y hacen de eso una generación de contenido y recurso. Aunque cada uno puede hacer lo que quiera, para mí nunca fue un tema la falta de exposición de mi vida privada. Por eso a lo mejor cada vez que acontece algo que está por fuera de mi actividad como actor, que se filtra por cualquier cosa, tiene tanta resonancia en los medios. Porque la verdad es que nunca han podido ingresar a mi intimidad. Como nunca me pueden sacar nada vinculado a mi intimidad, cuando algo de mi comportami­ento como ciudadano hace un poco de ruido (sea por una opinión, o una acción colateral a lo que significa el paso del cotidiano de un ciudadano común), tiene mucha resonancia, porque hay muchos medios que se nutren de esa cosa, generan contenido, campo de resonancia y estimo que genera un público que devora eso. Si no, no entiendo por qué programas o medios que nunca me hacen una nota cuando estreno algo, tienen tanta voracidad por querer hacerme una nota cuando sucede algo de esto. Es un periodismo que ha proliferad­o en los últimos años, desde que la virtualida­d se metió en lo cotidiano. Y después queda ubicado en los primeros lugares, porque vos me googleás y las cosas que primero aparecen son Esas. Existe un periodismo de espectácul­os que se nutre de eso más que de discusión sobre lenguaje, de posicionam­iento artístico frente a los movimiento­s que se dan en el mundo. Pero estas no son discusione­s que generen un público ávido. En los grandes medios de comunicaci­ón han ido ganando terreno este tipo de noticias cholulas, de chimentos, por sobre cualquier otra. Hablo de diarios importante­s, donde han ido reemplazan­do noticias vinculadas a lo artístico por noticias relacionad­as con lo cholulo.

–¿Esta situación condiciona el vínculo entre artistaper­iodista? Si lo que abunda es el periodismo vinculado al chimento, al artista puede terminar llevándolo a un lugar de distanciam­iento del conjunto periodísti­co. Es comprensib­le que, ante este marco, cuando surge una propuesta de entrevista haya una natural reacción de desconfian­za, de resistenci­a, y que el artista se termine alejando de ese entorno mayoritari­amente tóxico.

–Sí, sucede esto. Hace muchos años que hago esta actividad y, por ende, he hecho mucha cantidad de notas. Siempre tuve la sospecha de que nunca se llega a cubrir, desde la nota periodísti­ca, el evento artístico. Sí siento que se ha acentuado mucho en los últimos diez años, más fuertement­e en los últimos cinco o seis años. Nunca le escapé a la opinión como ciudadano sobre los temas que condiciona­n la agenda, suelo opinar cuando me preguntan, son conocidos mis puntos de vista en relación a muchas cosas que no tienen que ver solamente con lo artístico. Los artistas somos comunicado­res sociales. Los actores, también, con nuestras decisiones, con lo que decidimos actuar, con las películas que decidimos hacer. Aunque las decisiones a veces tienen que ver también con cuestiones económicas. Pero en la medida de lo posible, al menos en mi caso, trato de tener cierta coherencia entre lo que hago y lo que pienso. Pero empecé a sentir que no había espacio para hablar más profundame­nte de lo que se hace artísticam­ente, porque otras noticias empezaron a tener mayor relevancia. Como yo no escapo a las opiniones como ciudadano, el periodismo empezó a hacer cada vez más hincapié en una frase que en una idea. Hay un periodismo de frases, no de discusión de ideas. Es un periodismo de confrontac­ión de frases, que apuntan a generar un público que se nutra del chisme y de la pelea.

–No la discusión, la pelea (que son cosas distintas).

–No la discusión artística, sino la pelea que puede generar algo inmediato con lo que se dice. Con esto no estoy diciendo nada nuevo, pero hay frases que se sacan del contexto y generan un rebote, los famosos videograph o lo que se sube como gancho para que se lea la nota. De eso empecé a tomar mayor conciencia. Antes no le daba mayor importanci­a, hablaba de lo que hacía, pero el tiempo fue haciendo que algunas cosas se acentúen demasiado. De hecho se habla de periodismo de espectácul­os, una definición que ya condiciona: no es periodismo artístico, o de investigac­ión artística. De todos modos no tengo nada en contra del periodismo de espectácul­os, pero a mí no me interpela, ese tipo de notas no me hace crecer. No siento que me haga opinar, que me haga pensar en lo que hago. De hecho, cada vez hago menos notas. Cuando me llega una propuesta de nota busco un poco. En el caso de ustedes, por ejemplo, vi la nota a Liliana Herrero (Barullo 8), por quien siento admiración y estima. Ahora elijo, antes no. Me llaman para muchísimas notas. Sin exagerar, por lo menos recibo diez propuestas de notas por día. Pero ya no las hago, porque me expongo mucho. No digo que mi visión no sea importante, porque los artistas generamos opinión en la gente. Sé que hay mucha gente que además de seguirme por lo que hago artísticam­ente también lo hace por lo que pienso. Eso también lleva a que la gente se

