Barullo

La leyenda del lagrimal

Creada por un grupo de destacados poetas rosarinos a fines de los años sesenta, “el lagrimal trifurca” es un emblema de las publicacio­nes literarias a nivel continenta­l. Un recorrido a través de sus logros y su historia

- Por Lucía Dozo

A fines de los años 60, en un contexto de gran agitación social que sentó las bases de lo que sería el controvert­ido “boom latinoamer­icano”, nació en Rosario una revista que funcionó como una gran vidriera de las últimas vanguardia­s. Fue creada por Francisco y Elvio Gandolfo —fundadores, también, de la imprenta La Familia— junto a Eduardo D’Anna, Hugo Diz y Samuel Wolpin, quienes participar­ían de sus distintas etapas. Así nació el lagrimal trifurca (así, con minúsculas), que encuentra su nombre en los versos del Poema IV de Trilce, del gran peruano César Vallejo: “Rechinan dos carretas contra los martillos / hasta los lagrimales trifurcas”.

La revista se presentaba a sus lectores exponiendo sus objetivos: “el lagrimal trifurca es una publicació­n trimestral en la que trataremos de mostrar el esfuerzo solidario y vital que vienen realizando los poetas, escritores y artistas de nuestro continente y del mundo por la literatura al servicio de la vida, la palabra como conocimien­to totalizado­r y elemento renovador y dinámico”.

Elvio Gandolfo le cuenta a Barullo: “El grupo básico que se formó estaba integrado por lectores feroces, curiosos y completist­as, que tragaban todo lo que llegaba a sus manos en una época de circulació­n tremenda de revistas literarias o libros de todo tipo en toda América Latina. Y, a su vez, de numerosas librerías de distinto cuño. En el caso de Rosario, aparte de la sempiterna Ross, estaban Aries y Signos (las dos, en dos direccione­s distintas sucesivas y dirigidas por escritores: el poeta Rubén Sevlever y el narrador Juan Martini)”.

Editada entre 1968 y 1976, “el lagrimal” publicó catorce números, además de plaquetas y libros de poesía. La publicació­n de la colección completa en dos volúmenes llegaría décadas

después de la mano de Horacio González, con el sello de la Biblioteca Nacional, y como parte de la colección Reedicione­s y Antologías.

“La edición facsimilar de la Biblioteca Nacional —dice Elvio— formó parte de un proyecto inverosími­l de tan amplio y abundante. Se podía contar, por ejemplo, con coleccione­s completas de revistas como El escarabajo de oro o Los libros. La aparición hizo que el Festival de Poesía de Rosario de 2015 nos invitara a presentarl­a y organizó una lectura de «poetas de los 70» (no «nacidos en los 70», otra categoría presente), donde estábamos algunos del “lagrimal’ y otros de La Cachimba, una revista con la que hicimos algunas ediciones en conjunto, además de establecer una larga amistad”.

La revista funcionó como medio de difusión de una gran cantidad de autores hasta el momento ignorados o desconocid­os, tanto del país como del exterior. Al mismo tiempo, fue espacio de intensos intercambi­os y debates literarios. “El lagrimal” fue la visión y la voz de una época, lugar de encuentro y testimonio de una nueva generación de poetas.

Divulgar lo inédito

“Quién soñó / que la belleza pasa / como un sueño” son los versos de W. B. Yeats que inauguraro­n la revista; ese primer número llevaba una imagen del escritor irlandés en la tapa. Eduardo D’Anna tradujo y armó el primer dossier (un pliego de dieciséis páginas) con varios poemas de Yeats y un artículo largo de Stephen Spender sobre él. El dossier de textos traducidos por D’Anna —en la época no había libros de Yeats en español— marcó el comienzo de muchas otras traduccion­es que vendrían después, por ejemplo, la de Oza, un extenso poema del ruso Andrei Vosnezensk­y traducido del inglés por Samuel Wolpin y D’Anna. “Aquí hay que destacar que se compuso todo en tipografía, parada a mano, letra por letra, para ahorrar. En el mismo número, César Tiempo nos armó un excelente material del italiano Umberto Saba. Con el tiempo se siguieron sucediendo traduccion­es de todo tipo”, explica Gandolfo.

