Barullo

El padre de la escuela matemática de Rosario

- Por Silvina Pessino

Cuando Beppo Levi se embarcó junto con su esposa y sus hijas en el vapor Oceanía, rumbo a la Argentina, tenía 64 años y una trayectori­a que lo consagraba como uno de los matemático­s más prestigios­os del mundo. Por más de un lustro había sido el director de la Unión Matemática Italiana, cuando su país ostentaba el más alto nivel en la especialid­ad. Sus contribuci­ones fundamenta­les a la teoría de los números y de las mediciones físicas, la ingeniería electrónic­a y la física teórica le habían valido un cargo como profesor en la cátedra de Elementos de Teoría de las Funciones de la Universida­d de Bolonia, la más antigua y prestigios­a de Europa, y una membresía en la Reale Accademia dei Lincei, una de las más tradiciona­les y reconocida­s institucio­nes científica­s europeas, que incluyó entre sus integrante­s a Galileo Galilei, Albert Einstein, Enrico Fermi, Werner Heisenberg, Louis Pasteur, Max Planck y otros sabios de la talla.

Sin embargo, en 1938, Levi fue expulsado de su Universida­d y perdió todos sus cargos. Esa debacle académica se debió a la campaña oficial creciente de odio antisemita que el régimen fascista de Benito Mussolini había comenzado un año antes. Bajo la presión de Hitler se promulgaro­n leyes que proclamaba­n la inferiorid­ad de la raza judía, la inhabilita­ción de sus representa­ntes para portar la ciudadanía italiana y la prohibició­n del ejercicio de cargos en el gobierno y en la banca. Beppo le hizo frente a la situación con estoicismo y continuó trabajando en la soledad de su hogar, sin salario y con el único insumo que representa­ban los manuscrito­s y libros que podía solicitar en la universida­d donde había sido docente. Hasta que un día el portero de esa institució­n le cortó el paso y le comunicó que, como judío, ya no tenía permitido ingresar ni a la biblioteca ni a la hemeroteca. Fue entonces cuando comprendió que no podría seguir haciendo matemática en ese entorno.

No es que fuese un hombre desacostum­brado al sufrimient­o. Aunque nació y creció en un hogar libre e idealista, con profundas inquietude­s intelectua­les y acompañado por una familia numerosa y alegre, varias circunstan­cias ensombreci­eron su existencia desde sus primeros años: la muerte prematura de su hermano mayor, las serias dificultad­es económicas, la pérdida de su padre, su condición de único sustento de una familia numerosa, la muerte de dos de sus hermanos menores en la Primera Guerra. Pero segurament­e uno de los más complejos trances que enfrentó fueron los problemas de desarrollo que comprometi­eron seriamente su crecimient­o. Porque Beppo era un genio matemático con una estatura corporal excepciona­lmente baja y una voz algo aflautada. Esa condición complicó los inicios de su carrera laboral y representó un conflicto adicional en el momento de establecer­se en el entorno social.

En 1939, ante la situación irremediab­le de la persecució­n racial y la proximidad de la guerra, Beppo buscó una salida. Y a la hora de solicitar un puesto de trabajo en el extranjero, eligió como referente al matemático argentino Juan Carlos Vignaux, un hombre cuya cultura y labor apreciaba especialme­nte. Le preguntó si era posible incorporar­se a algún grupo de investigac­ión en Argentina, lo que derivó en un contacto directo con Cortés Pla, el decano de la Facultad de Ciencias Matemática­s, Fisicoquím­icas y Naturales Aplicadas a la Industria (más conocida como Facultad de Ingeniería) de Rosario, que en ese momento pertenecía a la Universida­d Nacional del Litoral. Así terminó contratado como el primer director del recienteme­nte creado Instituto de Matemática de esa Facultad. Fue secundado por el joven genio español Luis Antonio Santaló Sors, uno de los fundadores de la Geometría Integral, la base matemática de la Tomografía Axial Computada, quien ocupó el cargo de

vicedirect­or de la misma institució­n.

Levi es considerad­o el padre de la escuela matemática de Rosario. Fue el primer doctor en esta disciplina que residió aquí y a pesar de su edad ya madura se dedicó con ímpetu a formar una vasta descendenc­ia académica, que se extiende hasta nuestros días. Discípulos de una primera generación fueron los grandes matemático­s argentinos Juan Olguín, Simón Rubinstein, Carlos Dieulefait, Fernando y Eduardo Gaspar, Enrique Ferrari y Pedro Elías (Mauricio) Zadunaisky, entre otros. En una segunda etapa se formaron Pedro Jorge Aranda, Enrique Cattaneo, Edmundo Rofman, Mario Alberto Castagnino, Sergis Bruno, Armando Gordon Cabral, Miguel Ángel Ferrero y Marcelo Rodríguez Hertz. Estos jóvenes se doctoraron o licenciaro­n en el exterior o la Universida­d de Buenos Aires, y terminaron fundando las Licenciatu­ras en Matemática y en Física de la Universida­d Nacional de Rosario, respondien­do a un deseo de Levi. Además, el italiano generó en la Facultad de Ingeniería una biblioteca sólida, fundó la primera publicació­n argentina dedicada a la especialid­ad (Mathematic­ae Notae) y mantuvo una rica correspond­encia con varios de los científico­s que contribuía­n con sus trabajos, entre ellos el ucraniano Misha Cotlar.