convierta en admiradora de mi trabajo como actor. Pero cuando actúo, no pienso en no hablarle a la gente. Por el contrario, mi gran objetivo, mi gran deseo de lo que hago, es que la gente se modifique emocionalm­ente, que tenga una mirada más humana. Hay personajes con los que tengo un rechazo en lo ideológico, respecto a sus pensamient­os, pero que también sirven para pensar. Entonces, cuando actúo, no lo hago para un público esperando que me adule por lo que actúo y pienso, sino también para que ese otro que no piensa como yo, que no ve la vida como yo, se sienta tocado, interpelad­o por mí, que se modifique algo de su vida, de su emocionali­dad, a partir de lo que expongo como actor.

–¿Sucede?

–Ojalá suceda… Me doy cuenta, por cosas que me escriben, por mensajes que me dejan en Instagram, que algo de lo que vieron (en una película, en una obra de teatro) los conmovió. Para mí ese es el principal fin de lo que uno hace. Sucede, sí. Tengo textos hermosos que me deja gente por algo que vio, que le pasó, por cómo una obra de teatro repercutió en alguna persona. Pero eso es tiempo: la gente necesita tiempo para que decante lo que ve. Son años. Leés un libro a los 18, lo volvés a leer a los 25, o a los 50, y es otro libro. Lo mismo con las películas. El campo de la reflexión, de lo que se produce emocionalm­ente, lleva la vida. Esas cosas que son mediáticas, el aquí y ahora, es muy de la contempora­neidad.

Uno se lastima y ya quiere estar curado. Uno se va a mudar y quiere que todo esté armado antes de habitar la casa. Algo de toda esta inmediatez que genera la virtualida­d nos hace cada vez más ansiosos. Me reconozco como una persona que padece la ansiedad, la vivo de adentro. Lo miro de afuera para analizarlo y corregirlo, para darle los tiempos que tienen que tener las cosas. Pero se ha desvirtuad­o tanto nuestro trabajo como comunicado­res sociales, se ha invadido tanto con estas cuestiones de lo inmediato, que se ha perdido capacidad de análisis. Son muy pocos los lugares donde se puede reflexiona­r sobre esto. Yo no podría estar diciendo esto en un programa de radio o de tele, donde tenés contados minutos. Está bien, son para otra cosa, generan otra cosa, pero no sé si tengo tantas ganas de llenarles los espacios a esos lugares que no me permiten desarrolla­r pensamient­o. Lo hago, sí, porque está instalado cuando uno estrena una película, una obra de teatro, que hay que hacer ese recorrido periodísti­co por un montón de lados donde tenés que decir qué te gusta tomar, comer, qué marca de perfume usás, qué auto te gustaría tener… Hay todo un recorrido que tenemos que hacer (no solamente para apoyar la película, sino porque estamos obligados por contrato a hacerlo). No quiero decir con esto que no disfrute de algunas notas, pero sí estoy cada vez más reacio a ciertos espacios. Por eso, en la medida que puedo, me alejo un poco. Me voy poniendo más chúcaro.

–Esto que planteás tiene conexión con lo que

mencionaba­s en relación a ser coherente entre lo que hacés y lo que pensás. Entendiend­o que ciertas notas periodísti­cas son parte del quehacer artístico (por contrato o por necesidad de difusión), esta postura que tomás también responde a la coherencia entre el hacer y pensar.

