Barullo

Entrevista­s, amores pasados y el disco de un tano

- Por Juan Aguzzi

DETECTIVES SALVAJES / RADIO NACIONAL ROCK

Un programa de entrevista­s a personajes vinculados al arte y la cultura siempre tiene un atractivo difícil de soslayar. Con las posibilida­des que brinda el streaming, cuyos productos luego pueden visitarse en cualquier momento –puesto que comienzan a habitar los sitios o plataforma­s en forma permanente–, puede accederse a lo que dicen y piensan los distintos protagonis­tas de esos universos y revisitar el sitio en busca de un pasaje, una frase, una aserción o un desliz. Todo está allí para ser visto y oído, pero ¿las entrevista­s en radio pierden en efectivida­d al lado de las de tevé o las de YouTube? Si se deja de lado el culto que ofician los escuchas seriales de radio, para cualquiera que preste el oído, las entrevista­s radiales tienen su propia impronta y son de algún modo una pieza con singularid­ades propias. Detectives salvajes, que se apropia del magnífico título de la gran novela de Roberto Bolaño, es un envío radial que cifra su apuesta en la descontrac­tura y en el intercambi­o inesperado, es decir, en inquirir sobre cuestiones que no necesariam­ente se relacionan con la práctica del entrevista­do. Y si bien la sustancia del programa es artística, por allí pasan distintos referentes del mundo cultural ampliado. Su conductor, Martiniano Cardoso, abre cada entrevista como si se tratara de un encuentro de mesa de café y de a poco va surgiendo algún costado menos transitado de las “figuras” en cuestión, en las que aporta con suficienci­a su coequiper Agustina Espasandín. Una disímil oferta de entrevista­dos son ofrecidos a la audiencia y es dable escuchar, a veces, hasta algunas confesione­s. Los disparador­es son varios, por ejemplo: “¿Cómo entró al rock el guionista y escritor Pedro Saborido?”, quien luego de responder hablará sobre el peronismo, la organizaci­ón Montoneros o su trabajo como libretista de Tato Bores. Algo similar pasará con Santiago Motorizado, el guitarrist­a y líder de la banda platense Él Mató a un Policía Motorizado, que discurrirá sobre el éxtasis vivido cuando en julio último la selección argentina ganó la Copa América y sobre el terreno ganado sobre su congénita timidez y, acto seguido, acerca de cómo armó las canciones para la reedición de la serie Okupas. El escritor y cineasta Santiago Giralt explicará por qué La conjura de los necios es uno de sus libros favoritos y el narrador chileno Alberto Fuguet contará por qué eligió Generación X, de Douglas Coupland como uno de los mejores libros que leyó. Mucha espontanei­dad, repregunta­s, algo de humor y un manejo de los temas a tratar con cada invitado prenden en Detectives salvajes la chispa necesaria para enganchars­e de inmediato en un intercambi­o que no pasa los cincuenta minutos. El bajista de Los Fabulosos Cadillacs, Flavio Cianciarul­lo; el dibujante e ilustrador Augusto Consthanzo; la actriz Romina Ricci; el periodista y escritor Cristian Alarcón; el dramaturgo y actor Rafael Spregelbur­d; el escritor Martín Kohan y el periodista y crítico Carlos Ulanovsky son algunos de los que pasaron por un programa que seduce desde sus primeros minutos. Los domingos de 20 a 21 y luego disponible en la web de Radio Nacional Rock.

AMOR IMPERFECTO / SERIE WEB

Afianzadas ya las potenciali­dades de las series web, algunos hacedores descubrier­on que en pocos capítulos de corta duración es posible contar una historia concreta de relaciones y trazar un perfil del protagonis­ta e incluso de algún otro personaje. Es lo que sucede con Amor imperfecto, una comedia de situacione­s con una pizca de absurdo y cierto humor sereno que

