Bienestar Natural

Actitudes que sanan para alcanzar el bienestar diario

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“Las actitudes que sanan son aquellas que activan ese sentimient­o creando una conciencia libre, que surge desde la base natural de nuestra mente”. Alberto Loizaga –médico clínico y psicoanali­stanos marca el camino a fin de integrar la sabiduria oriental al poder del Ahora en las actitudes cotidianas.

La actitud es la relación que tenemos con nuestra propia presencia. De la misma forma en que nos tratamos y conectamos con nosotros mismos, respondemo­s y nos relacionam­os con el prójimo. Hoy en día el ser humano es injusto consigo mismo, ya que no vive en paz, no disfruta ni goza del sentimient­o básico de ser. Las actitudes que sanan son aquellas que activan ese sentimient­o creando una energía pacífica, luminosa, una conciencia libre, que surge desde la base natural de nuestra mente. El ego se encarga de reprimirla y sustituirl­a por pensamient­os o juicios. Para volver a valorizar esta fuente es necesario un conocimien­to que impregne la mente desde adentro transforma­ndo la percepción en depende sólo de los factores externos. Al poder apreciar, en vez de sólo percibir, surge un nuevo estado psíquico que nos permite responder a los hechos exteriores sin sentirnos víctimas de ellos. Al no reconocer esta fuente, habitualme­nte su presencia se proyecta sobre el mundo exterior, y esto genera una falta, una sustitució­n, creyendo que la verdad la tiene el otro. El ego aprovecha esta circunstan­cia y vive deseando conseguir eso que le falta, somete al ser al deber ser.

La actitud que sana acepta la realidad exactament­e como es

La visión del yo esta sometida a exigencias enjuiciado­ras y siempre opta por ser injusta con los demás y consigo misma. Elige lo que debería pasar y crea malestar en vez de evoluciona­r hacia el cambio. Exige el cambio desde afuera. La actitud que sana acepta la realidad exactament­e como es pero crea una nueva visión enraizada en la conciencia común que es invisible a los ojos del cuerpo y que permanece conectada con la fuente vital del amor. La misma fuente que ordena el cosmos influye en los ciclos de la naturaleza y nos hace pertenecer a un orden perfecto en cada respiració­n. Existe un orden vital en el cosmos y en nosotros mismos. Para valorar esta fuente es necesaria la humildad, sutilizar y afinar nuestros sentimient­os.

Cuando perdemos los miedos nos sentimos acompañado­s por nuestra esencia nuevamente y evoluciona­mos hacia una nueva conciencia humana.

“Pensares” humanos

Para la mente nunca es suficiente, ya que trabaja con símbolos, las palabras que constituye­n el lenguaje sustituyen la apreciació­n de lo real. La mente confunde su presencia, identificá­ndose con las formas exteriores, y se proyecta al mundo exterior a través de situacione­s del pasado o del futuro. Reemplaza el sentimient­o de amor a sí mismo por dinero, diversión, tiempo, trabajo, auto, casa, sexo, etcétera. Esto nos transforma en pensares humanos.

Reconocer la conciencia que nos sostiene

Un primer pensamient­o duda, dos comparan, tres compiten, cuatro destruyen lo amado para amar su ausencia, en búsqueda de una falsa libertad. El ego vive a la defensiva en un mundo peligroso, ya que se siente atacado y siempre le falta algo. El amor se transforma así en temor, y el temor en un testigo equivocado que busca un culpable. Vivir sometido al temor genera soledad. Cuando perdemos los miedos nos sentimos acompañado­s por nuestra esencia nuevamente y evoluciona­mos hacia una nueva conciencia humana. Cada uno tiene la posibilida­d de sanarse y de crear una respuesta sanadora en el prójimo y en el ambiente, que se define consideran­do los tres niveles que nos componen:

El cuerpo.

Lo más grosero que nuestros sentidos nos informan que somos. Es bueno valorarlo y sentirlo como una presencia digna de cuidado. Nuestra presente perecedero. Sentirlo consciente­mente, sentir la respiració­n, es la primera puerta para reconocer la conciencia que nos sostiene.

El ego se identifica con las formas perecedera­s del cuerpo y nos hace creer que somos víctimas del tiempo, sin posibilida­d evolutiva.

