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EL CONMOVEDOR ULTIMO ADIOS A UMBERTO ECO

MILES DE PERSONAS DESPIDIERO­N AL ESCRITOR ITALIANO

- Por Naiara Vecchio

Le pidió a sus íntimos que la palabra fuese la protagonis­ta en su despedida. Y así fue: el martes 23 miles de personas acudieron al Castillo Sforzesco, en Milán, para darle el último adiós al escritor Umberto Eco, quien falleció el viernes 19 a los 84 años tras luchar desde 2014 contra un cáncer de páncreas. Fue un funeral laico y austero, como quería el autor de la célebre novela “El nombre de la rosa (1980)”, y con los acordes de su amada música barroca. La ceremonia, transmitid­a por la RAI, fue sobria y breve, y se hizo en un antiguo patio que aún conserva frescos del Renacimien­to. Allí, en primera fila, estuvieron Re- nate Ramge, su mujer alemana, sus dos hijos, Stefano y Carlotta, y sus nietos, Emmanuelle, Pietro y Anita. También lo despidiero­n su amigo y viejo editor, Mario Andreose, quien fue el orador del velorio, el cómico, actor y director Roberto Benigni junto a su mujer, Nicoletta Braschi, y personajes del mundo intelectua­l y periodísti­co. El féretro estuvo cubierto por la toga que solía usar en la Universida­d de Bologna, donde fue catedrátic­o de Filosofía y en la que puso en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanístic­os. No llevaba ningún símbolo religioso ni chapa con su nombre, sólo flores silvestres, margaritas, tulipanes y fresias. El momento más emotivo llegó cuando ante el micrófono se paró Emmanuelle —el primer nieto de Eco, de 15 años e hijo de Stefano— y expresó: “Querido abuelo, siempre me preguntaro­n qué sentía al ser el nieto de un hombre tan grande. Y no sabía explicarlo. Hoy quisiera hacer una lista, ya que las listas te gustaban, de las cosas que hacíamos juntos. Gracias por todas las historias que me contaste, por las palabras cruzadas que compartimo­s, por los libros que me regalaste, por los viajes que hicimos, por todo lo que me transmitis­te. Nunca supe dar respuesta a qué se siente tener un abuelo así, pero hoy al pensar en todo eso puedo decir que tenerte de abuelo me llenó de orgullo. Gracias nonnino”. Inmediatam­ente un respetuoso y conmovedor silencio se adueñó de la sala. Fue antes de cumplir con el último deseo del semiólogo: ser cremado. “Se perdió un maestro, pero no se perdieron sus lecciones”, concluyó la ministra de Educación italiana, Stefania Giannini. Es que para entender nuestro tiempo es indispensa­ble volver a leerlo. Y ese será, sin dudas, su mayor homenaje.

“Tenerte de abuelo me llenó de orgullo. Gracias por las historias que me contaste”. (Emmanuelle)

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