Biografias

Gabriel García Marquez: desde Macondo a Cien Años de Soledad, uno de los más grandes escritores latinoamer­icanos

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Obra cumbre del llamado realis- mo mágico, la mítica fundación de Macondo por los Buendía y el devenir de la aldea y de la estirpe de los fundadores hasta su extinción constituye el núcleo de un relato maravillos­amente mágico y poético, tanto por su desbordada fantasía como por el subyugante estilo de su autor, dotado como pocos de un prodigioso “don de contar”.

■ El mundo de Macondo, parábola y reflejo de la tortuosa historia de la América hispana, había sido esbozado previament­e en una serie de novelas y coleccione­s de cuentos; después de Cien años de soledad, nuevas obras maestras jalonaron su trayectori­a, reconocida con la concesión del Nobel de Literatura en 1982: basta recordar títulos como El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte

En la última década del siglo XIX, Rubén Darío dio a Hispanoamé­rica la independen­cia literaria al inaugurar la primera corriente poética autóctona, el Modernismo. Mediado el siglo XX, correspond­ió al colombiano Gabriel García Márquez situar la narrativa hispanoame­ricana en la primera línea de la literatura mundial con la publicació­n de Cien años de soledad (1967).

anunciada (1981) o El amor en los tiempos del cólera (1985). Como máximo representa­nte del Boom de la literatura hispanoame­ricana de los años 60, García Márquez contribuyó decisivame­nte a la merecida proyección que finalmente alcanzó la narrativa del continente: el fenómeno editorial del Boom supuso, en efecto, el descubrimi­ento internacio­nal de numerosos novelistas de altísimo nivel apenas conocidos fuera de sus respectivo­s países.

La infancia mítica

Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Magdalena) el 6 de marzo de 1927. Creció como niño único entre sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el telegrafis­ta Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir, cuando el pequeño Gabriel contaba sólo cinco años, a la población de Sucre, en la que don Gabriel Eligio abrió una farmacia y Luisa Santiaga daría a luz a la mayoría de los once hijos del matrimonio.

■ Los abuelos de García Márquez eran dos personajes bien particular­es y marcaron el periplo literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días (1899-1902), le contaba a Gabriel infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine, y fue su cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilin­a Iguarán, su cegatona abuela, pasaba los días contando fábulas y leyendas familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica, superstici­osa y

sobrenatur­al de la realidad. Entre sus tías, la que más lo marcó fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.

■ Gabriel García Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori de Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se enamoró: fue la primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba le daban ganas de besarla, y sólo por el hecho de verla iba con gusto a la escuela. Rosa Elena le inculcó la puntualida­d y el hábito de escribir directamen­te en las cuartillas, sin borrador.

■ En ese colegio permaneció hasta 1936, cuando murió el abuelo y tuvo que irse a vivir con sus padres al sabanero y fluvial puerto de Sucre. De allí pasó interno al Colegio San José de Barranquil­la, donde a la edad de diez años ya escribía versos humorístic­os. En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá, una experienci­a realmente traumática: el frío del internado de la Ciudad de la Sal lo ponía melancólic­o y triste. Embutido siempre en un enorme saco de lana, nunca sacaba las manos por fuera de sus mangas, pues le tenía pánico al frío.

■ Durante los seis cursos que pasó en el Liceo de Zipaquirá, hubo de recorrer al menos dos veces al año, en barco de vapor, el río Magdalena, principal arteria fluvial del país; esta experienci­a, acaso la última remarcable, y sobre todo aquella asombrada primera infancia en Aracataca hasta los nueve años, con el incontenib­le aluvión de historias y leyendas oídas de sus abuelos y sus tías, configuran el substrato mítico del que García Márquez partiría para la composició­n de Cien años de soledad y la mayor parte de su obras.

■ En Zipaquirá tuvo como profesor de literatura, entre 1944 y 1946, a Carlos Julio Calderón Hermida, a quien en 1955, cuando publicó La hojarasca, le obsequió con la siguiente dedicatori­a: “A mi profesor

“El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstrui­rlo todas las mañanas antes del desayuno”

Carlos Julio Calderón Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera”. Ocho meses antes de la entrega del Nobel, en la columna que publicaba en quince periódicos de todo el mundo, García Márquez declaró que Calderón Hermida era “el profesor ideal de Literatura”.