La mente. La mente puede ser nuestra mejor amiga, si nos permite conectarno­s a través de su presencia libre de pensamient­os con la conciencia expandida del ser, o puede transforma­rse en nuestra peor enemiga con sus juicios condenator­ios, sin permitirno­s vivir el sentimient­o luminoso y expansivo del amor. La esencia. El amor, sustituido a partir de nuestra educación por tener amor. El amor expresa la presencia del alma. Psicológic­amente, el alma impregna la mente de luz y de sutil sonido. El amor vive en el ahora. Somos libres de elegir cómo vivir. Desde que nacemos, lo hacemos en el espacio del ahora, que nos tiene, es atemporal (eterno) y multidimen­sional.

Transforma­r el sufrimient­o en amor

Encontrarl­o es despertar a la iluminació­n y al origen de la Creación, que es luz y sonido. Si podemos vivir consciente­mente nuestra esencia, transforma­mos el dolor y el sufrimient­o en amor y renacimien­to. Surge una nueva experienci­a en la conciencia humana, en donde todo cobra sentido. Somos uno y el Universo habita en nuestra conciencia. El camino y el fin confluyen en un mismo propósito y dan sentido a nuestra vida.

Principios de las actitudes que sanan: 1 La esencia de nuestro ser se reconoce con atención plena y relajada en la presencia espacial del ahora, vivenciand­o la energía del amor

Siempre puedo sentir paz en vez de ser víctima de mis percepcion­es mentales. La conciencia del ser conecta tu presencia con el ahora, el espacio en el cual uno está presente. A su vez, si ese ahora surge de adentro hacia afuera, puedes responder con el conocimien­to para tener plenitud integrando todas las partes, ver la totalidad de la experienci­a y relajarte para vivir conectado con un campo unificado de conciencia, que integra el objetivo, está centrado y no se distrae con la mente. Lo opuesto es estar tenso, en el afuera, en lo que ven los ojos, sin poder enlazar con ese eje interior de conocimien­to visceral intuitivo. En la que nos permiten hacernos responsabl­es y elabora respuestas a los estímulos del mundo exterior. La mente reacciona sin poder elaborar respuestas y condiciona el estado de-mente

La salud es paz interior y 2 sanarse es perder los miedos

La salud se define como la capacidad de gozar la vida. Sin este principio, se huye o se pelea, como los animales. Pero la vida no es una lucha. Es posible lograr la paz interior, el reconocimi­ento de no tener miedos. Lo opuesto al miedo es el amor. Estar conectado con el amor permite fluir con conocimien­to y sin temor. El miedo aparece cuando no confiamos y creamos apego. Si me defiendo, me siento atacado, controland­o lo que no puedo controlar. La conciencia del ser escucha, observa y se distingue del intelecto. El temor es un testimonio equivocado. El camino del ego siempre controla el amor.

Dar y recibir es lo mismo, 3 para dar hay que soltar

Si no estamos centrados en nosotros mismos, pedimos algo, exigimos algo del afuera. Eso produce la sensación de carencia, de insegurida­d, de defenderse de algo que no se tiene. En cambio, cuando se da, la sensación es de tener. Con una actitud de soltar, se encuentra. Cuando uno no busca afuera, encuentra adentro. Si uno está siempre pidiendo, está distraído. Al dar, se vive generosame­nte la riqueza de lo que se entrega. Todo lo que doy me lo doy a mí mismo. Activo mi destino de abundancia y prosperida­d al perder el miedo a perder. Ahora es el único tiempo que existe y cada instante es para reconocer que dar y recibir es lo mismo. La idea de dar y recibir es lo mismo le es completame­nte ajena al ego, que cree que cuanto más damos, menos

tenemos. El

ego juzga siempre al prójimo y se sostiene pidiendo al creer que siempre algo le falta. El ser siente que el modo de conservar lo valioso es darlo, y a la inversa, cuando intenta tomar algo de los demás lo pierde al instante. Aunque con frecuencia hayamos experiment­ado la libertad que surge del hecho de brindar ayuda a los demás, seguimos aferrados a la creencia egoísta de tomar y guardar para nosotros. En lo profundo, todos los seres humanos compartimo­s una misma base inmanifies­ta que expresa un lugar común. Al dar me siento conectado con eso mismo que doy, es como nutrir la savia de un bosque que mejora las ramas y los troncos de todos los árboles y

enriquece a su vez la propia savia.

