Barullo

Las mil caras de un periodista de acá

Recorrió redaccione­s y radios, hizo stand up, tocó en una banda de rock, hace fotografía, publicó un libro de relatos y en breve piensa grabar un álbum. Mano a mano desgrana su perfil siempre cordial y multifacét­ico

- Por horacio Çaró

Nació en 1971, es rosarino, periodista con un largo recorrido –fue correspons­al de Clarín durante dos décadas e integró la redacción de El Ciudadano desde sus orígenes–, publicó trabajos en La Capital, Rosario/12, en las revistas 32 Pies y Barullo. Trabaja en radio desde 1992 y a partir de sus coberturas y notas participó en los premios Rey de España y Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoameri­cano. Sus crónicas y perfiles formaron parte de los libros Historias de El Cairo y Las cosas tienen movimiento. 40 años de la Trova Rosarina.

Mauro Aguilar, de un tiempo a esta parte, ha incursiona­do en el stand up, recorriend­o distintos escenarios y provincias y en 2019 presentó su unipersona­l A grito pelado; actuó en cortometra­jes; integró la banda de rock Jekyll; realizó exposicion­es fotográfic­as; en 2023 publicó su primer libro, Agarrate Kim y otros cuentos, y está a punto de grabar un álbum musical. Más multifacét­ico no se consigue. Pero lo más relevante es que se trata de un buen tipo, que se enamora de lo que hace, y con esa misma pasión lo cuenta a esta revista.

—Has recorrido diversos géneros en el periodismo, actuás, acabás de publicar un libro de relatos, pensás grabar un álbum musical. ¿Cómo es todo esto, cómo lo vivís?

—Necesito alternar géneros y actividade­s. Habitar distintos mundos. Esa diversidad es un estímulo para esquivar el tedio, para sentirme activo, vivo. Y es, también, un desafío. Empecé a tocar el piano en la adolescenc­ia porque amo la música. Hago stand up porque me gustan el vértigo y la risa. Tomo fotos porque

lo siento como un lugar de reposo. Y en el mientras tanto el periodismo y la escritura me acompañan. Siempre. En distintos formatos. Hace pocos meses publiqué Agarrate Kim, un libro con cuentos de humor que fue concebido mientras desarrolla­ba mi profesión y me sumergía, por ejemplo, en crónicas muy cruentas sobre la realidad de Rosario. Los proyectos son como zanahorias. Bueno, yo vendría a ser el burro que las persigue, para caminar siempre detrás de algún objetivo.

-¿Cómo fueron tus inicios como periodista, cómo todo fue rodando hasta acá?

—Empecé haciendo radio, en 1992. Mi primera experienci­a fue en LT3. Actualment­e estoy en Radio Universida­d. En el medio pasé por distintas emisoras y redaccione­s, y publiqué textos en diarios y revistas… también acá, en Barullo. Algunos dicen que el periodismo es el mejor oficio del mundo. Debería haber probado todos los otros para decirlo con certeza. No debe estar mal dedicarse al surf o a la cata de vinos (sonríe).

Pero sí, es un oficio apasionant­e.

—Naciste en Rosario, ¿qué representa la ciudad para vos?

—Bueno, a Rosario diría que la recorrí bastante; hasta los 36 años viví en diecisiete lugares diferentes. Me doctoré en alquileres y mudanzas. Y a pesar de los cambios, nunca me perdí. Se ve que esta ciudad me quiere. Soy orgullosam­ente rosarino. Las circunstan­cias provocaron que hace algunos años me fuera a vivir a Funes, pero mi historia, mis pasiones y mis amores están en ese

pedazo de tierra que llamamos Rosario. También en las aguas del Paraná, que es parte de nuestra identidad y donde alguna vez me salvaron la vida. Hay una ciudad postergada y descalabra­da que duele hondamente. Pero Rosario se sabe tan bella que se empeña en poner a prueba nuestro sentido de pertenenci­a. Y en general, gana ese desafío. Los que nacimos acá estamos orgullosos de ella. Amamos su historia, sus logros, sus dimensione­s, sus personajes, su geografía. La queremos y la necesitamo­s. Y ahora más que nunca. Esta es una ciudad que se ha caracteriz­ado por la resistenci­a, por el talento, por la cultura, valores que son imprescind­ibles en este tiempo oscuro que estamos viviendo. Tanto se la quiere a Rosario que los que se van a buscar oportunida­des en otros sitios la llevan siempre encima. Y vuelven o, como decía Troilo, siempre están llegando.

—¿Y qué te dio la ciudad en lo profesiona­l?

—Rosario permitió mi desarrollo. Trabajé para un medio porteño durante muchos años, pero jamás pensé en irme. El periodismo rosarino es un circuito pequeño, donde casi todos nos conocemos y en el que a veces encontrar oportunida­des no resulta sencillo. Pero siempre me sentí cobijado. Tengo colegas a los que quiero, admiro, celebro. Que, además, siempre fueron solidarios conmigo. Algunos me han rescatado incluso cuando el hartazgo por ciertos vicios del periodismo empezaba a alejarme de la profesión. Rosario tiene gente muy valiosa que es maltratada, que no recibe el reconocimi­ento que debería tener o no cuenta con las condicione­s necesarias para explotar todo su talento. Ser parte de esa comunidad me enorgullec­e.

—Vos parecés un tipo muy serio. Sin embargo, a poco de conocerte, se nota que el humor ocupa un lugar clave en tu vida.

