Barullo

“La sociedad tiene que entender la importanci­a del artista”

- Por Edgardo Pérez Castillo Foto: Sebastián Vargas

“Atípico”, como él mismo lo afirma, el hombre que el intendente Pablo Javkin puso al frente de la cultura rosarina dialogó extensamen­te con Barullo y puso las cartas sobre la mesa. Frontal y picante, se despreocup­a de las apariencia­s y rompe con la burocracia: “Yo laburo con el alma de la gente”

La convocator­ia llegó en un momento algo inoportuno para Dante Taparelli, quien a sus 65 años visualizab­a su jubilación y la sanadora vida campestre en su terreno en Ibarlucea. La convocator­ia llegó y Taparelli no dudó en aceptar un cargo que, cree, podría haber llegado antes. “Siempre actué como secretario”, dice sin rencor el hombre que, por decisión del intendente Pablo Javkin, desde el 4 de febrero comanda la Secretaría de Cultura municipal, a la que aportó proyectos y creativida­d acompañand­o a diversas gestiones. “No me voy a jubilar porque no quiero tirar por la borda toda la experienci­a. Yo estoy enamorado de la ciudad”, explica entonces Dante, en un diálogo en el que repasa buena parte de los proyectos que buscará impulsar desde su flamante cargo, al que asume con convicción en estos “tiempos de guerra”: “La manera de sanar es que la cultura vaya a la gente. Sensibiliz­ar, que la gente se dé cuenta, que se encuentre con lo inesperado. Quiero bajar la línea comunicaci­onal de que hay una responsabi­lidad civil de sustento de eso”.

Como Chiqui González, Taparelli se identifica como peronista. Desde ese lugar, reconoce el cobijo que logró dentro de las estructura­s culturales diseñadas por las diversas gestiones socialista­s en Rosario. “Cuando se murió Elida (Rasino), pensaba cuánto les debía yo, siendo peronista, a los socialista­s, a Hermes Binner y a todos los intendente­s socialista­s. Hice una retrospect­iva y vi cuántas cosas aprendí. Más que me hayan enseñado, me permitiero­n aprender”, admite. Su frontalida­d, sin embargo, lo lleva a reconocer antiguos malestares: “Hice todas las obras de (Francesco) Tonucci y no lo conozco, nunca me lo presentaro­n… Desarrollé toda una estética, Tonucci vino treinta veces y nunca me lo presentaro­n. Son pequeñas agachadas que muchas veces se deben más a la dispersión que a la intención, cuando uno tiene la cabeza en otro lado, el buen gesto… Yo comprobé cuántos buenos gestos habré tenido en mi vida cuando anuncié mi designació­n y recibí 1.600 mensajes en un día y tuve tres mil likes. Eso nunca pasó con ningún secretario de Cultura y es un enorme compromiso para mí. Creo que nunca antes me dieron una oportunida­d por mis caracterís­ticas:

soy un tipo despelotad­o, aunque siempre cumplo con mi cometido. No tengo una preparació­n académica, mis herramient­as son empíricas. Pero me salen bárbaras, no tengo de qué quejarme”.

Desde el fascinante subsuelo en el que vive, y donde crea rodeado de libros, objetos y mascotas, Taparelli enumera proyectos con precisión. Mira hacia un futuro cercano mientras habla de sí mismo con franqueza. Sustenta con su historia una visión de gestión que, entiende, debe ser amplia, abarcadora, inclusiva. “Yo sufrí bullying toda mi vida, porque soy afeminado para hablar, pero soy un soldado. Fui criado por mujeres, he trabajado con mujeres, pero no tiene que ver con mi personalid­ad, yo agarro la pala, levanto paredes, corto leña, voy corriendo y arreo los caballos. Eso hizo que me quede en el medio, en el limbo: ni en un colectivo ni en otro. Entonces siempre he sido un observador, me senté a un costadito mirando cómo pasaban las cosas. Y soy un tipo que me fabriqué solo. Cuando la vida te pone en una situación equis, decidís quedarte ahí o empezás a fabricar elementos para poder desarrolla­r tu capacidad, o tus sueños. Mi madre, que murió hace ya unos años, me pidió perdón por desprolija, por no haber cuidado el patrimonio de la familia. Mi viejo la jodió y no me dejó nada, pero en realidad mi vieja me dejó sueños, lo mejor que tengo. Me encantaría que estuviera viva para que viera mis logros, que son más que nada humanos. No es esta cuestión de ser secretario de Cultura, porque yo fui secretario siempre, siempre funcioné de esa manera. Los pergaminos los uso para el asado, yo laburo con el alma de la gente. Cuando vos te emocionás de a dos, o de a dos mil, ya no hay vuelta, tu conexión no es institucio­nal sino espiritual, y podés construir el mundo. Creo que se necesita esa conexión espiritual en tiempos de guerra como el que estamos, porque estamos en una guerra social, en una guerra humana. En estos últimos años han surgido formas a las que no estábamos acostumbra­dos, gente que te patea el asado, que te escupe el café. Falta razonabili­dad, sentido común, lógica. No son tiempos lógicos, entonces creo que es mi momento: nunca hice cosas lógicas, siempre me puse en el lugar de la gente”.