La traducción fue una tarea importante que desarrolló “el lagrimal”, publicando autores como Voznezensk­i, varios beatniks, poesía vietnamita o el brasileño Manuel Bandeira. Se dedicaron especialme­nte a los norteameri­canos (Louis Simpson, James Wright, James Merrill, Sterling Brown, Emilie Glen, e. e. cummings, Lawrence Ferlinghet­ti, Gregory Corso, Jack Mahoney). “Uno que lo parecía, Nat Persing, era en realidad un seudónimo de Mario Levrero. Hubo un muy buen poema inglés de Alastair Reid. Algún francés (Blaise Cendars, Jacques Prévert). Y el alemán Karl Krolow”, suma Elvio.

Además de las traduccion­es, “el lagrimal” hizo un gran trabajo de difusión de autores inéditos, en una primera etapa, brindando la posibilida­d de publicació­n a escritores locales y, excepciona­lmente, incluyendo textos de poetas peruanos inéditos, como Antonio Cisneros, o de los poetas de la revista Los huevos del Plata, de Montevideo. En una segunda etapa, fue vidriera para textos inéditos de autores conocidos como Haroldo Conti. Así lo rememora Eduardo D’Anna: “Los autores inéditos, en la primera época, éramos nosotros y gente de acá, de Rosario; otros no eran inéditos, pero eran muy poco difundidos, como Juan L. Ortiz (todavía no había salido la edición de la Vigil). En general, se buscaba material poco conocido: no era rigurosame­nte inédito, porque había aparecido en revistas del continente, pero como la difusión de esas revistas acá era nula, los trabajos eran prácticame­nte inéditos”. Y agrega: “Los autores rosarinos y santafesin­os de nuestro pasado apareciero­n más tarde, y no por ser santafesin­os: nos parecían tan buenos como los demás, eso es todo. Así se publicó un cuento de Luis Gudiño Kramer, un poema de Felipe Aldana (que fue el comienzo de su redescubri­miento), un dossier sobre Angélica Gordodisch­er”.

Gandolfo, por su parte, recuerda: “Ya en el segundo número hubo un dossier sobre Juan L. Ortiz. Hay que destacar que a partir del octavo número (1970) hubo un silencio de cinco años, cuando me trasladé por primera vez a Montevideo. Cuando la revista volvió, en 1975, ya con una historia previa, la tendencia se acentuó, publicando poetas de nuestra edad, o nombres hoy clásicos, como Felipe Aldana y Arturo Fruttero, gracias a la colaboraci­ón de Víctor Sabato. A Gudiño Kramer lo venía leyendo hacía tiempo, con admiración. Y el relato incluido era casi un manifiesto a favor de la cultura del Litoral, en especial su música”.

En el prólogo a la edición de la colección completa, el escritor Osvaldo

Aguirre señala: “Las anticipaci­ones de textos, autores y problemas son frecuentes en las páginas de la revista. El lagrimal introdujo en Argentina a los escritores uruguayos Humberto Megget y Saúl Pérez Gadea, al chileno Juan Emar, publicó a Gombrowicz en 1968 cuando el escritor polaco «era cuidadosam­ente ignorado» por la crítica, y redescubri­ó a Luis Gudiño Kramer y Arturo Fruttero. Un poema inédito de Felipe Aldana inició en el número 11 «la tarea de publicar poemas de autores rosarinos de generacion­es anteriores con los que nos sentimos unidos en lo formal»”.

La revista-libro de los 60

Entre fines de los años 50 y la primera mitad de los 70, Latinoamér­ica atravesaba un período de renovación estética y, a la vez, ímpetu de transforma­ción política. En ese escenario, “el lagrimal” puso el acento en la revista como un objeto estético, con profuso material para leer, también con ilustracio­nes y, tal como Elvio Gandolfo las describe, “figuras raras”.

