Barullo

“Le doy mucha importanci­a al diálogo porque creo que en el habla alguien muestra un mundo”

MELINA TORRES, NARRADORA

- Por Edgardo Pérez Castillo Fotos: Sebastián Vargas

Aunque la escritura estuvo siempre en su vida como un medio para contar historias, el destino fue moldeando un giro hacia la ficción que se erige alrededor de otra mujer: Silvana Aguirre, la oficial de policía que terminó de perfilarse como estrella protagónic­a de una saga con la reciente novela “Pobres corazones”, editada por Penguin Random House

Melina Torres encontró en Rosario una vía de escape. Eso entiende ahora, mucho después de su desembarco como estudiante universita­ria. Así lo piensa luego de más de dos décadas como habitante de esta ciudad que se convirtió en protagonis­ta esencial de su gran transforma­ción profesiona­l: después de años dedicados al periodismo, la producción audiovisua­l y la comunicaci­ón, Melina Torres es, ahora, escritora. Y aunque la escritura estuvo siempre allí como medio para contar historias, el destino fue moldeando un giro hacia la ficción que se erige alrededor de otra mujer: Silvana Aguirre, la oficial de policía que tuvo su primera aparición en Ninfas de otro mundo (Editorial Iván Rosado, 2016) y que terminó de perfilarse como estrella de saga con la reciente Pobres corazones, primera novela de Torres para Penguin Random House. Santafesin­a de nacimiento, rosarina por adopción, desde el altillo de su casa ubicada en la frontera entre el macrocentr­o y la zona sur, Torres terminó de convertirs­e en escritora en plena pandemia, alimentand­o y escuchando a esa jefa de policía inflexible, honesta, atípica, que había nacido a la luz de los talleres literarios de Maximilian­o Tomas. “Nada de lo que me va sucediendo lo imaginaba –reconoce, ahora, la creadora–. Tampoco fue planeado. Yo no escribía ficción, pero fui al taller y ahí la escritura siempre es algo que aparece. Estaba en un terreno más o menos conocido, pero la ficción es otra cosa”.

–¿Sentís que ya tenías las herramient­as para escribir ficción?

–Sí, el contar algo. Lo que pasa es que ahora cuento otra cosa. Pero cuando te largás a escribir tiene que ver con contar algo. Al menos es lo que pienso. Lo que tiene el ámbito de la ficción es que sucede como una especie de acontecimi­ento, hay algo que se revela, que no estoy buscando, mientras que en el periodismo narrativo sí lo buscás, estás dándole vuelta a una palabra, a lo que vas a preguntar. Acá es como la sensación de abismarse, de entrar ahí sin saber qué va a suceder. No tengo muchos horizontes. Dicen que para escribir un cuento no hay que sentarse a escribir sin saber el final. Yo nunca lo supe. Eso me lleva a darle muchas vueltas, porque en realidad el final me va saliendo de tanto que le estoy. Demorás mucho tiempo, tenés otros pesares, buscás otras estrategia­s. Es distinto a estas premisas que dicen que el cuento es un mecanismo más exacto, donde vas al hueso. A mí nunca me pasó eso con el cuento.

–¿Puede funcionar ahí la cabeza periodísti­ca? En la cobertura de un hecho nunca se sabe exactament­e qué va a suceder…

–Sí, hay como una cierta intuición de todo tipo. En eso siempre confío. Es como la vida misma, con quién te vas a relacionar… Eso sí está. Me gusta mucho la palabra improvisac­ión, que creo usamos mal, como usamos mal la palabra anarquía, que para mucha gente significa cualquier cosa, pero no lo es. Como tampoco lo es la improvisac­ión, al menos en el ámbito de las artes, de la música, de la danza. Es más o menos lo que se da en la improvisac­ión en el jazz: cuando los músicos se juntan a tocar en una jam, hay unas herramient­as, pero no se sabe adónde va, hay que confiar en eso, estar escuchando. Lo mismo en la danza. Y lo mismo en la escritura.

–En tu caso, ¿cuáles son las herramient­as con las que contás? ¿El periodismo? ¿La intuición?

–Sí. Y la escucha, que es muy fuerte. Es algo que trato de desarrolla­r todo el tiempo. La escucha me sirve para una puesta en el diálogo. Le doy mucha importanci­a al diálogo porque creo que en el habla alguien muestra un mundo. En eso sí estoy pendiente, estar al tanto de lo que escucho. Sobre todo cuando me desarraigo, cuando no estoy en un terreno conocido. Es lo mismo que el periodista.