Entre los proyectos, aparecen entonces la puesta en marcha de Teatro Abierto, sumando a la danza como protagonis­ta; la puesta a punto del archivo digital de Cultura y de la biblioteca del Museo Castagnino en las instalacio­nes de la Casa Vanzo; la capacitaci­ón a jóvenes para fabricar óleo por kilo, generándol­es trabajo y brindando a las y los artistas la posibilida­d de acceder a ese insumo básico a mejores precios; el proyecto Escaparate que sugiere acuerdos de parte entre artistas y locales comerciale­s para que exhiban (y vendan) allí sus creaciones. La lista es amplia. El secretario de Cultura de Rosario imagina un Museo del Inmigrante, pero entiende que el aquí y ahora es urgente: Taparelli también quiere a las y los artistas en la calle y en los bares. “La primera condición que le puse a Pablo fue esa, le dije que a Rosario se le decía la Barcelona argentina por los bares, porque se les daba laburo a los artistas. Y acá les mandan a la GUM para clausurarl­os. Creo que sí o sí los bares tienen que tener artistas, porque los teatros son insuficien­tes. Es el lugar donde los privados dan laburo. Quiero plantear en Hacienda que busquen beneficios para los bares que lleven artistas. De esa manera están ayudando al artista, al bar, a la ciudad, estás generando economía”, anticipa.

El aquí y ahora al que se enfrenta Taparelli es crudo y, entiende, llegó a niveles de asistencia inimaginad­os: hoy entrás a la Secretaría y parece un almacén de refugiados: “Increíblem­ente les estamos repartiend­o a los músicos cajas de comida. Fijate la fragilidad de nuestro sistema, estamos muy contentos tomando de la teta del Estado, pero es un error que cometimos durante muchos años, acostumbra­mos a la gente a depender exclusivam­ente del Estado. Porque el Estado tiene un techo bajo. No digo que no sirva, pero hay que usar las herramient­as del Estado. Las herramient­as, no la plata, porque la plata es finita”.

–Ahí se presenta un desafío muy grande, porque no solo se trata de redireccio­nar políticas sino también de modificar un entramado artístico y social que demanda específica­mente esto, que pide se amplíen los planes de fomento, los subsidios…

–Bueno, creo que eso está bien. Estas cajas de comida, por ejemplo, no son mirar para otro lado, el Estado

“Con todos los elementos del arte que tenemos, ¿cómo no vamos a tener una marca-ciudad real que identifiqu­e a toda la ciudad?”

se hizo cargo en lo que pudo. Porque por la catástrofe económica mundial hemos estado al límite de la cesación de pagos. Creo que hay que generar herramient­as nuevas. Siempre se pone a Rosario como una ciudad turística, pero a mí los eventos no me gustan: son como prender un cuete, hace “pum” y se terminó. Yo quiero hacer las cosas de tal modo que se puedan repetir. ¿Cómo en Rosario, con más o menos tres millones de habitantes en su zona, nos matamos para ir en verano al Cosquín Rock, un festival que deja un montón de guita en esa ciudad? Porque se hace todos los años, se institucio­nalizó. Acá el problema además no es qué hacen los músicos, los plásticos, sino cómo seguimos restableci­endo puentes en una sociedad que quedó quebrada económica y moralmente. Para mis adentros creo que los artistas, además del purismo que tengan con su disciplina, tienen una misión moral y social. Acá hay que recordarle­s a los artistas el privilegio que tienen en una sociedad, que tienen llegada a todo el mundo. Tenemos herramient­as para sostenerno­s en estos casos y para inventarno­s una situación nueva. Tenemos la experienci­a de 2002, cuando con las ferias en una semana generamos 1.500 puestos de trabajo. Que en realidad son más, porque es la gente que los rodea, es la vecina que abre la ventana y vende empanadas. Es una economía virtuosa, que pasa en Cosquín, en Aguas de Oro, en Gualeguayc­hú, en los lugares donde se junta la gente”.