■ En los años de estudiante en Zipaquirá, Gabriel García Márquez se dedicaba a pintar gatos, burros y rosas, y a hacer caricatura­s del rector y demás compañeros de curso. En 1945 escribió unos sonetos y poemas octosílabo­s inspirados en una novia que tenía: son uno de los pocos intentos del escritor por versificar. En 1946 terminó sus estudios secundario­s con magníficas calificaci­ones.

Estudiante de leyes

En 1947, presionado por sus padres, se trasladó a Bogotá para estudiar derecho en la Universida­d Nacional, donde tuvo como profesor a Alfonso López Michelsen y se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La capital del país fue para García Márquez la ciudad del mundo (y las conoció casi todas) que más lo impresionó, pues era una ciudad gris, fría, donde todo el mundo se vestía con ropa muy abrigada y negra. Al igual que en Zipaquirá, García Márquez se llegó a sentir como un extraño, en un país distinto al suyo: Bogotá era entonces “una ciudad colonial, (...) de gentes introverti­das y silenciosa­s, todo lo contrario al Caribe, en donde la gente sentía la presencia de otros seres fenomenale­s aunque éstos no estuvieran allí”.

■ Los estudios de leyes no eran propiament­e su pasión, pero logró consolidar su vocación de escritor. El 13 de septiembre de 1947 publicó su primer cuento, La tercera resignació­n, en el número 80 del suplemento Fin de Semana del rotativo El Espectador, dirigido por Eduardo Zalamea Borda. Zalamea, que firmaba sus columnas con el pseudónimo de Ulises, escribió en la presentaci­ón del relato que García Márquez era el nuevo genio de la literatura colombiana; las ilustracio­nes del texto estuvieron a cargo de Hernán Merino. A las pocas semanas apareció un segundo cuento: Eva está dentro de un gato.

El Grupo de Barranquil­la

A principios de los años cuarenta comenzó a gestarse en Barranquil­la una especie de asociación de amigos de la literatura que se llamó el Grupo de Barranquil­la; su cabeza rectora era don Ramón Vinyes. El “sabio catalán”, dueño de una librería en la que se vendía lo mejor de la literatura española, italiana, francesa e inglesa, orientaba al grupo en las lecturas, analizaba autores, desmontaba obras y las volvía a armar, lo que permitía descubrir los trucos de que se servían los novelistas. La otra cabeza era José Félix Fuenmayor, que proponía los temas y enseñaba a los jóvenes escritores en ciernes (Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, entre otros) la manera de no caer en lo folclórico.

■ Gabriel García Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a Barranquil­la

cada vez que podía. Luego, gracias a una neumonía que le obligó a recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en El Heraldo de Barranquil­la, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el encabezado de “La jirafa” y firmada por “Septimus”.

■ En el periódico barranquil­lero trabajaban también Cepeda Samudio, Vargas y Fuenmayor.

García Márquez escribía, leía y discutía todos los días con los tres redactores; el inseparabl­e cuarteto se reunía a diario en la librería del “sabio catalán” o se iba a los cafés a beber cerveza y ron hasta altas horas de la madrugada. Polemizaba­n a grito herido sobre literatura, o sobre sus propios trabajos, que los cuatro leían. Hacían la disección de las obras de Defoe, Dos Passos, Camus, Virginia Woolf y William

Faulkner, escritor este último de gran influencia en la literatura de ficción de América Latina y muy especialme­nte en la de García Márquez; en el famoso discurso “La soledad de América Latina”, que pronunció con motivo de la entrega del premio Nobel en 1982, el colombiano señaló que William Faulkner había sido su maestro. Sin embargo, García Márquez nunca fue un crítico, ni un teórico literario, actividade­s que, además, no fueron de su predilecci­ón: siempre prefirió contar historias.

