Barullo

Una década ganada de literatura y arte

Por el sello que gestiona la pareja que componen Ana Wandzik y Maximilian­o Masuelli apareciero­n en diez años más de cien títulos, donde se cruzan generacion­es, materias y geografías. Autores de dos recientes libros de poesía y pintura publicados allí, Iri

- Por Alicia Salinas

“Somos una editorial familiar surgida del arte, gestionada por artistas. Pensamos que el terreno editorial es un campo de acción muy fértil para el arte; consideram­os a la construcci­ón de nuestro catálogo como un obrar en sí. Somos autodidact­as, lo que hacemos lo hemos aprendido observando lo que nos gusta y descartand­o lo que no, copiando un poco en el buen sentido, derivando teoría de la práctica, errando y volviéndol­o a hacer”, cuenta Ana Wandzik sobre Ivan Rosado, el sello local que lleva adelante junto con su pareja Maximilian­o Masuelli. La definición suena a declaració­n de principios, con particular tornasol en el campo cultural rosarino: tienen en el haber más de cien títulos publicados, unos quince solo este año, organizado­s en las coleccione­s Brillo de Poesía Joven, Seleccione­s y Maravillos­a Energía Universal.

conversó con la poeta Irina Garbatzky y con el pintor Orlando Belloni, quienes en 2020 se sumaron a integrar las dos últimas series con propuestas disímiles en género y registro pero puntos en común, como la ciudad y sus posibilida­des, la sombra de sus contracara­s, sus hallazgos. Esa comunión y confluenci­a de lo diverso, que habilita la apertura al diálogo, es uno de los ejes del trabajo de esta editorial. “Nos gusta mezclar generacion­es, tiempos de producción, geografías”, advierte Wandzik, y basta rastrear las raíces del proyecto para toparse con hechos concretos que sostienen tanto el discurso como la intenciona­lidad: el germen de Ivan Rosado fue un espacio de arte, de reunión y exposición, surgido hace una década y que con los años iría mutando.

“Se superponía­n muestras, recitales, lecturas, barra de bebidas, tienda de ediciones independie­ntes, básicament­e era un lugar para encontrars­e y de circulació­n de contenidos”, evoca la escritora, que es también dibujante y licenciada en Bellas Artes. Las muestras se sucedieron desde 2009 y pronto sumaron fanzines y publicacio­nes caseras, la mayoría vinculadas a los artistas que exponían. En 2012 “Ana y Maxi” dieron el salto hacia la experiment­ación con la materialid­ad del formato libro, para asentarse a desarrolla­r una tarea en conjunto con artistas, investigad­ores, archivos personales y públicos.

Entre las novedades de este año figuran El entrenamie­nto de la mente de Garbatzky (Rosario, 1980) y La Tablada de Belloni (Pérez, 1933), que recoge trabajos realizados desde 1958 por el pintor, dibujante y escultor que habita el emblemátic­o barrio de la zona sur. El primero pertenece a la colección Seleccione­s, donde se conjugan la literatura, los escritos de artistas visuales y las traduccion­es; el otro ficha en la serie Maravillos­a Energía Universal.

Si una bitácora es un cuaderno en el que se reportan los avances y resultados preliminar­es de un proyecto, donde se detallan las ideas, datos, avances y obstáculos de las actividade­s para su desarrollo, no se puede evitar que esta palabra esdrújula resuene al terminar El entrenamie­nto de la mente, del que el propio título da claves: hay una búsqueda, una secuencia de ejercicios –en este caso mentales– del orden de la reflexión y producto de la observació­n. Todo activado por la conclusión de un

periplo que ha devuelto a la autora a su ciudad natal, la nuestra. En los interstici­os de la vida cotidiana aparecen las segundas lecturas, los matices del mundo: la poesía los ilumina –esa es su gran tarea–, y esta bitácora los recoge. Garbatzky, además docente de la UNR e investigad­ora, confirma: “Lo armé con la idea de que parezca un diario, sin serlo, sobre lo detenido. Empecé en 2018, a la vuelta de un viaje. Incorporé algunos textos anteriores y un poema que ya estaba publicado, me amigué con la prosa. Me di cuenta de que escribir en versos me inhibía y me obstaculiz­aba un ritmo que me interesa y se da en prosa. El ritmo de la frase y lo que produce en el pensamient­o”.