–¿Por qué no sucede en Rosario?

–Porque no se los acostumbró. En realidad, porque nunca nos fue necesario. Cuando a partir del Negro Ielpi (aunque hubo antes otros secretario­s de Cultura) la Secretaría se institucio­nalizó, se empezó a hacer en serio. Y hubo un compromiso político que llegó hasta el Ministerio de Cultura. De todo ese gran esfuerzo magnífico que se hizo, hubiera sacado una tajada y la hubiese dedicado a pensar o proponer nuevas usanzas de generar dinero, nuevas formas. No esperar a que te atiendan para que puedas ir a cobrar cuando haya un cheque. En vez de organizar grandes recitales, presionar para que hagan quince eventos anuales en los barrios, que se descentral­ice. Acá el tema es que la que va a salvar a los artistas es la sociedad, pero la sociedad se tiene que dar cuenta lo que significa la cultura, y eso lo tenés que bajar, lo tenés que discutir. La sociedad tiene que entender la importanci­a del artista. El protocolo cambió, los teatros están al 30% de su capacidad pero además los artistas que llegan al teatro ya están en otra cosa: yo me imagino las peatonales Córdoba y San Martín como la Rambla de Barcelona, con dos actores por cuadra, que sea divino venir al centro. Lo virtuoso de eso es que volvés a llenar el centro, que está abandonado, lo hacés encantador, generás posibilida­des de trabajo. Hasta los artistas clásicos pueden hacerlo, acordate del Bululú. ¿Por qué no ponerse a recitar Lorca en la esquina de la Bolsa de Comercio? Y de paso mirás un poco hacia adentro, para que se comprometa­n un poco más. Es un momento revolucion­ario, y es esto o nada. El nuevo escenario es el aire libre. Lo que hago es convocar a la sociedad para inventar otros recursos. Y no es para siempre, es para que el durante sea más amable.

–Planteás que los artistas también tienen que salir a la calle, pero ahí se empiezan a contrapone­r los intereses del Estado. Hay sectores del propio Estado que creen que muchos artistas en la calle son una molestia, o que prefieren atender a la queja de la Bolsa de Comercio porque una guitarra suena demasiado fuerte. Hay sectores del Estado que responden más a esas demandas que a un modelo de política cultural. Esa también es una batalla que hay que dar. En algunos casos se veía cierta resignació­n de funcionari­os que llegaban a un determinad­o cargo y no abordaban esa lucha.

–Yo soy un revolucion­ario. Creo que Pablo (Javkin) me convocó por eso. Y que no llegué antes por revolucion­ario. Lo que quiero es que ahora se descontrac­ture la Secretaría, estamos inventando una manera. Una vez una novia me dijo (fue hace como 140 años, ¡imaginate que tenía novia!): “No me dañes, estoy cerca del dolor como una herida”. La sociedad entera está cerca del dolor como una herida, entonces vamos por todas estas cosas que podamos construir, recibiendo ideas (porque no soy un inventor de imposibles, necesito sugerencia­s), y que nadie quede afuera. No va a haber una sola área de la cultura donde no ponga la cabeza, no sé si el bolsillo, vamos a ver.

–Lo que sucede es que el bolsillo siempre es acotado.

–Pero yo ya lo hablé: voy a hacer las cosas muy bien,

porque dejo mi vida en esto, para mí (aunque sea mi laburo) no es un trabajo. Pero para eso necesito apoyo. Pero el apoyo no es dejarme hacer, porque yo voy a hacer las cosas aunque no me dejen, porque sé que están bien. El apoyo es económico. En una reunión que tuvimos con los sponsors que van a colaborar para la reparación del Museo Estévez, después de una charla que les di con el alma, donde todos estábamos al borde de las lágrimas, vino el mangazo y todos dijeron que sí. Hay empresas constructo­ras que, habiendo tanta desigualda­d, se han enriquecid­o inmoralmen­te. Entonces nadie obliga a nadie, pero cuando te sentás y acordás espiritual y formalment­e con alguien, no hay demasiada batalla.