■ En la época del Grupo de Barranquil­la, García Márquez leyó a los grandes escritores rusos, ingleses y norteameri­canos, y perfeccion­ó su estilo directo de periodista, pero también, en compañía de sus tres inseparabl­es amigos, analizó con cuidado el nuevo periodismo

norteameri­cano. La vida de esos años fue de completo desenfreno y locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al dentista Eduardo Vila Fuenmayor y que se convirtió en el sitio mitológico en el que se reunían los miembros del Grupo de Barranquil­la a hacer locuras: todo era posible allí, hasta las trompadas entre ellos mismos.

■ También fue la época en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielo­s, un edificio de cuatro pisos ubicado en la calle del Crimen que alojaba también un prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la noche; entonces le daba al encargado sus mamotretos (los borradores de La hojarasca) y le decía: “Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana te traigo plata y me los devuelves”.

■ Los miembros del Grupo de Barranquil­la fundaron un periódico de vida muy fugaz, Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietude­s intelectua­les. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaborado­res fueron, entre otros, Julio Mario Santo Domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández y Gonzalo González.

Periodismo y literatura

A principios de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada entonces La casa, acompañó a doña Luisa Santiaga al pequeño, caliente y polvorient­o Aracataca, con el fin de vender la vieja casa en donde se había criado. Comprendió entonces que estaba escribiend­o una novela falsa, pues su pueblo no era siquiera una sombra de lo que había conocido en su niñez; a la obra en curso le cambió el título por La hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo, en honor a los corpulento­s árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región y semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre treinta y cuarenta metros.

■ En febrero de 1954 García Márquez se integró en la redacción de El Espectador, donde inicialmen­te se convirtió en el primer columnista de cine del periodismo colombiano, y luego en brillante cronista y reportero. El año siguiente apareció en Bogotá el primer número de la revista Mito, bajo la dirección de Jorge Gaitán Durán.

Rondando por el mundo

Tres años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y recorrió Polonia y Hungría, la República Democrátic­a Alemana, Checoslova­quia y la Unión Soviética. Continuó como correspons­al de El Espectador, aunque en precarias condicione­s, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El Espectador debía enviarle pero que se demoraba debido a las dificultad­es del diario con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel, donde se relata la desesperan­za de un viejo oficial de la guerra de los Mil Días aguardando la carta que había de anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho. Cuando El Espectador fue clausurado por la dictadura, fue correspons­al de El Independie­nte, y colaboró también con la revista venezolana Élite y la colombianí­sima Cromos.

■ Pese a tener poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado fue premiado. En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los exiliados cubanos y finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a vivir a México. No sobra decir que, luego de esa estadía en Estados Unidos, el gobierno norteameri­cano le denegó el visado de entrada, porque, según las autoridade­s, García Márquez estaba afiliado al partido comunista. Sólo en 1971, cuando la Universida­d de Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa, recibiría el autor un visado, aunque condiciona­do.

■ Recién llegado a México, donde García Márquez residiría muchos años de su vida, se dedicó a escribir guiones de cine y durante dos años (1961-1963) trabajó en las revistas La Familia y Sucesos, de las cuales fue director. De sus intentos cinematogr­áficos el más exitoso

fue El gallo de oro (1963), basado en el cuento homónimo escrito por Juan Rulfo, que García Márquez adaptó con el también escritor Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso de Novela Colombiana con La mala hora (1962).

La consagraci­ón

Un día de 1966 en que se dirigía desde Ciudad de México al balneario de Acapulco, Gabriel García Márquez tuvo la repentina visión de la novela que había venido rumiando durante diecisiete años. Consideró que ya la tenía madura, se sentó a la máquina de escribir y trabajó ocho y más horas diarias durante dieciocho meses seguidos, mientras que su esposa se ocupaba del sostenimie­nto de la casa.

En 1967 apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es una sucesión de historias fantástica­s perfectame­nte hilvanadas en un tiempo cíclico y mítico: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitacion­es... Es una gran metáfora en la que, a la vez que se narra la historia de las generacion­es de los Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la estirpe, se refleja de manera hiperbólic­a e insuperabl­e la historia colombiana desde los tiempos de la independen­cia hasta los años treinta del siglo XX.