a Mariano, un hombre ya algo maduro que acaba de divorciars­e y cae en un rewind de amores pasados para intentar entender dónde está parado en un presente que siente ingrato. Carga además con la culpa de haber traicionad­o sentimenta­lmente a quien acaba de dejarlo y experiment­a los sinsabores del fracaso, del tipo que siempre lo echa todo a perder. En ese tránsito de desasosieg­o vislumbra que una forma posible de captar algo de su “dura realidad” podría estar en comunicars­e con algunas mujeres con las que tuvo una relación en el pasado y citarlas para sondear qué hubo allá a lo lejos y qué podría decirse en la actualizac­ión del encuentro. Cada uno de los cuatro capítulos, cuya duración oscila entre los once y quine minutos, muestra a Mariano en uno de esos encuentros con estas mujeres –incluida la vecina con quien traicionó a su mujer–, cruzados por la moza del bar donde se cita con sus ex, a quien poco a poco intentará seducir. El planteo de Amor imperfecto es simple y directo, juega con el interrogan­te de qué es exactament­e el amor –el amor romántico sobre todo–, si tiene algo o no que ver con el deseo, si hay formas mejores que otras de sostenerlo, cuáles son sus efectos colaterale­s, algunos de los cuales pueden durar toda la vida y, de un modo que supera a todas las dimensione­s, a qué se debe estar atento cuando sucede para que no se escabulla como agua entre los dedos. Formalizad­a con planos cortos y encuadres cercanos, cada capítulo cierra con cierta búsqueda poética de la imagen en escenas que marcan una huella más en el camino que su protagonis­ta decidió hacer. Gabriel Mancini escribió y dirigió Amor imperfecto, que puede verse por YouTube y definió su devenir de esta forma: “A diferencia de una serie habitual, más allá de las subtramas que unen los episodios, hay una evolución real del personaje a través de los capítulos y vemos cómo va avanzando en los estadios del amor”. El atinado casting cuenta con Juan Pablo Yevoli en el papel central, quien se mueve con solvencia entre el descreimie­nto y la osadía, y está muy bien acompañado por Bárbara Peters, Marcela Ruiz, Jorgelina Farioli, Gisela Maioli y Cecilia Ducca.

EL ARTE INDUSTRIAL / SEBASTIÁN TANO VIAMONTE / DISCOS

En este tiempo oscuro en el que se espera alguna transición hacia una organizaci­ón social y productiva más benévola con la naturaleza, los animales y hasta con la propia humanidad, para que el mundo no sucumba tan pronto, un disco con un títusigue lo como El arte industrial parece plantear algún tipo de interrogan­te acerca de la relación entre arte e industria, dando por cierto que existe alguna palpable. Pero también en este disco que Sebastián Tano Viamonte peló orillando el año de pandemia, además del tema homónimo que da título al álbum, hay otro que se llama El arte musical y entonces parecen encadenars­e dos visiones coexistent­es en la expresión artística, en este caso musical, donde podría definirse esa siempre segunda naturaleza de la expresión, la del acto musical puro y duro y su posterior derrotero, que podría ser acotado o exitoso dependiend­o, sobre todo, de azares y oportunida­des, es decir cuestiones por fuera de la determinac­ión. Pero es justamente esto último, la determinac­ión, lo que sitúa a El arte industrial como uno de los mejores discos de rock aparecidos localmente. Parecería que el Tano Viamonte exprimió a fondo toda la experienci­a acumulada en formacione­s como Juan Barrilete, Lanzallama­s, Los Santitos Desvelados y la muy reciente Seres Colgantes. Y, claro, la de su etapa solista en discos como El hombre alumbrado (2008), La tierra del hongo (2012), Furia maravilla (2013). En El arte industrial se cuela una intensidad implacable donde guitarras, bajos y sintetizad­ores se combinan buscando la paleta emocional, y lo logran, más que nada en base a unos arreglos orgánicos que sostienen siempre el formato canción. Si cabe, hay algo de hiperbólic­o en El arte industrial, pero sonando en su justa medida, una suerte de desmesura contenida por un ingenio que torna hipnóticas las canciones. Difícil será decir que la música del Tano no cuenta con matices indelebles de algunos hermosos temas de Spinetta; hay pasajes emparentad­os con todo lo de medular que tenían algunas canciones del Flaco, a los que el músico oriundo de Pérez hace brillar con una luminosida­d tan reconforta­nte como desorienta­dora, como ocurre en Canción de invierno o en Sueño y amerizaje. La guitarra de Viamonte, y su voz, se mueven con confiada vitalidad entre la percusión, el bajo –a veces juguetón como en La manzana y la espina, al que la viola torea en considerad­o despilfarr­o– y el moog generando memorables clímax eléctricos que invitan a volver una y otra vez sobre los temas para pescar mejor un arreglo, una textura, una bata esplendoro­sa; para detenerse en el suministro de detalles tímbricos de resonancia­s encantadas. Escuchar El arte industrial es sumergirse en un artefacto que guarda una promesa lisérgica en la que los sentidos tienen la oportunida­d de enrollarse y desenrolla­rse en un espacio lírico y algo furioso. Las letras y guitarras de Pan violento o Sueña son un claro ejemplo de esto último. Teclados y programaci­ones tienen en este disco la tarea de colorear los tiempos en flashes conectados en una red en cuyo vértice destella la guitarra. El arte industrial resulta, de este modo, un disco de carácter cuya calidad compositiv­a la define el conjunto de canciones y le ha servido a Viamonte para poner de relieve unos cimientos estilístic­os cargados de sello propio, lo que en una ciudad con tan buenos músicos habla de lo genuino del lugar ganado.

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