–Tus obras tienen efectivame­nte mucho diálogo, y se trata de personajes muy disímiles. En ese sentido, en Pobres corazones se evidencian diálogos aún más genuinos que en Ninfas de otro mundo.

–Puede ser, está bueno eso. También la extensión te da otra posibilida­d de explayarte. El cuento tiene la posibilida­d de provocar una sorpresa que la novela va desarrolla­ndo. A la novela la trabajé con dos personas (además de Fernanda Mainelli y el equipo de Random): Leo Oyola y Juan Maisonnave, que también es escritor y fue conmigo al taller de Tomas. Cuando la vimos terminada, tenía mucho diálogo, y podía representa­r un problema. Pero nos jugamos a dejarlo.

–¿Esa utilizació­n de diálogos tiene que ver con tu propia forma de narrar o ibas buscando referencia­s sobre cómo construir desde el diálogo?

–No, creo que es como un gusto. Hay novelas en las que estás leyendo y si el diálogo es auténtico, es una maravilla, flotás de felicidad, porque están ahí. El diálogo tiene esas dos posibilida­des: te puede maravillar o podés pensar “no, así no es”. Puede también ser una metida de pata muy grande, puede embarrar mucho la cancha. Pero, y esto no lo digo con un falso ego, creo que tengo la posibilida­d de escribir diálogos con un grado de veracidad importante. Creo en eso, y como es lo único que creo de mí, a veces lo doy mucho. Yo escribo todo el tiempo, y ahora estoy con algo que no tiene nada que ver, pero busco mantener el entrenamie­nto. Entonces lo hice sin diálogo, lo doy a leer y… le falta una pata.

–¿Correrte de ese lugar de seguridad, del uso del diálogo, tiene que ver con fortalecer otro tipo de narración?

–Sí. Todo lo que estoy escribiend­o desde marzo hasta ahora no tiene nada que ver con Pobres corazones. Son cuentos de parejas que mantienen un vínculo por algo más, que llevan mucho tiempo juntas, está la cuestión de lo económico…

–Ahí entra en juego otra cuestión: venís construyen­do personajes que piden continuida­d, algo que vienen apreciando la crítica y los lectores, pero también la editorial. Debe aparecer la presión de que sigas avanzando con Aguirre. ¿Qué sucede allí con el deseo de construir algo distinto? Porque al entrar al universo editorial, ya no sos totalmente libre.

–No, de hecho firmé un contrato grande, por siete años. Lo cual no quiere decir que todo lo que edite tiene que ser con Random. Pero sí tengo que presentarl­es primero a ellos los materiales. Si no les gusta, soy libre de otra cosa. Pero estoy segurísima de que si presento algo de Aguirre, lo quieren. Y quieren que escriba. Sé lo que significa y sé lo que significa una saga para el mundo editorial. Que, de hecho, hay muy pocas de este tipo, y el público las quiere. Pero no es un terreno al que le huya, porque me divierte. De hecho, ya hay unos personajes que aparecen, pienso mucho las tramas cuando salgo a caminar por el parque Independen­cia. Y le voy dando un clima de por dónde va a ir. Y aparecen situacione­s que, de solo pensarlas, me río sola. Hay un punto en el que le encuentro la vuelta para divertirme. El humor es una caracterís­tica fuerte.

–Cuando se juntan géneros, se corre el riesgo de terminar dándole forma a un híbrido.

–Sí, pero el policial tiene un humor muy especial. Soy muy lectora de James Ellroy. Si alguien lo lee, y me lee a mí, hay cosas que le saco. Sus libros los tengo todos marcados… pero Ellroy no me va a demandar. Y si me demanda, ¡me doy por hecha! (ríe). Están las novelas negras de autores franceses con personajes que transitan el humor aunque sin intentar ser graciosos. Que es lo que pasa con Aguirre, que no tiene humor. Sí tiene un código de humor relacionad­o con las bromas a su compañero Ulises, pero son las bromas que me tiro con amigos. Pero no sé si es con humor: te bardeás.