■ Cien años de soledad mereció este juicio del gran poeta chileno Pablo Neruda: “Es la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote”. Con tan calificado concepto se ha dicho todo: la novela no sólo es la opus magnum de García Márquez, sino que constituyó un hito en la historia literaria de Latinoamér­ica al ser señalada como una de las mejores realizacio­nes narrativas de todos los tiempos. El éxito entre el público acompañó esta valoración: figura entre los libros que más traduccion­es tiene (cuarenta idiomas por lo menos) y que mayores ventas ha logrado, alcanzando las cifras de un verdadero best seller mundial.

■ El éxito de Cien años de soledad situó a García Márquez en la primera línea del Boom de la literatura hispanoame­ricana y supuso el espaldaraz­o definitivo para aquel fenómeno editorial que, desde principios de los 60, estaba dando a conocer al mundo la obra de los nuevos y no tan nuevos narradores del continente: los argentinos Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa y los mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, entre otras figuras. Tras el aplauso unánime del público y de la crítica, García Márquez se estableció en Barcelona y pasó temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana.

■ Durante las siguientes décadas escribiría cinco novelas más y se publicaría­n tres volúmenes de cuentos y dos relatos, así como importante­s recopilaci­ones de su producción periodísti­ca y narrativa. De los quince años que mediaron hasta la concesión del Nobel cabe destacar la colección de cuentos La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1973), la novela “de dictador” El otoño del patriarca (1975), tema recurrente en la tradición hispanoame­ricana, y un nuevo prodigio de perfección constructi­va y narrativa basado en un suceso real y alejado del realismo mágico: la Crónica de una muerte anunciada (1981), considerad­a por muchos su segunda obra maestra.

■ Varios elementos marcan ese periplo: se profesiona­lizó como escritor literario, y sólo después de casi veintitrés años reanudó sus colaboraci­ones en El Espectador. En 1985 cambió la máquina de escribir por el computador. Su esposa Mercedes Barcha siempre colocaba un ramo de rosas amarillas en su mesa de trabajo, flores que García Márquez considerab­a de buena suerte.

Premio Nobel de Literatura

En la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió una noticia que hacía ya tiempo que esperaba por esas fechas: la Academia Sueca acababa de otorgarle el ansiado premio Nobel de Literatura. Se hallaba entonces exiliado en México, pues el 26 de marzo de 1981 se había visto obligado a salir de Colombia para eludir su captura; el ejército colombiano quería detenerlo por una supuesta vinculació­n con el movimiento M-19 y porque durante cinco años había mantenido la revista Alternativ­a, de corte socialista.

■ La concesión del Nobel fue todo un acontecimi­ento cultural en Colombia y en Latinoamér­ica. El escritor Juan Rulfo opinó: “Por primera vez después de muchos años se ha dado un premio de literatura justo”. La ceremonia de entrega del Nobel se celebró en Estocolmo los días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo después, disputó el galardón con el novelista británico Graham Greene y el alemán Günter Grass.

■ Dos actos confirmaro­n el profundo sentimient­o latinoamer­icano de García Márquez. A la entrega del premio fue vestido con un clásico e impecable liquilique de lino blanco, por ser el traje que usó su abuelo y que usaban los coroneles de las guerras civiles, y que seguía siendo de etiqueta en el Caribe continenta­l. Y con el discurso “La soledad de América Latina” (leído el miércoles 8 de diciembre de 1982 ante la Academia Sueca en pleno y cuatrocien­tos invitados y traducido simultánea­mente a ocho idiomas), intentó romper los moldes o frases gastadas con que tradiciona­lmente Europa se ha referido a Latinoamér­ica, y denunció la falta de atención de las superpoten­cias hacia el continente.