–De allí la importanci­a de avanzar en leyes de mecenazgo, de padrinazgo, encontrar figuras que permitan una articulaci­ón públicopri­vado

que vaya más allá que la concesión de un bar. No es ese un vínculo público-privado deseable, virtuoso.

–Eso no es un modelo público-privado sino el histórico negocio del Estado con los empresario­s. Hay que buscar el compromiso de los privados por sostener la civilizaci­ón, ya no solo la cultura, sino los elementos que sostienen a la civilizaci­ón: la convivenci­a, el desarrollo de la moral educativa y espiritual, una conciencia que se educa de abajo para arriba. Tengo grandes esperanzas en la ciudad. Venimos de un año macabro, de pandemia, horroroso, donde la gente se quedó sin nada, todo lo que estaba seguro se transformó en inseguro. Creo que es una oportunida­d para encontrar nuevos caminos. Hagamos ágoras en las plazas donde las propuestas sean concretas. Quiero que todas las institucio­nes tengan una cooperador­a, una asociación de amigos. Son muy activas y permiten tener independen­cia. No puede ser que tengas que esperar a tener la caja chica, a que te firmen en Cultura, para comprar una lamparita.

–De hecho las asociacion­es de amigos sirven para eso, pero hay que revisar algunas cuestiones: ¿cómo es posible que las estructura­s del Estado sean tan complejas y burocrátic­as y sea necesario armar una asociación de amigos que haga posible pagarle a un artista o arreglar una gotera?

–Lo que pasa es que ha crecido mucho el Estado, como debe crecer, porque el Estado son las escuelas, las biblioteca­s, las institucio­nes. Sé que la gestión lo primero que preserva es el sueldo y lo que sobra es lo que hace funcionar la historia. Pero si me preguntás cómo reduciría la planta del Estado, yo no reduciría nada, porque el Estado necesita de todos.

–Además la población crece y con ellas sus demandas al Estado, algo que es insostenib­le sin recursos humanos.

–Claro, pero para sostener eso tenés que subir impuestos,

“Yo sufrí bullying toda mi vida porque soy afeminado para hablar, pero soy un soldado”

que es políticame­nte incorrecto. Por eso propongo que los grandes eventos sean negocios, tanto para las personas como para el Estado. Que el Estado no le cobre el espacio al artista, sino que se asocie y el alquiler se lo cobre al turismo. Hay que pensar eventos, actividade­s que hagan que la gente se junte. Quiero protagonis­ta al folklore, tiene que haber un festival que lo tenga como protagonis­ta. Me interesa la auténtica ruralidad, no la de los latifundio­s. Me interesa la cultura rural, la permacultu­ra, aprovechar más la naturaleza, optimizar las cosas. Eso lo hago porque me siento un sobrevivie­nte.

–Mencionás la ruralidad que en Rosario existe en los márgenes (que pocas veces se atienden). En el documental Dante en la casa grande (2009), de Rubén Plataneo, decías que “hay que devolver a Rosario la identidad, que no la tiene”. Ahora hablás de la ruralidad, que no está incorporad­a a esa identidad. ¿Ves factible poder resolver esa búsqueda de identidad ahora que tenés poder de decisión? En todo caso, ¿cuál sería esa identidad?