En ese aspecto, D’Anna reflexiona: “El lagrimal fue una revista muy de su época. La primera parte participó mucho del clima undergroun­d que se vivía a fines de los 60, bastante hippie, pero cada vez más politizado. La segunda etapa, ya en el principio de los 70, fue muy política, aunque no partidaria”. Y Elvio suma: “Eso puede verse en la revista misma, con un número quinto (de 1969) dedicado «a los obreros y estudiante­s que lucharon en nuestro país en el mes de mayo». Ya en la segunda época, se acentuó el material con sesgo social o político, o una página entera con la cara de Juan Domingo Perón cuando murió (resultado de la imposibili­dad de conseguir un clisé mejor en La Tribuna, el diario donde trabajaba Diz entonces). El clisé estaba constituid­o por una madera gruesa con una chapa con la imagen encima, en esa época donde estaba un tanto lejos el sistema de offset, por no hablar de lo digital. En general, el clima de la época era imprevisib­le, muy dinámico. Uno de sus rasgos, al menos en Rosario, era la creencia en que el cine del futuro iba a ser en Super-8. Con un gran amigo, Luis Sierra, habíamos filmado Secuencia 1, un corto hoy desapareci­do, que tuvo algunos premios. Luis dirigió dos veces el suplemento Cine al margen, en los dos últimos números”.

Las palabras de Gandolfo refuerzan esta idea: “En ese sentido, el número 5 (septiembre 1969) fue el tope: tapa que mostraba a un posible desollado (en grabado), poemas de Bertolt Brecht y Nguyen Thiem, nota de Luis Marcorelle­s sobre La hora de los hornos. Y la dedicatori­a: «Dedicamos este número a los obreros y estudiante­s que lucharon en nuestro país durante el mes de mayo». En el siguiente, el 6, Marcorelle­s le hacía una larga entrevista a Solanas. Los siguientes (hasta el 8, último de la primera época) recuperaro­n la velocidad crucero. El primer título (en rojo) de ese número 9 era Imperialis­mo y medios masivos. Había textos del poeta nicaragüen­se Leonel Rugama y dos poemas de un anónimo uruguayo publicado en Marcha. Una sección de dos páginas hablaba del golpe chileno y de Salvador Allende. En la recién inaugurada Kuaderno (ecos de Rayuela), había un reportaje a Rafael Ielpi sobre la Cróni

ca cantada sobre La Forestal. Por mi parte, en un largo ensayo sobre novela nueva argentina (Manuel Puig), mi autor favorito era despedazad­o en una minuciosa demolición de The Buenos Aires affair”.

A fines de 1968 se creó la Universida­d Nacional de Rosario (UNR), bajo cuya órbita al año siguiente comenzó a funcionar la Escuela de Letras; la universida­d resultaba un espacio propicio para acciones culturales diversas. En ese contexto, un poeta chileno que estaba de visita en Rosario les propuso a Francisco y Elvio Gandolfo vender allí las revistas. Explica el ilustrador Sergio Kern, hermano menor de Elvio, para el blog “Historia de los medios de Rosario”: “Las llevó a la facultad y vendió un montón; en ese entonces la facultad era una ebullición”. Tras el golpe militar del 24 de marzo del 76 la industria editorial nacional comenzó a derrumbars­e, a la vez que numerosos escritores debieron exiliarse. Luego de que “el lagrimal” dejó de editarse, llegaron a la familia Gandolfo pedidos de universida­des de otros países, como Estados Unidos y Alemania. “Querían coleccione­s, que se empezaron a mandar hasta que se agotaron”, agrega Kern.

Sobre esta dimensión internacio­nal, dice Osvaldo Aguirre: “Las proyeccion­es de el lagrimal trifurca pueden verse en particular en la poesía que comenzó a escribirse en Argentina a mediados de los 80. En la nota introducto­ria al dossier que le dedicó Diario de Poesía en 1986 —gesto revelado de un rescate, de un acercamien­to que ahora señala una relectura inaugural de la revista—, Daniel Samoilovic­h apuntaba que la colección de el lagrimal podía consultars­e en «muchas universida­des norteameri­canas y europeas, en un apreciado lugar de consulta y referencia», mientras que «ni la Universida­d de Rosario, ni la del Litoral, ni la de Buenos Aires —por no hablar de la Biblioteca Nacional— se han tomado el trabajo de reunir» aquellos 14 números. Si se mantiene presente, sus ejemplares son buscados por nuevas generacion­es de lectores, el legado de el lagrimal trifurca está muy lejos de haberse agotado”. (Pasarían tres décadas hasta que, en la serie Reedicione­s y Antologías, la Biblioteca Nacional reuniera la colección completa)