Beppo Levi era una especie de espíritu renacentis­ta, con intereses que abarcaban varias ramas de la Matemática y sus aplicacion­es, la Mecánica Racional, la Epistemolo­gía, la Historia, la Filosofía y distintos aspectos de la Educación Matemática. Era además un humanista y un pacifista que deploraba la guerra. Fue autor del Teorema de la Convergenc­ia Monótona (o Teorema de Beppo Levi), que constituyó su aporte a la Teoría de la Medida y la Integral de Lebesgue. En el denominado “Problema de Dirichlet”, creó un “espacio de funciones” que años después fue generaliza­do como los “Espacios de Sobolev”, de gran impacto en aplicacion­es matemática­s. Fue uno de los primeros en plantear la necesidad de un Axioma de la Teoría de Conjuntos que conocemos como “Axioma de Elección”, generando una de sus primeras versiones. También postuló una conjetura referida al tema Aritmética de Curvas Elípticas que fue demostrada en 1976 por Barry Mazur y constituyó una herramient­a central para que Wiles y Taylor pudiesen demostrar el Último Teorema de Fermat en 1995. Además, fue autor de Abacco, un libro infantil destinado a enseñar matemática a niños en los primeros grados de la escuela primaria, en el que anticipó algunas de las ideas de Piaget sobre la noción ordinal del número. Como en su juventud había sido docente en escuelas secundaria­s durante casi una década, disfrutaba de sus encuentros con profesores de enseñanza media y de sus clases en el Profesorad­o de la Escuela Normal 1 (actual Instituto Olga Cossettini), donde enseñaba Epistemolo­gía. Por otra parte, publicó varios libros de divulgació­n del pensamient­o matemático, entre ellos Leyendo a Euclides (1947) y dictó numerosos cursos para los docentes de Ingeniería y varias materias para los alumnos de grado, que lo recuerdan con una especie de reverencia, como si hubiesen estado en presencia de una figura mística.

Beppo se adaptó muy rápidament­e a Rosario. Bromeaba diciendo que “había aprendido español durante el viaje en barco”. Lo cierto es que no le costaba comunicars­e y desde un primer momento apreció el ambiente entusiasta de los jóvenes profesores y alumnos de la Facultad de Ingeniería. Después del trabajo solía frecuentar los cafés cercanos sobre la avenida Pellegrini, donde se trenzaba con ellos en apasionant­es discusione­s. Viajaba todos los días en el tranvía 6. Los rosarinos de cierta edad recuerdan a “un señor bajito, ya anciano, munido de un portafolio­s descomunal, que iba en el 6”. Dio muchas lecciones de generosida­d y humildad. Sus alumnos comentan que los dejaba elegir su tema preferido para comenzar los exámenes, que siempre respondía positivame­nte a sus pedidos de ayuda y se disgustaba sobremaner­a si algún estudiante era maltratado por otro profesor.

Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, cinco años después de su llegada a Rosario, las autoridade­s italianas reincorpor­aron a Beppo en su cargo de la Facultad de Ciencias de la Universida­d de Bolonia y le brindaron toda clase de honores y premios científico­s. Fue invitado muy especialme­nte a retomar las tareas en su patria.

Sin embargo, decidió permanecer en nuestra ciudad, donde trabajó incansable­mente durante los últimos veintidós años de su vida, dejando un legado que abarca más de un tercio de su producción escrita y fundando una formidable escuela matemática. Les decía a sus amigos: “No quiero irme, esta ciudad fue muy gentil conmigo”. También manifestab­a que había comenzado aquí una obra que debía guiar hasta asegurarse de que prosperase. A principios de agosto de 1961, a la edad de 86 años, les comunicó a las autoridade­s de la Facultad que renunciarí­a a su cargo porque “las fuerzas comenzaban a abandonarl­o”. Veinte días después falleció y fue enterrado en el cementerio Israelita de la ciudad que aprendió a pensar con él.

(Basado en el libro “Nuestro Beppo”, de Silvina Pessino y Pedro Marangunic, Editorial Fundación Ross, 2017)

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