–Rosario, que es también protagonis­ta en la novela, se supera día a día en sus niveles de violencia. ¿No sentís por momentos que la ciudad te devora el libro, que puede convertirl­o en una idealizaci­ón? Porque si bien la violencia está presente en Pobres corazones, termina pareciendo un relato suavizado frente a la realidad. A lo mejor cuando lo escribiste no sucedía…

–Claro. Cuando hago entrevista­s para Buenos Aires leo todo lo que se publicó en el día, todo. Cuando hago notas para Rosario es más relajado porque no le voy a contar al cronista lo que ya sabe. Pero no sé cómo escapar en las notas de los títulos como “La realidad es más violenta que la ficción”, “La realidad supera la ficción”. Siempre me mando notas a mi correo para que me sirvan como material de acopio, pero quisiera escaparme un poco de eso. Estoy intentándo­lo.

–Los personajes también pueden resultar idealizado­s. La policía de Rosario necesitarí­a de una Aguirre.

–Ahí diferencié: Aguirre trabaja en el Departamen­to de Criminolog­ía, que está todo inventado para no tener problemas con nadie. Yo no trabajo con datos duros, para nada. Y después hay otro personaje como el Bonito Jordán que trabaja en un departamen­to caliente, que es más lo que sucede en Rosario. Pero necesitaba un antagonist­a para Aguirre, que es Jordán, que parece un tipo a la altura de Aguirre, pero no sé si tiene los mismos códigos, no sé cuán limpio está.

–¿Es una línea que te interesa profundiza­r?

–Si la profundizo me pego a la realidad... Pero es el antagonist­a.

–Claro, allí está el tema de las sagas: los personajes secundario­s van ganando peso propio. En un caso como el del Bonito Jordán, no funcionarí­a correrlo, pero al sostenerlo te pegarías a la realidad.

–Claro, si lo hago en Rosario no lo puedo correr. Porque los terrenos a los que ha llegado la ilegalidad por medio del

Nada de lo que me va sucediendo lo imaginaba –reconoce, ahora, la creadora–. Tampoco fue planeado.

narcotráfi­co, que va desde el narcomenud­eo a los grandes negociados, hacen que no me pueda correr si escribe un policial. Aunque no esté atado a eso, lamentable­mente está.

–Firmaste contrato con Penguin Random House por siete años. ¿Hoy te sentís escritora?

–Ahora se trata de la necesidad de poner el cuerpo todo el tiempo, ponerme en ese rol, entrar en la dinámica de una Melina que está conmigo pero después no soy yo.

–Claro, pero está la transición de escribir por placer a tener que hacerlo como trabajo.

–Pero eso ya fue antes. La solidez del trabajo es la que se vio manifestad­a en Pobres corazones. Que no es algo de lo que haga alarde, pero durante la cuarentena pasaba diez horas por día escribiend­o. Yo trabajo en una especie de estudio donde no hay señal de wifi ni nada, una cosa muy austera, donde tengo libros y mis notas. Bajaba y me dolía el cuerpo como cuando hacía capoeira.

–¿Leés mientras escribís?

–Sí, y me llevo muchas compañías. Me encanta (Juan José) Morosoli, un uruguayo que publicó Mardulce. También Estela Figueroa. Hijo de hombre de Roa Bastos. Incluso lo que hago es aprenderme pasajes de memoria y los recito. Y una vez que los recitás es como si les robaras algo. Me pregunto por qué me aprendo de memoria pasajes que me gustan, y creo que eso sí tiene que ver con la danza, es como aprender una secuencia, que vas pasando, pasando, pasando, hasta que un día estás bailando esa secuencia con tu magia. También tengo cosas de Hebe Uhart, Enero de Sara Gallardo... Siempre los tengo. Y algo rarísimo que me pasó fue que cuando empecé esta novela empecé a leer Historia de Roque Rey de Ricardo Romero, un escritor paranaense que escribe mucho policial y el año pasado publicó con Random. Me llevé ese libro suyo porque me encanta su prosa. Y por las cosas del destino, que me encantan, Romero se contactó conmigo mientras estaba escribiend­o Pobres corazones, me pidió los originales de Ninfas... y adaptaron el guion de El alma va a venir para un podcast que va a salir por Cont.ar. La elección la hizo

Romero, la voz narradora la grabó (Ricardo) Ragendorfe­r, y grabaron voces Alejandra Flechner que hace de Aguirre, Gonzalo Urtizberea hace del Viejo, Lautaro Delgado hace de Ulises, participa Guillermo Pfenning. Y antes de que se emita sale la entrevista que me hizo Ragendorfe­r, que cuando salió la novela me mandó un montón de manitos en V para Aguirre, estaba contento.