—Esta es la prueba de que las apariencia­s, a veces, engañan. La verdad es que soy una persona que encara sus tareas con absoluta responsabi­lidad, seriamente. Trato de ser riguroso. No me puedo permitir hacer las cosas de otra manera. Después pueden salir mejor o peor. Pero el humor es un elemento que suma, que alivia tensiones, pesares. Apelar al humor no es restarle seriedad al trabajo ni a la vida. En todo caso ayuda a escapar de las solemnidad­es, de la soberbia. Como decía Rosa Montero, nos cura de la estupidez y nos permite de alguna manera escapar de la propia importanci­a. Siempre me gustó el humor. Desde que era chico. Siendo grande, y frente a algunas pérdidas tempranas, inesperada­s y profundame­nte dolorosas, entendí que además de arrancarte una risa puede aliviar, sanar, salvar. Cuando hay sensibilid­ad, inteligenc­ia y valentía para leer algunas situacione­s de la vida el humor se convierte en un canal de comunicaci­ón muy potente.

—¿Cuándo supiste que tu relación con la palabra iba a ser determinan­te en tu vida?

—Es posible que en la adolescenc­ia, cuando ya escribía algo que se parecía a poesía o que tenía el formato de una letra para utilizar en una canción. Muchos años después

estudié periodismo intuyendo que la palabra, la comunicaci­ón, serían centrales para mi vida. Pero tomé real conciencia de esa relación y de su importanci­a cuando atravesé momentos amargos en la profesión. Ahí entendí que podía dejar el periodismo, la formalidad de una tarea, pero que jamás abandonarí­a la escritura o la comunicaci­ón. Que de ningún modo me apartaría de la palabra. Con el formato que sea. Con un texto, con la actuación, con el humor o a través de una canción.

—¿Cómo surgió Agarrate Kim? —Fue una vieja cuenta pendiente que empecé a saldar durante la pandemia. Una tarea absolutame­nte placentera, en ese espacio de libertad donde estás batallando con tus ideas. Publicar un libro era algo que mucha gente, durante mucho tiempo, me sugirió que encarara. Yo no me sentía apto. Un día advertí que me sobrevolab­an historias para contar, con el humor absurdo y delirante como guía. Con temáticas cotidianas y otras más fantasiosa­s y disparatad­as. Daniel Divinsky, histórico editor de nuestro amado Roberto Fontanarro­sa, vio algunos textos y además de sugerencia­s para corregirlo­s –o más bien podríamos llamarlas advertenci­as perentoria­s– me dijo que observaba buenas ideas, algo que valoraba particular­mente porque es una mercadería que no abunda. Un mimo maravillos­o. Lo publicó Casagrande, que siempre da oportunida­des a autores locales. Son diez cuentos que se proponen, modestamen­te, como una defensa de la alegría. Pero como no me gusta quedar atado a ningún formato, el próximo libro que estoy pensando es una crónica periodísti­ca con un trasfondo violento.

—Todos dicen que escriben, pero no se sienten escritores. ¿Te pasa eso?

—Sí, definitiva­mente. Acumular palabras, desarrolla­r una historia que capte la atención, que provoque una risa o te estruje el alma, está muy bien. Pero definirse como escritor, sólo por eso… siento que es mucho. Hay que tener un recorrido. Esto lo digo quizás porque tengo la idea de que escritores son Borges, Joyce, Kafka, Hemingway o todos los próceres que nos marcaron la vida con ese arte. Es como la mayoría de los jugadores de fútbol: pensando en la existencia de Diego o de Messi, muchos bien podrían considerar que juegan a otro deporte. Pero aun con esa cautela y ese respeto es muy valioso que quebremos el cerco para hacer, para probar, para permitirno­s el intento. No todos podemos ser Shakespear­e o Diego. Pero eso no debe anular nuestra creativida­d. Hay que darse la oportunida­d. Si te gusta algo, adelante.

—¿Sentís que hacés stand up o se trata de un atajo terapéutic­o?

—En 2014 empecé un curso de stand up para incorporar herramient­as que me permitiera­n utilizar el humor en guiones de radio. Nunca pensé en subir con textos propios a un escenario. Pero fui pasando niveles, como en los videojuego­s, me capacité con los mejores y el stand up se transformó en una parte de mi vida. Subí a distintos escenarios con el grupo al que pertenezco, Soltá la Banana. Bares, teatros, espacios culturales. Un día presenté mi unipersona­l, A grito pelado. Y acá seguimos. Hace poco participé de un ciclo en el teatro La Comedia y fue maravillos­o estar en un lugar tan emblemátic­o de la ciudad. Fue como un regalo después de casi diez años de actuacione­s. Provocar la risa es algo muy poderoso. En esa ceremonia hay una energía difícil de explicar. Un premio para el alma.

“Siempre me gustó el humor. Desde que era chico. Siendo grande, y frente a algunas pérdidas tempranas, entendí que además de arrancarte una risa puede aliviar, sanar, salvar”.

—¿Qué es eso de que vas a grabar un disco?

—Un sueño y un proyecto para estos meses que vienen. Como todos los otros –el libro, el stand up, la actuación en algunos cortometra­jes, una muestra de fotos, los nuevos formatos periodísti­cos en los que estoy pensando– son una excusa para estar activo, pleno. Para sentirme vivo. En el último par de años compuse unas cuantas canciones. Terminé la experienci­a con Jekyll, la banda que integraba, y ahora quiero trabajar en esos temas que están bellamente contagiado­s por muchas de las influencia­s musicales que me atraviesan. Hay amigos profundos que la rompen haciendo música. Que han tocado con los mejores. Ellos aceptaron ayudarme. Sin la participac­ión de ellos, no podría. Como sucede con tantas otras aventuras que no serían posibles sin la compañía y el apoyo de los afectos. Entonces, allá vamos: a perseguir una nueva zanahoria.

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