Barullo

Criptoarte

- Por miguel roig

Leo, en un mismo periódico, dos artículos. Uno habla de un artista inglés que ha puesto en circulació­n un nuevo emprendimi­ento; el otro lo escribe un plástico rosarino sobre otro francés, es un elogio a una gran obra. El rosarino, Daniel García, cuenta su asombro ante un legado colosal que dejó Claude Monet. El inglés, el cual es noticia, Damien Hirst, habla de un negocio y la nota tanto podría haber sido leída en el Financial Times o el Wall Street Journal.

García describe en su artículo el asombro que le provocó la primera vez que se enfrentó al conjunto monumental Les Nymphéas (Los Nenúfares) de Monet, en el Museo de la Orangerie en París. Son casi cien metros de lienzos en los que Monet vuelca su impresión de unos jardines que él mismo construyó frente a su casa de Giverny, un pequeño pueblo normando a poco más de una hora de París, y en cuyo estanque flotan los nenúfares rodeados de todo tipo de flores. Es una obra radical del impresioni­smo en la que García observa cómo se proyecta sobre el posterior expresioni­smo abstracto de Jackson Pollock y que me permito, además, vincular con las obras de Mark Rothko en la capilla de Houston o los grandes cuadros destinados al restaurant­e Four Seasons de Nueva York que, afortunada­mente, acabaron en una inmensa sala de la Tate de Londres. Monet pretendía con esta monumental y desmedida obra, según dejó escrito en sus apuntes, “envolver todos los muros, como una ola sin horizonte ni orilla para que el espacio sea el asilo de una meditación tranquila”. En otra página del periódico (Página/12, en Radar del 14 de marzo pasado) se da cuenta de un nuevo lanzamient­o de Damien Hirst. Se trata de un conjunto de ocho impresione­s en aluminio denominada­s Las virtudes, y que reproducen imágenes de cerezos en flor. A cada una de las obras Hirst le adjudica una virtud (justicia, valor, misericord­ia, cortesía, honestidad, honor, lealtad, control) y propone, según sus palabras, que estas virtudes sean un elogio a un modo de vida y destaca la confianza que, en su caso, deposita “en el mundo de las criptomone­das”. Literal. Al punto de que invita a pagar la compra de las obras, en la web de la galería Heni Leviathan (donde se puede leer esto), con Bitcoin o Ether.

Hisrt fue lanzado en los años noventa por el publicista Charles Saatchi dentro del movimiento de los jóvenes artistas británicos (Young British Artist). Una de las obras suyas que más impacto causó es el famoso tiburón suspendido en formol por el cual un coleccioni­sta llegó a pagar doce millones de dólares. El crítico Robert Hughes, quien tildó a Hirst de pirata, equiparó su obra al peor Warhol y le concedió una gran habilidad como manipulado­r, consideran­do a los compradore­s de sus obras como meros aspirantes a coleccioni­stas que se sienten ignorados si no cuentan con un Hirst entre ellas. Hughes ironizó sobre la capacidad de la pieza del tiburón de simbolizar los riesgos existencia­les y ser una declinació­n de la “naturaleza”. Opina Hughes que podría haber tenido un punto si Hirst, al menos, hubiera pescado el tiburón pero, cuenta, este fue cazado por un pescador australian­o pagado por Charles Saatchi. La obra comprada por el broker americano Steve Cohen acabó descomponi­éndose. Ante esto Hirst no titubeó: se limitó a cambiar el animal por otro. Así le habla al mercado, sin rubor, más que como un artista, como un operador. Por eso no recurre normalment­e a las galerías: directamen­te pone sus obras en manos de Sotheby’s o Christie’s; las subasta sin intermedia­rios y en una operación directa de oferta y demanda.

Podríamos seguir narrando operacione­s de Hirst pero prefiero volver a Monet y a la reverberac­ión que produjo en Pollock o en Rothko. La poesía, la virtud lírica de su creación (tan lejos de las virtudes que comerciali­za Hirst) que permite, ahora, desplazar esa “ola sin horizonte ni orilla”, a través de la mirada Daniel García, de Giverny a Rosario, dejando su estela en esta mañana luminosa, en mi casa de Madrid, en la que acabo esta nota.

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