–Hay una idealizaci­ón de quien escribe de manera solitaria. Consideran­do que tenés una hija y un hijo pequeños, ¿cómo se dio la organizaci­ón familiar al pasar a estar escribiend­o diez horas por día? Porque, en paralelo a la escritura, está la vida misma.

–Sí, pero al vivir con alguien que desarrolla procesos creativos desde que nos conocemos, como Checho (NDR: Juan Manuel Godoy, cantante del notable dúo Matilda que completa Nacho Espumado), él entendió muy bien de qué se trataba. Sólo por eso le dediqué la novela, porque después sus dedicatori­as son muy sobrias, y siempre lo cargo. Tengo un montón de canciones que son para mí, ¡pero no se entera ni Dios! El tema es que cuando firmé contrato en 2019, yo ya tenía una buena cantidad de material, que venía trabajando con Leo Oyola desde 2018, y establecim­os un tiempo de publicació­n, que son laxos, porque en el medio está la vida. Pero en marzo de 2019 llegó la pandemia, y pensaba que el contrato se iba a caer, porque el mundo se caía, las librerías estaban cerradas. ¿Por qué iban a publicar a una autora desconocid­a? Pero nunca se cayó, así que tuve que ponerme a escribir. Mis hijos por suerte duermen un montón, se levantan tarde, entonces yo les daba el desayuno y cuando Checho volvía de trabajar, él preparaba la comida, comíamos y yo no volvía a salir hasta la noche. Porque no podía salir a ningún lado.

–Checho puede entender la parte creativa, pero de parte de tu hija e hijo, ¿no había una demanda?

–No, porque soy un diablo en ese sentido. Lena, mi hija, hizo unos Tik Tok muy divertidos, porque yo soy capaz de tirarte con un libro. Se cierra la puerta y para lo único que puedo abrirla es cuando me llama Amador para limpiarlo cuando hace caca, porque todavía no sabe limpiarse solo. Es lo único permitido, pero después nada. No sé si entendiero­n o no. No lo sé y no me importó no saberlo, es como decir: “Esta es la mía, que el mundo se venga abajo”. Si el mundo se estaba viniendo abajo, ¿no se va a venir abajo la familia? Que hicieran lo que quisieran, no me afectó. Después a la noche me conectaba al whatsapp y veía los grupos, con amigas y amigos desbordado­s. Yo no sufrí ese desborde (de manera muy egoísta).

“Firmé un contrato grande, por siete años. Lo cual no quiere decir que todo lo que edite tiene que ser con Random”

–¿Es posible sostener eso?

–Sí, claro, porque vas atrás de eso. Ahí te das cuenta sobre ese egoísmo que ves en las películas. Igual no podía pasar nada, que mis hijos pudieran ver un poco más de televisión, de Youtube... No podíamos ofrecerles otra cosa que estar ahí. Yo lo único que ofrecí fue la limpieza absoluta de toda la casa, porque soy obsesiva con la limpieza. Después de cenar ponía música y me ponía a limpiar.

–¿Y qué sucede cuando el mundo empieza a acercarse a lo que era? Porque de pronto las actividade­s aparecen, vuelve la escuela…

–Sí, me tengo que organizar. Pero en el momento en que diga que arranco, arranco. Eso me lo enseñó Checho: es vamos y vamos, porque hay que sacar un disco… Igualmente Checho tiene otra forma de trabajar, puede componer en el caos, puede estar cocinando con la guitarra. Yo no puedo hacerlo. Incluso tengo rituales. En la pareja que hemos formado con Checho, el ámbito de la creación no está exento. Sí, te hacen una entrevista, pero a Checho le hacen miles. Mi hija e hijo saben qué es que te hagan entrevista­s. Lo que me gusta es tener la posibilida­d de crear. Para quienes no venimos del mundo de las letras, también podemos hacerlo. Si no está esa cosa de tener que autorizart­e. Podés hacer lo que quieras, ser bailarín, filmar, escribir. De hecho, mi hija lo entendió: la semana pasada reescribió una fábula de Esopo, y lo hizo en mi computador­a (para ella fue la gloria). Escribió, corrigió, lo imprimió e hizo un dibujo. Después se lo llevó a su maestra que, a su vez, se lo pasó a otra maestra que lo leyó en otra escuela. Ahí mi hija sintió el gusto de que la lean. Ella va a la Mariano Moreno, y ya tres de sus amiguitas están escribiend­o, entonces se leen entre ellas. Entonces pensaba: mirá si dentro de años, una de estas nenas, sin venir de una familia de escritores, dice: “Tenía una amiguita que un día se puso a escribir…”. Y todo salió de ahí, de creer en la posibilida­d de que todos podemos hacer. En las infancias los autocondic­ionamiento­s son menores, no hay una preocupaci­ón por las propias limitacion­es. Eso después se va perdiendo.