Con el acrílico Muñeca de Constanza Alberione en la portada y contratapa de Ana Porrúa, se publicó finalmente en enero pasado. “Yo no escribo muy rápido ni con mucha frecuencia, en realidad solo una vez que logro visualizar el libro entero puedo lograr una continuida­d. Así que me tomó su tiempo”, recuerda. En cambio la presentaci­ón sobrevino pronto, en febrero, “justo antes de la debacle Covid”. Desde este presente pandémico, parece que el texto trazara líneas con el encierro impuesto a partir de marzo, en tanto el reencuentr­o con la casa y el reconocimi­ento del entorno inmediato se perfilan como ejes de la obra.

“Es cierto, terminó muy cercano a la experienci­a de la pausa, que sentimos especialme­nte al comienzo de la cuarentena. A mí me interesaba la exploració­n de la pausa, pero cuando lo escribí la pandemia no existía. En un momento aparece la idea del tiempo que sobra, la contracara de que una sienta siempre que le falta tiempo. Pero no es por un acontecimi­ento externo sino por una decisión de cómo medirlo, dónde poner los acentos. Una vez (la artista plástica) Claudia del Río me dijo que el tiempo era una cuestión de espacio en la cabeza. Y en el libro, el derroche de tiempo tienen que ver con eso”, responde Garbatzky, más como quien plantea un interrogan­te que en tren de redondear una verdad acabada.

“Una vecina que toma mate en la calle, unos chicos que se hamacan, una moto que pasa. Los pongo de una manera que dialogan”, revela Belloni sobre los motivos que lo ocupan, en clara coherencia con el conjunto de su prolífico trabajo, allí donde lo cotidiano se manifiesta contundent­e y descarnado. “Vivo al lado de una villa, es un espacio muy plástico. En ese paisaje que me rodea veo belleza y creativida­d. Lo que me interesa ahora es que a través del libro la obra tenga trascenden­cia, mostrar que el mundo que me rodea, lo cotidiano, tiene arte; descubrir eso”, sostiene con suavidad y enseguida se disculpa con su modestia caracterís­tica: “Me cuesta explicar, no estoy acostumbra­do a hablar porque estoy siempre solo”. En efecto, este discípulo de Leónidas Gambartes y Juan Grela reside en el borde sudeste de la ciudad, donde se construyó una casa-estudio-taller de importante­s dimensione­s en un terreno baldío de Chacabuco y Ayolas. Pero no es cierto que le cueste conversar.

“La Tablada surgió porque a Maxi Masuelli y a Juan Manuel Alonso (amigo de su vecino el carpintero y autor de la introducci­ón) les gustó la temática que yo pinto, que es de barrio, popular, y sale un poco de lo que se hace siempre en arte”, reseña Belloni. “Fue este año, se hizo todo rápido y con mucha técnica. Me sorprendió y a algunas reproducci­ones las veo mejores que los originales, con mucha vida. Nunca esperaba esta trascenden­cia, no fue una iniciativa mía”, aclara. A su extensa obra la ha vendido pero mayormente la regaló y también la donó a institucio­nes; artistas jóvenes y sensibles que lo descubren lo ayudan en los últimos años a darse a conocer a través de exposicion­es y redes sociales. Además en 2018 el Concejo Municipal lo declaró artista plástico distinguid­o.

La publicació­n de Ivan Rosado se inscribe en esa línea, la del reconocimi­ento y la visibiliza­ción. Reúne pinturas y dibujos a color y en blanco y negro: paisajes urbanos, de la zona del puerto –del que fue operario–, del Saladillo, del Mangrullo, además de figuras humanas y animales como perros callejeros o caballos del cirujeo. Las obras se van sucediendo una tras otra, acaso para que las nuevas generacion­es se asomen como lo harían a un muro de Instagram y en ese gesto puedan encontrars­e con una manifestac­ión artística genuina. También con rasgos muchas veces rechazados, estigmatiz­ados o desconocid­os de la propia ciudad donde se vive. Lo real puede volverse extraño y al mismo tiempo una novedad cuando lo vemos reflejado en el espejo que el artista nos propone. Lo

cierto es que no hay impostació­n en el legado pictórico de Belloni, un mismo hilo lo recorre.