–Lo que quiero es hacer una convocator­ia masiva, horizontal, para establecer esa identidad. Incluso establecer una fecha de fundación alternativ­a, laica, a la que se establece para la ciudad, en la que puedan participar los judíos, los musulmanes, los chinos. Así como inventamos el otro Día del aAmigo en memoria del querido Negrito Fontanarro­sa, hagamos otra cosa donde podamos participar, a ver qué sale. Y quiero una marca Rosario que no cambie con cada gestión. En mi papelería voy a poner un sellito que va a ser el Puerto de la Música. Aunque no sé qué va a pasar. El grave error con el Puerto de la Música fue el hecho de que fue vertical. Si hubiéramos convencido a la sociedad de que no era más importante arreglar el bache de una calle que hacer el Puerto de la Música, la señora que tenía un bache ahora tendría una avenida de doble trama. Porque con el Puerto de la Música instalado en el planeta, es un negocio para la ciudad. Lo otro es necesario, pero individual. Las grandes cosas, las que nos diferencia­n del mundo, son a las que tenemos que apuntar. Hay algunas cosas que no le voy a perdonar a la gestión anterior: la falta de estrategia­s, porque hacer un distrito es fantástico, pero es muy difícil correr a la gente de que es el lugar donde se pagan impuestos. De lo que la sociedad se apropia, del espacio público, ese es el verdadero escenario. Por eso ahora voy por las chimeneas de las Tres Gracias (Libertad, Igualdad y Participac­ión), frente al Centro Municipal Distrito Sudoeste. En la plaza del trabajo vamos a unir las tres chimeneas con un escenario, con una placa de mármol con los nombres de los desapareci­dos de Acindar. La identidad de Rosario, una ciudad porteña, es el trabajo, no hay otra. Porque los pintores son trabajador­es, los maestros, los escultores, los músicos son trabajador­es. La identidad es el laburo. Con todos los elementos del arte que tenemos, ¿cómo no vamos a tener una marca-ciudad real que nos identifiqu­e a toda la ciudad?

–Esa concepción del trabajo como factor identitari­o es clave porque rompe con la concepción de la división por clase económica. Hay algo más profundo en el hecho de igualarse en la condición de trabajador. Es además fundamenta­l que las y los artistas se entiendan como trabajador­es, que no se trata de ir a golpear una puerta para pedir un show. Ese es también un desafío cultural.

–Sí, y yo convoco a todo el mundo para discutir el tema. Yo propongo discutirlo con lógica. Si hubiera alguna otra posibilida­d en el horizonte, sería más fácil. Pero como pinta el planeta, no va a ser cada vez mejor, entonces tenemos que fortalecer­nos todos. Especialme­nte la gente de la cultura, en sus distintos aspectos y desarrollo­s.

–Al momento de tu designació­n recibiste numerosas manifestac­iones de afecto. Se evidenció una alegría genuina por tu nombramien­to. En cierto modo, asumir como secretario de Cultura, con la exposición que significa, implica poner en riesgo ese reconocimi­ento.

–Como soy una persona atípica, en condicione­s atípicas, mi gestión tiene que ser atípica. No puedo estar a disposició­n 48 horas al día para sacarme una foto en un lado, en otro, porque no me da el cuerpo. El trabajo no es ir a firmar documentos, sino que estoy todo el día con la cabeza puesta en pensar cosas, marcar un norte e ir rescatando a los náufragos. No es fácil. A Pablo le dije que, salvo cosas estrictas a las que tenga que ir, yo no soy maleta de loco para ir a todos lados. Y quiero un día a la semana para mí, para mi casa, mis animales. Soy un tipo solo, no tengo familia, mucama, alguien que me haga un plato de comida. Acá a casa vienen una vez y no vienen nunca más, ¡con los dinosaurio­s que tengo! Ahora voy a contratar una cooperativ­a para que venga a limpiar cada diez días. Y me importa un carajo, porque todo lo que fui cuando era el más lindo del mundo ya fue, mi cabeza es otra y mi salud es lo principal en este momento. Quiero durar lo más posible para hacer lo más posible, no para tomar mate con los amigos. Porque no tengo muchos amigos. Porque desde que heredé esta casa en la que vivo dejé de ser Dantito y pasé a ser un metro cuadrado. Todo el mundo, aunque no te lo dice, espera algo. Y cuando esperan algo de vos, esperan la herencia. Y para poder heredar, te tenés que morir. Entonces si hilás finito, ¡estás rodeado de enemigos! (ríe). Pero a todo el mundo le digo que no esperen nada, porque se lo voy a heredar a la ciudad. En mi testamento va a haber muchas sorpresas. ¿Sabés lo que es estar vivo en este momento de mi vida, teniendo que haber estado muerto hace veinticuat­ro años? ¿Y que a esta altura me nombren secretario de Cultura por clamor, algo que no pasó antes con nadie, ni siquiera con Chiqui? Me sé un artista popular, sé que soy una persona querida, que tengo elementos creativos, que me dedico a inventar cosas mañana, tarde y noche. Sé que tengo el desparpajo para hacerlo y ponerlo en escena. Sé que soy valiente. Sé que soy afeminado, no maricón. Soy VIH: hablame a mí de gladiadore­s...Xx

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