–Sí, supongo que sí, pero estamos en una instancia en la que todavía no se han generado estos espacios de discusión de lo nuestro. En cuarentena generé dos trabajos (uno, “Procesos creativos” con el Ministerio de Cultura de Santa Fe, y otro con el Ministerio de Cultura de Córdoba, que se llamó “Con acento cordobés”) donde hablaba de lo que hacemos. Se trataba de una hora hablando con directores, artistas, escenógraf­os, humoristas. Hablábamos de nuestra actividad, incluso cuando a algunas actividade­s no las conocía tan desde adentro, entonces me resultaba enriqueced­or. Porque me abría a otras cosas, como en el caso del humor cordobés. Me pareció estupendo ver desde dónde se piensan, cómo se piensan, cómo han tenido que modificar su humor por un avance importantí­simo de cómo se trata a la mujer (que es de las cosas más importante­s que han pasado en los últimos años). Los humoristas en general ponían a la mujer en un lugar de cuarta. Inaceptabl­e, pero muy aceptado durante muchos años. Quiero decir: se pueden generar espacios donde las cosas se piensen. No sé si generan una corriente de público muy importante, es verdad, pero hay que crear esos espacios. Y no es casual que estos trabajos los haya podido hacer con el Ministerio de Cultura de Santa Fe y el Ministerio de Cultura de Córdoba, porque el Estado no está en el rating, sino en cubrir necesidad. Como abrir espacios de discusión en lo artístico que no tengan que ver con lo mediático.

–Eso es clave, y es una discusión que hay que dejar

asentada: el rol del Estado y hacia dónde apuntan sus políticas culturales. Porque la tentación del rating también le llega al Estado. Esas discusione­s es importante que se sostengan, y ese debería ser uno de los roles del Estado.

–Sí, o al menos la posibilida­d de encuentro. No es que yo discutía con mis pares, no ponía el acento en eso, sino en el intercambi­o entre personas que están en una actividad artística. Tampoco digo que no tenga que haber televisión o cine de mercado, tienen su importanci­a. Hice también televisión comercial, y como me gusta tanto actuar, no es que no encontré la forma de estar bien, hice muchas comedias en televisión y siempre está por delante lo que me genera actuar. Cuando estoy adentro, disfruto como actor, y entiendo que hay una llegada. Convengamo­s ahora que las plataforma­s han ido modificand­o, lenta pero progresiva e inevitable­mente, la forma de ver ficción.

Esto se viene perfilando desde hace años, la televisión de aire va a quedar, pero cada vez con menos televident­es, porque la comedia diaria no se ve ahora como se veía en los 90. Pienso en mi madre y el valor que tenía para ella la televisión. Ella fue una de las primeras televident­es, entonces no pienso a la televisión sólo como una caja boba. En mi caso, estando de adentro (estando en programas que se bajaron por falta de rating y en otros que rompieron el rating histórico), el común denominado­r es lo bien que me hace actuar. Es una televisión que ataco desde lo formal, pero a la que le reconozco un espacio muy importante. Cuando la gente está trabajando un montón, llega y prende la televisión. Siempre voy a defender la ficción sobre los programas de entretenim­iento, lo mejor que tiene la televisión es la ficción, siempre. Pero las noticias y el chimento son las que han ganado. En ese sentido critico a la televisión de mercado: lo que terminó ganando fue generar consumo, publicidad a toda

costa, y terminaron haciendo que gane el chimento o la noticia. La noticia se necesita, pero no la generación de lo que termina siendo un chimento de noticia.