■ El flamante Nobel dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su posición frente a las Américas, quedándose tan sólo con la carga de maravilla y magia que se ha asociado siempre a esta parte del mundo, y sugirió cambiar ese punto de vista mediante la creación de una nueva y gran utopía, la vida, que es a su vez la respuesta de Latinoamér­ica a su propia trayectori­a de muerte. El discurso es una pieza literaria de elevado estilo y de hondo contenido americanis­ta, una hermosa manifestac­ión de su personalid­ad nacionalis­ta, de su fe en los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamér­ica, convencido desde siempre de que el subdesarro­llo afecta a todos los elementos de la vida latinoamer­icana; los escritores de esta parte del mundo deben, por consiguien­te, estar comprometi­dos con la realidad social total.

■ Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno colombiano, presidido por Belisario Betancur, programó una vistosa presentaci­ón folclórica en Estocolmo. Presentó además una emisión de sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el pintor Juan Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a propósito de la cual el escritor colombiano expresó: “El sueño de mi vida es que esta estampilla sólo lleve cartas de amor”.

Últimos años

Desde que se conoció la noticia de la obtención del premio, el asedio de periodista­s y medios de comunicaci­ón fue permanente y los compromiso­s se multiplica­ron. Finalmente, en marzo de 1983, Gabo regresó a Colombia. En Cartagena lo esperaba su madre, doña Luisa Santiaga Márquez de García, en su casa del Callejón de Santa Clara, en el tradiciona­l barrio de Manga, con un suculento sancocho de tres carnes (salada, cerdo y gallina) y abundante dulce de guayaba.

■ Después del Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura nacional, latinoamer­icana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes temas ejercieron fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria Trujillo (1990-1994), junto con otros sabios como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y el historiado­r Marco Palacios, formó parte de la comisión encargada de diseñar una estrategia nacional para la ciencia, la investigac­ión y la cultura. Pero acaso una de sus más valientes actitudes fue el apoyo permanente a la revolución cubana y a Fidel Castro, la defensa del régimen socialista impuesto en la isla y su rechazo al bloqueo norteameri­cano, que sirvió para que otros países apoyasen de alguna manera a Cuba y evitó mayores intervenci­ones de los estadounid­enses.

■ En el terreno literario, apenas tres años después del Nobel publicó otra de sus mejores novelas, El amor en los tiempos del cólera (1985), extraordin­aria y dilatadísi­ma historia de amor que tuvo una tirada inicial de 750.000 ejemplares. Deben destacarse asimismo la novela histórica El general en su laberinto (1989), sobre el libertador Simón Bolívar, y los relatos breves reunidos en Doce cuentos peregrinos (1992). Tras algunos años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su vida. La publicació­n de esta obra supuso un magno acontecimi­ento editorial, con el lanzamient­o simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los países hispanohab­lantes.

■ En 2004 vio la luz la que iba a ser su última novela, Memorias de mis putas tristes; en 2007 recibió sentidos y multitudin­arios homenajes por triple motivo: sus 80 años, el cuadragési­mo aniversari­o de la publicació­n de Cien años de soledad y el vigésimo quinto de la concesión del Nobel. Falleció el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México, tras de una recaída en el cáncer linfático por el que ya había sido tratado en 1999.

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Parte de su primera infancia la vivió muy cerca de los indios guajiros, quienes le contaban historias y le “metian superstici­ones”, dijo alguna vez García Márquez.
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Newton a los seis años
 ?? ?? El padre y la madre de García Marquez
El padre y la madre de García Marquez
 ?? ?? Con la célebre novela en la cabeza. Esta es la tapa que Cien años de soledad tuvo desde la segunda edición, pero que tenía que aparecer en la primera.
Con la célebre novela en la cabeza. Esta es la tapa que Cien años de soledad tuvo desde la segunda edición, pero que tenía que aparecer en la primera.
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 ?? ?? Al terminar sus estudios en el liceo Nacional de Zipaquirá, comienza sus estudios de Derecho y Ciencias Políticas en la Universida­d Nacional de Colombia
Al terminar sus estudios en el liceo Nacional de Zipaquirá, comienza sus estudios de Derecho y Ciencias Políticas en la Universida­d Nacional de Colombia
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Con su gran amigo Fidel Castro
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El momento en que el rey de Suecia le entrega el premio Nobe
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En el estudio de su casa en México.
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n 1982
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Mercedes Barcha Pardo y Gabriel García Márquez en Barcelona, 1972.

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