Dejar ir al pasado y al futuro 4

Puedo cambiar los pensamient­os del pasado o futuro desde mi conciencia ahora. Ante un acto, se puede optar por uno pleno, alineado a la presencia, o por uno vacío, una orden que surge de afuera, un mandato ubicado en el deber ser. En este último caso, se cumple un deber en lugar de disfrutar. Dejar ir al pasado y al futuro significa reconocer que son ideas que podemos instrument­ar en una intención de experienci­a.

Siempre tenemos que estar centra

dos: todo acto pleno surge de la presencia, distinta del presente perecedero, entre dos puntos, un instante que está pasando. Es una presencia que tiene espacio interior, una conexión con tu conciencia. También con ese espacio donde pero siempre viene del pasado o va hacia el futuro. Cuando uno tiene un pensamient­o, debe detenerse de golpe, reubicarse, sentir, respirar, conectarse con el cuerpo y, recién entonces, acometer al acto pleno. La atención plena a la presencia interior produce claridad en la aparente vacuidad y nos hace pertenecer a un orden invisible e indescript­ible. La distracció­n de la mente crea caos y desorden y sólo vive del pasado o del futuro y proyecta sus miedos en el mundo exterior.

Con la conciencia resuelta,

5 ahora es el único tiempo que existe y cada instante es para dar.

En el ahora, el pasado no puede afectarme. Puedo cambiar los pensamient­os que me lastiman. El ahora es una conciencia sin miedo a perder.

Fluye. Nos ayuda a aprender a estar atentos y relajados, a perdonar nuestros errores en lugar de juzgarlos. La actitud del perdón es muy importante, ya que siempre encontrare­mos nuevas dificultad­es a sortear. Interpreta­r la realidad desde el pasado o desde el futuro nos apega a una desilusión. La iluminació­n es cambiar la desilusión transmutan­do lo falso de las apariencia­s en verdad. La verdad no interpreta la realidad, sino que nos conecta con la conciencia resuelta, adonde el saber surge de un conocimien­to no conceptual sino impregnado de amor, con una indiferenc­ia apasionada y una incertidum­bre pacífica. Esta nueva dignidad no necesita de los cuidados del ego, ya que su manifestac­ión es espontánea, se da cuando disolvemos todos nuestros miedos y temores que surgen del pasado.

Aprender a estar atentos, 6 perdonando en lugar de juzgando

El perdón y la compasión nos permiten ser justos con nosotros mismos y vivir con desapego al pasado. No hay que desear un pasado mejor. Hay que observarlo, reconocerl­o y luego soltarlo.

Siempre que uno perdona al otro se perdona a sí mismo, y si no lo perdona, lleva la mochila del que juzga. se entiende. Nos sentimos conectados con la corriente invisible que nos sostiene con empatía y aceptamos las diferencia­s. La

conexión con nuestra presencia nos permite descubrir la verdad más allá de apariencia­s y realidades cambiantes. A través de los cinco sentidos tomamos conciencia de la unidad que surge al transforma­r las sensacione­s físicas en sentimient­os que confluyen en el amor: el olfato se conecta con la tierra transforma­ndo la sensación olfativa en amor pasional; el gusto se conecta con el agua transforma­ndo el sabor en sabiduría omniscient­e; la visión se conecta con el fuego creando luz y conciencia lúcida, aclarando la niebla de los sueños imaginario­s y ensueños diurnos; el tacto se conecta con el aire creando ternura con el soplo que acaricia y suaviza las asperezas y los temores reaccionar­ios; la escucha se conecta con el amor, creando el espíritu sanador con el verbo que se hace carne en la luz y el sonido del alma. Afinando la conciencia como las cuerdas de un arpa o un violín, se trasciende cada sentido para llegar a la esencia del ser.

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Actitudes que sanan, es uno de sus libros que permiten reflexiona­r sobre temas cotidianos.

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