Barullo

SOBRE ESPEJOS, INFLUENCIA­S Y FICCIONES

-

Luis Machín se reconoce crítico. Incluso con su hijo Lorenzo, que transita sus primeros pasos como actor. Pero que, como su padre, sabe plantarse en el set. “Creo que con los más cercanos uno a veces es un poco más duro –admite el experiment­ado actor rosarino–. También empiezo a aprender ese lugar, por un lado correrme del padre que está viendo actuar al hijo y ponerme un poquito más como par. Y él me enfrenta, incluso ya a sus diez años, cuando hicimos juntos Milagro de otoño, la película de Néstor Zapata. Un día me dijo: «Mirá papá, acá el director es Néstor, no vos». Tuve que hacer un esfuerzo grande para aceptarlo. Son cosas que uno disfruta después que pasan, ves la foto y tomás mayor dimensión del acontecimi­ento. Eso en general, porque este es un tiempo de enorme retrospecc­ión para todos, entonces cuando ves la foto de la otra normalidad, decís «la concha de la lora, si me hubiera dado cuenta...»”. También hicimos un videoclip con Lorenzo (de la canción Siento mejor, del sanlorenci­no Miguel Sandrigo), y es lindo ver cómo escucha y cómo se enoja. Yo no he sido, ni soy, un actor fácil de llevar adelante. Confronto mucho con la dirección. La creación artística no siempre es una cosa consensuad­a, tiene choques, sobre todo cuando es colectiva. No somos pintores en el atelier, estamos creando con otras personas. Creo en eso. Y con un hijo te empezás a ver en él: reacciones, formas de pensar. ¿Por qué te enojás con un hijo? Porque hay cosas de uno que no quisieras que se le traspasen. ¡Y algunas parecen venir en el ADN! ¿Por qué desde chiquito Lorenzo tiene algo con la actuación? Bueno, la madre también es actriz, hay algo que viene, se han ido criando conmigo llevándolo­s a él y a mi hija al set de filmación, al teatro hablando con acomodador­es, con la boletera.

–¿Y en tu caso? Empezaste a hacer teatro a los dieciséis años, ¿la influencia fue la televisión que miraban en tu casa? ¿Las ficciones de la televisión?

–Sí. Por eso no ataco a la televisión. Hay colegas que consideran “actor” al actor o actriz de teatro. Creo que hay que ser muy bueno en los tres lenguajes: teatro, cine y televisión. Es cierto que en televisión actúa gente que no es buena, pero en cine y teatro eso también sucede. Es cierto también que la televisión es una fábrica de caritas, pero para hacer algo bueno, tenés que ser bueno. Ha habido ciclos de televisión argentina memorables, con actores extraordin­arios. Desde que tengo uso de razón, y hasta que me vine de Rosario a Buenos Aires, estaba la televisión todo el día. Para mi madre fue su compañera más fiel, toda su vida. La prendía a la mañana cuando se levantaba y se dormía con la televisión prendida. Sí, en casa se miraba mucha televisión, pero también íbamos al teatro, al cine, al circo.

–¿Hay situacione­s que recordás que te llevaran a tomar la decisión de actuar?

–Ahora de grande me doy cuenta cuán observador soy de situacione­s y comportami­entos. Me reconozco de chico como alguien que observaba mucho los comportami­entos familiares, los comportami­entos sociales. El fútbol era uno de ellos. Si bien no soy futbolero, para nada, mi papá era muy fanático, llegó a jugar en la primera de Central Córdoba. Mi abuelo paterno, mis tíos por el lado de mi padre... el fútbol era algo muy presente, se escuchaba y miraba fútbol todos los fines de semana. Y lo que más recuerdo es el espectácul­o de los miles y miles de personas en la cancha. La mayoría del tiempo estaba de espaldas al campo

de juego. Íbamos a la popular, mi papá se agarraba del alambre y me ponía adelante de él, entonces cuando Newell’s hacía un gol y se venían todos contra el alambrado, mi papá me protegía con su panza voluminosa. Yo lo primero que hacía era comerme la pizza en la popular y miraba a mi tía Nelly, muy gordita, que se paraba arriba de todo en el paraavalan­chas. Mi tía era como la Gorda Matosas de River: era la única mujer en la barra de Newell’s. Eso fue desde los seis años hasta que mi papá falleció, a mis dieciséis. Ahí no volví a ver un partido, nunca más. Yo había empezado a hacer teatro en el Normal 3 a esa edad y a fin de ese año falleció mi papá. Entonces el comienzo con la actuación lo remonto a la infancia, a la curiosidad que me producía el atrás, me producía mucha fascinació­n saber qué pasaba cuando terminaba la obra. En relación con la televisión, a la noche cuando mi papá se iba a acostar, doblábamos el televisor que estaba en el living y lo poníamos para ver desde la habitación. Y yo preguntaba dónde estaban los actores, entonces mi papá me decía que estaban ahí adentro. Me llevaba a mirar la parte de atrás del televisor, que era a válvulas, por el enrejado se veía la luz y él me decía que ahí vivían, que cuando estaba prendida la luz de la casa era porque estaban actuando. Reconozco ese tipo de fascinacio­nes, de metáforas: mi papá era muy de eso para explicar la magia, los Reyes Magos, cómo venían, era medio especialis­ta en el engaño. Era una realidad que no podía explicar del todo, pero él le daba un sentido. La actuación es eso, la generación de una nueva realidad. Por eso voy a esas épocas cuando pienso cuándo empieza esa fascinació­n por ser otro. Creo que es ahí, cuando uno es muy chico, en lo que te generan tus padres de ficción. En mi caso creo que tuvo también que ver con el deseo de mi madre de ser actriz, se sabía todos los nombres de actrices y actores, y sus caracterís­ticas personales estaban vinculadas a la generación de otras realidades, era compleja su configurac­ión emocional. Reconozco que hay una cuota grande de transmisió­n de deseo, de generación de nuevas realidades de parte de mi padre. Y también había algo muy presente del circo, cada vez que un circo venía a Rosario lo íbamos a ver, no se nos escapaba uno. De chico cuando me preguntaba­n qué quería ser de grande yo decía payaso. Mi vínculo con la actuación lo refiero a eso. Y al fútbol y su espectácul­o, las alegrías y tristezas. Mi padre fanático de Newell’s y mi madre de Central. Mi padre peronista y mi madre radical. Quiero decir: había componente­s encontrado­s que hacían, quizás, a las lecturas en el tiempo. También había una cuota de inminente tragedia que atravesó mi infancia por la enfermedad cardíaca de mi padre. De hecho, los partidos de Newell’s y Central no los escuchaba, ponía los primeros diez minutos y cuando escuchaba que la gente en cancha de Newell’s gritaba un gol prendía. Mi papá tenía verdulería y, cuando Newell’s ganaba, recortábam­os ataúdes en cartón, los pintábamos con mis fibras, y después nos íbamos al Mercado de Fisherton y se los regalaba a cada uno de los puesteros de Central, entonces se gritaban, puteaban, se reían, no lo querían atender a mi papá, entonces les tiraba los cajones por la cabeza… había algo festivo. Más que el juego, con el fútbol, pienso en lo que generaba. Cuando ganaba la salida de la cancha era una fiesta: mi tía bajaba de los paraavalan­chas (que era un espectácul­o en sí, porque era una mujer muy entrada en kilos, con una voz muy finita, muy aguda) y salíamos todos a festejar a mi casa. La fiesta estaba en eso, en ver la alegría de las personas grandes.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina