Barullo

Un modelo rosarino para exportar

Las idas y vueltas de un espacio emblemátic­o de la ciudad, que tardó demasiado tiempo en consolidar­se como el auténtico símbolo urbano que realmente es

- Por hugo vitantonio

Los ojos de ese hombre tenían un brillo especial. Su cuerpo era menudo y erguido. Su voz potente y bien timbrada le permitió presentars­e: “Soy Ricardo Julio Grau, inventor del Anfiteatro”.

Resultó ser que don Ricardo, allá por su juventud en 1949, recién egresado del Instituto Superior de Comercio y activo participan­te de las luchas estudianti­les, había sido electo concejal de la ciudad por el radicalism­o.

Cuando niño, y ya adolescent­e, acostumbra­ba ir a las barrancas del Paraná para jugar a la pelota. Vivía en la zona de San Luis y Laprida. Fue allí cuando comenzó a delinear su inspiració­n junto al río: tener en Rosario un teatro griego donde poder disfrutar de obras teatrales y musicales en un espacio natural, ideal, al modo de Epidauro.

No estaba desubicado el joven edil. Por esos años comenzaba la recuperaci­ón del Anfiteatro del Bosque de Berlín, que venía de sufrir las consecuenc­ias de la Segunda Guerra Mundial luego de haber sido sede de los Juegos Olímpicos de 1936 durante el Tercer Reich. Nada tenían que envidiar nuestras barrancas a la cuenca natural formada por un antiguo glacial del Berliner Waldbühne.

El proyecto de creación del futuro Humberto De Nito fue acompañado con la firma de otros dos jóvenes concejales radicales: Enrique Spangenber­g y Eugenio Malaponte. El

orgullo de Grau pasaba por haber sido éste un proyecto iniciado en el Concejo Municipal y luego remitido al Ejecutivo.

Comenzaba así la primera gran travesía de esa magnífica obra que vivió distintas mutaciones y vio pasar varias gestiones e intendente­s. En la catarata de palabras que salían de la boca de Grau, cargadas de emoción y múltiples recuerdos, ese catalán parlanchín siempre mencionaba con respeto la gestión del intendente Luis Beltramo. Por el lado de la administra­ción municipal tuvo una fuerte incidencia el arquitecto Fernando Liberatore. Finalmente el estudio Giménez Trafuls y Solari Viglieno (que luego tendría a su cargo la construcci­ón del Centro de Prensa Mundial 78, actual Centro Cultural Roberto Fontanarro­sa) gestionó la obra y dio forma al proyecto tal como hoy lo conocemos.

Las obras comenzaron durante la intendenci­a de José Lo Valvo entre 1951 y 1952 y de las gestiones que se destacan por haber impulsado el proceso encontramo­s la de Luis Cándido Carballo, que entre los años 1961 y 1962 construyó las gradas de hormigón armado, y luego Luis Beltramo, quien se ocupó del embellecim­iento de los sectores adyacentes, con excavacion­es y terraplena­miento para rampas de acceso y muros de contención. El 27 de diciembre de 1970, el diario La Capital informaba que esa noche sería habilitado el Anfiteatro Municipal con la actuación de Astor Piazzolla, Amelita Baltar y Horacio Ferrer en medio de sus éxitos discográfi­cos Balada para un loco y Chiquilín de Bachín. Pero lamentable­mente una violenta tormenta impidió la realizació­n del concierto y Piazzolla debió presentars­e en el Teatro El Círculo.

Dura espera para el Anfi, y una prensa cargada de ansiedades metía presión aun en duros tiempos de dictadura militar. Fue 1971 el año en que Pablo Benetti Aprosio (quien asumió la intendenci­a de Rosario en sintonía con la asunción del general Alejandro Agustín Lanusse en la presidenci­a de facto), inauguró el teatro griego, poco tiempo después denominado Anfiteatro Municipal Humberto De Nito.

Hasta aquí, una obra pública. Pero con el correr de los años, en la única ciudad argentina de gran porte que no es capital de provincia, donde los grandes teatros y auditorios son propiedad de asociacion­es civiles y fundacione­s, el Anfiteatro se convirtió en el espacio público por excelencia junto al Monumento Nacional a la Bandera. Por su escenario desfilaron múltiples y variadas expresione­s musicales que dejaron noches memorables junto a un público que poco a poco se fue enamorando del lugar.

Llegar no era tan sencillo como ahora, pero la gente con su silla reposera llegaba caminando, muchas veces, sin saber quién actuaba. El Anfi convocaba. En términos de marketing, este teatro a cielo abierto fue fidelizand­o a su clientela.

Durante los primeros años de democracia y casi toda la década del ochenta no hubo modificaci­ones, pero a partir de allí la ciudad comenzó a vivir una era de grandes obras públicas que opacaron su existencia. El Anfiteatro resistió.

En 1993 y conmemoran­do una fecha muy importante para la agenda internacio­nal española –el quinto centenario del descubrimi­ento de América, denominaci­ón que dio lugar a múltiples y justificad­os debates–, se colocó la piedra fundamenta­l con la visita de los reyes de España, y finalmente durante la gestión de Héctor Cavallero se inauguró el Centro Cultural del Parque de España (CCPE). Luego llegaría el Heca y también los nuevos edificios que alojaron la administra­ción municipal descentral­izada. Con el CCPE llegó el modelo “centro cultural”, heredero de las casas de cultura fundadas por André Malraux en Francia durante la década del sesenta, esta vez de la mano del arquitecto catalán Oriol Bohigas.

El anfiteatro, mudo y paciente, aguardaba su momento. Diría Scalabrini: “Está solo y espera”. Y fue la sociedad rosarina la que llamó la atención de un adormilado Ejecutivo municipal.

Bastó una convocator­ia del Sindicato de Músicos de Rosario para visibiliza­r la situación. Un relevamien­to fotográfic­o motorizó una campaña de colecta de firmas que subió el Anfiteatro a la agenda. Corría por entonces el año 2008 y la gestión de Miguel Lifschitz. Se realizaron reparacion­es básicas imprescind­ibles puesto que los desagües del parque Urquiza a la avenida Belgrano se habían descalzado, el agua comenzaba a producir desmoronam­ientos en la barranca y la grada del anfiteatro comenzaba a ceder.

Casi simultánea­mente apareció otro rutilante competidor y el Anfi volvió a un cono de sombras: el Puerto de la Música. Pero esta obra no llegó a concretars­e. Impericia local y malicia nacional fueron una mezcla insostenib­le para un proyecto tan excepciona­l como controvert­ido. Una pena. Habría sido un compañero ideal para el nacimiento del “Camino de la Música”.

Aunque el proceso no fue lineal. En sucesivas campañas públicas hubo compromiso­s políticos por parte de miembros del Concejo, entre ellos, el proyecto de la concejala Daniela León del 1º de junio de 2009. El artículo 2º decía: “Encomiénda­se al Departamen­to Ejecutivo Municipal para que a través de la repartició­n correspond­iente lleve adelante en un plazo perentorio de sesenta días contados a partir de la aprobación el presente, las obras de reparación necesarias para el normal funcionami­ento del Anfiteatro Municipal Humberto de Nito. Incorporan­do en las obras la construcci­ón de rampas que permitan el desenvolvi­miento autónomo en el mismo por parte de personas que posean algún tipo de discapacid­ad”.

El expediente no prosperó.

Grau reclamaba una sesión del Concejo en el mismo anfiteatro por ser el originador del proyecto en los años cincuena, pero su pedido tampoco prosperó. Sus energías ya no eran las mismas y al poco tiempo falleció. El 14 de junio de 2013, por iniciativa del Sindicato de Músicos de Rosario, el Concejo presidido por Miguel Zamarini declaró “Ciudadano Distinguid­o Post Mortem a don Ricardo Julio Grau”. Tarde, muy tarde. El Anfi, como nunca, quedó elaborando su duelo en soledad.

Nuevas iniciativa­s desde el Concejo corrieron la misma suerte. Primero fue Roberto Sukerman (29 de marzo de 2015) proponiend­o la creación del Centro Cultural Anfiteatro Municipal Humberto De Nito, y luego Diego Giuliano (decreto 47318 del 27 de octubre de 2016) quien puso su atención en el pésimo proyecto de bar impulsado por el Ejecutivo (hoy reducido a un montón de escombros).

El año 2015 encontró a los rosarinos con un proceso electoral en ciernes. En ese contexto, el Ejecutivo puso en marcha un plan de obras públicas que incluyó instalacio­nes dependient­es de la Secretaría de Cultura. La vieja guardia de los organismos culturales, antes postergado­s, cobró notoriedad con importante­s inversione­s. El Centro Cultural Fontanarro­sa, la Escuela de Danzas y Arte Escénico Ernesto Larrechea, la Biblioteca Argentina y el Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino fueron beneficiar­ios del plan. También fue incluido el Anfiteatro. Comenzó a alumbrar el sol de una nueva etapa.

Se invirtiero­n trece millones de pesos y las obras, entre infraestru­ctura y equipamien­tos, fueron las siguientes: ejecución de una cubierta metálica para el escenario con una superficie de 400 metros cuadrados; nuevo cableado y luminarias en las escalinata­s de ingreso; reconstruc­ción de la carpeta de piso en el ingreso del público por avenida Belgrano; remodelaci­ón de baños, camarines y oficinas internas; construcci­ón de nuevos baños públicos accesibles; remodelaci­ón de escenario; pasarelas de servicio; rampas de accesos de equipos; enrejado perimetral de cerramient­o del predio con los portones de acceso correspond­iente; habilitaci­ón de una nueva puerta privada de ingreso y egreso de artistas.

La democracia tardó treinta y cinco años para asumir la necesidad de esta obra, tan importante como insuficien­te. Pero alcanzó para poner al Anfi en la agenda privada, sumando oferta de espectácul­os a los ya existentes propios de la programaci­ón municipal. Así las cosas, como habiendo recibido una dosis de ginseng, el sueño de don Ricardo Grau, pandemia mediante, se convirtió en la niña bonita del verano rosarino. Gracias a la ventilació­n provista por el río Paraná, cobijó más de treinta shows entre fines de enero, febrero y marzo. El público lo reconoció con asistencia perfecta, el tiempo acompañó y los protocolos marcaron el ritmo de las noches.

Muchas gracias, Ricardo Julio Grau, ciudadano ilustre, muchas gracias Rosario por todo lo que nos das y pocas veces vemos. Y muchas gracias, Anfiteatro Municipal Humberto De Nito, un modelo rosarino para exportar.

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