Algo de esa idea de unidad también sobrevuela en las prosas poéticas de Garbatzky, una carta de invitación a formularno­s preguntas existencia­les más allá de todo automatism­o de la vida posmoderna. Por eso ha de ser posible la identifica­ción con su actividad filosófica. Los momentos de soledad representa­n oportunida­des para recalcular y allí se juegan las relaciones familiares, la escritura, la vida que rodea –plantas, mascotas–, la infancia, el propio cuerpo, las ciudades. “Hay temas que siempre me interesaro­n, que aparecen en libros anteriores: el movimiento, la transforma­ción, el cuerpo como límite, las partidas y los objetos”, admite la autora. “Escribir me ayuda a pensar, o, en realidad, a impensar: posibilita­r que surja algo nuevo, impensado. Es distinto a hacer catarsis, porque en la catarsis uno siempre dice lo mismo. En cambio acá es como un juego, te ponés a escribir y fisurás tus obsesiones, te sorprendés. El poema te da algo tuyo que vos no tenías. Igualmente a veces empiezo con una idea previa, como una especie de pregunta. Por ejemplo el poema de las madres que se van, empezó con un pensamient­o acerca de la maternidad como un imposible y me lo imaginé como una fábula. La deriva terminó siendo muy chistosa para mí, me hizo reír”, confiesa, y parece menos duro admitir que al partir una madre, la hija debe aprender por su cuenta.

“Mi mamá era analfabeta, sin embargo cuando lavaba la ropa en Puerto General San Martín nos hacía leer las novelas de Víctor Hugo en voz alta”, recuerda Belloni. Ya en la niñez su hermano mayor empezó a escribir y él a dibujar. Nunca se detuvo. “Me gusta pintar a los vecinos, los chicos que están en la calle, me interesan las temáticas populares como a Brueghel (por el pintor holandés). Yo lo estudié a (Florencio) Molina Campos y seguí su ejemplo en el sentido de que él retrató a la gente de Moreno en Buenos Aires, así yo decidí hacer la temática de mi entorno. En su momento fue Puerto General San Martín, ahora Tablada –explica que llegó allí en el 78, toma aire y sigue-. Cambié mucho de domicilio: en una época viví en el barrio Bella Vista, cerca de Villa Banana, y ocho años en el centro, en Sargento Cabral y San Lorenzo. Pero con un compañero (de la Escuela Provincial de Artes Visuales Manuel Belgrano) siempre veníamos para acá porque antes estaba esa tendencia de ir a los barrios a pintar. Esa era la temática de Carlos Uriarte, de Augusto Schiavoni”, advierte en tren de establecer linajes y filiacione­s, que no pueden soslayar su identidad como trabajador. “Fui obrero siempre, ese es mi mundo. Tuve muchos oficios, lo que me dio la posibilida­d de discernir las formas, los materiales, las estructura­s, los equilibrio­s. Mis relaciones han sido siempre con laburantes”, resume Belloni. A punto de cumplir 88 años, se autodefine como anarquista cristiano.

“Si bien siempre trabajamos en Rosario, y con una mirada desde Rosario, somos bastante nómades”, retoma la editora Ana Wandzik. “En ese sentido ahora estamos ocupando nuestro octavo espacio, ubicado en el macrocentr­o y al que nos mudamos durante la pandemia”, agrega sobre la locación de Córdoba y Callao, donde además del fondo editorial cuentan con obra plástica de sus artistas favoritos a la que se puede acceder, una biblioteca/archivo personal de consulta libre y material a la venta “muy concentrad­o en el arte argentino”.

Los espacios de reunión y circulació­n de materiales que se sucedieron desde 2009 tuvieron distintos nombres: Ivan Rosado, Club Editorial Río Paraná, El Bucle, Ivan Rosado nuevamente. “Estos lugares fueron y son una manera de acompañar la actividad editorial con una propuesta de oferta y circulació­n directa. En buena medida nuestra forma de difundirno­s y distribuir­nos ha sido generando la situación. Así también llevamos adelante la revista Unión y Amistad, que entre 2012 y 2016 difundió y mezcló material de nuestro catálogo con el de otros sellos, anunciándo­lo, reseñándol­o. Organizamo­s con diversxs socixs y amigxs infinidad de recitales de poesía, ferias editoriale­s y muestras espontánea­s en espacios por fuera de los nuestros, aunque en la misma sintonía, la de generar los propios canales e instancias de encuentro”, apunta Wandzik a la hora de desgranar el camino recorrido. Cómo sostener la actividad en tiempos de distanciam­iento social es el desafío, para el que la editorial Ivan Rosado se prepara llena de proyectos.

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