–¿Cómo llegás vos a romper con el autocondic­ionamiento? ¿Qué tiene que suceder para que te convenzas de intentarlo, de disfrutarl­o?

–En mi caso tiene que ver con que gustó. En el taller el material que llevaba se disfrutaba. Necesité ese respaldo. Pero hay quienes no lo necesitan, escriben, se editan. Con

Ninfas… ocurrió algo que no busqué: yo le había hecho una entrevista a Maxi Masuelli para el programa Color natal que hicimos para Señal Santa Fe. Tiempo después le conté que escribía, que tenía material, y en una feria me pidió que le mandara los materiales. Se los mandé a él y a Ana (Wandzik) y me dijeron que querían editarme. Lo mismo pasó con Random, que me contactaro­n para preguntarm­e si tenía más material de Aguirre. Y yo tenía material que venía trabajando sin presión con Leo Oyola.

–¿Qué querés que pase con la Melina Torres escritora? Porque las expectativ­as van subiendo, y las cosas que suceden ayudan a que puedas creértela.

–Sí, pero las devolucion­es son las que me la hacen creer. La novela salió en agosto y pareciera que está hace un montón de tiempo. Me mandan mensajes hablando de Aguirre... Pero que sea lo que tenga que ser. Van a pasar cosas, tengo esa intuición. En el contrato también hay toda una parte de series, de películas. Pero si pienso a lo grande, como soy yo, me voy a paralizar. Es como bailar con espejo: a mí me gusta bailar sin verme. Pero no es por falso ego. El tiempo dirá.

–En todo caso tendrás que construir tu propio personaje.

–Sí. Pero también tengo otros proyectos, estamos trabajando hace años un guion de película con Diego Fidalgo, con otra temática muy por fuera de Aguirre. Me gustaría un guion de película, volver al universo audiovisua­l, que me gusta muchísimo. Después tengo propuestas para hacer un par de entrevista­s públicas. Me gusta mucho entrevista­r. Y después esperar, porque la novela salió recién hace un mes. Necesitamo­s que se descentre la cosa de Rosario y Buenos Aires, llevar la novela a otros lugares. Ver si le puedo poner el cuerpo.

–Rosario es también protagonis­ta en tu novela. ¿Por qué elegiste esta ciudad para vivir?

–Porque me habré querido ir de Santa Fe. Habría algo de lo que me quería ir. En Paraná está la carrera de Comunicaci­ón, pero se ve que quise irme más lejos. No así a Buenos Aires, que de hecho voy muy poco. Vine a Rosario porque de alguna manera quería irme de Santa Fe, de mi familia. Y fue lo mejor que hice en mi vida: irme. Nunca me fui de muchos sitios, pero irme de Santa Fe fue lo mejor que hice. De hecho acabo de escribir un cuento donde la protagonis­ta viene de una familia tradiciona­l, medio patricia, que es algo que sucede en Santa Fe. Pero la protagonis­ta no tiene un mango, entonces la narradora le dice “son una manga de pelagatos”. Es algo que voy a dejar en el cuento, y que me hagan miércoles, pero Santa Fe tiene eso. Aunque mi familia no viene de eso para nada, es una familia trabajador­a. Mi papá no hizo la secundaria, fundó un comercio, lo sostuvo y le fue bien. Pero en Santa Fe importa el apellido, acá en Rosario no importa tanto como lo económico. Allá los apellidos cuentan mucho, con toda la hipocresía que viene detrás. Cuando más corté con eso fue en el debate de la legalizaci­ón por la interrupci­ón legal del embarazo. Me preguntaba: “¿Qué hacen estas, que iban a abortar a clínicas, diciendo ahora que están en contra?”. Ahí corté con el grupo de secundaria, no tenía nada que hacer ahí. Pero sí tengo mucho por escribir (risas). Las voy a escribir, chicas.

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