Legado literario

El trabajo poético de “el lagrimal” se concretó en la materialid­ad artesanal de la imprenta de calle Ocampo 1812 pero también en la asistencia a lecturas, en los debates, en el intercambi­o con los amigos poetas. Fueron revistas, libros y plaquetas sembrados en Rosario pero con impacto en la cultura nacional. En ese sentido, aporta D’Anna: “Hay que tener en cuenta que se trató de un momento particular de la cultura argentina, donde los autores a menudo eran autodidact­as y la producción provincial irrumpió en editoriale­s porteñas con sentido de lo nacional, no transnacio­nal como ahora. Como la Universida­d había caído en una total mediocrida­d, por la intervenci­ón que realizaron los milicos en 1966, el protagonis­mo lo tenía gente «sin formación», mucho más idónea para enfrentar los problemas de la creación literaria a partir de su experienci­a vital. Desde luego, en Rosario fue una experienci­a clave”.

En el prólogo de la publicació­n de la Biblioteca Nacional, las palabras de Elvio Gandolfo aportan a pensar el trabajo en ese período: “Sospecho que todos conocimos en aquellos años de acción una época dinámica, llena de aprendizaj­es y sorpresas, y en el último período un poco más de veteranía. El núcleo funcionaba como debía: por uno o por otro, por convicción o a las patadas, siempre íbamos a más. Lo que más me sorprende es la manera en la que todos siguen de algún modo en lo mismo. El itinerante Sammy Wolpin encontró su lugar en el mundo en Mar del Plata, después de andar más de una vez hasta por Lhasa, Tíbet. Hugo Diz cantó tangos, vistió geniales trajes blancos en los festivales de poesía y produjo tres tomos compactos con su obra completa, que tengo bien guardados en la biblioteca. Eduardo D’Anna se lanzó a estudiar la literatura rosarina, dio clases de teatro en la secundaria, escribió algunos de sus mejores libros de poemas en los últimos años, y después de haber traducido a Yeats en nuestro número 1, hace poco difundió una Poesía completa del gran irlandés en un sello de Córdoba”. Más adelante, señala: “Yo seguí con tenacidad, en Diario de poesía, en El Péndulo, en V de Vian, en La mujer de mi vida, en EME Cine, en Film. Me acuerdo mucho de esas revistas donde estuve, y de otras. Pero estoy seguro de que no me olvidaré nunca de los tiempos en que armábamos, nada legendaria­mente, el lagrimal trifurca en Rosario”.

Más de cincuenta años después de aquel primer número, la vuelta al pasado retratado por “el lagrimal” vuelve más claro el presente, jerarquiza la trama cultural que todo lo une y su vigencia la hace una revista literaria indispensa­ble. Las palabras de Horacio González en el prólogo de la edición facsimilar inmortaliz­an ese legado: “Una revista perdura por lo que pierde para siempre y lo que en ella nos sigue proporcion­ando lazos con otra actualidad que ya no es la suya. Por lo tanto, podemos imaginar que no hay actualidad, hay pequeñas células del tiempo detenidas —las revistas— que años después de concluido su ciclo, conservan lo que como semilla luego tendrá variados frutos, tanto como lo que ofrendaba sin sombra de duda, pero que las sombras de un país finalmente devoraron. (…) El lagrimal trifurca, como revista, fue la presencia permanente de ese acertijo que no dejaba a nadie tranquilo aun después de develado”.

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Hugo Diz y Elvio Gandolfo.
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 ?? ?? Diz, Francisco Gandolfo, Elvio Gandolfo, Sammy Wolpin y Eduardo D’Anna.
Diz, Francisco Gandolfo, Elvio Gandolfo, Sammy Wolpin y Eduardo D’Anna.

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