ULTIMO ADIOS A GABO EN EL PALACIO DE BELLAS ARTES MEXICANO
Pocas veces en la historia, dos naciones deben haber estado tan de acuerdo en algo como lo hicieron México y Colombia a la hora de despedir a Gabriel García Márquez. Con Enrique Peña Nieto y Juan Manuel Santos, sus respectivos presidentes, a la cabeza, la memoria de “Gabo” fue honrada con un sentido homenaje en el Palacio de Bellas Artes de la capital azteca. “Hoy asisto a este Palacio de las Bellas Artes, la casa por excelencia de la cultura de México, con el corazón adolorido y el alma agradecida. El más colombiano de los colombianos sigue vivo, seguirá vivo en sus libros y en sus textos, pero, sobre todo, vivirá para siempre en las esperanzas de la humanidad”, expresó el primer mandatario de la tierra natal del escritor, en tanto su par mexicano sostuvo que quien fuera Premio Nobel de Literatura en 1982 “recibió en vida el mayor reconocimiento que existe: el amor y el cariño sincero de millones de personas en todo el mundo” y que “para orgullo de México este país fue el segundo ho- gar del escritor colombiano. Los mexicanos lo quisimos y lo habremos de querer siempre a Gabo”.
El respetuoso silencio que enmarcaba el recinto se quebró con un sonoro aplauso cuando ingresaron la urna con las cenizas del autor de “Cien años de soledad”, rodeada por cientos de rosas amarillas, su color preferido. Su mujer de toda la vida, Mercedes
Barcha, sus hijos, Gonzalo y Ricardo, sus cuatro nietos; Mónica Alonso, Genovevo Quiroz y las cuatro mujeres que cuidaban de él integraron la guardia de honor y lideraron la despedida, acompañados por el presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México, Rafael Tovar, y la directora del Instituto Nacional de Bellas Ar- tes, María Cristina García. Tampoco faltaron su legendaria agente literaria, Carmen Balcells, su amigo personal, el periodista Jacobo Zabludovsky, el director de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, Jaime Abello, sus colegas Ángeles Mastretta, Silvia Molina, Carmen Boullosa, Homero Aridjis y Adolfo Castañón, y Silvia Le- mus, la viuda de quien fuera su amigo y colega, Carlos Fuentes.
En lo alto del vestíbulo de la sala, reservada a las despedidas de los más grandes íconos culturales de México fue colocada una inmensa fotografía en blanco y negro del autor, acompañada por su legendaria frase “la vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarla”. Además, una corona de flores enviada por Fidel Castro, quien no pudo estar presente, rezaba la leyenda “al amigo entrañable”. Afuera, miles de personas de todas las edades aguardaban pacientemente más de cinco horas soportando las inclemencias del tiempo para ver apenas segundos la urna con los restos de su autor favorito, y
matizaban la espera l eyendo fragmentos de su obra consagratoria y escuchando la interpretación que el compositor y trompetista colombiano Fernando Martínez hizo de “Macondo”, la canción inspirada en “Cien años de soledad”. Mientras tanto, adentro se intercalaban tangos y piezas clásicas de Beethoven, Dvorak, Schubert, Brahms y Mendelssohn con los tradicionales vallenatos de su país de origen.
Sin embargo, si bien el epicentro del último adiós al autor de “El amor en los tiempos de cólera” y “Crónica de una muerte anunciada”, entre otros recordados títulos, estuvo en el DF mexicano, su tierra natal no podía quedarse afuera. Por eso, los habitantes de Aracataca, el pueblo donde nació —donde decretaron cinco días de duelo por su fallecimiento— se aso- ciaron a la distancia con un sepelio simbólico. Vestidos de blanco, y con flores amarillas y mariposas de papel que aludían a su emblemática novela, miles de personas marcharon detrás de una urna vacía y realizaron diez paradas partiendo desde la Casamuseo Gabriel García Márquez y retornando al mismo lugar. Tufith Hatum, el alcalde de la ciudad, destacó que la ceremonia póstuma al Premio
“El más colombiano de los colombianos sigue vivo, seguirá vivo en sus libros y, sobre todo, vivirá en las esperanzas de la humanidad.” (Santos, pte Colombia)
Nobel “significa mucho para los amigos, familiares y seguidores” del escritor. Resumiendo, de alguna manera, el sentir de todos aquellos que aprendieron a querer a Gabo, ya sea desde el conocimiento personal o desde aquellos personajes que el “padre del realismo mágico” supo concebir en más de cuarenta títulos a través de la genialidad de su pluma y su inagotable capacidad creativa.