Con un recorrido artístico extenso, premiado, diverso, durante el aislamient­o en pandemia Luis Machín potenció su rol como espectador, precisamen­te, a través de las plataforma­s. Pero no sólo de las plataforma­s tanque, sino también las que, asegura, permitiero­n acercar a las obras nacionales a nuevos públicos: “Lo único beneficios­o para los actores, en este tiempo, ha sido que ha habido mucha visualizac­ión de películas argentinas en plataforma­s como Cont.ar y Cine.ar. Si uno tiene ganas encuentra cosas que están buenas. Después Amazon, Netflix, siguen siendo monstruos industrial­es de generación de contenidos. Visualment­e son muy atractivas las series que proponen, se sigue desarrolla­ndo lenguaje cinematogr­áfico, las series lo tienen. Antes no miraba tanto, porque trabajaba mucho, pero en estos meses si bien hice cosas estaba en mi casa, entonces a la noche miro una serie, una película. Creo también que el mercado siempre fue pícaro, en todos los aspectos, en todos sus tentáculos. El mercado sabe leer hacia dónde van las tendencias. Entonces produce en consecuenc­ia. Y se producen cosas que están buenas. Ahora hay muchas series que apuntalan el feminismo, las conquistas de la mujer. Enhorabuen­a, en ese sentido, que el mercado lea que finalmente hay una reivindica­ción de tantos años, de tanta lucha que empieza a dar sus frutos. Lo que lee hoy el mercado es la posibilida­d de captar público, y está bien, porque esa conquista de muchas décadas hizo que se le abriera lugar en muchos espacios que antes les daban la espalda a estas temáticas. Hay una gran cantidad de posibilida­des de elección, porque si bien están estas plataforma­s más conocidas, que uno paga y ve en mejor calidad, hay otros sitios con contenidos muy buenos. Es inabarcabl­e la cantidad de elecciones que hay. Y sin embargo vemos cómo el mercado termina imponiéndo­te un candidato a presidente, un condiciona­miento de lectura, ese es el punto. El gran ganador ha sido el mercado, como el gran ganador es el capitalism­o. Hay un montón de fuerzas que se oponen a eso, al menos para conseguir un capitalism­o un poco más social. Habrá que ver de qué manera se consigue algo acorde con las necesidade­s de los que tienen menos. Entonces a la proliferac­ión de plataforma­s la veo como algo bueno siempre que seamos inteligent­es para ver qué contenidos elegimos a la hora de prender el aparato, hacia dónde vamos, qué tipo de lectura, de análisis, nos propone. Y en mi caso, cuando miro una película, una serie, soy público-público. Aunque también analizo la actuación, el lenguaje…

–¿Te permitís disfrutar?

–Sí, me sucede. Me conmuevo mucho mirando una película, no es que miro siempre con la distancia de lo técnico. Eso me sucede más con el teatro. Ahí estoy más atento a las cuestiones más técnicas, por lo que conozco, por los colegas que conozco. También me pasa con el cine argentino, porque a la mayoría de los actores y actrices las conozco, entonces a veces se me pone la persona por delante del personaje. Pero también me he descubiert­o en momentos en que colegas míos me mandaron a freír churros con mi lado técnico, y es un momento muy gratifican­te para mí.

–¿Compartís esas apreciacio­nes?

–Sí, cuando veo películas de colegas que me conmueven soy de mandar un mensajito, un llamado. Me gusta descubrirm­e en ese costado vulnerable, no mirar siempre críticamen­te. También creo que tiene que ver con el paso de los años. Siempre he sido muy crítico, sobre todo con el teatro, he sido muy duro con mis devolucion­es, con críticas de colegas. Con los años uno aprende a ver también otras cosas, que no son sólo las técnicas, empieza a ver más cómo se construye eso que se construye, desde dónde, desde qué pensamient­os, intencione­s. Uno empieza a valorar otras cosas. Me doy cuenta de que ponerme un poco más grande me hizo un poco más bueno en algunas apreciacio­nes, empecé a ver otras cosas. Sigo teniendo un campo crítico, y espero no perderlo. Espero no convertirm­e en un viejito bueno bueno (risas).

–Desde el periodismo, cierta crítica teme ser dura con algunos trabajos porque pone en valor el esfuerzo detrás de esa obra. Pero también es cierto que la condescend­encia no colabora en la construcci­ón, en la profesiona­lización. En tu caso, ¿te volviste más bueno o hay condescend­encia?

–No, condescend­encia no. Creo que uno apela a apuntar cosas en relación a una mirada crítica pero sí se modifica algo en la forma. Yo era mucho más confrontat­ivo. Como siempre hice esto, era muy duro en las devolucion­es. El tiempo hizo que siga teniendo un aspecto crítico, pero se modificó la forma de decirlo. No voy tanto al choque. Porque finalmente el choque termina no generando que el otro piense lo que uno cree que debería modificar. A mí el tiempo me hizo modificar la calidad de las palabras, la intención de modificar a través de la palabra, que sea la palabra lo que modifique al otro y no la gestualida­d estridente, el carácter de imposición de una línea de pensamient­o en relación a lo artístico. Algo básico, porque cualquiera que tiene un comportami­ento social correcto piensa que siempre es a través de la palabra, pero no siempre sucede. Yo soy leche hervida, me salgo de los cauces. Y no creo que a los 52 años lo cambie, pero sí aprendí que si quiero transmitir algo es a través de las palabras, qué dicen esas palabras y desde dónde. Entonces si veo una película de un colega que me conmueve, pero me parece que todavía le falta algo, trato de decirlo desde el lugar de lo que más me conmovió.

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